Los siete primeros álbumes de Iron Maiden están considerados por gran parte de todos los metaleros como una saga infalible, la columna vertebral sobre la que se terminó de fraguar el heavy metal. Nombres como ‘Powerslave’, ‘Seventh Son of a Seventh Son’ o el celebradísimo ‘The Number of the Beast’ son clásicos que forman parte de la cultura esencial del metalero promedio, provocando que trabajos de la talla de ‘Killers’, que hoy está de aniversario, queden a menudo a la sombra del resto de su discografía.

Pongámonos en contexto. Corría el año 1980, y Iron Maiden comenzaba a ser algo más que la banda que dejaba a todo el mundo boquiabierto en el concurrido y célebre Ruskin Arm, el centro neurálgico de la floreciente NWOBHM, que en poco más de tres años se había comido a la escena punk que había estado monopolizando el underground británico. Su contrato con EMI les había permitido entrar en las listas de ventas con su homónimo ‘Iron Maiden’, les había propiciado una exitosa gira europea con Kiss y les había convertido en líderes de facto de esta nueva ola de heavy metal británico.

Pero no todo era miel sobre hojuelas para Iron Maiden.

Pese al excelente recibimiento de su debut, que engendraría clásicos de la talla de “Phantom of the Opera”, “Iron Maiden” o “Running Free”, Steve Harris distaba de estar satisfecho con el resultado final, concretamente con la negligente producción de Will Malone, que no mostró interés alguno en capturar la esencia de lo que de verdad era Iron Maiden. Si a la escasa producción le sumas la característica voz de Paul Di’Anno, el resultado era un trabajo que, si bien era grandilocuente, elaborado y nostálgico de los pioneros de los ’70, rezumaba un aura punki que Harris siempre detestó.

Para empeorar las cosas, Dennis Stratton abandonó la formación por diferencias creativas sin especificar con la banda, que fue sustituido por el que se convertiría en uno de los pilares compositivos y estilísticos del grupo, Adrian Smith. Sin embargo, el momento de Smith aún estaba por llegar, y si bien su entrada en el grupo era la semilla que engendraría a la gallina de los huevos de oro, el gran héroe de ‘Killers’ no fue un músico, sino el legendario productor Martin Birch, que desde aquel momento y durante la próxima década sería, junto a Harris y Rod Smallwood, el timonel detrás de la doncella.

A priori Killers parecía condenado a ser un disco condenado al olvido, un mero ejercicio de marketing. Tras la irrupción de la banda, era vital sacar nuevo material cuánto antes y aprovechar la inercia del momento para catapultarse hacia la fama y seguir capeando las corrientes hacia el éxito. Por ello, entre los nuevos y exigentes compromisos de la banda, los cambios de formación y la presión desde EMI, apenas si se tuvo tiempo para componer, por lo que algunos cortes eran temas que se habían quedado fuera del ‘Iron Maiden’.

Sin embargo, Killers demostró ser algo mucho más que una recopilación de B sides. La producción de Birch fue el ingrediente que le faltaba en la fórmula Maiden: una velocidad que superaba a la de sus coetáneos punks y una producción impoluta y precisa digna una banda de prog rock, marcando un nuevo canon para lo que debía ser un disco de heavy metal que se extiende hasta nuestros días.

Y hablando de velocidad… ‘Killers’ era muy veloz. Más allá de Mötorhead o Venom, en aquel momento no había ninguna

otra banda de la NWOBHM que se le pudiera comparar. Cientos de músicos de thrash o de géneros más extremos afirman que el desquiciado tempo de temas como “Purgatory”, “Murders in the Rue Morgue” o la instrumental “Gengis Khan” serían de una influencia crucial para el desarrollo de su sonido. Cualquiera que acudiera a un concierto de Iron Maiden era consciente de la velocidad con la que ejecutaban su música, incluso en cortes a priori más lentos como en “Remember Tomorrow”, y esa energía jamás fue capturada en su debut.

De este lavado de cara más acorde con sus interpretaciones en vivo se lucraron principalmente los temas que se habían quedado fuera del debut; de un modo más discreto en “Another Life” y de forma triunfal en “Wrathchild”, que pasó de ser un tema olvidado a uno de los clásicos más queridos de Iron Maiden.

“Killers”, “Drifter” o la épica introducción de “The Ides of March” reflejaban al fin el sonido que los muchachos de Harris descargaban sobre el escenario: veloz pero preciso, sucio pero elaborado, clásico e innovador. No eran una banda de punk, pero tampoco la respuesta británica a Van Halen. Iron Maiden comenzaban a ser su propia bestia, y poco a poco comenzaba a hacer acopio de los ingredientes que le faltaban para dominar el mundo.

El gran experimento del trabajo probablemente sea “Prodigal Son”, una dulce balada imbuida con las influencias más progs y apaciguadas de Steve Harris, que, aunque seguía unos derroteros similares a los de “Strange World”, gozaba de un sonido que bien podría haberle valido un hueco en el ‘Farewell to the Kings’ de Rush.

Algo curioso, es que los temas son sorprendentemente cortos para los cánones de unos Iron Maiden que ya desde sus primeros días jugueteaban con canciones que solían superar los seis minutos. La proggy “Pordigal Song” es el tema más largo con 6:05 de duración, mientras que el resto navega entre los tres y los cuatro minutos, con la excepción de “The Ides of March”, que con 1:48 es la canción más breve de la Doncella.

Finalmente, aunque no menos importante, la portada presentaba al fin a un Eddie muy cercano a la que ya sería su identidad durante el resto de vida de la banda. Dejando atrás al rostro confundido y Punki de su debut, Eddie era ahora un zombie melenudo que sostenía un hacha manchada de sangre, y de hecho me atrevería a afirmar que hoy por hoy esta recreación de la mascota de la banda es más famosa incluso que el disco del que fue portada.

Iron Maiden Killers

La repercusión de ‘Killers’ no se hizo esperar, y pronto la banda se embarcó en su primer tour por Norteamérica abriendo para Judas Priest. Fua durante estas fechas que la banda se enfrentó por primera vez a una gira con todas las connotaciones del término, y el lento desgaste de la vida en carretera terminaría por separar para siempre los caminos de Iron Maiden y Paul Di’Anno, aunque eso ya es una historia para otro momento.

Entonces, ¿por qué es ‘Killers’ un disco tan infravalorado? La propia banda parece reacia a visitarlo, y más allá de aquel memorándum que fue el tour conmemorando los “Early Days”, únicamente “Whrathchild” parece capaz de abrirse un hueco entre los setlists. Nadie puede negar lo esencial que fue para la carrera de Iron Maiden ni lo influyente que fue para las escenas que estaban por nacer, y es que en aquel momento muy pocas cosas sonaban tan rápidas y desalmadas, pero pese a todo fue cayendo lentamente en un olvido extraordinariamente injusto.

Quizás su mayor pecado fue existir entre un disco debut que definió el ADN del grupo y un monstruo de las dimensiones mediáticas de ‘The Number of the Beast’, que fue seguido de todos los colosos que pavimentarían el camino de Iron Maiden hacia el estrellato. Quizás el appeal que tenía para toda la escena underground en cuánto a ejecución distaba del single fácilmente coreable y radiofónico que la banda esperaba de un mínimo de sus temas, y que más adelante sí que capturaron en exitazos como “Run to the Hills” o “The Trooper”. Quizás el motivo se guardó entre las paredes del estudio o los desgajados asientos de un autobús de gira, perdido para siempre para la historia.

Pese a todo, 40 años después de su lanzamiento, ‘Killers’ no solo se sostiene por sus propios medios, sino que la perspectiva lo ha hecho resaltar como el escalón que elevó a un género entero, como la piedra de toque incontestable, o, para que nos entendamos, como lo que es y será siempre Iron Maiden.

Marc Fernández