Cuando llevas a mamá a conocer a Bruce Dickinson
En memoria de Ana María Ladevesa Blázquez (1966-2020)
Por esos giros argumentales de la vida, una mañana de mayo de 2019 llegaba a mi bandeja de entrada un correo de una promotora de eventos extranjera que quería organizar tres eventos con Bruce Dickinson en España. Dickinson, el polifacético vocalista de Iron Maiden, estaba decidido a hacer un nuevo tramo de su gira como speaker que llegaría a Barcelona, Alicante y Sevilla. Quería cierto asesoramiento en el mercado nacional y de algún modo acabé involucrado en la producción de los eventos, especialmente en Barcelona.
Llegado el 1 de diciembre de 2019, el hotel Catalonia Barcelona Plaza recibía a algo más de quinientos fans de Iron Maiden deseosos de compartir una tarde inusual con el vocalista de la banda – una tarde que se alargó casi cuatro horas entre la propia charla de Bruce sobre su vida personal y anécdotas y una amplia sesión de preguntas y respuestas con el público presente. Tras acompañar a Bruce por el intrincado laberinto de pasillos de las cocinas del hotel para devolverle a su camerino y asegurarme de que todo estaba bien, le dejé descansar. Tras cuatro horas de charla imparable, el tipo estaba exhausto – o eso pensaba yo. Un rato después, piqué a su puerta y le indiqué que el joven técnico de sonido del hotel me había pasado un vinilo de “The Number of the Beast” para que lo firmase. Agradablemente Bruce lo firmó. Y le dije “y espero que no te importe, pero ahora te presentaré a mi madre”. Antes de explicarle nada, Dickinson me dio el visto bueno. “Como superviviente de cáncer, creo que sería bueno para ella conocerte”. Dickinson me preguntó “¿de qué lo tiene?” rápidamente.
“De útero” le expliqué “pero es muy agresivo y es el tercero que tiene en los últimos diez años”.
Lo que siguió fue una conversación de una hora que jamás esperaba tener con Bruce. En el mejor de los casos, las entrevistas duran unos veinte minutos y quizá entrevistas a Bruce una vez cada 5 o 6 años a estas alturas de su carrera. En esa hora, Bruce compartió muchas cuestiones personales sobre su paso por el cáncer de garganta que sufrió hace cinco años y sobre su propia vida personal y sentimental. Ambos hablamos largo y tendido sobre células, tipos de tumores, tratamientos pero también sobre aspectos vitales derivados de la enfermedad y otras cosas que me quedo para el recuerdo. Mi madre charlaba fuera de la sala un rato y se pegaba unas risas. Le faltaba una sesión para terminar su primera tanda de quimioterapia, la cual resultaría totalmente inútil.
“Si no te importa, Bruce, le digo que pase”.
“Claro, claro, hazla entrar”.
Mi madre entró en el camerino, no muy acostumbrada a éste tipo de situaciones. Una vez quise presentarle a Kiss y el taxi en el que iba sufrió un accidente camino al Palau Sant Jordi que, pese a no ser grave, requirió cambiar el concierto por las urgencias de un hospital. Pero en esta ocasión si fue posible: Bruce la recibió con una sonrisa y le dio un ejemplar firmado y dedicado de su autobiografía. “Para Ana, Bruce Dickinson”.
Mi madre podía entender el inglés pero le costaba y, más en una situación como ésta, expresarse. Lo primero que le dijo Bruce fue un simple “¿cómo estás?”. Mi madre levantó la peluca que llevaba puesta para enseñarle las típicas consecuencias de la quimioterapia. “Así estoy” le dijo en castellano, entre risas. Yo le repliqué a Bruce que “parecía Elvira” con esa peluca, la actriz de los 80. “Parece un poco más Joe Lynn Turner” dijo Bruce entre risas.
Le expliqué a Bruce que mi madre fue a verle en 1984 cuando actuó en el Palau d’Esports de Barcelona en la gira de “Powerslave”, estando embarazada de mí. Cuando superó el segundo -y casi insuperable cáncer- lo celebramos yendo al Sonisphere de 2013 en el Parc del Forum, donde los bises empezaban con “Aces High”, como el concierto de 1984. “Esto me suena” acertó a decirme mi madre en medio de todo el mogollón de gente.
Bruce le deseó lo mejor con el tratamiento y con la enfermedad y fueron unos minutos bonitos, cordiales y humanos, fuera de todo el circo de la industria musical. Fue un bonito cierre de círculo treinta y cinco años después de aquel primer concierto de Iron Maiden al que asistió. Supervivientes hablando de sus batallas, aunque uno de ellos se enfrentaba a una que, desgraciadamente, no podría superar.
Desgraciadamente, tras el fracaso de una cirugía, una primera línea de quimioterapia y de otra segunda linea de quimioterapia, Ana María Ladevesa Blázquez falleció un 29 de marzo de 2020 en el hospital Quirón de Sabadell. En casa, sobre la mesa del comedor, sigue una copia de “What Does That Button Do?” firmada por Bruce Dickinson. “Para Ana” pone en la primera página.
Para Ana es este texto. Descansa en paz mamá. Gracias por todo.
Un privilegio
Que tu hijo desee ser un periodista orientado al rock no suele ser el sueño de muchos padres. Pero tuve la suerte de tener respaldo moral cuando decidí lanzarme a la aventura desde muy joven. Lejos de espantarse ante el incierto camino que se avecinaba, mi madre siempre entendió que yo había escogido mi camino. Que tu hijo se pire solo con 16 años a Madrid a entrevistar a Rob Halford tiene su miga. O que ande de concierto en concierto a los 14 o 15 años, llegando a casa en transporte público a las tantas de la mañana, no es fácil de asumir. Pero desde buen principio tuve la suerte de tener una madre que apoyó mis inquietudes y fue celebrando cada pequeño paso como si fuese propio.
A lo largo de los años he podido disfrutar junto a mi madre de muchos conciertos, desde AC/DC a Roger Waters, pasando por Europe, Gamma Ray, Kiss, Whitesnake, todos y cada uno de los Rock Fest Barcelona e incluso Alice Cooper estando ya en pleno tratamiento de su enfermedad.
Mi trabajo como periodista musical me permitió poder compartir muchos momentos con ella a lo largo de los últimos años, especialmente después del último y casi fatal cáncer que tuvo. Eso nos unió aún más y pudimos vivir momentos únicos que me quedo para el recuerdo. Incluso viajes a Bilbao para ver a Guns N’ Roses o Madrid para ver a Scorpions. Yo dejaba a mi madre aparcada viendo el concierto en la grada y me iba a hacer fotos o lo que fuese que tenía que hacer en esa noche concreta y luego volvía para ver el último tramo del show con ella tomando una cerveza. En ocasiones quedaba con amigas más rockeras y se metía en medio de la olla. En el último Rock Fest Barcelona, durante el concierto de Dee Snider pude verla desde el escenario dándolo todo en medio del mogollón. Hacía cinco días le habían diagnosticado la vuelta del cáncer y allí estaba: dándolo todo con una camiseta enfundada en una camiseta de Helloween. Mientras le estaba haciendo una foto de recuerdo Dee Snider apareció trotando a mi lado posando como diciendo “eh, la estrella del rock soy yo”. No señor Snider, la estrella del rock era esa mujer que estaba en medio de la multitud disfrutando de su show como si no hubiese un mañana. Porque, en efecto, no habría muchos mañanas más y ella lo sabía.
Momentos impagables
Los momentos impagables con mi madre fueron muchos. Pero tengo dos muy frescos en la memoria.
Una noche del año 2002 llegue a casa tras un concierto de Hardcore Superstar en la extinta sala Garatge de Barcelona. Mi madre me explicó que había llamado un tío hablando en inglés preguntando por mí. Que volvió a llamar de nuevo pero que no lo cogió para que dejase un mensaje en el contestador.
Mi madre no se apañaba demasiado con el inglés pero se preocupó de que yo estudiase desde bien pequeño en una academia para que no me faltasen herramientas con las que labrarme un futuro. El caso es que descolgué el teléfono y procedí a escuchar los mensajes. «Hola, soy Gene Simmons de Kiss y estoy intentando contactar con Sergi para una entrevista». Mi madre le había colgado el teléfono al mismísimo Gene Simmons porque se no se enteraba de lo que decía en inglés. Qué grande. Evidentemente, yo entré en estado de apoplejía y no sabía como devolverle la llamada a Gene. Por suerte, una llamada al ex-guitarrista de Kiss, Bruce Kulick, me sirvió para resolver el entuerto esa misma noche.
Tenía 18 años y llevaba un año persiguiendo a Gene Simmons para poder entrevistarlo en exclusiva. Y mi madre le cuelga el día que le da por llamarme.
El segundo momento me lleva al año 2007, cuando organicé la última edición del Metal Circus Fest, con Amon Amarth y Destruction como cabezas de cartel.
Mi madre trabajaba en el aeropuerto de Barcelona conduciendo tripulaciones de la terminal a los aviones pero en aquella época trabajaba cargando maletas en los aviones, hasta que el primer cáncer la obligó a pedir una adaptación de su puesto de trabajo debido a ciertas limitaciones físicas que le quedaron. El caso es que el segundo día del festival era el de Amon Amarth y las entradas estaban casi agotadas. La noche anterior la banda había actuado en Madrid y Spanair les había perdido todos sus instrumentos en un vuelo directo de Madrid a Barcelona. Con la actuación prevista a las 23:00h y sin noticias de Spanair sobre el equipaje perdido de la banda, las horas se echaban encima. Llamé a mi madre, que vivía cerca de la sala. Se fue directa al aeropuerto de Barcelona, haciendo uso de su tarjeta de identificación para ir directa a la nave donde se suelen almacenar los equipajes perdidos. La cuestión es que cuando hay un número determinado éstos salen a reparto por los distintos hoteles donde se hospedan los desafortunados viajeros. Pero aquí no había margen: había un concierto esa noche y no había día siguiente. Nos fuimos en un taxi mi madre, el tour manager de Amon Amarth y un servidor al aeropuerto a todo trapo. Mi madre entró a la zona restringida y en menos de media hora estaba saliendo por la puerta con una montaña de guitarras y bajos.
El tour manager de Amon Amarth no salía de su asombro. Revisó el equipo para que no faltase nada y nos encaminamos juntos a la sala del concierto con la tranquilidad de haber salvado aquella noche. La banda estaba alucinada.
Unas semanas después llegó una carta a casa, con una nota manuscrita del tour manager para mi madre agradeciéndole de su parte y de la de la banda el haber recuperado todo el equipaje con semejante rapidez.
Ella era así. Y siempre con una sonrisa en la cara, incluso en los peores momentos de su enfermedad. No me cabe duda de que yo no habría llegado a absolutamente nada en éste difícil mundillo de la industria musical de no haber sido por el apoyo del que disfruté por su parte a la hora de dedicarme a lo que me apasionaba. Tuve la mayor de las suertes y sirva éste texto para no olvidarlo nunca.
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