El Resurrection Fest “sin Resu”
Miércoles, 1 de julio de 2020, 07:00h de la mañana. Suena el despertador y empieza el 15º aniversario del Resurrection Fest. Las maletas están en el coche desde anoche, las cámaras guardadas y listas, baterías completas, las tarjetas limpias, objetivos listos y en mi GPS la ruta anual que marca el inicio de los mejores cinco días del año, Madrid-Viveiro. Arranco el coche, conecto mi móvil y suena “Unsainted” de Slipknot… ¡Ojalá!
Me despierto; son las siete de la mañana y no dejo que suene el despertador. Me ducho tranquilamente, reviso que el equipaje y la cámara están bien, no falta nada: portátil, trípode… todo perfecto. Desperezo a mi pareja con un susurro: “venga cariño, nos vamos…”. Bajamos al coche, arranco, conecto el móvil y ponemos algo tranquilo de Disturbed para empezar con calma… Viveiro nos espera.
Después de unas horas al volante paramos en una estación de servicio inusualmente vacía. Falta algo. No hay camisetas negras, pantalones militares ni orejas dilatadas. “Qué pena”, comento con mi chica. Tomamos un bocata rápido y volvemos a la carretera, donde evocamos recuerdos de la última edición en la que subimos juntos al Resurrection Fest -en la cual pudimos disfrutar de Rammstein, Dropkick Murphys o Sabaton entre muchos otros-. Salva Valverde nos regaló un retrato estupendo, pude presentarle a todos los compañeros con los que disfrutaba cada año de estos días locos… en definitiva, por fin entendió por qué este señor de 33 años llevaba los 6 últimos asistiendo a la que he podido llamar “mi casa”.
Entramos a Galicia y el verde se apodera de nuestras retinas. Pasamos Villalba y de repente se borra el paisaje: la niebla que significa que ya estamos llegando reduce la visibilidad; tan solo nuestros faros reflejados en las líneas del suelo y los dos pilotos rojos del coche de delante estropean el gris puro (de forma tan súbita como vino). Se va y ahí está, a lo lejos se ve la ría de Viveiro. “Hemos llegado”, le comento a mi pareja, mientras suena “Prey” de Parkway Drive.
Avanzamos por las mismas calles de siempre, las mismas rotondas, la comisaría del CNP… todo está como siempre, pero más vacío. Enfilamos el puente de la ría hacia la Playa de Covas, donde en situaciones normales se hallaría el Camping A. Nos encontramos un parque tomado por familias que pasan la tarde tranquilamente. Es muy raro. Al tiempo que eso sucede, en mi cabeza ronda la idea de la premura: tengo que acreditarme, ir a la Warm Up… es una especie de síndrome del miembro perdido, y no es una sensación especialmente agradable, pero ahí está.
Hacemos check in en el hotel y nos vamos a dar un paseo para encontrar algo donde comer. Como no podía ser de otra forma, Galipizza es la opción elegida. Ya que este año no habrá jamón asado, que no me quiten mis pizzas. Después de comer le comento a mi pareja que me gustaría ver el Resu, así que cogemos el coche (este año no hay lanzaderas) y vamos hacia el campo de fútbol de Celeiro… chavales juegan al baloncesto en las canchas (que serían el bar del Resucamp), una pareja pasea a su perro por el Circle Meal… es muy curioso ver la zona tan vacía, aunque por otra parte es su estado natural. Al final del parking del polideportivo una escultura metálica reza “RESU”, un testigo mudo que espera imperturbable la llegada de los miles de visitantes que este año nunca llegarán.
Miramos las farolas y comento con mi chica las pegatinas de gente con la que comparto año tras año esta pequeña aventura. Buscamos las de Dani Cruz, un gran amigo y compañero que siempre deja su marca allá donde va y que hace un año fue el hombre de moda con la que se convirtió en la foto del festival, pero la lluvia y el sol han dado cuenta de ellas, así que sólo vemos los restos sin tinta.
Por momentos, un importante bajón se va apoderando de mí. El miembro perdido desaparece y tengo total constancia de que este año no va a haber Resu. Sin embargo, no todo está perdido y aprovecho la ocasión para inmortalizar el lugar sin el festival que durante tantos años me ha hecho feliz y que en 2021 volveré a visitar.
De nuevo en el coche, enfilamos camino hacia el Mirador de San Roque, lugar en el que debería estar el Camping B. Visitamos la zona y comentamos lo idílico que resulta el sitio para acampar así como las vistas espectaculares que ofrece del pueblo lucense. Vemos atardecer desde ahí y señalo hacia el recinto y le digo: “ahora tendrían que estar tocando Hamlet” y con esto recogimos nuestras cosas camino hacia la zona más céntrica de Viveiro para cenar, dar un paseo y disfrutar de otra forma este enclave en la costa gallega.
Así acabó la primera jornada de un Resu que al final no fue, o dicho de otra forma, la primera jornada de la semana que aprovechamos para conocer mejor la zona que tantas alegrías me lleva dando durante los últimos 6 años. De un modo menos musical de lo que me hubiera gustado, con menos compañía de la esperada, pero igualmente satisfactoria y mágica como solo Galicia sabe hacerlo. Ribadeo, Loiba, Ortigueira e incluso A Coruña han sido algunos de los lugares que hemos tenido la oportunidad de visitar. Ya tendremos tiempo de dejarnos el cuello en 2021 y tostarnos frente al Main Stage mientras unos tragos de Estrella Galicia o Monster luchan contra nuestra deshidratación.
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