Durante mucho tiempo una servidora era una de las personas
más ingenua que os podáis imaginar, ahora, con los años
las cosas cambian y poco a poco esa ingenuidad ha ido disminuyendo…
Pues bien, ¿por qué os explico esto? simplemente porque
en mi temprana juventud (os hablo de 18 primaveras) yo era una fanatiquísima
entre otros de MANOWAR, vamos, realmente me creía que eran los
reyes del metal, para mi no había otro grupo mejor para representar
ese sentimiento, gracias a Thor ahora he encontrado nuevos senderos para
llegar al Valhala sin tener a Manowar como una gran referencia, pero esta
ya es otra historia.

 

Corría el año 97 y por abril un día lluvioso haciendo
honor al refrán dedicado a tan lluvioso mes, los Kings of Steele
tocaban en Zeleste (una conocida sala de Barcelona), por causas monetarias
no pude comprar la entrada anticipada, conseguí moneda a moneda
el dinero justo el día del concierto, pero aún así
no puede ver tal evento pues en taquillas colgaron el cartelito de “tickets
sold out”, lo pongo en inglés por que esa frase la repetí
92745638756 veces aquella noche. La tristeza y el cabreo invadieron mi
ser así que intenté calmarme a base de latas de cerveza
que me suministraban los PUNKIES-MOVIBAR que me hacían compañía,
y allí la señorita Emma, sola, triste y desamparada estuvo
escuchando el directo entre birra y birra.

 

El concierto acabó y la cerveza había hecho efecto en
mi persona, antes que saliera el público(pues esperaban bises que
no hicieron) salieron los cuatro caballeros por la conocida puertecilla
de la sala, aquel fue el momento álgido de la noche cuando exploté
en un mar de lágrimas y me lancé al cuello de Eric Adams
(es el más bajito) diciéndoles que eran los reyes, que ellos
tenían el poder, que gracias por su música, bla, bla, bla…,
entonces sin hacerme mucho caso entraron en una furgoneta que les llevaba
al hotel. En estas que yo había quedado

después del concierto con mi amiga Raquel para irnos
de fiesta, me reuní con ella y un chico con unas pintas de guiri
impresionantes me dijo que me esperara que la banda me quería conocer,
mi cara era digna de ver, entre flipando y no acabándomelo de creer,
total que este hombre en cuestión era un roadie llamado Dave que
fue el maestro de ceremonias de la noche.
Entramos a Zeleste y nos enseñó el escenario, después
fuimos al backstage donde estaba toda la crue de juerga y nos sirvieron
cerveza San Miguel (la birra oficial de la banda). Pues allí, las
dos piltrafillas sentadas en un sofá, hablando en chiquistaní
(por aquellos tiempos estaba muy de moda), y riéndonos de toda aquella
masa de personajes unos más raros que otros, otros asquerosos mirándonos
con cara de salidos, empezamos a pasárnoslo muy bien, lástima
no haber llevado cámara. La noche pasaba y la birra no se terminaba,
Raquel y yo habíamos cazado a dos roadies, el nombrado
Dave y Eric, un holandés conductor del autocar, que para que engañarnos,
estaban requetebuenos y nos fuimos al autocar. Realmente estos autocares
son todo un lujo, tienen de todo, mesas, camas, sofás, tele, eso
sí, todo comprimido, tipo submarino, pero lo que más me llamó
la atención (palabra que no ha dejado de salir en este relato) fue
la nevera llena de cerveza. Allí Dave, el roadie que me había
pedido para mi, nos contó sus venturas y desventuras por las carreteras
de los países por los que pasaban, pero me decía una y otra
vez que estaba muy triste porque echaba de menos

a su gente y porque su novia le había dejado por
teléfono, la verdad es que lo de la novia no me lo creí
mucho, pues para qué engañarnos, se lo estaba pasando muy
bien conmigo el tío, entonces le pregunté que porqué
no volvía a California (su tierra) y me contestó que por
dinero, que en cada gira ganaba un pastón, fue una respuesta convincente,
desde aquel día espero que me llegue alguna oferta para ser roadie,
conocer mundo y ganar mucha pasta, ¿está bien verdad?.
Mientras hablábamos, lo que se podía pues no es que mi inglés
fuera muy bueno aunque con cerveza en el cuerpo, no sé el por qué,
pero me entiendo mucho mejor yo estaba apoyada en un casco de moto, y
cual fue mi sorpresa cuando me dijo Dave que el dueño era el señor
del ojo de cristal Joey DeMaio, por supuesto supongo que entenderéis
como una cría reaccionaría en ese momento, casi me da un
espasmo, pero después fue peor cuando nos llevo donde estaban las
cuatro harleys de los guerreros del metal, que suerte tienen algunos,
incluso me dejó subirme en una de ellas para más INRI, fue
apoteósico.

La fiesta continuó en el autobús jaleo, alboroto, unos
para aquí otros para allá, en fin, una fiesta muy a la americana
pero con cerveza nacional y llegó la hora esperada, cuando los
hombres del taparrabos llegaron al autobús, pero mis queridos amigos,
esto os lo contaré en la próxima entrega de historias del
bus.

Un besote a todos.