A pesar de ser criticado por su uso de teclados, el séptimo trabajo de la banda británica es considerado una de sus mejores joyas sonoras. Publicado el 11 de abril de 1988, este álbum fue una demostración de fuerza de un monstruo en el panorama heavy metal llamado Iron Maiden.

El monstruo en que se había convertido Iron Maiden en 1988 era muy distinto al monstruito incipiente de 1982. Tras una retahíla de discos imbatibles como ‘Piece of Mind’, ‘Powerslave’, el directo ‘Live After Death” y el futurista ‘Somewhere in Time’, Iron Maiden estaban quemados, desgastados pero increíblemente determinados a darle un giro a su sonido y discografía.

No en vano, ‘Seventh Son Of A Seventh Son’ sería el primer disco de la banda en contener teclados -lo que provocó un airado debate en la época sobre si eso estaba permitido o no por el reglamento del verdadero heavy metal- y también sería el último trabajo con Adrian Smith como guitarrista y compositor. Pero también fue el segundo disco de la banda en debutar en el número uno de las listas británicas, demostrando que la fe y el hambre que existía por Iron Maiden era espectacular.

Iron Maiden - Seventh Son Of A Seventh Son (1988)

Tras ver rechazadas muchas de sus ideas en ‘Somewhere in Time’, ‘Seventh Son Of A Seventh Son’ supuso un refuerzo en la colaboración compositiva entre el bajista Steve Harris y el vocalista Bruce Dickinson. Tanto que para muchos es el mejor disco de la banda o, cuanto menos, su cenit en cuanto a la musicalidad y la versatilidad. La banda compuso un disco vagamente relacionado con la idea del séptimo hijo del séptimo hijo y sus supuestos poderes paranormales, algo que Harris ideó tras leer el libro de Orson Scott Card “Seventh Son”, aunque el concepto final tenía más que ver con el bien y el mal que otra cosa.

Canciones de desarrollo lento como “Seventh Son Of A Seventh Son” y ecos progresivos se hacían un sitio en la discografía de la banda mientras que otras como “Moonchild” o Can I Play With Madness?” buscaban contentar a los fans más arquetípicos de la banda. “The Evil That Men Do” se convirtió en uno de los temas infaltables en los directos de la banda, testamento a la importancia del disco en la discografía de la banda.

El disco quedaba redondeado por la espectacular portada obra de Derek Riggs, quien decidió hacer uno de los diseños más grotescos y cuidados hasta el momento. De aquella portada la banda ideó un set escénico espectacular que pasearon por todo el mundo a lo largo de siete meses en los que actuaron para más de dos millones de personas. Todo un hito para una banda que, en ese punto, había tocado tope y estaba dispuesta a volver a sus raíces más crudas con un disco que no logró ni de lejos seguir la estela de este imprescindible “Seventh Son Of A Seventh Son”. Pero eso sería en 1990 y, para entonces, todo había cambiado en el mundo del heavy metal…

Sergi Ramos