AC/DC: Nervios, nervios, nervios…
La primera vez en que pude hacer fotos a AC/DC fue en Londres en 2003. Una puta mierda de fotos. Una cámara digital de 3 megapíxeles, de las primeras que existían.
Era la gira de “grandes éxitos” que AC/DC realizó en varios clubs y teatros en europeos en aquel año donde también telonearon varios shows de los Rolling Stones. El trasfondo era la edición del DVD “Live At Donington” y la reinauguración del mítico Hammersmith Odeon, renombrado Carling Hammersmith Apollo. El jefe del club de fans de AC/DC en España tenía un photopass de parte de Metal Hammer y yo había ido acreditado de parte de nuestra web, The Metal Circus. El tipo tuvo a bien cederme su photopass porque yo haría mejores fotos (¡inocente!), y gracias a esas fotos terminé entrando en Metal Hammer como colaborador allá en aquellos tiempos. Las vueltas que da la vida.
El caso es que aquellas fotos, de las cuales solo se salva una, me pesaron en la mente durante años -y en el ego fotográfico-. AC/DC no es una banda que gire cada año precisamente, y no sería hasta 2009 cuando tuve la oportunidad de poder fotografiarles de nuevo, esta vez con mejor equipo. La cita era en un Palau Sant Jordi absolutamente electrizado ante el retorno a Barcelona de la banda de rock duro más grande del mundo tras nueve años de ausencia.
Desde diciembre del 2000 que no aparecían en ese escenario y el público hervía de ganas de verles. El disco que presentaban, ‘Black Ice’, no era nada malo y había cierta sensación de renacimiento y de “estos son nuestros chicos”. Salvo para un triste fotógrafo de una web, cuyo pase de fotógrafo -y acceso al concierto- no se suele confirmar hasta el mismo día o el día antes del show.
Además, extrañamente, la aprobación de medios que podían fotografiar el show lo llevaba la discográfica de la banda, Sony, no la empresa promotora del show, lo cual añadía un plus de inseguridad. Las multinacionales más grandes no siempre conocen bien a los medios especializados o se guían por los nombres que les suenan de los viejos tiempos, a diferencia de las compañías independientes que tienen los pies más puestos en la calle.
El asunto es que la confirmación llegó, el día antes por la tarde, pero llegó. Pude pasar por el recinto unas horas antes de la apertura de puertas para entrevistar a The Answer, el grupo que teloneó toda la gira de AC/DC, incluida su vuelta a estadios meses después. Poder ver el escenario de la banda mientras se acababa de montar es una experiencia mágica para cualquier seguidor de la formación e incluso para los que llevamos años en esto pero que siempre nos hemos metido en esto por llegar a visualizar momentos como ese. Todos los que hacemos esto tenemos un pequeño fan dentro porque, sino, ni por todo el dinero del mundo merecería la pena aguantar las perrerías de este mundillo.
A las nueve de la noche estábamos citados en la puerta cinco del Palau Sant Jordi, por donde suelen entrar artistas, camiones y demás. Allí nos entregaron el photopass, que debe estar guardado en algún lugar de mi oficina todavía. El acceso al recinto, absolutamente lleno hasta los bordes, es una experiencia en sí misma en ocasiones de esta dimensión. Los habitualmente animados fotógrafos estaban callados en una suerte de preparación psicológica de lo que estábamos a punto de presenciar. Nos repartieron a lo largo de la pasarela del escenario que se adentra en la zona de público y por la que circularían Angus Young y Brian Johnson a lo largo del show.
Un anciano y malhumorado miembro de la crew te indica constantemente que molestas y que estás en medio -siempre es así-. Preparas tu equipo, aunque por mucho que lo prepares los nervios te acompañan en todo momento. Se apagan las luces. El público entra en erupción. La gigantesca pantalla que preside el escenario muestra un film creado para generar tensión durante dos minutos completos. El tren, en alusión al single “Rock And Roll Train” de aquel nuevo disco, se acerca a la ciudad de turno a todo trapo, con Angus Young de improbable maquinista, con rabo y cuernos de demonio.
Cuando llega casi a la altura del recinto, todo el escenario explota, la pantalla se abre en dos y una minúscula figura vestida de colegial sale corriendo hasta el centro del tapiz. Una mano en el mástil de su guitarra, la otra con un dedo señalando hacia arriba. El humo de la pirotecnia lo impregna todo. El público chilla de manera ensordecedora. No ha sonado aún el primer riff, pero lo hará en cuestión de medio segundo, lo que tarde esa mano en bajar y alcanzar las maltrechas cuerdas de la Gibson SG de Angus. Por delante, tres canciones para poder fotografiar desde el foso: “Rock And Roll Train”, “Hell Ain’t A Bad Place To Be” y “Back In Black”. Trece minutos de reloj para reflejar toda la grandeza de un show de AC/DC -lo cual es imposible, por mucho que lo intentes-.
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