Los conciertos son ecosistemas complejos. La gente intenta no molestarse, pero suele fracasar miserablemente en el intento. Somos humanos y, por ende, estúpidos a tiempo parcial. Todos conocemos, hemos visto o HEMOS SIDO uno de estos diecisiete personajes que describimos alegremente en el texto. Si te sientes identificado, reflexiona.

Los conciertos son ecosistemas complejos llenos de gente a la que no soportas. La gente intenta no molestarse, pero suele fracasar miserablemente en el intento. Somos humanos y, por ende, estúpidos a tiempo parcial. Todos conocemos, hemos visto o hemos sido uno de estos dieciséis tipos de público que describimos alegremente en el texto. Si te sientes identificado, reflexiona.

El del móvil

La popularización de los smartphones como navaja suiza del siglo XXI (lee el diario, úsalo de linterna, busca un restaurante, consulta el correo, escucha música, aguanta a estúpidos que te dicen “es que viste el whatsapp y no me respondiste”, etc) ha llevado al mundo a esa poco saludable situación en la que todo el mundo lleva una cámara de fotos  y otra de video en el bolsillo. Y nadie nos explica como filtrar. Hay que fotografiarlo todo y grabarlo todo. Todo el tiempo. Estamos más ocupados guardando el recuerdo que viviendo el momento. Eso está genial si vas a ver la Torre de Pisa o si quieres hacer fotos a pechugas de pollo y subirlas a Instagram, pero emplear los móviles en un concierto no sirve de nada. En serio, apuntadlo: de nada. Fotos movidas, vídeos con sonido atroz, donde mientras grabas también saltas (y los estabilizadores de imagen llegan hasta donde llegan) y sobretodo, una molestia enorme a todos los que están detrás de ti. Pero como la gripe o la política española, no tiene solución. Somos como somos.

El inamovible

Tu vas por la sala, con la gente no muy apretujada (en ese caso ni intentas moverte). Vas diciendo “perdón”, mientras vuelves al sitio donde estabas con tu grupo de colegas. Vuelves con tres cervezas (la cuarta ya se te ha caído por el camino) y los roadies estan haciendo su “un,dos, un,dos,eeeei,EEEEI,ssshhhhh”  en el cambio entre bandas. Intentas ir pasando entre el público. Dices “perdón”, “con permiso”, “s’il vous plaît” y en general mantienes la educación de colegio público que tan bien te ha ido a lo largo de la vida. Hasta que llegas a The Human Wall. Le pides perdón, intentas moverle un poquito. Rodearlo (suele tener ciertas dimensiones) es una opción, pero suele estar rodeado de otros muros humanos, así que no acabas nunca. Metes un poco el hombro así como de lado en plan “¿me ves? ¿me sientes? Intento pasar. Colabora”. Pero todo, todo es infructuoso. Al final empujas. Y te cierra más el paso. Lo que viene siendo un gilipollas, vaya.

El fanboy/fangirl que llega seis días antes

¿Quien no ha hecho esos maravillosos ejercicios de convivencia entre fans, guardando el número de la cola, con los padres llevando víveres y firmando justificantes de falta de asistencia al instituto simultáneamente? Lo más grotesco es cuando sucede en conciertos donde sabes que va a sobrar espacio y donde los fans pueden llegar a primera fila sin problemas, evitándose llevar la Quechua y toda la movida, pero no. Les mola comer tupper y cagar entre matojos. En un concierto de los japoneses AN CAFE estuvieron una semana y media antes, viviendo tras la taquilla de Razzmatazz 2, tan felices. Tan campantes. En enero. ¿No pueden irse de colonias como hacíamos todos?

El que no se sabe la letra, pero canta

Esto es habitual con grupos conocidos, esos de los que todos creemos que nos conocemos todas las letras de todos los temas pero no. Entonces tocan el “Run To The Hills” y te percatas de como el tío que tienes al lado balbucea cosas sin sentido, luchando por llegar al estribillo, donde si que se arranca por bulerías y chilla “Ruuuun toooo theeee hiiiills”. Pero todo el proceso previo está lleno de “reiping the wimen and güesting the men nananana daljlkdkjfsdf nanana ruuuun toooo theee hiiiills”. Le darías una hostia por no escucharlo.

El de la mochila

Este es especialmente molesto y dañino. Es especialmente virulento en conciertos de metalcore y punk, donde si no llevas una mochila eres un indocumentado. Tu estas ahí, viendo el concierto, y sin tiempo a preverlo, te llega un mochilazo desde cualquier ángulo al ritmo de, no se, Rise of the Northstar. La mejor manera de disfrutar un concierto, sin duda. Además ¿qué demonios has de llevar en una mochila a un concierto?

El cincuenton borrachuzo

Estos abundan en festivales de metalpacada, como el Rock Fest o el Rock Imperium. Señores a los que su mujer les ha permitido salir ese fin de semana (y solo ese fin de semana) y que queman sus últimos cartuchos antes de volver a casa con el euribor al 4%, dos hijos adolescentes asilvestrados y un trabajo en una empresa con riesgo de ERE continuo. Les ves, empatizas y piensas «mira, que se lo pase bien, que hasta el año que viene no va a volver a disfrutar».

El fan de Dream Theater

He visto a tíos con libreta en un concierto de Dream Theater (año 2001, sala Zeleste). Es incluso más grave que ir con el movil a documentarlo todo, porque el móvil molesta, pero que estés apuntando aspectos técnicos de los solos de Petrucci incomoda a todo el mundo y debería ser motivo de amplio rechazo social. En los conciertos de Dream Theater deberían cachear y si encuentran un bloc de notas, confiscarlo. Todo el mundo siente lo que le pasó al pobre Dimebag, pero nadie tiene en cuenta la sarta de plastas que tiene que aguantar Petrucci en vida. No se lo merece.

El/la groupie

De esto cada vez hay menos. Será por la falta de carisma de los artistas de hoy en día, por lo incómodo de la gonorrea, o porque no es lo mismo que tener una refriega en un hotel de lujo que hacer sexo oral rápido e incómodo en la esquina de un camerino que huele a vómito reseco. Porque siempre huelen a vómito reseco. Y el olor a vómito reseco es poco afrodisiaco. En cualquier caso, se les reconoce por el escote, el pintarrajeo y esa cara de confusión propia de alguien que se tiraría al bajista de un grupo de power metal europeo por ser el bajista de power metal europeo. Groupies masculinos no hemos visto a ninguno pero si lo vemos lo describiremos a su debido momento.

El que no se ha duchado

Todo un clásico. En Mercadona, el desodorante vale 1,50€ (nosotros lo compramos ahí). Si no te duchas, cuanto menos, perfúmate. En los conciertos, todos sudamos, todos nos movemos y todos tenemos nuestro olor/identidad. Pero con tener el nuestro ya nos vale. No es necesario que se nos impregne del de los demás.

El que llega a taquilla y pide un descuento

Pasa en cada concierto. En el master de taquillería no te preparan para estas situaciones, pero son habituales y requieren de mucha sangre fría. Cuando un graciosito llega a taquilla media hora después de que empiece un concierto y pide un descuento en su entrada porque no va a ver todo el concierto, es difícil controlarse. Es como ir a un Mcdonalds, pedir que te quiten el pepinillo del BigMac Y que te descuenten la parte proporcional del precio. Solo pasa en España, no obstante.

El que ha visto varios conciertos de la gira

E insiste en contarle el setlist a todos los de su alrededor, los conozca o no. Un spoiler andante. Son especialmente molestos cuando la banda toca en grandes recintos fuera de España y aquí toca en salas lúgubres, porque te recuerdan que “allí llevaban un montaje que flipas y salían enanos con cuencos de farlopa en la cabeza en tal canción y se amputaban unos a otros las extremidades” y aquí no. Pues vale. Ya lo veré en YouTube.

Los del moshpit

Es como el crossfit del metal. Tu estás en medio de una sala disfrutando de un concierto tranquilamente y, de pronto, diez tíos entran en brote y se comienzan a empujar entre sí como si no hubiese un mañana. Tu te alejas cuatro filas atrás para preservar tu integridad física y ellos se lo siguen pasando en grande sin darse cuenta de que, quizá, con 40€ al mes podrían ir a un gimnasio y quedar mucho más relajados.

El que espera que le impresionen

Suele estar perfectamente alineado en el centro de la sala y con un metro de distancia respecto a la mesa de sonido. Mira el concierto, arquea la ceja, cruza los brazos y emite juicios de valor internos super válidos para sí mismo. La mayoría de críticos musicales somos así, aunque nos pese reconocerlo. Además, cuanto más atrás en la sala, más vacía suele estar la barra y más cerca suele estar la puerta.Todo son ventajas.

El que ha pagado por un meet&greet y está orgulloso

Suelen llevar el pase al cuello que les identifica como los pringuis que han pagado mil euros por hacerse tres fotos y explicarle un par de tonterías a un señor de 55 años que está harto de vivir y de aguantar a pringuis que pagan por verle y hablarle. Pero la cocaína es carísima, los divorcios también y las viejas glorias han de buscarse la vida para generar ingresos. Si lo has ganado en un concurso de una web o de la radio, entonces te admiramos profusamente. Salvo que nos hayas enviado un mail larguísimo explicándonos lo importante que es para ti ganar cuando hemos sorteado alguno. Entonces te despreciamos.

El del cartel de “tírame una pua”

Podría sustituirse por “paséame al perro” o en algunos casos hemos llegado a ver el de “please fuck me” por parte de dos crías que no superarían la edad de consentimiento en un concierto de Simple Plan (¿hay algún plan más simple que ir a un concierto de ese grupo?). Pedir por pedir. Cuanto más le pidas la púa a un músico menos te la va a lanzar. Eso es así. ¿Recoges la cocina cuando tus compañeros de piso te lo dicen o cuando te viene en gana? Pues el músico no es muy distinto.

El que los vio en los 80

Y no se acuerda de nada, pero te lo explica igual. Te habla de que vio a Metallica en el 88 en el Monsters of Rock y que llevaban no se que de unas cruces y que el bajista vomitaba sangre y que como molaba la de “I Want Out”. Lo mezcla todo: lo que vio y no recuerda, lo que vio en un videoclip y lo que ha visto por parte de otras bandas. Tu lo escuchas pacientemente, haces como que te llaman y te alejas prudencialmente.

The Metal Circus