La historia inexplicable de la sala Mephisto: Así explotó el mayor club de heavy metal de España
La historia de la sala Mephisto de Barcelona da para hacer varios libros. Su dueño histórico, Jordi Rodero, nos explica los entresijos del mayor club de heavy metal de España.
La historia de la sala Mephisto
A finales de febrero de 2013 publicamos la noticia. La sala Mephisto de Barcelona cerraba sus puertas tras veinte años dedicada al ocio nocturno. Con ella se cerraba una época y el futuro del local parecía aciago. Unas últimas sesiones con varios dj’s y una fiesta de clausura era todo lo que le quedaba por ofrecer al local de Roc Boronat, 33. Su dueño, Jordi Rodero, estaba cansado de la noche y, a fin de cuentas, el local ya no funcionaba como en su mejor momento. Las sesiones de heavy metal donde había apenas unas pocas decenas de personas habían sido la tónica desde hacía una temporada y el desánimo comenzaba a llenar las paredes del legendario local.
La generación que había salido por Mephisto ya tenía novios, novias, hipotecas, hijos y obligaciones y la sala no había conseguido conectar con el público más joven que iba a la zona de Marina los fines de semana en busca de alcohol, decibelios y un par de anécdotas que explicar el resto de la semana. La mala prensa de la sala también había contribuido a crear un mal clima. Que si el alcohol era caro, que si siempre pinchaban el «Painkiller», que si ya no era heavy porque se hacían fiestas góticas y electrónicas, que si se servía botellón…
Como se suele decir, entre todos la mataron y ella sola se murió. Aunque no murió por completo: un mes después, tras un lavado de cara, se volvió a abrir bajo el nombre de sala Bóveda, capitaneada a medias entre Oscar (dueño de Dixi, un local frecuentado por gente joven en la misma zona) y Edu (dueño del bar Ceferino, un clásico de la zona, con su propia parroquia rockera). Una decisión que renovó el público, renovó el ambiente y logró lo que parecía impensable: que las paredes que albergaron Mephisto volvieran a ver llenos espectaculares con sesiones de rock y heavy metal semana tras semana. En parte, el viejo Mephisto sigue vivo y eso es lo mejor que podría haber pasado.
Pero las cosas no siempre fueron así. Entre finales de los 90 y 2006, Mephisto se convirtió en el templo del heavy metal en Barcelona. Lo fue, de hecho, desde 1993, cuando abrió sus puertas en lo que, por entonces, se llamaba calle Lutxana -posteriormente el nombre cambiaría a Roc Boronat. Pero la verdadera eclosión vino en esa época, a partir de 1999, cuando el power metal y el heavy metal clásico volvieron a la primera linea de popularidad que les fue negada durante buena parte de los ’90.
La chispa adecuada
Con ese movimiento en ciernes, se creó una nueva generación de metalheads ávidos de tener «su» local, «su» gente y «su» música. Mephisto fue el lugar y reinó en la noche para muchos de los que ahora tienen más 30 años. Además de las sesiones de madrugada, era una de las salas más frecuentes para conciertos: por allí ha pasado todo el mundo, desde Udo a Bruce Dickinson, pasando por Michael Monroe, Watain o Candlemass. Cuando en 2000, la revista Rock Hard española entrevistaba a los olvidadísimos guerreros del metal Sacred Steel, su cantante hacía mención a Mephisto como un club que quería visitar, pues pese a vivir en Estados Unidos había oído hablar de él y de su fama. Mago de Oz actuaron allí para presentar «La Leyenda de la Mancha«, con llenos espectaculares. Labyrinth petaron la sala. Nightwish la llenaron hasta lo indecente. Saxon hicieron uno de sus conciertos más accidentados allí. Era EL lugar. Y Jordi Rodero era el capitán general de todo aquello.
Retirado de la noche desde que cerró Mephisto, Rodero se ha dedicado a otros menesteres en este tiempo, algunos musicales y otros hosteleros. El caso es que Mephisto es una época que da por cerrada y que significó una buena parte de su vida adulta.
Quedamos con él en un restaurante de la zona de Sants, en Barcelona. Con un menú y unas cervezas, encendemos la grabadora y ponemos en marcha la maquina del tiempo. Toca rememorar veinte años de noches locas, de grandes conciertos. También de auge y caída, de enfrentamientos y competencia entre locales de la zona. En definitiva, las luces y las sombras de la historia de Mephisto, el local que marcó una era para muchos de los que se denominaban «heavies» en Barcelona.
Los orígenes y el Wawanco
Tú ya tenías el pub Wawanco funciona en la zona de la Sagrera de Barcelona, el cual funcionaba y tenía mucho movimiento. ¿Como comienza Mephisto? ¿Cuando tuviste la idea de abrir un local como ese?
«En aquel momento, Poble Nou estaba comenzando a coger movimiento. Era alrededor de 1992, en la época de las Olimpiadas. La gente ya se movía por los baretos de allí y en la Sagrera, donde estaba el pub Wawanco, estábamos un poco desplazados, confinados. Siempre tuvimos público y ambiente pero había que mover ficha para irse donde estaba el movimiento. También queríamos una sala donde se pudiesen hacer conciertos en directo como está mandado. En el Wawanco hacíamos conciertos pero a nivel muy local, con bandas pequeñitas que estaban empezando. Había que dar un paso más e irnos al meollo también serviría para hacer una sala que pueda albergar conciertos de otra dimensión.»
«La idea del Marquee de Londres era lo que había en mente, que era un local pequeñajo para quien lo haya conocido. Pero allí ha tocado Metallica, Aerosmith o Bon Jovi. Así que, salvando las distancias, Mephisto tenía unas dimensiones muy parecidas».
¿Como empezaste todo el proceso para abrir Mephisto?
«Me puse a buscar locales. Encontré cosas pero no se ajustaban a lo que la normativa exigía para poder acondicionar como sala de fiestas o discoteca. Llegué a la calle Roc Boronat (en aquel entonces era Lutxana) y me encontré dos locales que estaban vacíos. Uno era el que eventualmente se convertiría en Mephisto y el otro era el que terminó siendo Akelarre. Yo tuve la opción de escoger uno u otro porque Akelarre aún no había llegado. Me decidí por el 33 de Roc Boronat por dimensiones, por facilidad a la hora de hacer la salida de emergencia, así como por la altura del techo, que daba mucho más juego. Fue así de sencillo.»
¿Que había en aquel local antes de ser Mephisto?
«A partir de ese momento comenzamos a meternos en historias de arquitectos. Anteriormente aquello había sido una rectificadora. Pero no cualquier rectificadora. Allí rectificaban los ejes de tren de La Maquinista, porque en aquel entonces allí estaban los talleres de Renfe de Poble Nou. En ese local se rectificaban ejes de la rueda de los trenes y motores de barco porque el puerto estaba más cerca que ahora. Hubo que hacer una obra enorme. El techo hubo que reforzarlo todo. Había lucernarios por los que entraba luz natural a la fábrica que hubo que cerrar. Hubo que reforzar el tejado con vigas nuevas. El puente grúa desapareció pero mantuve la estructura. Algunos polipastos antiguos también los conservé como vestigio de lo que fue aquella nave».
¿Recuerdas cuanto dinero tuviste que invertir para convertir aquello en la sala que fue después?
«Costó un pastón. Hubo que abrir una salida de emergencia donde no la había, tirar paredes maestras, apuntalar…hubo una obra considerable. Se me fue un pastón».
¿Por qué justamente abrir Mephisto en aquel momento? La primera mitad de los 90 no se recuerda como la mejor época para el heavy metal.
«Era un momento en que el heavy estaba con buena salud. Estábamos pasando una crisis económica, la del 93, pero se salió de ella y para la gente del metal tener un local de esas características en Barcelona era toda una novedad, un bombazo. Un local así, de esas dimensiones, hasta las 6 de la madrugada, con caña, con música en vivo…funcionó bastante bien».
La gran inauguración y los problemas con el ayuntamiento
¿Cuando se inauguró oficialmente Mephisto?
«Mephisto se inauguró en el 93. El proceso se inició en el 92 y suerte que a finales del 92 presentamos toda la documentación necesaria. En enero del 93 el ayuntamiento dejó de conceder de licencias. De hecho, tuvimos que litigar con el ayuntamiento de Barcelona porque no nos querían admitir la documentación presentada, alegando que no correspondía. La fecha de entrada en el registro del Ayuntamiento era de diciembre del 92 y el decreto que impedía la obtención de nuevas licencias era de 1 enero del 93, así que tenían que aceptarlo a trámite, ocupándome evidentemente de todas las adecuaciones exigibles según la normativa vigente. Hubo que litigar, pero terminó entrando porque era obvio. Ellos lo intentaron, claro.»
«Nosotros presentamos el proyecto técnico y hubo que esperar a que lo aprobasen, lo cual siempre lleva unos meses. Estuvimos unos meses parados sin empezar las obras por si lo tiraban atrás. Era preferible perder unos meses, que los propietarios del local nos dieron de carencia en el pago. Tras cinco meses el expediente salió adelante y empezamos a trabajar en la obra en sí. Inauguramos en noviembre de 1993 finalmente».
¿Como funcionó Mephisto desde un buen principio? ¿Fue exitoso el arranque?
«Desde el principio, Mephisto fue un éxito. El arranque fue exitoso. La petada grande vino después. Abrimos un poco el abanico en un primer momento porque por entonces estaba el Grunge. No solo poníamos Maiden, Metallica y Judas porque en aquel entonces también se podía escuchar Red Hot Chili Peppers, Jane’s Addiction y Nirvana. La gente que andaba por Poble Nou venía allí de cabeza.»
«Un poco más arriba estaba el mítico Garatge y un poco más abajo estaba el Akelarre. Y en el casino de l’Aliança de Poble Nou funcionaba el Petit, que en aquel entonces programaba música gótica. Yo estaba a medio camino entre todos los locales y todo el mundo pasaba por la puerta. Allí teníamos organizado un núcleo de ocio nocturno. Por un lado estaba la zona de Razzmatazz (antes Zeleste), la calle Pamplona, Pere IV y todos los bares que había pero nosotros construimos otro núcleo diferente, musicalmente hablando, de lo que había en Almogavers. El Garatge tenía su rollo más punk, el Akelarre y el Petit tiraba para el gótico (aunque luego el Akelarre comenzó a meter algo de heavy viendo el éxito de Mephisto, lo cual era bueno ya que entraban en su local gratis y luego venían al nuestro pagando y se movilizaba a la gente). Creamos un circuito que funcionó bastante bien».
¿Qué costaba la entrada a Mephisto en aquel momento?
«Por entonces entrar a Mephisto costaba lo que una consumición obligatoria, más o menos. Precios nada disparatados.»
¿Cuanta gente podía pasar por Mephisto en una noche normal de fiesta y sesión heavy?
«Unas 700 personas en una noche. El aforo de aquel entonces, el que solicitamos, era inferior a 500. Podríamos haber tenido un aforo de casi 600 pero entonces te exigen más medidas de seguridad. En aquel entonces, para que no nos pidiesen más historias, lo dejamos en inferior a 500. Pero a lo largo de la noche pasaban 700 o 800 personas. Era lo habitual un sábado».
El ascenso
¿Como metisteis la sala en el circuito de promotores y conciertos? ¿Fue fácil convertirse en un local habitual del circuito de Barcelona? Por allí pasaba absolutamente todo el mundo a tocar.
«Nosotros teníamos una infraestructura sensible de meterse en ese circuito. Para los promotores era una alternativa más. Ya había locales consagrados en el circuito de salas, claro. Queríamos hacer conciertos pero nos veíamos lejos de meternos en aquel circuito ya establecido».
«El primer concierto que hubo en Mephisto fue el de Rata Blanca y lo hicimos nosotros mismos, a principios del 94. Lo contratamos e hicimos nosotros. Con eso nos hicimos un poco visibles. A partir de ahí apareció nuestro querido promotor Robert Mills, que buscaba un hogar para algunos de sus conciertos. El nos trajo cosas que nos situaron en la escena, como Napalm Death, Tyla con Dogs D’Amour y cosas así. Eso ayudó a que se nos fuese conociendo. Entre los contactos y los promotores que van hablando entre ellos fuimos sacando la cabeza. Pero cuesta, como todo. Había promotores con su local de preferencia y no había quien los moviese de ahí y otros que iban moviéndose en función del aforo que podía mover la banda que contrataban y en función a eso te llamaban. Luego venían toda una serie de bandas locales que presentaban sus discos y se hacían sus cosas, porque teníamos una buena localización, con el metro al lado y a diez minutos de Zeleste. Estábamos dentro de lo que era «la zona» y el circuito hubo que lucharlo.»
Allí se pudo ver, por ejemplo, a Bruce Dickinson haciendo un show acústico con sus Skunk Works mientras estaba en una visita promocional a España. ¿Qué recuerdas de aquella noche y como fue el trato con Bruce?
«Los Skunk Works no eran Iron Maiden ni nada parecido. Fue algo curioso. El concierto tuvo algunos incondicionales de Maiden y no se agotaron las entradas ni de lejos. Bruce Dickinson estaba más o menos simpático, no le quedaba otra. Estaba de capa caída. Fue majo. Luego, por la noche, estuvimos tomando copas por el Puerto Olímpico, porque fuimos al museo que tenía Jordi Tardà allí, el que luego se reubicaría en el centro comercial de Las Arenas. Dickinson vino un rato y luego nos fuimos por ahí a tomar Voll-Damms y vinos. Al final terminamos todos borrachos y acostando a Bruce Dickinson en su hotel.»
El esplendor de Mephisto llegó a partir de finales de los 90, cuando llegó la eclosión del power metal y un gran retorno del heavy metal más clásico, además de la reunión de Iron Maiden y demás cosas que coincidieron en el tiempo.
«Fue un cambio generacional. Los locales de la noche están supeditados a los cambios generacionales. Cada cinco años, más o menos, suele haber un cambio generacional. Si tu tienes ahora un público de 18 años, que está en el instituto, cuando tengan 23 años se estarán juntando con gente totalmente distinta, habrán crecido, se habrán integrado en el mundo laboral, se habrán echado una novia…habrán cambiado, en definitiva. Cuando llegaron los finales de los 90 seguía viniendo la vieja guardia, que sigue hoy en día afortunadamente, pero también venía savia nueva atraída por la fiebre del power metal.»
«En aquel momento también conté con la colaboración musical de la gente de Radio Cornellà, donde estaban Paco Jiménez y Jesus Raez, el ‘speedman’. Ellos estaban muy metidos en el power metal por entonces y movían bastante gente. Había que pinchar power metal porque era lo que tiraba en ese momento, además de todos los clásicos de tiempo atrás. Son movimientos musicales que se tienen que incorporar, porque la gente los pide, hay demanda y ya está».
La fiebre del power metal
¿Se te hacía raro pinchar power metal en la sala o esa repentina fiebre por el estilo?
«Yo soy muy abierto de mente, así que nunca me pareció mal el power metal. Al contrario, se me ha criticado por adelantarme un poco a la época. He hecho experimentos de otros estilos con horarios y sesiones en los cuales la sala no estaba abierta al heavy metal y he puesto cosas que luego, con los años, se han puesto de moda. A mi, por ejemplo, se me criticó mucho por poner a Rammstein. La gente te decía que vaya mierda de musica, que es electrónica, que es disco y todo eso. Yo percibía que eso era bueno y que tiene fundamento para poder pincharse, asi que lo pinchaba. Nos pusieron verdes en aquel momento. No me extraña que el power metal tirase. Tenía un sonido fresco y bueno y era lo que se llevaba en ese momento.»
«Yo siempre he estado un poco a la vanguardia. El «Apettite for Destruction» de Guns n’ Roses me lo bajé de Londres en uno de mis viajes. Me recogió un colega en el aeropuerto y me puso una grabación de su concierto en el Marquee y me dice que el disco acaba de salir ahora en el HMV. Era buenísimo. Fui a la tienda, me lo compré y me lo baje a España, donde salió casi dos años despues. En el Wawanco pinchaba el disco constantemente y lo daba a conocer y la gente pedía las canciones todo el rato. Con Skid Row me pasó algo parecido. La gente de Gamerco, ahora Live Nation, me pasó unos cuantos discos de una discográfica. Vi el de Skid Row, vi las pintas y cuando lo escuché aluciné. Un discazo. ¿Qué hice? A pincharlo en el Wawanco!»
De hecho, una de las funciones de los clubs y discotecas era justamente esa: descubrir música. No existía Spotify ni similares en la época.
«En la radio había pocos programas dedicados a esta música, así que la discoteca tenia una función de descubrir música.»
¿Os pagaban las discográficas para que pinchaseis o movieseis a ciertos artistas por encima de otros en Mephisto?
«A nosotros como discoteca no nos pagaban nada. No te imaginas lo que costaba pedirle discos a las discográficas para pincharlos. Con Warner, más adelante, llegamos a hacer alguna presentación de algún disco en la sala. Cosas de Metallica, Marilyn Manson y cosas así. Pero vaya, lo de enviar material promocional era bastante atípico. Tu pinchabas lo que considerabas, porque te gustaba.»
Los dj’s de Mephisto: Capa, Hans, Paco, Jordi…
Vamos a hacer repaso: ¿que dj’s tuviste pinchando en Mephisto?
«He tenido allí un buen plantel de Dj’s. Tuve a Paco Jimenez y Jesus Raez de Radio Cornellà. Luego tuve a Ruben de la tienda Pentagram y a Carlos Capa, quienes pinchaban en la sala Metal Zone cuando salió. Desde aquella sala nos empezaron a boicotear. Yo entiendo que todo el mundo tiene que trabajar, pero no a costa de tirar por el suelo a los demás. Lucha con tu programación musical, con la calidad de tu bebida…pero no con boicot. Hicieron una campaña de descrédito muy grande y tuvimos que acabar denunciándolos, con capturas de pantalla de lo que habían dicho en foros y por internet. Cuando le vieron las orejas al lobo, nunca mejor dicho, se retractaron y se cortaron un poco. Hasta entonces, fue un acoso y derribo hacia Mephisto y hacia mí personalmente.»
Con el tiempo te llevaste a Rubén y a Carlos Capa a Mephisto, lo que fue muy comentado en la noche rockera barcelonesa de la época.
«Conocí a la gente de Sr. Lobo una noche que vinieron a espiar a Mephisto y alguien me lo dijo, que ese era el dueño. Luego iban viniendo algunos coleguitas y dj’s que tenían por ahí para chafardear, con tal de que les dejen pasar gratis y beber gratis. Los palmeros de turno. Yo, en aquel entonces, ya conocía a los DJ’s del Metal Zone desde hace tiempo, que eran Ruben de Revolver (ahora en la tienda Pentagram) y Carlos Capaces. Harto de tanta historia y tanta tontería les dije «¿pero que hacéis pinchando ahí? Venid a Mephisto!». Llegamos a un acuerdo y se vinieron a pinchar a Mephisto, porque ellos también estaban ya hartos de como les trataban y todo eso. Tenían muchos condicionantes sobre lo que tenían que pinchar. Yo les daba mucha más libertad y terminaron viniéndose para allí».
«Como DJ también tuve a Hans y a RayGammaniac. De hecho, en la última noche de Mephisto conseguí reunirlos a todos, incluso a Paco que ahora está viviendo en Menorca. Me gustó mucho porque todos los que habían estado en la cabina de Mephisto se pudieron despedir de la gente.»
«Ha habido buena gente pinchando, de modo que no ha sido únicamente mi criterio el que prevalecía en Mephisto. Yo a veces pinchaba pero ya poco, porque considero que tenía que dejar paso».
Polémicas con otros locales
¿Qué pasó al final con la polémica de Metal Zone? ¿Como se resolvió?
«La gente de Metal Zone bebió de su propia medicina. Si Carlos y Rubén eran los DJ’s que llevaban gente a Metal Zone y se la quitaban a Mephisto, al traérmelos a Mephisto ellos probaron lo mismo que me habían estado haciendo a mi. Les hice la jugada porque se lo merecían. La cosa funcionó bien y a la larga, para ellos también. El Sr. Lobo tiene una mejor ubicación, porque está al lado de la parada de metro de Marina en dirección al mogollón de bares. Todo el mundo pasa por delante. Creo que es un local que funciona por ubicación. La bebida es de dudosa reputación. La gente te decía «un cubata en MetalZone vale X» y yo les decía «claro, porque estás bebiendo marca X».
Yo en Mephisto servía calidad. Si tu eres un cliente fijo lo que no quiero es provocarte una úlcera de estómago, porque dejarás de venir o dejarás de beber alcohol. La calidad tiene un precio y el local, como infraestructura, no era barato de mantener. Esto es como todo: puedes servir marca buena o marca blanca o bajo coste. Te puedo dar bajo coste, pero te estaré dando mala calidad y dirás «esto es colonia».»
Los rumores decían que en Mephisto se servía garrafón a precio de oro. ¿Fue algún vez cierto?
«Para nada. De hecho, tuve una inspección una vez cuando me vinieron unos policías locales de paisano. Se presentaron allí y estaba yo en la puerta. Se identifican y me explican que les habían filtrado que nosotros servíamos garrafón. No venían por una denuncia, sino porque alguien lo había ido diciendo, a saber quién. Les dije que pasasen a la barra, se llevasen las botellas que quisieran, previamente marcadas y firmadas por mi, y se las llevasen a analizar. Es más, les enseñé las guías de compra del local para que viesen lo que compraba y lo que había en la barra. Firmo la botella, marco el nivel y les digo que se la lleven a analizar. Miraron la guía de compra, entraron en la barra, vieron los albaranes…y no se llevaron ninguna botella. Supieron rápidamente que aquello no era garrafón».
¿Como era la relación con la policía en aquella época? ¿Había presión de algún tipo? Los locales de Marina siempre están en el punto de mira, especialmente cuando vienen elecciones en el ayuntamiento de Barcelona.
«Siempre hay pros y contras. Al estar un poco alejados del eje de Almogavers-Pamplona, no teníamos la misma presión policial. Solía pasar la Guardia Urbana o los Mossos y no se paraban. Únicamente los días que había muchísima cola dando la vuelta a la esquina o cuando hemos tenido algún concierto skin o alguna cosa así, que se pasan a vigilar».
El lento declive
¿Por qué se vació Mephisto en tu opinión?
«Yo creo que se juntó un poco todo. La vieja guardia pasó a salir menos, hubo un cambio generacional, había gente que estaba harta de salir al mismo local siempre… Hay veces que das en el clavo y no sabes como lo has hecho. Estás haciendo lo mismo que siempre has hecho y funciona y otras veces no funciona. Creo que la clientela se nos hizo mayor y además, pienso, que ha habido un impasse generacional más largo de la cuenta. Ha habido un vacío que luego se ha vuelto a recuperar y a nosotros nos pilló hay en medio».
¿Crees que el hecho de hacer noches temáticas dedicadas a otros estilos como al techno y el gótico pudo influir en que los heavies dejasen de sentir el local como suyo?
«Puede influir. El público heavy es muy fiel a sus ideas y a sus locales. Nosotros siempre hemos hecho sesiones abiertas a otros públicos, desde los primeros tiempos. ¿Que se pudieron sentir vulnerados por hacer sesiones de otros estilos? No te lo niego. Pero el público heavy no venía un jueves o un domingo. Nosotros los domingos hacíamos sesiones góticas hace muchos años. O cuando hacíamos el Undead, que ahora tiene local propio hace un montón de años. Ellos salieron del Petit del Casino de l’Aliança y yo le di una sesión los viernes.
Estuvimos tres años haciendo todos los viernes el Undead en Mephisto y no había ningún problema. Venían heavies y góticos sin problema. Obviamente, había un público femenino muy atractivo y los heavies venían de cabeza. Es como cuando estaba en Wawanco en la época del glam. Allí comenzó a sonar Poison, Tyketto, Motley Crue, Dare, Bonfire y todo eso y los heavies más machotes se ofendían. Que si vaya mierda el Wawanco, que vaya tela. Pero el local estaba lleno de chicas y los tios duros venían irremediablemente, aunque luego te iban criticando. Es lo que hay».
¿Por qué tiraste la toalla y traspasaste Mephisto?
«37 años en la noche queman un poco. El bajón de público te empieza a desmotivar. Pienso que en todos esos años ya he hecho suficiente por el ambiente nocturno de la ciudad. Uno va creciendo. También te digo una cosa: si en aquel momento la cosa hubiese estado mejor, yo me habría visto con fuerzas para continuar pero consideré que era un punto de inflexión y dije ‘hasta aquí’.
«Yo empecé en el Neuras en el año 79 y a partir de ahí fui trabajando. Moví la escena, junto a otros locales y he hecho lo que he podido por el hard rock y el heavy metal. Finalmente llegué a un punto en el que dije ‘toca un cambio radical’. No sabía por donde iba a tirar, porque no tenía ni idea, pero necesitaba un cambio. Me propuse traspasar el local y estuve aproximadamente ocho o nueve meses en ello. Pasó mucha gente a ver el local, de muchos estilos distintos, pero creo que la mejor opción era la que se quedó el local finalmente.
Era gente de Poble Nou, que conocía la zona y podía trabajar muy bien (en referencia a Oscar Martinez, dueño del Dixi, y Edu García, dueño del Ceferino de Pamplona 88, actuales socios de Bóveda en el local que una vez fue Mephisto). Creo que eran los más indicados para mantener la llama que yo había encendido en su momento. Ellos iban a seguir con la estela del rock y el heavy y eso me hizo decidirme. Económicamente creí que les podía salir bien, porque podían unificar el público de sus otros locales. Así ha sido. Ahí están, con el testigo de lo que yo dejé y con un estilo de música que va en una onda similar».
Antes de olvidarme: otro punto polémico era el alquiler de 500€ que cobrabas a las bandas que se montaban conciertos allí (y a cualquier promotor, de hecho). Como propietario de sala que has sido ¿puedes explicarle a las bandas para qué sirven esos 500€?
«Esos 500 euros no se iban al bolsillo como beneficio. Abrir la puerta para ese concierto tenía unos costes: el técnico de sonido, el de luces, la seguridad, los camareros, los consumos de electricidad y demás, la reposición de material (micrófonos, altavoces, etc)… Aquellos 500€ implicaban asegurar los gastos que conllevaba abrir la sala. Tienes que asegurarte el gasto porque hay bandas que traen un montón de gente y bandas que traen a cuatro. Y te diré una cosa: no el hecho de ver la sala llena quiere decir que haya sido una buena noche porque quizá la barra no ha funcionado en absoluto. Hay públicos que, con la mitad de la sala llena, te hacía una barra tremenda.»
«Hay cosas que a la gente le cuesta entender. 500€ entre los 5 componentes de un grupo no es una cantidad elevada para alquilar una sala y presentar un disco o tocar con tus colegas.»
El anecdotario
De todas esas bandas locales o nacionales que pasaron por Mephisto ¿alguna te llamó especialmente la atención?
«He visto a muchas bandas buenas que se han quedado ahí, que no han pasado de ahí y otras que han crecido espectacularmente. Ahora me vienen a la cabeza Obsidian Kingdom, porque siempre se me quedó su nombre. Y mira a Mago de Oz, que empezaron con 125 personas en Mephisto cuando los trajo Paco de Radio Cornellà. Luego metieron a casi 500 en la siguiente ocasión. Y la siguiente ya fue una petada tremenda.»
Volviendo al tema de los aforos, en Mephisto se han visto cosas que ahora serían impensables con las modificaciones legislativas que ha habido en tiempos recientes. Recuerdo un concierto de Labyrinth en el que no cabía un alfiler.
«O el de Nightwish en el 2000. Eso pasó porque en aquel momento cerraron Zeleste inesperadamente, antes de pasar a ser Razzmatazz. Ese concierto estaba ya programado para Zeleste 2 y se cambió de sala. Se paró la venta de entradas y se intentó acomodar allí el concierto con lo que ya había vendido anticipadamente».
También el de Saxon en el 2000 fue muy polémico, tanto por el número de asistentes como por los problemas de sonido que hubo. ¿Que pasó aquella noche?
«El de Saxon estuvo petado y la gente comenzó a quejarse del sonido y de Mephisto y a cantar ‘fuera Mephisto’. El problema que hubo fue del técnico de sonido. Biff Byford, unos meses después, explicó en una entrevista lo que pasó aquel día. El problema fue de su técnico, al cual llamaron esa noche y le explicaron que se había muerto su madre. El tio se quedó hecho polvo y aquello dejó de sonar como debía sonar. El tio estaba fuera de si. El bolo no se podía suspender porque estábamos a medio bolo cuando le llegó la noticia y él no daba pie con bola. Cosas como estas han pasado miles».
¿Qué anécdotas te vienen a la mente de tus años en Mephisto?
«Ha habido muchas anécdotas. Le tuve que echar la bronca a la cantante de Nashville Pussy. Son super fans de AC/DC y yo en el camerino tenía un poster gigante sacada de la caja «Bonfire» de AC/DC. Tenía el poster allí y la tía quería el poster, porque es muy fan de Bon Scott. Me dice que le tengo que regalar el poster y le digo que no, que es mío y que no puedo.
Pasa el concierto, están recogiendo y saliendo de la sala y la pillo bajando por la escalera del camerino con el poster, in fraganti. Pasa un minuto más y no me entero. Le digo «oye, que pasa?» Y me dice «I love Bon Scott» y yo «si, si, yo también soy fan, pero el poster es mío». Al final llegamos a un acuerdo de cambiar el póster por una botella de Jack Daniels. Se lo pensó y me dijo ‘vale, acepto la botella de Jack Daniels…pero sigo queriendo el poster de Bon Scott’ (risas).
«Hubo algún músico de mal rollo. Alguno me ha roto algún monitor. Una vez vinieron a tocar Treshold, un grupo progresivo. Uno de sus guitarras se flipó, cogió un monitor, lo levantó y lo tiró al público. Podría haber matado a alguien. Obviamente la gente se apartó y el monitor fue al suelo y se rompió en pedazos. Llamé a un conocido que trabajaba reparando altavoces. Me lo valoró rápidamente y le dije al manager ‘mira tio, mira lo que vale lo que acaba de romper el guitarra, o lo pagáis o llamo a la policía’. Vino, pagó y me dijo que no llamase a la policía. Al guitarra, después de ese concierto, lo echaron de la gira».
«El cantante de Turbonegro es bastante paranoico. Acabó un concierto en Mephisto y suspendieron toda la gira europea que les quedaba. He pillado gente rompiendo sofás y mesas. He visto de todo».
También tuvisteis allí a Michael Monroe junto a Adam Bomb, dos piezas. ¿Qué tal fue esa noche?
«Michael Monroe fue muy majo. Muy buen tio. En el escenario se le va la olla. Se subió arriba de todo del Mephisto, trepando por los hierros y yo pensando ‘este hombre se me va a matar’.
En aquella época, antes de la tragedia de Great White en el 2003, se podía ver a bandas usando pirotecnia en salas como Mephisto. Recuerdo que Metalium escupieron fuego en medio de la sala cuando en actuaron allí en el 2001, en pleno auge de su popularidad.
«Con la pirotecnia tuve problemas con un grupo de black metal, creo que fueron Watain. El tio quería montar unas cruces con fuego y unas historias. Habiéndole dicho meses antes que no, que no era posible, el tio iba rogándome que le dejase hacer fuego en la sala. El tio era para verlo: maquillado y dando la imagen de tio duro…pero lloriqueando para poder hacer algo de fuego dentro de la sala».
«El día de Metalium, el golpe de calor lo recibió el detector de incendios, que conecta con la central y me llamaron inmediatamente por la alerta que les había llegado. Les dije que nada, que había un tio en el escenario echando fuego por la boca y que no pasaba nada, que tranquilos.»
¿Volverá Mephisto? ¿Ves viable hacer un remember de la fiesta en algún momento?
«Me gustaría hacer algún remember algún día. De hecho, me lo han propuesto pero no se, no me he puesto a ello, la verdad. Sería ponerse a ello. Actualmente no lo tengo en mis planes. Estoy bien, haciendo otras cosas. Sigo dentro del mundillo del rock, pero desde otra perspectiva».
Por Mephisto venían músicos y grupos conocidos en ocasiones a pegarse la fiesta. ¿Qué historias recuerdas en ese sentido?
«Solía venir alguna vez Fortu de Obús. Los Skid Row tocaron en Razzmatazz en su momento de máximo apogeo y luego se vinieron a Mephisto con el difunto Jordi Tardà. Entraron allí, que era un viernes, y los tios se pusieron a jugar al billar. Tardà les dijo ‘venga, que nos vamos’ y la banda les hizo caso. Paran un taxi, meten al Tardà dentro, hacen como que se van a subir pero cierran las puertas y le dicen al chófer ‘lléveselo a tal hotel’ (risas). Ellos se quedaron en el Mephisto emborrachándose.»
«Otra muy buena fue la de Rammstein. Fue cuando hubo la gran nevada del 2001. Cuando acabaron el concierto, por medio de Luismi del Undead que era muy amigo de Till Lindemann, se vinieron. Se presentaron en Mephisto a su rollo y se subieron a la cabina. Tenía a Till diciéndome ‘pincha esto, pincha aquello’ y me decía ‘no me pinches nada de Rammstein, pínchame Héroes del Silencio’. Till me cantaba a capella ‘Entre dos Tierrrrrras’ (risas). En un momento determinado me dijo que si tenía algún sitio un poco apartado e íntimo, porque quería liarse con una chica. Era la chica de otro miembro del séquito con el que venía. Lo dejé en el camerino con una botella de tequila y su ligue mientras el novio la buscaba desesperado por todo el local (risas)».
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