WASP llegaron donde llegaron por el shock y el horror teatral. No hubo nada de eso durante sus conciertos en España de los últimos días.

Ha causado revuelo la reciente gira de WASP en nuestro país. Tras los conciertos en Barcelona y Madrid, muchos se han llevado las manos a la cabeza porque la banda de Blackie Lawless tocase apenas una hora y cuarto en cada ciudad para celebrar lo que ellos llaman “40 Years of Thunder”. 

No deja de ser llamativo que el público se lleve las manos a la cabeza precisamente ahora cuando, de facto, es lo que la banda lleva haciendo veinticinco años de su carrera -si no más- con gran éxito. Es como si existiese una narrativa determinada en la conciencia colectiva, según la cual WASP eran una banda que realizaba extenuantes shows de tres horas y ahora, de golpe, han decidido rebajar la duración de sus conciertos.

No sé cuantas veces han visto a WASP en directo quienes se quejan. Seguramente pocas. Con la honrosa excepción del tour en el que celebraban los 20 años de “The Crimson Idol” (ahí se alargaron un poquito más), lo cierto es que WASP siempre han sido una banda breve, especialmente desde que descubrieron que con los medleys de diez o quince minutos podían interpretar varios de sus temas clásicos más rápido si cabe y acabar antes el concierto. Algo que llevan haciendo desde, al menos, 1997.

Si algo nos debería indignar de WASP en la actualidad es el poco empeño que Blackie Lawless pone a la hora de hacer justicia a su propio legado. Y ya no hablo de las voces de apoyo -que lleva usando tres décadas sin que nadie pestañee demasiado- sino del propio show escénico de la banda.

Outside the Electric Circus

Si bien Blackie buscó apartarse del circo de la sangre y la casquería cuando editó la pieza maestra “The Headless Children” en 1989, lo cierto es que WASP consiguieron su notoriedad precisamente gracias a su imagen. Su imagen deleznable y la mezquindad de su actitud les hizo estrellas y gracias a todo ello, Blackie fue escuchado en sus diatribas sobre el negocio de la música (“The Crimson Idol”) que le supusieron elevar su status al de una suerte de Roger Waters del heavy metal ochentero. Hubo un intento, vanidoso, de recuperar la atención del público cuando volvió a la casquería en 1997 y se decidió a competir musicalmente contra genios de su era como Trent Reznor o Marilyn Manson. 

Aquello no duró más allá de cuatro años, el tiempo en que Blackie editó “Kill Fuck Die”, “Helldorado” y “Unholy Terror”. Tras ese último, se quitó de encima a un incómodo compañero de carretera como era Chris Holmes y volvió a por los discos conceptuales con la dupla “The Neon God”. En 2004 la banda emergió como una suerte de grupo maduro del heavy metal que ya no se servía de la teatralidad para sus directos, más allá de pequeños guiños en forma de discos de sierra en el atuendo de directo. Así ha sido desde entonces. 

Vender una gira de 40 aniversario, cacarear un show en directo teatral en algunas entrevistas y luego salir al escenario con lo puesto y un pie de micro basculante -ninguna sorpresa en ello- al módico precio de casi cincuenta euros la entrada es el verdadero drama de la gira de WASP en nuestro país. Si bien los himnos estaban ahí y a la duración del concierto ya nos hemos ido acostumbrando (salvo algunos despistados), lo hiriente es que Blackie no sea capaz de darle al público lo que quiere.

No hablamos de un show de Kiss con llamaradas y pirotecnia y cuarenta técnicos al servicio del buen funcionamiento de las cosas. Hablamos de que beba sangre falsa de una maldita calavera al final de “I Wanna Be Somebody”. Le costaba un poco de sirope de fresa y 3,50€ de lavar la ropa en un establecimiento de esos de colada rápida antes de coger el bus. 

Cuando Blackie decidió pasarse el juego

Hubo una época en la que Blackie, como decíamos, quiso competir con los tiempos. Lo que era impactante en 1984 había dejado de serlo en 1997. Kiss se habían reunido y habían generado ingentes cantidades de dinero. Blackie vio como otros artistas de la época llevaban el shock rock y la controversia un paso más allá así que se decidió a reclamar su trono. Un buen día, en enero de 1997, se plantó en Madrid junto a un repescado Chris Holmes para hacer un show promocional de lo que iba a ser la “reunión” de WASP y su vuelta a los shows teatrales. Volverían apenas tres meses después dentro de la propia gira para tocar en varias ciudades españolas y aquello fue una bomba, acaparando incluso artículos por parte de alguna de las firmas más reaccionarias de ciertos diarios de la época. 

Claro que, en aquel entonces, Blackie Lawless había decidido pasarse el juego. La época de “Kill Fuck Die” y la gira se convirtieron en una de las más violentas y oscuras de la banda. Como el líder de la banda decía en una entrevista “a nadie le asusta ya lo que hacíamos en los 80 así que tenemos que ser la banda más asquerosa y apestosa que jamás se haya visto”.

Dicho y hecho: durante el show Blackie -que volvía a llevar sus pantalones de cuero con el culo al aire a la tierna edad de 41 años- se follaba con un cuchillo a una monja atada a una tabla de madera y le extraía un feto. En el clímax del show, al final de “The Horror”, el músico decapitaba a un cerdo encadenado entre dos postes y luego llenaba el escenario de plumas. Se dice que llegaba a lanzar tierra con gusanos vivos sobre el público.

Como todo, la realidad se va viendo embellecida por las leyendas urbanas: el cerdo no era real (aunque algún articulista dijo saber que si) sino un atrezzo que luego la banda vendería años después a un coleccionista. La réplica hiper-realista del animal había costado 5.000 dólares. Tal era su parecido con la realidad. Y sirvió para que la gente se horrorizase, se llevase las manos a la cabeza y pensase que el bueno de Blackie -perro viejo- estaba asesinando animales vivos sobre el escenario. No existe tal cosa como la mala publicidad. 

Ahora no le pedimos tanto. Pero ante una sala a rebosar de gente, uno espera algo más de una banda que cimentó su leyenda sobre el shock y el horror teatral. Si Gene Simmons puede vomitar sangre con 73 años de edad, Blackie Lawless puede hacer un pequeño esfuerzo. 

Un apunte que no pasó por alto: al final de “I Wanna Be Somebody”, cuando Blackie solía beber sangre de la calavera y luego la lanzaba al público, se dedicó a ir a cada uno de los lados del escenario y dar un sorbo a su botella de agua, siguiendo la misma rutina de antaño. Luego lanzó la botella sobre el público, como hacía con su calavera en cada concierto. Eso fue el cenit del espectáculo. Imagínense.

Si Blackie ha conseguido volver a tocar “Animal (Fuck Like a Beast)” en directo y encontrar el equilibrio con sus creencias religiosas, ciertamente puede hacer algo más que medio cantar durante una hora y cuarto ante salas repletas de gente. Jesús bendito.