Nunca hay una única causa para el suicidio. Intentamos exponer qué pudo llevar al vocalista de Linkin Park a quitarse la vida.

Es difícil apuntar a una única causa para justificar o explicar el suicidio de una persona de 41 años que aparentemente lo tiene todo. Un todo que, todo sea dicho, puede ser nada para esa persona. Generalmente, los suicidios vienen dados por una serie de factores, no todos ellos visibles ni comprensibles salvo para los profesionales médicos y para los implicados directos -los que ya no pueden explicarse porque ya no están con nosotros.

Que Chester Bennington y Chris Cornell se quiten la vida en el punto de madurez de una carrera musical repleta de éxitos no es una casualidad. El humano medio, con vida gris y anodina, ve las vidas de estas dos personas como una suerte de existencia sobrenatural donde la gente les lanza fajos de dinero por la calle mientras corean sus canciones más conocidas y eso anula cualquier problema o sufrimiento. La realidad es que con el éxito y la exposición pública una nueva serie de problemas y presiones aparecen, problemas y presiones que quien no está en esa misma situación no puede juzgar ni valorar.

La presión creativa es corrosiva. Tener a una discográfica esperando para editar un disco que debe impactar en sus resultados anuales, a un agente esperando cerrar la contratación de una gira y a un montón de trabajadores con fechas bloqueadas a un año vista para trabajar en tu tour es una sensación que da vertigo, especialmente si te pones ante el papel y no sale nada. La realidad es que los últimos dos años han sido duros para Bennington, en sus propias palabras, y el resultado final es que en “One More Light”, el disco más reciente de Linkin Park, participa de manera muy reducida en la composición de las nuevas canciones, existiendo muchos compositores externos en los créditos.

La presión de la fama es destructiva. Ser famoso te abre puertas y te facilita algunas tareas pero te dificulta enormemente otras, como salir a la calle tranquilamente a tomarte un café o a pasear a tu perro. Te conviertes en dominio público y todo el mundo cree tener un porcentaje de tu vida en su poder porque, hey, una vez coreé el estribillo de “In the End” cuando tenía quince años.

La presión de mantener el aspecto físico es horrible. Hacerte mayor, pasar la barrera de los cuarenta años en un entorno en el que se premia la juventud y el público necesita sentirse identificado en términos de edad con sus ídolos, es duro, aunque inevitable. Bennington se mantenía físicamente en buen estado pero a la vista están todos esos músicos de cincuenta y tantos o sesenta y tantos años que no terminan de saber como envejecer dignamente y acaban carcomidos por el botox. Es inevitable y saber gestionarlo no es algo que todo el mundo consiga. Mantener la voz y la energía necesaria para comandar a grandes cantidades de público en los conciertos tampoco es tarea fácil.

La presión de mantener el status y el nivel de éxito es abrumadora. Cuando tu primer disco vende más de 11 millones de copias en tu país de origen y más de 20 millones en el conjunto de todo el planeta y cuando sus canciones impactan a toda una generación, vas a estar el resto de tu vida en una carrera contigo mismo para intentar lograr replicar lo que una vez conseguiste. Es como la droga: el impacto de la primera vez te hace pasarte el resto de tu vida destruyéndote para conseguir replicar aquella sensación, que nunca podrá volver porque nunca habrá otra primera vez. El dinero da igual: una vez tienes techo, comida y la mayoría de necesidades cubiertas, acumular dinero no cura ningún mal y tu pack de problemas pasa a ser otro muy distinto al que deriva de la supervivencia, ese a que estamos acostumbrados los demás humanos.

La presión de soportar las críticas y gestionar los halagos es tremenda. No hace ni un mes que Chester Bennington fue objeto de mofa a lo largo y ancho de internet cuando, durante el concierto del Hellfest, alguien le lanzó un vaso de cerveza en plena interpretación de una de las nuevas canciones de la banda, tan alejadas de su sonido más metálico. Ser el blanco de decenas de miles de comentarios y verse ridiculizado y vilipendiado porque el nuevo disco de tu banda no es exactamente igual a lo que grabaste hace diecisiete años es destructivo. El éxito no te hace libre, a menudo te hace esclavo, esclavo de un público que quiere más de lo mismo y que no tolera el cambio.

Y por último, la presión de perder a un amigo que lo ha tenido todo, como tu, y no ha visto motivo para seguir adelante, es insoportable. Si Chris Cornell no vio una salida a todo esto y terminó usando una cinta de ejercicio para colgarse de la puerta de un baño en un hotel cualquiera, el mensaje que está enviando a otros artistas es muy poderoso y muy peligroso. Para una persona, como Bennington, que había tenido graves problemas con el alcohol y las drogas -lo cual denota un desequilibrio emocional, como mínimo-, el mensaje que envía el suicidio de Cornell es devastador. Y como el propio Bennington escribió en su carta abierta a Cornell, “no puedo imaginarme un mundo en el que no estés”. Y en efecto, no pudo.

Descanse en paz.