No van a ser los felices '20 que se nos prometían. Los tremendos fracasos de giras como las de Ghost, Arch Enemy, Amon Amarth o Uriah Heep nos muestran un panorama poco halagüeño para el directo.

Parece que las previsiones que apuntaban a un periodo postpandémico de júbilo y locura consumista generalizada han sido algo imprecisas. Los “felices veinte” han comenzado a transmutar en los “temibles veinte” a medida que se han levantado las impopulares restricciones y el mundo ha entrado en el siguiente shock disruptivo: el de la invasión rusa en Ucrania y la crisis energética derivada. La exactitud coreográfica con la que Putin ha sacado de sus casillas al mundo occidental en cuanto ha pasado el caos sanitario no deja de ser sospechosa. Y el shock ha sido tan disruptivo como para afectar a algo capaz de causar un efecto dominó en todas las economías occidentales y en la sociedad como tal. El consumo se ha retraído, el precio del dinero se ha encarecido, la inflación se ha cargado todo el periodo de teórica recuperación posterior a la covid y aquí estamos, viendo cómo eso afecta a cosas tan mundanas como la música en directo.

El resultado de toda esa ensalada de caos geopolítico, precios disparados y miedo infundido a la población es la inmediata postergación de todo aquello que no es esencial. Y, como con la pandemia, lo primero que sufre es la cultura, porque es (parece) lo más prescindible.

Las hostias como panes se han sucedido recientemente. Ya no hablamos ni de los grupos que se han visto obligados a cancelar parcial o totalmente sus giras debido a las bajas ventas o los precios triplicados de suministros varios, como Uriah Heep. Hablamos de las giras que llevaban tres ejercicios en barbecho y cuyos promotores tuvieron que ofrecer la opción de devolver las entradas durante un período de tiempo determinado.

Eso, sumado a la creciente tendencia a comprar las entradas a medida que se acerca la fecha -y queda claro que no hay un nuevo aplazamiento- ha provocado que muchas personas decidan prescindir de ver a ciertas bandas. A fin de cuentas, la pandemia nos ha enseñado que hay muchas cosas prescindibles y aunque siga habiendo masa crítica que quiera ver a Machine Head, Amon Amarth, Arch Enemy o Behemoth en directo, lo cierto es que los números no son los que eran.

Behemoth (Foto: Óscar Gil)

Hasta marzo de 2020 un promotor bien entrenado en el arte de la quiromancia podía prever con cierto atino la asistencia a sus conciertos. En base a esa previsión se reservan unas salas u otras, teniendo en cuenta el momentum del grupo, las vibraciones que un nuevo disco ha provocado entre la prensa especializada, la asistencia a giras previas o el lapso de tiempo que ha pasado desde el último tour en una determinada ciudad. Teniendo en cuenta esos factores uno podía saber si una gira apuntaba hacia las 1.000 personas o hacia las 2.500.

Sin embargo, los hábitos de consumo se han roto por completo y ya nada responde a las lógicas del pasado. Si a eso le sumamos que las bandas que más se prodigan por nuestras tierras, las que están más que vistas, están en una dura pugna por los mismos euros, el público -soberano- decide. Y seamos realistas: a Amon Amarth, a Arch Enemy o a Machine Head los hemos visto en directo infinidad de veces. Por muy bueno que sea el nuevo disco, por mucho que los agentes le inflen el ego a los grupos haciéndoles creer que son grandiosos, eso no necesariamente tiene mucho que ver con la realidad del mercado en España.

Los precios no ayudan: pagar 50 o 60€ por ver un doble cartel es -aún teniendo en cuenta que son precios de antes de la inflación- sencillamente demasiado para el bolsillo. A veces la culpa es de los promotores que disparan las ofertas con tal de conseguir la gira, a veces la culpa es de la propia avaricia de los grupos exigiendo recintos a medida de “grandes espectáculos” que no van más allá de cuatro escalinatas y seis surtidores de llamas. Difícilmente son Mötley Crüe, AC/DC o Kiss. Existe un cierto riesgo de sobredimensionar a artistas en nuestro país que no tienen la suficiente masa crítica de fans o no tienen suficiente penetración en el mainstream. Por algo muchas de estas giras no bajaban de Francia. Y, a la vista de las circunstancias, seguirán sin bajar en años venideros.

Las hostias como panes han venido para quedarse en un género musical que cada vez tiene menos que ofrecer al gran público, nos pongamos como nos pongamos. Y más allá de eso, la moda de los macrofestivales sigue hiriendo allí donde todo esto se originó: en los clubs y en las pequeñas arenas. A los grandes fondos de inversión les importa bien poco un ecosistema sano de conciertos de sala: quieren grandes conciertos en los que se vendan muchas entradas y cuadrar cuentas para sus accionistas. Y solo con grandes fondos se puede compertir con operadores globales como Live Nation y sus prohibitivas ofertas a los grupos.

Más allá de eso, la concurrencia de esos factores con promotores que plantean ofertas salvajes hace que los conciertos de sala comiencen a no ser un buen negocio para nadie salvo para el agente y el grupo. Las hostias como panes de cientos de miles de euros, sumadas, dan miedo.

Ni el público, ni el panorama económico ni la escena en general están para seguir estirando el chicle. Viene una temporada complicada, una vez superado el cuello de botella de la pandemia, donde habrá muchas curvas. Que Coldplay, una banda souvenir del mainstream, venda 200.000 entradas en un par de mañanas no quiere decir que el directo goce de buena salud. Más bien todo lo contrario.

Sergi Ramos