La tribu de los heavies está bastante tocadita, la tribu agoniza y cada vez quedan menos indígenas puros y sin hibridar. Llevamos casi 50 años de música heavy, o metal, o métal con acento en la e, y si bien es cierto que alrededor de la música se gestó una tribu con señas de identidad especialmente en los años ochenta, a día de hoy es principalmente un estilo de música hecho y derecho, como Dios manda y con cientos de subgéneros. La tribu de litrona, pantalones hueveros, “camisetalosmaiden” y crines al viento ha dejado paso a algo que a mi modo de ver es más interesante aún: la Música.

Puedes encontrarte amantes del género en diferentes estratos sociales, por todos los países del mundo prácticamente, gente de derechas o de izquierdas, gente culta, gente menos culta. El banquero con corbata, el deshollinador, el pescadero o la ministra de Economía pueden escuchar metal o cualquiera de sus vertientes. Conozco gente que parece normal y escucha black metal, y amigos que en los ochenta veían esta música como algo maligno o de marginales hoy día te los encuentras en conciertos de Iron Maiden o Metallica. Y yo me alegro de que la música sea lo importante y lo estético lo secundario. Y me importa una mierda si el cantante de tal banda es calvo y tiene barba o si lleva una camisa de Dolce & Gabbana.

Ya no me considero heavy, pero adoro la música heavy y tengo alguna camisetilla negra, bueno, unas cuantas, pero cada vez más modositas. En su día llevé greñas y pantacas ajustados, y abría botellines con los dientes y todo eso, pero ya no me siento identificado con esa cultura. No me veo como los heavies de la Gran Vía ni como algunos personajes que te encuentras en festivales porque, ojo, al igual que Asterix y Obelix, hay un grupo de irreductibles metaleros que resiste todavía al invasor. Apodados cariñosamente como metalpacos o trves, son un viaje al pasado, un museo andante de lo que fue la tribu de los heavies lustros atrás. Algunos llevan como ropa de sport unos elásticos y unas J’hayber y cuando van a conciertos se ponen de gala con chalecos, flecos, pantalones de cuero con vida propia y botas camperas de serpiente.

Siempre es agradable verlos porque es parte de la cultura general y deberían ser declarados patrimonios de la humanidad, me dan confianza y buen rollo, siempre son buena gente -aunque un poco talibanes en cuanto a gustos musicales- y sobre todo muy serios con su rollo. Bandas que usamos el humor como alternativa a las letras de espadas, dragones, Satán o motos no somos bien recibidos por este tipo de público, pero no podemos culparles; es su religión y su tradición, y las tradiciones hay que respetarlas. Lo bonito es ir como cada uno le plazca, pero sobre todo, lo bonito es la música. Os quiero, corazones.

Jevo