“The Wall” invade los cines. El golpe final de Roger Waters.
Hace exactamente cinco años, en septiembre de 2010, arrancaba la gira de “The Wall” de Roger Waters en Estados Unidos. Un tour que llevaba fraguándose prácticamente treinta años: desde que la encarnación original de 1980 de la gira de Pink Floyd fue una pesadilla logística y un absoluto desastre financiero y a Waters le quedó esa espinita clavada. Diez años después, en 1990, el músico británico intentó devolver “The Wall” a primera linea con el mítico concierto en Berlín para celebrar la caída del muro.
Hace exactamente cinco años, en septiembre de 2010, arrancaba la gira de “The Wall” de Roger Waters en Estados Unidos. Un tour que llevaba fraguándose prácticamente treinta años: desde que la encarnación original de 1980 de la gira de Pink Floyd fue una pesadilla logística y un absoluto desastre financiero y a Waters le quedó esa espinita clavada. Diez años después, en 1990, el músico británico intentó devolver “The Wall” a primera linea con el mítico concierto en Berlín para celebrar la caída del muro. Tampoco funcionó: pese a la venta masiva de derechos televisivos, la edición del disco y vídeo en directo correspondiente y las cientos de miles de personas que asistieron pagando al concierto, el asunto fue deficitario. Pero Waters sabía que “The Wall”, antes o después, tenía un potencial tremendo. Es la pieza de teatro musical más masiva y desquiciada jamás elucubrada por nadie. Así pues, cuando llegó el momento de formalizar su salida de Pink Floyd a finales de 1987, Waters tuvo una concesión: David Gilmour y Nick Mason podían usar el nombre pero el se reservaba todos los derechos sobre el uso de “The Wall”.
Así pues, en 2010 arrancó una espectacular gira que duraría tres años y que le llevó a recaudar cantidades absolutamente indecentes de dinero. No obstante, llevar “The Wall” por todo el mundo, con producciones para arena y para estadio, con sonido cuadrafónico, proyecciones de altísima definición mapeadas sobre un inmenso muro que se montaba y destruía cada noche y un equipo técnico humano infinito, no era barato. Pero le debe haber salido a cuenta: los cientos de millones generados por “The Wall” en recaudación de venta de entradas -sin contar merchandise y otros ingresos- es suficiente para pagar todos esos costes y algunos más.
La última parte de esa legendaria gira llega ahora en formato de película musical. No tiene nada que ver con el film “The Wall” de 1982, salvo en que la música y la storyline del disco acompaña la narrativa. En ningún momento se pone Waters ante el espejo y se afeita las cejas. Pero lo que si que hace es abrir su interior al gran público como probablemente nunca antes lo había hecho.
La edad ha hecho que el implacable Waters, un megalómano capaz de dinamitar a Pink Floyd en su día, se convierta en un adorable señor que busca la paz consigo mismo y muestra el proceso en un concert film que destapa las neuras de Roger y rinde tributo a la grandeza del concepto al que dieron pie.
La película es una mezcla entre concierto y road trip de Waters junto a varios acompañantes. Con Waters al volante -el siempre al volante, faltaría más- diferentes amigos e incluso familiares conversan amigablemente con él sobre la guerra, la pérdida de su padre y otros temas recurrentes que dieron pie a “The Wall”. A través de Francia e Italia, Waters comparte anécdotas y pensamientos profundos. En uno de los momentos explica que su abuelo, George Henry Waters también falleció en la primera Guerra Mundial, del mismo modo que el padre de Roger moriría en la Segunda.
Una de las imágenes más conmovedoras es Roger, sentado en la barra de un bar ante un barman francés que le va sirviendo chupitos. Roger le explica “aunque se que no está entendiendo nada” la batalla en la que su padre, Eric Fletcher Waters, falleció. La batalla de Anzio, en 1944. Roger explica con sorprendente detalle como sucedió todo y como los alemanes acabaron con la vida de su padre en un conmovedor relato, por la frialdad y crudeza de Waters al explicarlo.
En otro fragmento, Roger viaja en el coche acompañado por sus tres hijos. En esa parte del viaje hacen una visita a la tumba del abuelo Waters, también inmensamente conmovedora. Todo esto está intercalado con las imágenes de un concierto íntegro de la gira “The Wall” grabado en alta definición y con una enorme cantidad de medios.
Los shows escogidos para la grabación fueron los de Quebec (con el muro más largo de toda la gira), Atenas y Buenos Aires. Adicionalmente, o eso parece, la banda debió replicar partes del show en un estudio para grabar planos más complejos que resulta difícil creer que hayan sido grabados en directo dada la complejidad del montaje escénico. Es algo que ya sucedió con el concierto de Berlín de 1990.
Para cualquiera que viese la gira, las imágenes de los conciertos serán un buen recuerdo de la experiencia. Las proyecciones, el estallido del escenario en “In The Flesh”, el momento fascista en “Run Like Hell” y “Waiting for the Worms”, la caída del escenario en “The Trial”, la sobrecogedora frialdad de “Nobody Home”, el coro de niños locales en “Another Brick in The Wall Pt 2”…todos los momentos y tics escénicos del show están ahí y se van intercalando con el road trip de Waters, lo cual ayuda a darle más verosimilitud a la historia del disco y a entender los orígenes de los distintos momentos.
El destino final de Waters es el monumento en honor a los soldados fallecidos en la batalla de Anzio. Ver a Waters invadido por la emoción ante ese monumento que el nunca había visitado es el colofón a una filmación tremenda que nos permite acercarnos un poco al Waters persona que tan poco se había mostrado a lo largo de todos estos años.
El audio de los conciertos es tremendo, especialmente vivida la experiencia en un cine como fue el caso. Pero lo que es impresionante es la calidad de las imágenes de los conciertos: los ángulos, los encuadres, la habilidad para captar los momentos clave del show y la inmensidad de todo ello. Realmente te sirve para meterte en el concierto y volver a vivirlo. Tanto que en distintos momentos -“Run Like Hell”, por ejemplo- el cine comenzó a acompañar la música con palmas. Al final de “Comfortably Numb” y del tremendo solo de Dave Kilminster, el público no tuvo más remedio que aplaudir. Y en otros como “Vera” y “Bring the Boys Back Home” es imposible reprimir las lagrimas. Es una experiencia abrumadora para los sentidos.
Como añadido se incluye un segmento final titulado “The Simple Facts”, donde Roger Waters se sienta ante una copa con Nick Mason, el batería de Pink Floyd, y ambos comienzan a responder preguntas enviadas por los fans de todo el mundo, escritas en una montaña de tarjetas. Responden a si echan de menos girar juntos y acerca de la relación con David Gilmour, entre otras cuestiones, con Waters y Mason dando rienda a un cáustico sentido del humor de lo más británico. Sirve para quitar hierro tras el ataque frontal que supone la parte principal del film y hace que todo el mundo termine con una sonrisa en la cara. Parece que Pink Floyd están enterrados de verdad para siempre, pero ver la complicidad de Waters y Mason hace que uno desee todavía más si cabe que se reúnan con Gilmour y conquisten todos los estadios de la Tierra. Aunque solo sea “para que yo salga un poco de casa”, como dice Mason.
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