Primeras impresiones sobre la esperada biopic de Freddie Mercury y Queen. Asistimos al pase exclusivo para prensa del pasado 25 de octubre en los cines La Maquinista por cortesía de Fox España.

Desde que el trailer de “Bohemian Rhapsody” vio la luz en mayo de 2018, la anticipación sobre el biopic de Freddie Mercury ha sido espectacular. Las grandes leyendas del rock a menudo tienen historias dignas de llevar a la gran pantalla pero probablemente Queen tienen la historia definitiva. O, según se va desprendiendo de las imágenes, una versión de su propia historia que es especialmente atractiva. 

“Bohemian Rhapsody” es, cuanto menos, revisionista y comedida en exceso. Está claro que Queen son Freddie Mercury y que Freddie Mercury es Queen. A nadie se le ocurre que la banda hubiera sido nada de entidad sin el vocalista y genio compositor, pero a lo largo de la película queda claro que el director tiene a Queen como simple vehículo para explicar la vida de Mercury. No obstante, lo que ha hecho “Bohemian Rhapsody” es crear una historia apta para todos los públicos que evita los fragmentos más sórdidos de la vida de Mercury, dulcificando la narrativa en la medida de lo posible y evitando alusiones a las drogas o el sexo más allá de un plano de una mesa con restos de cocaína y algún que otro beso entre dos hombres. Para ser una banda de la que se conocen historias de enanos con cuencos de polvo blanco circulando libremente por una fiesta para alegría de los invitados, “Bohemian Rhapsody” pasa de puntillas por esos aspectos de la vida de rock star que pocos vivieron con la intensidad de Mercury.

La narrativa principal de “Bohemian Rhapsody” nos presenta a una banda de amigos en la que el ascenso a la fama provoca discusiones con el divo pero sensible Mercury lo que termina forzando la semi-ruptura del grupo debido a las ansias del vocalista de emprender una carrera en solitario. La acción central de la película muestra como la decadencia personal de Mercury y sus malas compañías -su manager personal y pareja Paul Prenter es presentado acertadamente como el villano- le llevan al borde un abismo del que consigue escapar temporalmente como para demostrarle al mundo que Queen son una leyenda por última vez. Aquí es donde el fan más o menos fiel de Queen experimenta problemas: las fechas y situaciones se han adaptado para que la narrativa encaje y no pierda intensidad. Por ello, Mercury se presenta como diagnosticado por VIH unos meses antes del triunfal concierto de “Live Aid” y eso es lo que hace que la banda haga las paces y aproveche los últimos momentos de Freddie. Un dato históricamente incierto -su diagnóstico llegó dos años después de “Live Aid”- que distrae pero que evidencia lo previamente dicho: “Bohemian Rhapsody” es una película para todos (todos los mayores de 13 años, vaya) basada en general alrededor de la historia de Freddie y Queen, en ese orden. Si para presentar una historia amable con moraleja hay que cambiar fechas, pues se cambian. Paco y María, que una vez escucharon “I Want to Break Free” en una discoteca de Mallorca en 1988 mientras festejaban antes de casarse, tampoco sabrán cuál es la diferencia con la realidad. 

El papel de Rami Malek a lo largo de toda la película es espectacular. Canalizar y reeditar todos los movimientos clásicos de Freddie Mercury -en algunos casos de manera cuasi obsesiva- es uno de los aspectos que más ayudan a adentrarse en la película. Aunque se dice que Malek cantó algunas partes, el resultado final en la música que aparece en la película es un pastiche de pistas vocales del propio Mercury y Queen, algunas partes cantadas por Malek y otras complementarias que ha cantado el imitador canadiense de Mercury, Marc Martel. 

A nivel expresivo, Malek hace un trabajo impepinable y uno agradece que finalmente no fuese Sascha Baron Cohen el seleccionado para el papel de Mercury, siendo Malek alguien mucho más neutral sin un pasado ‘humorístico’ que pueda distraer. Malek brilla tanto en su enfoque del Mercury divo como en los momentos mas duros y opresivos de la película, especialmente cuando Mercury recibe su diagnóstico positivo en VIH. 

Volviendo a la narrativa, es significativo que la película llegue tan solo hasta el concierto de Live Aid, posiblemente para proteger la imagen de Mercury ante el gran público y evitar hace un repaso miserable de sus últimos meses. No obstante, da la sensación de que el biopic no está completo del todo y que, nuevamente, se evita lo oscuro para que la película no pueda arrancar ninguna reacción moralista. 

Entre los aspectos más positivos de la producción se encuentra la secuencia de Live Aid, donde el director Bryan Singer (luego sustituido por Dexter Fletcher debido a desacuerdos en la producción) reconstruye al detalle el concierto de la banda en Live Aid, incluyendo la mayor parte del set reproducido con asombrosa fidelidad en los movimientos por toda la banda. La multitud de planos que sumergen al espectador dentro del público del Wembley Stadium, en el escenario junto a Freddie y desde detrás de la batería de Roger Taylor es uno de los momentos definitivos de la película -uno de esos donde es realmente difícil seguir manteniendo la compostura y al final te entra algo en el ojo. 

En líneas generales, “Bohemian Rhapsody” es una película de fotografía e interpretación excelente pero una narrativa a medida de los resultados que se pretenden conseguir y claro, pocas cosas hay más sagradas que la biografía de Queen y la de Freddie Mercury. Si uno obvia ese hecho -que no es fácil- al final “Bohemian Rhapsody” cumple su cometido: el de explicar a un gran público la historia de uno de los genios creativos más únicos del siglo XXI y, de paso, la de la banda en la que militaba.