Desde tiempos inmemoriales, se han usado las acreditaciones de prensa como un arma arrojadiza. Un elemento de presión con el que controlar a los medios de comunicación.

No queda tan lejos el caso de Jim Acosta, reportero de la CNN, quien vio su credencial de prensa revocada por la Casa Blanca después de entrar en un debate muy caldeado con el presidente Trump durante una rueda de prensa. A otros niveles, tanto institucionales como más mundanos, la credencial de prensa se emplea para permitir o denegar acceso a determinados actos o actividades susceptibles de ser noticiables. En el sector cultural, las acreditaciones dan acceso a premieres, ruedas de prensa, pre-estrenos para medios gráficos de una obra de teatro o, en el caso que más afecta a los medios especializados, conciertos y festivales.

Desde la explosión de Internet como red de comunicación masiva -y más si cabe con el añadido de las redes sociales a la ecuación- la cantidad de medios de comunicación existentes ha crecido exponencialmente. En todos los sectores: si antes cinco cabeceras en papel dominaban el cotarro de la información generalista (El Pais, El Mundo, La Vanguardia, El Periódico, ABC), la llegada de internet propició la aparición de infinidad de medios exclusivamente digitales de todas las sensibilidades políticas. En el mundo de la cultura eso se tradujo en la aparición de una gran cantidad de portales de información a principios de los años 2000 que, aprovechando el bajo o nulo coste operativo de mantener un portal en Internet, se lanzaron a informar -o en algunos casos “informar”- sobre la actualidad musical.

En el caso del rock, Mariskalrock.com y Rafabasa.com fueron los pioneros del sector, llegando poco después este mismo portal que leéis, Rocktotal.com que luego viró hacia otros estilos musicales y otros compañeros de medio que, con mayor o menor suerte, fueron estableciendo su lugar en la red. También llegaron muchos teóricos medios puestos en marcha por fans con poca vocación periodística y mucha vocación por intentar conseguir acreditaciones -o entrada gratis- para conciertos que poco a poco iban subiendo su precio con el paso de los años.

Esta eclosión, que llegó a su punto álgido con el estallido de la cultura bloguera en 2007 y las redes sociales a partir de 2008-2010, generó una distorsión tremenda sobre lo que se supone que debe ser un medio de comunicación real y veraz dentro del sector cultural y específicamente dentro del ámbito musical. A fin de cuentas, no estamos tratando temas de primer orden de importancia: no, nadie del sector se desplazó a cubrir la Guerra de Irak, pero tampoco era nuestro cometido. La actualidad, tradicionalmente, viene definida por los artistas que visitan un territorio determinado para actuar, los lanzamientos discográficos de actualidad, las diferentes noticias que se van sucediendo (anuncios de conciertos, cambios de miembros en bandas, declaraciones de importancia por parte de un músico, etc) y -en principio- no mucho más.

La labor del periodista como prescriptor de contenido y cronista de eventos en el ámbito que nos atañe fue algo que se fue diluyendo en pro de que fans, algunos con un bagaje de conocimiento y otros sin él, hablasen de música. Nada de malo en ello: pero no lo llamemos periodismo. El auge progresivo de YouTube y Spotify permitieron a los fans forman su opinión sobre un disco de manera rápida y, a menudo, gratuita. La labor de un tipo diciéndote cuales son los mejores lanzamientos del mes fue perdiendo importancia.

Con la progresiva aparición de medios y teóricos medios de comunicación centrados en el sector musical -cuando no directamente páginas de Facebook que emitían información y colgaban vídeos- los promotores fueron poniéndose cada vez más duros en lo que supone otorgar una credencial de prensa para cubrir como cronista o fotógrafo un determinado concierto. La entrega indiscriminada de pases supone un agujero en las cuentas que puede ir desde lo anecdótico a lo obsceno.

¿Quién te dice que esos diez presuntos periodistas de webs especializadas no son realmente fans que podrían haber comprado su entrada? 30€ por entrada, multiplicado por diez periodistas, son 300€. Pero pongamos un caso más espectacular: el de los festivales. Un festival medio puede recibir más de doscientas peticiones de acreditaciones de prensa. A una media de 120€ por entrada, eso tiene un valor de 24.000€. Y realmente ¿de esos medios cuales tienen una influencia o alcance real como para otorgarle esa acreditación y no estar, de facto, perdiendo ventas de entradas seguras? ¿Quién establecer el filtro? ¿Y en base a qué?

Seamos realistas: en España hay cuatro o cinco medios especializados en rock duro con alcance real, aunque existan decenas de diferentes tamaños, orientaciones y sensibilidades artísticas. El valor del medio no viene determinado por su alcance pero el alcance está intrínsecamente ligado a la calidad del contenido, a la tenacidad y trayectoria del mismo. Por eso los promotores de conciertos envían notas de prensa a esos medios, con la esperanza de que las reproduzcan en sus portales o revistas hablando de las próximas giras que están por venir para movilizar la venta de entradas. En ocasiones se cierran acuerdos publicitarios entre los promotores y los medios para potenciar sus eventos en medios con mucho alcance u otras acciones como sorteos, entrevistas con los grupos, etc.

Pero de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda que los promotores exijan previas (noticias, recordatorios, posts en redes sociales) a los medios -indistintamente de su alcance- para garantizar las acreditaciones de prensa. Un filtro, sí. Pero la concesión de acreditaciones que un medio cubra una información no puede venir condicionada por el ejercicio de un masaje publicitario al promotor en cuestión. Si el promotor quiere publicidad, que la pague.

Las acreditaciones tienen la función de permitir a los profesionales -o quienes ejercen como tales dentro de unos parámetros de seriedad, compromiso y con una trayectoria reconocida- acceder a cubrir determinadas informaciones de interés para los lectores. Es un intercambio que en ocasiones se pervierte a causa de intereses, favores y malas maneras de entender la función del periodista musical. Y una buena parte de culpa la tiene el propio sector, más centrado en ese masaje a los promotores para no perder privilegios que en ejercer periodismo real. Y de esos somos culpables todos, también nosotros. De estas dinámicas no escapa nadie.

¿Qué sucedió cuando Nando Cruz publicó una serie de reportajes en El Confidencial explicando los tejemanejes de Gaby Ruiz, archiconocido creador y director del festival Primavera Sound? Que le retiraron la acreditación de por vida, como recientemente explicaba en una entrevista. ¿Qué le sucedió a un tipo tan mesurado como Jordi Bianciotto de El Periódico hace unos años cuando el mismo festival le retiró la acreditación por expresar su sorpresa ante la escasez de artistas catalanes en los horarios importantes del evento y tuvo que dársela a regañadientes de nuevo? Parece que todo lo que se aleje de la hagiografía está prohibido. En este mismo medio hemos estado vetados en diversos momentos y lugares por una buena cantidad de los promotores de conciertos del país. O hemos tenido que acabar en juzgados por explicar que un determinado promotor era un estafador.

La última que nos hemos encontrado fue la del veto a cubrir debidamente el concierto de Iron Maiden en Barcelona. El motivo aducido era, curiosamente, que en nuestra web había una campaña publicitaria del concierto en Portugal. El promotor español, por su parte, lleva sin anunciarse o colaborar activamente con nuestro medio más de tres años. Pero una cosa no quita la otra: como medio debíamos cubrir el único concierto en España de la banda, independientemente de que se cubriese también el de Lisboa, más interesante para todo aquel que viviese de la mitad oeste de España.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Además, el show de Lisboa tenía unos precios de entrada mucho más económicos en comparación con el show de Barcelona -más caro debido a una oferta estratosférica realizada por el mismo promotor y luego repercutida en el bolsillo de todos los fans de la banda que acudieron a la cita-. Tras unas gestiones, se garantizó nuestro acceso al concierto desde otros estamentos, lo que demostró que lo que se intentaba hacer era un ejercicio de presión negando nuestro acceso a una cobertura informativa porque otro promotor había invertido en anunciar su concierto en nuestro medio. Es decir, un intento de infundir miedo y asfixiar económicamente al medio. Y esto es a un nivel muy básico y elemental. Podríamos explicar miles de historias en ese sentido con las que lidiamos en el día a día desde muchos frentes distintos.

En otros casos, se nos exigen previas de manera continua para garantizar el acceso a los conciertos. Algo que no casa con nuestra manera de entender el periodismo o el desarrollo empresarial de nuestro medio. La previa, entendida como campaña publicitaria gratuita hacia el promotor, no puede ser la moneda de cambio o el filtro para un medio con 20 años de trayectoria y cientos de miles de lectores mensuales.

Que los promotores hoy en día pueden saltar a los medios y anunciarse en redes sociales es una realidad, pero lo que no deben hacer es vetar el acceso a la información de un determinado medio si no se realiza ese intercambio publicitario gratuito que debe garantizar el acceso al evento. Eso lo único que hace es pervertir la función del medio y hacerle un flaco favor a ambos sectores. El periodismo no es solo hablar bien de los eventos que se organizan y reproducir notas de prensa infumables en los medios. El periodismo cultural es otra cosa. Y cuando se hace, en las oficinas de comunicación de las promotoras saltan las alarmas.

Como decía el gran Ibai Villapún, ex-jefe de prensa de la promotora Last Tour International (Sonisphere, Bilbao BBK Live, Getafe Electric Weekend, etc) en aquella entrevista que le realizamos hace unos meses: “Para decir que éramos altos, rubios, guapos y con ojos azules ya estábamos nosotros. El valor añadido te lo da el tercero que dice que sí, que efectivamente, eso es así. Tú tienes que generar el ambiente para que eso ocurra y a veces sucede, porque tal o cual cabeza de cartel ha dado un bolazo para 40.000 personas. Otras veces te llevarás una hostia como un piano. Hay que tener la suficiente altura de miras para saber encajar esa hostia como un piano. Para mí, como jefe de prensa, si esa hostia se da en las condiciones que debe darse, con un cierto fair play y sentido crítico, la tengo que aceptar. Si había tres horas de cola, es la puta verdad. Si el medio dice eso, el medio gana respeto”.

Hay promotores que deberían comenzar a entender que el masaje no es la única manera de hacer periodismo cultural sino un síntoma de cómo se ha pervertido la profesión. Cada cual puede tener sus legítimos intereses -también nosotros, claro-, pero eso no quiere decir que el veto al acceso a la información sea una práctica aceptable en un sector como el periodismo cultural. Ni se debe normalizar ni se debe permitir. Y nosotros no lo vamos a permitir.

Sergi Ramos