Tras la marcha de Roger Waters en 1987 - al menos oficialmente, mucho tiempo antes ya no era una parte especialmente activa de la banda - los restantes miembros de Pink Floyd (nominalmente David Gilmour y Nick Mason, pues Rick Wright estaba en condición asalariado) tenían la difícil misión de remontar una banda que se encontraba en sus horas más bajas creativa, personal y popularmente.

Tras la marcha de Roger Waters en 1987 – al menos oficialmente, mucho tiempo antes ya no era una parte especialmente activa de la banda – los restantes miembros de Pink Floyd (nominalmente David Gilmour y Nick Mason, pues Rick Wright estaba en condición asalariado) tenían la difícil misión de remontar una banda que se encontraba en sus horas más bajas creativa, personal y popularmente. Tras editar «A Momentary Lapse of Reason» en 1987 y hacer una enorme gira planetaria de dos años de duración, Pink Floyd pasaron a convertirse en los líderes de la clase nuevamente. Tan solo los Rolling Stones pudieron competir con ellos en aquel momento, gracias a la gira «Steel Wheels» de 1989/1990. Pero cuando llegó el momento de editar su nuevo disco en 1994, el infravalorado «The Division Bell», había que superarse a si mismos y a todas las bandas que habían cogido el concepto escénico de Pink Floyd y lo habían llevado más alla en las dos décadas previas. Así pues al grito de «el presupuesto es ilimitado» por parte de su manager Steve O’Rourke, la banda preparó el tour y escenario más espectaculares de toda su historia con la excepción de «The Wall» por motivos obvios.

La gira de «The Division Bell» arrancó el 30 de marzo de 1994 y acabó el 29 de octubre. Por en medio se sucedieron 112 conciertos en todos los rincones de Europa y Norteamérica, con una breve incursión en México y un setlist espectacular que en la segunda mitad de la gira incluía de manera aleatoria el disco «The Dark Side of the Moon» interpretado al completo en la segunda parte del concierto, junto con un espectacular bis a base de «Wish You Were Here», «Comfortably Numb» y la explosiva «Run Like Hell». 

Para la gira, Pink Floyd contaron con un espectacular stage diseñado por Mark Brickman y construido por Mark Fisher, el cual constaba en total de 700 toneladas de metal que se repartían en 35 camiones. Tres escenarios iguales fueron construidos, de manera que mientras uno estaba siendo usado en un show, los otros dos estaban viajando al siguiente destino de la gira o siendo construidos a lo largo de varios días en el siguiente recinto. El escenario tardaba tres días y medio en ser construido y otros dos en ser desmontado, lo que da una idea de la dimensión. 

La idea del escenario parte del show que Pink Floyd dieron en el Hollywood Bowl en 1973 y cuya foto colgaba en el despacho de su manager como muestra de lo «bonito que podía lucir un escenario», en palabras del baterista Nick Mason. Pero un show bonito no estaba exento de una inversión inicial de cuatro millones de dólares y otros veinticinco millones de dólares en costes para poner en marcha la aventura, entre ensayos, alquiler de hangares aeroportuarios y demás minucias. No supuso un problema para la banda: la gira facturó la nada despreciable cifra de 250 millones de dólares. Más o menos lo que cualquiera de nosotros lleva en el bolsillo ahora mismo. 

A lo largo del show, además del display de lasers habituales, la banda usaba todo tipo de efectos especiales. La gigantesca bola de espejos que aparecía durante el solo de «Comfortably Numb», el display pirotécnico espectacular de «Run Like Hell» con la pantalla circular explotando al final del show, los gigantescos cerdos hinchables que aparecían en lo alto de las torres laterales en «One of these Days», la replica de un Spitfire que se estrellaba contra el escenario en «On The Run» y además proyecciones, un gigantesco semicírculo de luces que abastaba todo el escenario y todo lo que uno pueda llegar a imaginar. Posiblemente la gira más espectacular de todos los tiempos.