Ozzy Osbourne dice adiós a las giras antes de lo que le habría gustado. ¿Creímos por un momento que era realmente inmortal y le hicimos un flaco favor?

En los siguientes cinco años – que pasan muy rápido, anteayer era 2018 y no sabíamos donde se compraba una mascarilla– van a desaparecer cantidades escandalosas de venerables estrellas del rock. No es por ser apocalíptico, sino realista. Los que tienen 70 y tantos, bordearán o superarán los 80. Los que tienen casi 80 como Jagger o Richards, se acercarán un poco más a los 90. No sé vosotros, pero mi abuela con esas edades estaba algo desorientada cuanto menos. Y tenía su colección de achaques. Por muchos quiromasajistas, por muchas bombonas de oxígeno y por muchos dietistas, el tiempo pasa inexorablemente para todos.

Lo de Ozzy Osbourne era un secreto a voces. Se estaba aguantando la gira en pie esperando a que la ciencia obrase el milagro con él -como tantas otras veces. Ya hace muchos meses, una fuente de la industria me dijo “no se va a hacer, pero aún no se puede cancelar oficialmente”. Las cosas suceden cuando suceden y lo de Ozzy es un ejemplo más de como funcionan los flujos de información en el negocio de la música.

Ozzy no es inmortal. Ni pretende serlo. De hecho, la mera idea que lo situaba en la inmortalidad tras tantos años de excesos se había convertido quizá en una piedra en el zapato del afamado vocalista. Más allá de sus ansias de seguir en los escenarios o del irrefrenable ansia de su esposa y manager por seguir exprimiendo la naranja, esa idea de que Ozzy podía con todo quizá ha sido lo más nocivo de todo el asunto. No, Ozzy no puede con todo. No, no es lógico que Ozzy tenga que salir a un escenario en una plataforma hidráulica sustentado por un soporte porque no puede mantenerse en pie, como sucedió en su última aparición pública con motivo de los Birmingham Commonwealth Games. Es admirable la tesón, la constancia y las ganas de seguir adelante a toda costa. Posiblemente es incluso inspirador. Pero hay un punto en que hay que decir basta.

https://www.youtube.com/watch?v=DsNlu8Mk_Fg

Del mismo modo que los mensajes ultrapositivos de Mr. Wonderful son tóxicos (no, la vida no siempre sonríe ni los problemas son siempre resolubles) también lo es la idea de que nuestros músicos tienen que seguir adelante a toda costa por satisfacer a sus fans. La idea de que Ozzy tuviese que llegar a Madrid entre algodones y fuese propulsado al escenario por una plataforma hidráulica donde pasaría hora y media sin moverse mucho y cantando como pudiese no es el adalid de superación que parece: es una muestra más de cómo el neoliberalismo salvaje a veces se disfraza de favor a los seguidores de un artista.

Dejen a Ozzy descansar y recuperarse. Lo ha hecho todo. No tiene nada que demostrar. Si nuestro propio egoísmo nos hace querer mantenerlo a toda costa sobre los escenarios para seguir disfrutando de su talento somos casi tan nocivos como la propia industria y su salvajismo neolib. Es como mantener a tu esposa moribunda conectada a una maquina por miedo a decirle adiós definitivamente.

Let the madness…finish.