Rockambolescos: Jim Gordon (Derek And The Dominos)
Jim Gordon fue el batería y uno de los fundadores de los míticos Derek & The Dominos y participó en otros tantos proyectos hasta aproximadamente los años 80, década en la que la enfermedad mental sin diagnosticar que padecía en silencio y sin tratar lo llevó al precipio.
Seguramente hayas oído hablar de Derek And The Dominos aunque solamente fuese por el papel del gran «Slowhand» Eric Clapton. El grupo creado entre Inglaterra y Estados Unidos en 1970 se disolvió en 1971 debido a la fortísima adicción de Clapton a la heroína, pero dejó como legado un único disco (‘Layla And Other Assorted Love Songs’) dentro del cual se encontraba ese hit llamado “Layla”, escrito por Clapton y el batería Jim Gordon y premiado con un Grammy en 1993.
James Beck Gordon, conocido popularmente como Jim Gordon, tocó y colaboró con innumerables artistas de renombre como Joan Baez, B.B. King, John Lennon, Tom Waits, Beach Boys, Elvis Presley, Frank Zappa o Tom Petty y fue un músico altamente respetado con una carrera que prometía brillar todavía más de lo que lo hizo pero que terminó inesperadamente debido a un asesinato incitado por una enfermedad sin tratar.
El 3 de junio de 1983, Gordon guardó un martillo y un cuchillo en un maletín y condujo su Datsun 200SX blanco hasta la casa de su madre, la exenfermera Osa Marie Gordon, que por aquel entonces tenía 72 años. Tras llamar a la puerta, el corpulento músico de casi 2 metros de altura la golpeó repetidas veces con el martillo y, cuando ya estaba en el suelo, le clavó un cuchillo en el pecho.
El horrible incidente fue doblemente triste al conocerse que fue fruto de un brote psicótico derivado de una esquizofrenia diagnosticada demasiado tarde, cuando Jim ya se encontraba bajo arresto. Se estima que hasta 5 psiquiatras le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide aguda que podría haber servido incluso para su defensa pero que él mismo negó: «no me noto tan loco, me llevo bien con la gente y soy bastante normal».
Tras todo lo ocurrido, la carrera del batería de 39 años terminó rotundamente, y con ello los sueños y futuro de un joven que había empezado a tocar la batería gracias a sus padres, de los que curiosamente no ha renegado y ha tratado con respeto y simpatía a pesar de decir que se sintió excluido durante su infancia por ser el hermano más pequeño. Jim comentó que en esa etapa se sentía seguro escuchando las voces de su cabeza y que éstas le daban consuelo ante la situación. Quizás esta pueda ser la primera evidencia de que sufrió durante décadas de problemas mentales.
El mismo chaval que de adolescente dio una gira europea con la Sinfónica de Burbank falsificando su carnet para dar el pego como mayor de edad y que tocó en bares, clubes y bodas con su grupo Frankie Knight Ant The Jesters fue alejándose de aquellas voces gracias a un hobby que se convirtió en un oficio y liberación: la música.
En su trayectoria temprana Jim no fue una persona que recurriese a las drogas -salvo la marihuana de forma ocasional-, pero pronto llegarían la cocaína y heroína y, posteriormente, el alcohol en cantidades ingentes. A las adicciones se sumaron nuevamente las inseguridades de su infancia que parecía haber superado pero que se volvieron recurrentes hasta el punto de sentirse paranoico y tener miedos irracionales que muchas veces paliaba con aislamiento.
Con todos sus problemas juntos y en plena ebullición, rompió su matrimonio de 6 meses con su esposa, la cantante Renée Armand, a la cual llegó a maltratar ocasionalmente. Después de Renée llegó Stacey Bailey, que sufrió también un episodio violento por parte de Jim cuando intentó asfixiarla mientras dormía.
Poco a poco llegaron más contratiempos: un intento de suicidio con sedantes, giras fallidas con Bob Dylan o Paul Anka que canceló el mismo porque, en sus propias palabras, no podía dejar de escuchar la voz de su madre incitándole a parar y obedecer, y una vuelta al alcohol. Su carrera como batería profesional ya estaba en duda alrededor del año 1980 y se podía entrever que su salud mental era mala debido a que su única evasión era ver la TV, dormir, tocar el piano o la batería en contadas ocasiones y beber alcohol.
En junio de 1980 Jim fue ingresado y advertido por los médicos de que su hígado estaba en peligro por el abuso de alcohol y por haber ganado peso. En 1982 se repetiría su paso por el hospital, al que llegó diciéndole a los médicos que se estaba «muriendo de odio» y que «su mundo» se estaba desmoronando. Los sanitarios pasaron claramente por alto su salud mental, cosa desgraciadamente común en esos tiempos, y con ello se agotaron las opciones de Jim para encontrar un tratamiento eficaz.
En la primavera de 1983 la madre de Jim, Osa, contactó con él al llevar unos dos años sin saber nada de su hijo e intento ayudarlo. El intento desesperado de su figura materna por ayudarlo llegaba tarde, con Jim ya totalmente consumido por la esquizofrenia y las voces de su cabeza que, según él, se asentaron como si fuesen las de su propia madre. «Me estás molestando otra vez», le dijo tras decirle la iba a matar.
El asesinato de Osa Marie Gordon días después del intento de ayudar a su hijo podría decirse que se veía venir, pero quién sabe si los medios y conocimiento sobre enfermedades mentales en aquella época eran suficientes para que Jim Gordon pudiese ser salvado y para que Osa no hubiese sido asesinada. Jim confirmó que su intención no era matarla, que no tenía interés en absoluto de hacerlo, pero su trastorno mental llegó a un punto tan extremo que los delirios y la paranoia acabaron anteponiéndose al sentido común después de tanto sufrimiento.
Entre 1984 y 2005 poco se supo de Jim además de que todavía se encontraba en la cárcel -donde se intentó suicidar cortándose las muñecas-, pero al poco tiempo se conoció que había sufrido otra gran recaída que lo llevó a afirmar y creer que su madre seguía viva. Después de este suceso, se le denegó la libertad condicional varias veces por ser considerado como un peligro real en los momentos en los que no tomaba su medicación.
El final de Osa Marie fue terrible e injustificable, pero esta historia también lleva a pensar que Jim fue también víctima de la incompetencia por parte de los especialistas sanitarios que lo único que vieron como salida a su estado fueron los internamientos en diversas clínicas. Quizás haber sido tratado a tiempo por psicólogos y psiquiatras hubiese cambiado el fatal desenlace, pero a toro pasado quién sabe.
Este caso pone de nuevo en evidencia lo importantísimo que es detectar y tratar cualquier tipo de enfermedad, en este caso de naturaleza mental, sin tabúes ni prejuicios e intentando explicar al propio enfermo y a la familia y amigos lo que está pasando sin tratarlo como un bicho raro o un caso imposible. La salud es primordial a cualquier nivel, sin excepción, y normalizar la esquizofrenia, bipolaridad, depresión, ansiedad o cualquier tipo de trastornos hasta que sean aceptadas como lo es una diabetes o una infección es algo por lo que se debe luchar por el bien de todos y de todas.
Desde 2018, el exbaterista continúa cumpliendo su condena en una prisión de California especializada en cuidados a personas con trastornos psiquiátricos que probablemente no abandone nunca.
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