¿SEGURIDAD O INSEGURIDAD?
Todos hemos visto en alguna u otra ocasión como en determinados casos la seguridad de un concierto o festival obra de la manera menos adecuada, pero ¿queda a veces otra opción?
A lo largo de los últimos años he tenido la oportunidad de acudir a multitud de conciertos, festivales y eventos varios en los que – debido a lo aburridos que son algunos conciertos, seamos sinceros- he tenido la oportunidad de fijarme en otros detalles que rodean al mundo del espectáculo y la promoción de conciertos y que coexisten en el mismo ámbito. No sólo aspectos económicos, organizativos o musicales, sino puramente humanos.
Uno de los requerimientos más importantes a la hora de organizar un evento público con asistencia más o menos concurrida – y no es lo mismo un concierto de HAMMERFALL que el Red Bull Air Race – es contar con un equipo de profesionales de la seguridad verdaderamente competente. Por suerte, las cosas han cambiado exageradamente en los últimos tres o cuatro lustros y el boom de la seguridad privada ha tenido sus cosas buenas y sus cosas malas. Las buenas, obviamente, es la mayor competencia y por ende, el aumento de calidad de los servicios de seguridad privados que abastecen a promotores de conciertos, empresas de ocio nocturno y cualquier otra variante. Las malas, como suele ser el caso, es la masificación laboral típica de estos casos, donde a veces parece que los procesos de selección de ciertas empresas estén hechos con una diana, un antifaz y un set de dardos. No sorprende escuchar noticias a dia de hoy en las que se alude a empleados de seguridad excesivamente recelosos, sobretodo en lo que a discotecas se refiere, que terminan llevando su trabajo más allá del límite ético de su profesión. Pero, por otra parte, pocas veces se oye la voz de quienes trabajan en la noche y se enfrentan a todos nosotros, solo que alcoholizados, drogados, vacilantes o simplemente nosotros y punto.
A lo largo de los años he podido ir estableciendo ciertos lazos de amistad con quienes se dedican a velar por el correcto y ordenado acceso a salas, fosos de fotógrafos, backstages y demás. Es un trabajo pesado, poco agradecido y con una cantidad de riesgos que habitualmente no se corresponde con el sueldo percibido – pero eso es algo que sucede en muchos ámbitos laborales. Y, ciertamente no es un trabajo para cualquiera. Cuando en un concierto de SLAYER en la sala Razzmatazz el habitual contingente de fans desbocados de la banda decide ponerse de acuerdo, aquello es un maldito infierno. Los cuerpos flotan por encima de las cabezas de los asistentes y los empleados de seguridad se las ven y se las desean para que dichos personajes no lleguen al escenario y puedan provocar un problema. Muchos dirán "pero si el mosh y el crowd-surfing son cosas tradicionales". Por supuesto, forman parte del paisaje en un concierto de rock (no son cosas que se vean en un show de THE POLICE, por ejemplo) pero también son actos peligrosos que ponen en jaque no solo la integridad física de quien los hace, sino de los que los sufren y de los propios artistas. Y habitualmente, cuando alguien llega a la valla de escenario empujado por decenas de manos no está en el más sano juicio como para entender que no puede pasar de allí. No es la primera ni la ultima vez que, mientras hago fotos en un foso, recibo una patada en la cabeza por parte de algún energumeno que luego se quejará de que "los seguratas no dejan disfrutar de los conciertos".
Por no hablar de personajes que, hasta las cejas de todo tipo de sustancias, deben ser escoltados fuera del recinto porque están molestando a otros asistentes. En esos casos, el asunto suele ser más peliagudo y el enfrentamiento verbal está asegurado, llegando en algunas ocasiones a encararse el maltrecho asistente con el empleado que le ha echado de la sala en cuestión en el plano físico.
El mejor ejemplo son, no obstante, los festivales. Es allí donde, por cantidad de masa congregada y condiciones, temperatura y demás, el ambiente suele ser más cargado. No suelen dejar de llegar cuerpos al foso de seguridad, a los cuales hay que echar de nuevo al público e intentar que no se escapen. También hay que sacar personas de las primeras filas a peso. He visto decenas de veces como un empleado de seguridad grita a sus compañeros para que le apuntalen y poder coger a peso a alguna persona que está atrapada y llena de ansiedad en las primeras filas. El reciente show de METALLICA en el Bilbao Live es un ejemplo de ello. Los primeros veinte minutos del concierto fueron un no parar de gente saliendo de las primeras filas y de los miembros de seguridad sin dar abasto.
Pero por otra parte, el mundo de los profesionales de la seguridad está lleno de no-tan-profesionales que crean climas de enfrentamiento donde debería haber cordialidad y seriedad. En ese sentido, Alemania es un ejemplo. Puede que veinte empleados de seguridad de la Alemania del Este sean amenazantes y que ni siquiera sean capaces de entender una palabra en ingles y que te miren mal nada más llegar, pero su nivel de eficacia es loable. Que una persona llegue haciendo surf entre las cabezas del público en un festival hasta el foso es un comportamiento que, pese a ser deleznable, es típico y se ha de tener en cuenta. En Alemania puedes ver como los miembros de seguridad cogen a dicha persona con todo el buen trato posible, la sacan del publico o la escoltan fuera del foso y nuevamente a la zona de público. En España, pero, eso es diferente. Se suele tratar a la gente que llega al foso volando por encima del público como desgraciados. He visto como se les ha pegado, como se les ha empujado y tirado al suelo y como se les ha echado directamente del recinto. Y eso no debería ser así: pese a que el público debería tomar conciencia de su seguridad y de la de los que les rodean, tratar a la gente como animales no es la mejor opción. Y tampoco es la opción por la que apuestan los que organizan conciertos. En varias ocasiones he visto a organizadores emitiendo serios rapapolvos contra empleados de seguridad que han hecho más de lo que exige su trabajo. Y en el plano más excesivo, la seguridad en festivales menores que procede de empresas sumergidas o directamente de particulares que cobran sueldos bochornosamente bajos por turnos de hasta doce horas seguidos es significativa de que en éste país queda mucho por aprender. Cuando estás en el foso de un festival trabajando y los empleados de seguridad que hay "vigilando" al público están esnifando cocaína para poder aguantarse en pie mientras el público puede ver perfectamente lo que hacen es que algo no funciona como es debido. No solo se trata de que ese no deba ser su comportamiento dada la función tan importante que desempeñan, sino que algun promotor quiere ahorrarse algunos miles de euros a costa de poner en jaque a muchas personas que probablemente no tendrían el asesoramiento debido en caso de una emergencia potencial.
Por suerte, estamos en el año 2007 y casos como los descritos en el último parrafo son cada vez menos habituales. Pero si que es cierto que muchos asistentes a conciertos deberían hacer una reflexión sobre su actitud, unos cuantos organizadores deberían vigilar mejor a qué empresas o profesionales contratan y algunas empresas de seguridad deberían hacer procesos de selección más rigurosos. Porque, en materia de seguridad, no se deberían escatimar medios jamás.
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