Sin duda, es un evento orientado a públicos rockeros muy exigentes, con gustos refinados y claras tendencias que van desde las propuestas más melódicas hasta las más extremas y que hace concesiones a bandas que otros festivales, típicamente heavy metal, no incluirían en sus carteles. Eso hace que haya un público muy repartido y heterogéneo en cuanto a edades y tendencias.

La idea de hacer un periplo cada año por algunos de los festivales de Rock y Heavy Metal de gran talla a nivel europeo se me antoja como una de las mejores maneras de pasar los meses estivales. Sin desmerecer la oferta nacional, salir de las fronteras de nuestra tórrida tierra y escalar en el mapa hacia las verdes campiñas de Clisson, las nórdicas planicies junto al báltico en Sölvesborg, las pintorescas villas medievales que envuelven a Dessel o las praderas rebosantes de ganado vacuno de esa región alemana al norte de Hamburgo (cuyo nombre es el auténtico sinónimo de la meca del metalero) serían todas ellas parte de un viaje de iniciación, consolidación o canonización de cualquiera de los que aspiramos a escuchar en vivo a esas bandas que dan sentido a nuestro existencia.

Este año tenía claro que le tocaría el turno a Suecia: cada vez más lejos, cada vez más al norte. Los veranos son insufribles en España, con ese calor que la mayoría aplaca con baños de mar en Bedalmádena, Torremolinos y sitos así de horrendos. Para mi, zambullirme en el clima escandinavo, aunque sea tan solo durante una semana, ha sido la manera de llenarme la alforja de frío y música, de nuevos amigos y recuerdos imborrables, de aventura y cansancio a partes iguales.

Nadie que no haya ido a un festival de estas características sabe que siempre se paga un alto precio a la vuelta: te embarga una lastimosa sensación porque querrías que se prolongara aquello que ya se acaba, que la vida fuera ir de escenario en escenario, que las gentes con las que compartías cervezas, empujones, sonrisas, carcajadas, miradas de complicidad, gestos cornutos como señas de pertenencia a un mismo clan no desaparecieran, de pronto, de la faz de la tierra. Y tienes que volver a la realidad, poner los pies en el asfalto del día a día, buscar consuelo en el cuento fácil de lo vivido, mirar las fotos con nostalgia y esperar a que el año siguiente tengas la suerte de poder regresar. Porque la convicción la tienes y ya nunca te abandonará.

Cuando pasan los años, para algunos de nosotros que ya no somos ni jóvenes ni jubilados, las cosas pueden complicarse. Familia, pareja inconforme, hijos pequeños, hipoteca, etc. hacen que sea menos probable darse un salto de tres o cuatro días para acudir a una cita nacional, si quiera. Si tuvieras la oportunidad, harías un agujero en el tiempo y te meterías por él para aparecer en tu gran festival deseado y sacudir la cabeza al son de cantos épicos y riffs demoniacamente veloces. Estamos infestados y por eso vamos, cueste lo que cueste, a nuestro particular peregrinaje sacrílego buscando en el Heavy Metal una razón para sobrellevar el peso del mundo que nos ha tocado vivir. Ir de festival europeo es dar un paso más allá, sanarte de todo lo irrelevante que te encorseta a lo largo del año, tener un gesto de generosidad extrema contigo mismo…

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Por otra parte, parece haber aspectos menos poéticos en los motivos por los que algunos se van de festival. A veces, de hecho, éstos son bastante más terrenales y sórdidos. Beber como si no hubiera un mañana, vociferar como si hubieses retornado a las cavernas y tuvieras que ahuyentar a un oso hambriento, aparearse sin lógica ni escrúpulos, llenarse de barro porque sí (eso, si llueve y hay fango), quitarse el sujetador y ponérselo a tu chico en la cabeza, contemplar las letrinas con cara de pasmo y vaciar el estómago tras una hamburguesa en mal estado, digerir insufribles bandas sólo porque le gustan a tus colegas de viaje…Bueno, aunque me alegro de no entrar en esta categoría de metalero nacional limítrofe y en extinción, he escuchado a muchos expresar la idea de que ésta es la causa por la que algunos sectores del potencial público español decide ahorrar durante el año y largarse, bien lejos, a tierras con un perfil más selecto de asistentes con quienes compartir bandas, eludiendo así el festival chapucero e incómodo típico de nuestro territorio nacional. Si al Sweden van los más moñas o los más rockeros es algo que dejaré a criterio del lector avezado.

Hace cosa de un año, alguien de un medio radiofónico me alertó de lo singular y diferente que es ir al festival sueco. Yo departía sobre las bondades del Hellfest y él lo hacía sobre las maravillas del Sweden Rock. Su discurso me pareció tan extremo como una banda de black metal así que me propuse ir este año sólo para ver con mis propios ojos y vivir con el resto de mis sentidos lo que se cocía en la bellas praderas junto al mar de Sölvesborg: que si el cartel nada tenía que envidiar al de otros festivales europeos, organización exquisita, amplitud de espacios, nada de aglomeraciones ni colas, letrinas limpias todo el tiempo, acampadas espectaculares, clima moderado, buen rollo total, instalaciones inmaculadas, gente educadísima, gente de todas las edades, gente respetuosa, hueco siempre para ver a las bandas desde la proximidad…. En fin, lo pintó tan idílico que no pude por menos que picarme y programarme un salto para esta edición.

Ahí van algunas pinceladas de mis impresiones, imbricadas entre banda y banda.

SWEDEN ROCK FESTIVAL I parte

Para acudir al festival sueco no te toca otra que volar hasta Copenhagen. Puede que haya otras rutas pero me limito a contar lo que hacíamos la mayoría desde España. Es decir, debes ir a Dinamarca y desde allí pillar un tren que conecta la capital danesa con Mälmo, ya en Suecia, atravesando el puente más largo de Europa y continuar ruta vía Kristianstad hasta Sölvesborg. Yo preferí alquilar un buen coche desde el aeropuerto y compartir gastos con otros amigos, a fin de conducir sobre el interminable látigo de Øresund. El promedio del alquiler es de unos 130€ para seis días con un coche de gama media-superior: una ganga si compartes el gasto. Bien a la ida, bien a la vuelta, no dejes de visitar la ciudad que vio nacer a HC Andersen. Ve de festival pero aprovecha para ampliar tus horizontes culturales y disfrutar de una hermosa ciudad llena de color.

Lo de acampar en Suecia, en la región norte de Sölvesborg, o sea, en Norje, que es donde realmente se encuentre el festival, puede estar muy bien si tienes veinte o treinta años pero si los huesos comienzan a dolerte y eres quisquillosa/o con el aseo personal y te va el confort, píllate un B&B o alquila una casita de madera con cocina y todas las comodidades. Yo elegí la primera opción y volvería a repetir.

Aunque mi alojamiento se encontraba a 40 min en coche del recinto agradecí mucho poder ver los paisajes y enfrentarme a carreteras secundarias donde existía el peligro potencial de que te apareciera un venado o un alce. Me comprometí a no beber para conducir a la vuelta y llevar sanos y salvos a mis amigos varones a sus respectivos descansos nocturnos. Cierto es que el Sweden Rock es un evento de proporciones mayúsculas que obliga a toda la región a volcarse en ofrecer información, casas y buena disposición a ayudar. La gente de los pueblos no exhibe el más mínimo amago de rechazo o desacuerdo ni con las pintas ni con las actitudes propias de las legiones metaleras. La policía hacía sus controles reglamentarios de alcoholemia con una sonrisa y gentileza nunca vista en nuestra Guardia Civil o Mossos. Los letreros de la autopista ya anunciaban la dirección del festival como si formaran parte de la tipología de los mismos.

Claro que llegar y tener tu pulsera rosa en la muñeca en menos de cinco minutos fue en parte debido a que acudí a hacerlo el día antes de la inauguración. Con la pulsera me regalaron un libro en sueco sobre las bandas y un strap para mirar la parrilla de conciertos siempre que quisiera. No voy a mencionar el hecho de que este medio para el que trabajo no fue lo suficientemente ágil como para conseguirme la acreditación que me validaría como reportera de primer orden, por eso, mi venganza será fría….En lugar de escribir una crónica al uso voy os voy a aburrir con cantidad de detalles marginales a las bandas.  😛

Un dato curioso, las acreditaciones de prensa tuvieron en esta edición dos categorías: las que se pagaban y las que no. Es decir, a más de uno se le quedó cara de alfil cuando para obtener su pulsera blanca debieron pagar en metálico el importe de la entrada (2980 SKR). Aún estamos pensando cuál fue el criterio para semejante criba pero, tal vez, la calidad y proyección del medio tenía mucho que ver en ello.

Llegamos al famoso restaurante del Festival: lugar de encuentro de la avanzadilla española. Efectivamente, había en las inmediaciones del recinto un complejo entramado de naves prefabricadas con listones de madera blanqueados, entre las que se encontraba la farmacia, el banco, el supermercado y el restaurante. Éste último, un lugar más pensado para saciar la sed que el hambre. A un día de empezar los conciertos, los baños unisex dentro del mismo daban ya pena. El ambiente era cálido, gente de habla ininteligible me abordaba como si yo formara parte de su paisaje femenino. Menos mal que el inglés es hablado por prácticamente toda la población y nunca encontré a nadie que no supiera mantener una conversación amigable y distendida. Los borrachos empezaban a campar a sus anchas….

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El frío se hacía notar. Un viento gélido y una fina lluvia empapaba los alrededores. Nos acurrucamos en una mesa bajo un porche a hablar con una pareja que venía con su hijo de veintitantos desde Sölvesborg. Sus más altas expectativas las habían puesto en el directo de Five Fingers Death Punch. Mientras tanto, una señora menuda, de unos cincuenta años y de origen latino, apareció en bikini y gorra cowboy sin importarle una mierda sus lorzas y la rasca que hacía allí. El ambiente empezó a degenerar un poco y supimos que allí la peña se desmadra igual que en cualquier lado. Suecia no me pareció, en este sentido, ninguna excepción.

El primer día amaneció húmedo y las nubes trocaban el cielo de grises y azules. Pero el sol salió iluminando nuestra llegada. Yo había tomado un rehén noruego que no tenía medios para llegar al festival desde mi B&B así que convinimos en compartir gastos.

Lo mejor de ir a un festival sueco es que está lleno de suecos. Como mujer tengo que reconocer que mi vista se desviaba continuamente de la lontananza del bullicio hacia la complexión vikinga de más de uno. Es absolutamente recomendable verse rodeada de ejemplares tan llamativos lo que no resta, sino añade, atractivo a las escuchas musicales y al ambiente general. Imagino que los chicos estarían igual de encantados con la contrapartida femenina o bien desviaban la mirad al mismo punto que yo. Se vendieron cantidad de gafas de sol espejadas tipo Ray Ban. Eso si, haber excepciones las había…y además a mansalva, no os vayáis a creer que todo el campo era de heno.

Otro de los buenos augurios del festival sueco es que está plagado de buenas bandas suecas. Pongámonos serios: de las 91 actuaciones que se completaron en los cuatro días de festival, 36 correspondieron a bandas nacionales, lo que es casi un 40% de bandas suecas frente al restante 60% de formaciones de otros países. Pero, curiosamente, la representación de los países nórdicos vecinos se limitó a cuatro bandas finesas (Steve’N’Seagulls, Children of Bodom, Battle Beast y Grave Pleasures) y una única banda danesa (D.A.D.), lo que dejó a Noruega fuera y, por tanto, al Black Metal originario al que le tenía muchas ganas. Bueno, hubo un par de noruegas, las cantantes Kari Rueslåtten que dejó en Trondheim a su banda madre, The 3rd and the Mortal, para dedicarse a la carrera solista y aliarse luego con su compatriota Liv Kristine y con la maravilllosa y carismática Anneke van Giesberguen, ex cantante de la banda holandesa The Gathering, para formar juntas The Sirens, un trio de bellas voces que deleitaron al personal madrugador a primeras horas de la mañana del domingo.

Era obvio que yo me decantaría por un buen puñado de bandas suecas aún desconocidas, por aquello de irle tomando el pulso al lado underground de las actuaciones del festival (Abramis Brama, Morbus Chron, Lillasysters, o The Order of Israfel, entre otras) . Para mi asombro, muchas de ellas eran auténticas concentraciones de público, masivas, entregadas, comprometidas. El espíritu sueco, cuyo nacionalismo nada politizado les lleva a colgar inofensivas banderitas azules y gualda en las entradas de las casas, les lleva también a un apoyo rotundo de sus bandas nacionales, no necesariamente encumbradas por el éxito internacional, como Hammerfall, Ghost, Backyard Babies, HEAT o Hardcore Superstar, por nombraros algunas a las que tuvimos oportunidad de ver. Todo y que las nombradas, junto a Marduk, Bloodbath y Wolf estuvieron entre lo más aplaudido dentro del contexto nacional, estas dos últimas me dejaron con ganas de más: ver a Nick Holmes, antes en Paradise Lost, cargando las tintas como cabecilla de esta banda cambiante e irregular de death metal, me puso en un estado lúgubre. Con Wolf, más en la línea heavy metal clásico, me quedé encandilada y pensé un rato largo en los alemanes Alpha Tiger, porque de ambos quiero ya adquirir discografía. Tal vez incluso fueron los culpables de que llegara muy tarde a la cita con Def Leppard, muy buenos si, pero muy cansinos ya. Los vi de lejos sin la excitación de otros tiempos y de otros escenarios.

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Estoy hablando de un día, el Jueves, cuyo cabeza de cartel fueron los británicos pero quienes tuvieron el irrefutable honor de situarse en lo más álgido de de la jornada fueron los americanos TOTO. Una actuación inolvidable, temas intemporales que fue una auténtica delicia poder escuchar en directo. Ni Slash, ni Airbourne, ni Ghost estuvieron tan a la altura pero debo confesar que, tal vez, estaba mediatizada por el hecho de que a estos tres ya les conocía en directo y poco me podrían sorprender, en cambio a Toto no los había visto nunca y fue una suerte viajar a Suecia para constatar su plena forma cantando en su habitual registro melódico, dulce, romántico (voz principal estuvo a cargo de Joe Willimas aunque tanto Steve Luckather- guitarra-  como David Paich- teclados- también cantaron) Es difícil detectar a distancia si hubo o no playback pero apuesto a que no lo hubo: no hay más que escuchar las grabaciones del directo que ya están colgadas por YouTube. El apoyo de dos voces negras en los coros reforzaba mucho los estribillos. Son universales y gustaron a todos lo públicos. La prueba de ello me la dio el larguirucho rubio de largas melenas y pintas de irle más el death metal que se pegó un baile conmigo mientras sonaban los timbales del Africa. Allí bailó todo el personal. Yo había llegado con cierto retraso, entretenida con la ardiente voz de la cantante de Battle Beast pero nada más llegarme los acordes del Hold the Line salí de mi aturdimiento sonoro y desperté a la vie in rose del setlist de Toto colando de hists conocidos por todos. Una dosis de candor no viene mal a nadie.

De hecho, este festival te procura la extrañeza de navegar siempre entre dos bandas opuesta en estilo: no quería perderme a los thrasher EXODUS a los que tampoco había visto nunca. Sinceramente, es el estilo con el que menos comulgo, sin embargo, se reconocer cuando hay calidad. Además nunca escucho a Slayer y si, en cambio, a Anthrax así que todo cuanto pueda deciros de Exodus será anodino. No me lo tengáis en cuenta. Sabía que se habían codeado con Metallica cuando éstos aún estaban mojando sus pies en la bahía de San Francisco. Eso me daba una pista de cuán importante es combinar una buena ejecución con un carismático líder en las voces. Y Exodus carece de esto último: Steve Zetro Souza no me llega por ningún lado, si en cambio, el guitarrista Gary Holt a quien la banda le debe su continuidad y actual vigencia pese a los malos tiempos. Al rato me fui a escuchar a mis archiconocidos powemetaleros HAMMERFAL,  una vez más. Me gustaron más que en la últma actuación que dieron en Leyendas, donde estuvieron menos inspirados. ¡Cans estuvo pletórico!…Aquello era su casa, su gente y eso se dejaba notar en la cantidad de público que abarrotaba el Rock Stage

Ahora que nombro uno de los escenarios, que sepáis que el Sweden Rock Festival tiene cinco, o sea, uno menos que el Hellfest. ¿Es eso una deshonra comparativa? En absoluto. Para mí, en realidad, cuatro sería el número ideal, sin coincidencias en las bandas de mayor tirada y bien distantes unos de otros. El primer día, el viento hizo de las suyas con las ondas sonoras que se esparcieron por doquier generando un pequeño caos en los escenarios más próximos durante la tarde. Esto ya no ocurrió por la noche ni en los días siguientes. La orientación de los escenarios es de extrema importancia a la hora de gestionar bien el sonido y permitir acoplar a las potenciales audiencias en los espacios adyacentes y eso es algo que en Suecia saben sobradamente. Los equipamientos eran muy buenos y el personal de sonido es, por tradición, altamente cualificado. Veinticuatro años de festival parecen avalarlo aunque el nombre propiamente dicho se esté empleando desde 1999, edición en la que el management de la organización cambió, así como su emplazamiento.

Pero si algo debo aplaudir rotundamente del Sweden es la maravillosa y suave pendiente que te permite una visión de anfiteatro en el Sweden Stage, el tercero en importancia. Hasta el segundo día no se abrió el gigantesco Festival Stage donde tuvieron cabida las más multitudinarias actuaciones: Slash, Def Leppard, Mötley Crüe, Judas Priest, Molly Hatchet o Ace Frehley superando las 30.000 personas.

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El día uno, con medio aforo y medio ciclo de bandas me lo pasé entre los escenarios Sound, Sweden y Rockklasikker : en éste último, cubierto con una carpa, se produjo un anacronismo curioso, una especie de simpático crooner con camisa naranja chillona y cuyo pelucón negro me recordaba un poco al personaje Shaggy Rogers de Scooby Doo. Se trataba de Jon English, cantante muy poco conocido en España pero adorado en los países anglosajones. Acudí por ver de qué iba este talento de las prehistoria pero me encontré fuera de tiesto y me dije: pero si ahí fuera están tocando Evergrey

Por cierto, no os he hablado de Hell. La razón de comprar un abono de cuatro días, y no el de tres, era por ver a éstos con los que me ligan lazos de tira y afloja. Kev Bower me lanzó un beso con la mano mientras hacía las pruebas de sonido, supongo que porque se acordaba de la entrevista de puta madre que le hice cuando vinieron a Barcelona. Que sepáis que es él el marcapasos de la banda. Nada de Sneap que es el que puso la pasta y el estudio para reflotar a estos vencidos-vencedores del tiempo. HELL son grandes mientras se monten la parafernalia escénica que llevan por Inglaterra, metiendo al personal en la iglesia satánica de cartón piedra, quemando la Biblia, girando el tridente de fuego y calzando pezuñas de demonio. Cuando falta todo eso, y digo “todo” – ni una mísera bandera con su nombre o una triste gárgola – y encima nos baña una luz radiante – parece que la cosa se les afloje. Todo y así me encanta escucharles en disco. Y aún tendré que verles en un Donington para satisfacer al completo mi curiosidad y mantener en alza mi apreciación. Y es que cuando ya les has visto tres veces o más…Creo que pronto sabremos algo del tercer álbum de Hell.

Lo resumo: lo mejor del primer día fueron los cañeros THE QUIREBOYS, siguiéndoles a la zaga otros que no había visto en mi vida: los daneses D.A.D. Me encantaron los Abramis Brama, que además fué la primera banda que vi del festival, con un cantante que sujeta el palo del micro con un garfio. Dicen de ellos que tocan stoner pero ahí dentro hay mucho más, vestigios de Black Sabbath, influencias psicodélicas, hardrock de los 70 y mucha actitud clásica. Una banda para tener en el candelero a pesar de no entenderles ni papa!!!

A Steve Grimmet con su banda reciclada Grim Reaper (no le duran los bajistas ni los baterías, pobre hombre) le vi por segunda vez, por la nostalgia de los buenos viejos tiempos. Su fea faz y su modales algo toscos me hicieron desviar la mirada al nuevo bajista…¡anda, pero si es el monísimo Joel Peters de Tainted Nation!. Me quedé escuchando los temas de siempre un ratito y algunos desconocidos de su disco nuevo que lleva anunciando desde hace un año. Ya no estaban Mark Rumble ni Chaz Grimaldi- batería y bajo – pero si el leal Ian Nash junto con otro desconocido guitarrista. Steve carece de atractivo físico pero tiene una voz caudalosa y absolutamente reconocible. La suerte no le acompañó cuando tuvo ocasión de estar entre los más grandes. Pese a todo es una banda de culto y un nada despreciable número de adeptos coreamos los temas a grito pelado. See you in Hell, my friend!

Esto de estar en un festival es un no parar. ¿cómo conseguir en un tiempo récord ver a Slash con su tremendo frontman Miles Kennedy, a Joel O’Keeffe de Airbourne desafiando al vacío subido a la torreta y tocando un solo de guitarra o a Carl Palmer ofreciendo al público una lección de maestría a la batería? Pues tenía que apañármelas y encima encontrar tiempo para comer fish & chips e ir al baño. Hablando de peces…el cantante original de Marillion era otra de las escuchas en vivo pendientes. Cuando vi a un señor de barba blanca recortada y una especie de palestina al cuello pensé en un orador progre más que en un cantante progresivo, sobretodo porque la audiencia se había concentrado silenciosa, muchos de ellos sentados en la pendiente del terreno, como si se tratara de un meeting sociopolítico. Una voz suculenta en una actuación algo muermo y es que este festival no me parece el contexto ideal para este tipo de música: mejor una sala cerrada con butacas que te permita aislarte y flotar con las deliciosas composiciones de este gran cantante. Y qué barbaridad, FISH está muy envejecido… teniendo en cuenta que tan solo me saca unos cuanto años.

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Cosa totalmente diferente le ha pasado a CARL PALMER que cuando le veía por Tenerife llevaba una dinámica deportiva y un estilo de vida absolutamente envidiable. Está en una forma física excelente y tiene un energía insultante. Cuando me acercaba hacia el escenario vi alejarse a uno de los españoles acreditados “Demasiado progresivos e instrumentales para mi gusto” . Hay que joderse. Yo había escuchado tanto en mi adolescencia a Emerson Lake & Palmer que me habría tragado tres horas más de directo. Tal vez pensó que Carl Palmar ofrecería temas de su etapa en Asia pero la coletilla ELP Legacy era suficientemente aclaratoria. En fin, que yo ocupé gustosa su lugar y permanecí extasiada todo el resto de la actuación. Brillante (nunca le había visto tocar en directo), milimétrico, matemático, malabarístico, delicado hasta notarse el paso del aire entre las baquetas, sutil en los golpes de platillo, contundente en los redobles de bombos…una lección de maestría absoluta a la batería. ¡Y yo adoro los pasajes progresivos e instrumentales que se nutren de las fuentes clásicas! Ah, le acompañaban dos jovencísimos y certeros sustitutos de los geniales Emerson (a la guitarra) y bajo-Lake. Me falta conocer sus nombres pero quedaron retratados en mi retina y en mi memoria auditiva.

Esa noche me despedí de los escenarios con GHOST. Ha sido la vez que más me han gustado. La cuarta. Creo que las bandas suecas son mejores en Suecia. ¿Será así con todas las bandas en sus respectivos países? ¿Es el tercer papa Emeritus sueco? Corría el rumor de que podría ser italiano o polaco ¿Alguien lo sabe? ¿No será siempre el mismo y nos andan tomando el pelo? Debe ser difícil mantener el anonimato en el backstage….Haciéndome las mismas preguntas de siempre noté cómo la noche absoluta caía fría sobre nuestras cabezas. Tuve que comprarme un gorrito y elegí a Venom para saludar a las huestes del mal enfundadas en sus nuevos hábitos y máscaras negras. Con voz cadenciosa, no exenta de cierta condescendencia hacia todos nosotros, pobre rebaño, Emeritus III nos deleitó con un par de temas del que será el nuevo álbum, Meliora. En el horizonte, pese a ser de madrugada, se percibía una tenue luz crepuscular. Un set cargado de malos augurios y deliciosas melodías que te poseen durante todo el ritual precedieron a la desbandada final. If you have Ghost…you have everything. Sigo pensando que el estudio anatómico de la oreja de Emeritus tiene la clave de su identidad pero… ¿Quién necesita conocerla? Yo no.
Buenas noches y hasta mañana.

SWEDEN ROCK FESTIVAL – PARTE 2

Comer en el festival sueco no es tan diferente como hacerlo en cualquier otro. Cuando tienes hambre vas a por tu plato y te lo zampas sentado en la suelo, de pie o ubicado en una cómoda sombra en un banco de madera. Lo que cambia es lo que tardas en obtener tu suculenta elección: nada. Vayas donde vayas siempre encuentras una cola mínima de menos de cuatro o cinco personas. Y las cosas no se agotan. Puedes ir a por una hamburguesa, un rollo de gambas, un perrito caliente bien gordo, un kebab, carne asada, un plato de paella o unas piezas de fish&chips. No había bocatas al uso de panceta pero tampoco había una oferta vegetariana, vegana o libre de gluten específica, cosa que si había en un Hellfest. Las bebidas no estaban especialmente frías. Las cervezas, las pocas que pude degustar, no refrescaban del todo. Pero el agua estaba disponible en los grifos de los lavabos situados al aire libre, helada y reconfortante. Tanto fuera como dentro del recinto había suficientes puestos como para no demorarte pidiendo tu consumición. Palomitas de maíz, golosinas y helados podían completar tu dieta festivalera. El personal de limpieza se encargaba a los largo de las jornadas de vaciar los múltiples bidones de basura de modo que jamás veías éstos llenos hasta rebosar. Las botellas plásticas de cervezas y agua sembraban el terreno pero iban siendo amontonadas por manos invisibles que repetían la misma acción de manera imparable….de hecho lo de botellas por el suelo es lo más frecuente pero…unas curiosas cajitas redondas, algunas bien monas, aparecían igualmente por todas partes: eran las que habían contenido el tabaco de mascar que tanto le gusta los suecos.

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El barril ambulante que portaban algunos chicos o chicas por entre el público era café caliente. Tres deliciosos donuts por 50 KRS y un vaso largo de café amargo fue una de mis meriendas.

Las colas en los WC eran más largas pero tampoco desesperabas. Una pareja con un triste trabajo – aunque espero que bien pagado – esperaba a las afueras y, de cuando en cuando, pasaban un trapo con desinfectante y recogían los papeles caídos al suelo. Siempre había papel higiénico en abundancia, hasta el último pis del último día.

No necesité atención médica pero sabía que a pocos metros de la entrada había un equipo de sanitarios, entre ellos un dentista ¿aún me pregunto para qué? ¿Por si alguien recibía una caricia con un Five Finger Death Punch?

Bueno, la banda con ese nombre actuaría el sábado en el Festival Stage coincidiendo con los australianos The Angels, quienes lo harían en el Sound. El público sueco estaba especialmente expectante con los primeros, una de las bandas americanas más valoradas del festival, sin desmerecer la atracción que suscitaría la despedida de sus compatriotas Mótley Crüe, ese mismo día. Cuando empezaron a subir a los críos al escenario y repetir insistentemente «mother fucker» me fui a ver qué hacían los de Doc Neeson, uno de los rockstars de las antípodas más queridos en su tierra y fallecido hacía un año. Ocupando el micrófono estaba Dave Gleeson (cantante de Screaming Jets) acompañado de los hermanos Brewster. Allí estábamos uno cuantos sin un ápice de arrepentimiento porque hicieron una actuación de pequeño formato memorable, divertida, animada y con canciones hardrockeras que, aunque desconocidas en su mayoría, inmediatamente se hicieron pegadizas (salvo el hit “Am I ever going to see your face again” que fue coreado por toda la audiencia). Además de una invitación a cantar con ellos a un Jon English entusiasta, The Angels accedieron a brindar dos bises tras la insistencia del público. Yo llevaba puesta mi chaqueta negra llena de parches de las bandas con “angel». Un tipo de atrás se percató de mi guiño y aprobó mi gusto en el vestir.

El sábado fue un día muy largo como también lo había sido el viernes: veintiséis bandas concentras desde las 11,30h de la mañana hasta casi las 2,00h de la madrugada, hora en que finalizaban los conciertos. Muchas de ellas actuaban solapadamente, así que había que hacer alguna que otra filigrana para contentarse con media actuación de cada, caso de que ambas de las coincidentes estuvieran en la lista de favoritas.

Una de las formaciones que más ganas tenía de presenciar eran los americanos Molly Hatchet, decanos del rock sureño. Afortunadamente gocé de unas vistas privilegiadas y no me perdí una sola de las canciones. Una brisa fresca aplacaba un sol de mediodía que comenzaba a calentar ya ese lado del mundo. El público era numeroso pero, aún concentrándose en torno al foso, había un fácil acceso al pasillo frontal para poder tirar algunas fotos desde la cercanía. Los únicos apretujones que llegué a experimentar de modo muy incómodo resultaron ser durante la actuación de Mötley Crüe y todo porque me empeñé en estar en primerísima fila, sabiendo que esa iba a ser mi única y última ocasión para verlos en directo. Desde luego no pensaba ir en otoño a Estocolmo para repetir, cosa que anunció en primicia Vince Neil, haciendo con ello que los suecos de mi alrededor casi me redujeran a polvo. Me invadió una sensación de extrañeza porque esperé musicalmente algo más de ellos (un set más variado y amplio, más tiempo de actuación, más entrega) y lo cierto es que fue un concierto más que correcto y visualmente espectacular pero no todo lo intenso que había imaginado. Columnas de fuego y explosiones sincronizadas con los finales de temas dieron vistosidad y calidez (real) a la noche. Esperaba que la voz de Vince Neil se aflojara de un momento a otro, soltara algún alarido chirriante o jadeara en algunos de sus correteos por el escenario, pero no oí nada de eso. Su voz me pareció bajo control aunque tampoco me pareció exultante. Nikki Sixx se cambió de ropa dos veces, toco el bajo, coreó algo y exhibió un solo que incendió artificialmente su instrumento. Mick Mars parecía un anciano enterrador y sólo bastaba mirarle cuando andaba para darse cuenta que el fin de la banda está plenamente justificado. Aún y así, tocó magistralmente y observarle bajo los focos, encorvado y dolorido, acrecentó mi admiración y respeto por su tenacidad y aguante. Y no, no me percaté de que emplearan playback.

Entre ambas actuaciones conseguí pulirme Alestorm (muy animados estos escoceses con su propuesta de metal pirata), Dokken (mientras comía distraída y bostezando), Gloryhammer (con el vocalista de Alestorm, Christopher Bowes, enfundado en un hábito de monje, pasando calor y tocando teclados junto a un rubiales disfrazado con armadura verde que cantaba bien afinado), los suecos Wolf, los grandiosos Opeth (sentada en el césped y «aletragándome» un helado californiano) , algo de los retornados Backyard Babies y algo también de los canadienses Pat Travers Band, la única concesión al blues anglosajón de este festival. Lamenté mucho, eso si, perderme a Lucifer’s Friend pero, o eran ellos o los Mötley y, por esta vez, dejé arrinconadas mis ganas de bandas de proto-metal setentero en pro del final de las superestrellas del glam metal americano.

Me contaron que en anteriores ediciones las bandas que encabezaba el cartel también eran las últimas. Este año, la organización del Sweden Rock Festival decidió ampliar los horarios y sumar tres bandas que adentran al público en la media noche utilizando el recurso de ofrecer tres estilos para ir decantando la masa y dispersarla ordenadamente en tandas: así los blackmetaleros Marduk, los hardrockeros HEAT  (eficaces pero algo más cansados que de costumbre) y los extremos y más mediáticos Messhuggah concentraron, ante sus respectivos escenarios, buena parte de los tercios del público que aún no se habían marchado.

Tres días de festival y una ya acusa cierto cansancio por la mañana. Aún así había que desperezarse, desayunar y volver a coger el coche para llevar al compatriota y al noruego bajo el techo corredizo del Qashqai de alquiler hacia el maltrecho césped del recinto. El sueño nos había vencido a todos un poco y, difícilmente, pudimos llegar pasado el medio día: The Sirens y Portrait fueron mis lamentadas pérdidas. Sin embargo, gocé tremendamente con la atípica propuesta de Exciter, trio canadiense de speed metal en el cual el batería, Dan Beehler, lleva el protagonismo de las voces. Mencionar como dato significativo que fue ésta la única actuación de las que vi durante todo el festival en la que se produjo un incidente a nivel de problemas de sonido, lo que obligó a una espera de varios minutos hasta que consiguió resolverse (mmm…no, hubo otra más: Durante el Dr Feelgood con Mötley Crüe hubo un pequeño desajuste).

Me tomé el día con calma, degustando las actuaciones con la más plena de las consciencias y evitando un trasiego excesivo: Riot V (con un magnífico y atractivísimo cantante, Todd Michael Hall, nos dieron grandes temas de la discografía de Riot, e incluyendo un homenaje a Mark Reale. Ace Frehley, dejando claro que sigue siendo una estrella del universo haciéndose acompañar de una banda súper solvente. Un gran espectáculo basado en temas propios incluyendo un par de su etapa con Kiss. Avatar, cuya puesta en escena y la ambigua sonrisa maquillada del frontman me hicieron pasar un rato muy agradable, sumándose a ello el hecho de que los cambios de voz, la originalidad de los temas (fusión death+goth+ doom) y la energía vital de los músicos nos brindaron un pedazo de espectáculo, con las tintas muy cargadas en los efectos visuales Eso si, te tienen que gustar las “majaraderías” del vaquerizo-Eckreström y no importarte estar rodeado del parvulario del festival.

Extreme, Gojira, Samael, Judas Priest, The Darkness y Behemoth completaron el último y más cálido día del Festival. De todos ellos me quedo con Gojira y con Judas Priest: los franceses porque fueron una bocanada de excelencia instrumental y porque son la banda más original y sin artificios dentro de todas las propuestas extremas de este evento y con Judas Priest, porque es una banda a la que reverencio y porque Haldford es un maestro completo. Cuando empezó a sonar Beyond the Realms of Death cayó la única lágrima que salió de mis ojos durante los largos días que sucumbí al deleite escandinavo. «No llega, no llega pero sigue siendo él»

Tenía que ir a por unos discos y hacerme con mis últimas adquisiciones del merchandising. Muchos puestos si, pero ni punto de comparación con el gran mercado bajo techo que hacía dos años había tenido oportunidad de ver en el Hellfest. Las noches en el Sweden me parecieron algo apagadas, tal vez me faltaban aquellas fogatas que alumbraban el averno de Clisson con sus decorados irreales alzándose entre las fugaces luminarias que reptaban por el suelo. Había más brillo y más jolgorio, más risas y claroscuros para confundirse con el paisaje infernal. Sweden tiene algo de celestial, de calmo. No es un mal contraste y hay que experimentar de todo para tener buenos argumentos que permitan compararlo con otras propuestas europeas. Sin duda, es un evento orientado a públicos rockeros muy exigentes, con gustos refinados y claras tendencias que van desde las propuestas más melódicas hasta las más extremas y que hace concesiones a bandas que otros festivales, típicamente heavy metal, no incluirían en sus carteles. Eso hace que haya un público muy repartido y heterogéneo en cuanto a edades y tendencias.

¿Repetiría otro año un Sweden Rock? Seguro que si. Estas suelen ser elecciones que tienen que ver mucho con la experiencia previa y con la propuesta real de un cartel que llame la atención y donde confluyen varias de tus preferencias personales, tanto a nivel de bandas como de opciones a la hora de viajar. Pero también es verdad que entra en juego, y mucho, el bolsillo. Si ir al Sweden me implicase abstenerme de otras opciones a lo largo del año tal vez lo dejaría estar y me iría a un Graspop, más pequeño y económico. Es cierto que no es un festival al abasto de cualquiera pero un meticuloso plan de ahorro anual puede dar buenos frutos: cien euros al mes y lo tendréis listo para el año que viene, incluyendo los extras!

Este festival es una buena muestra de la eficiente organización sueca donde el público es igual de importante que los artistas. Suecia es un país que acoge y que invita a ser explorado. Me encanta. Pero no voy a ser más papista que el papa y me sigo quedando, a la hora de juzgar el festival, con el Hellfest a muchos niveles. Tanto el entorno como la organización están muy igualados y aspectos como la oferta de restauración y merchandising es mucho más variada y completa en el festival francés. Y los carteles son muy competitivos, solo que Hellfest ofrece mejores opciones para el público metalero mientras que el Sweden lo decanta más hacia el público básicamente rockero.

No puedo opinar sobre el asunto de las zonas de acampadas pero llegué a ver muchísimos espacios boscosos habilitados para ello, inmensas zonas para aparcar (eso si, pagando) y conexiones por carretera excelentes. Yo tuve suerte gracias a la experiencia de años de uno de mis acompañantes en coche que recordaba una zona residencial en la que no existía ese canon por parking, a no muchos metros de distancia de la entrada del recinto.

No se qué crónica escribiré el año que viene, ni para qué lectores. Se que tengo una aventura pendiente en el Wacken pero ¿Será posible algún día pillar la entrada?

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Mayca Cruz