14 de marzo. España cerraba sus fronteras para hacer frente al virus que lleva golpeando al mundo durante más de medio año. Con las paredes de las casas pareciéndonos más barrotes de cárcel que paredes, la mayoría de españoles sucumbían a una especie de "renacer" del ser humano.

Dicen que no hay mal que por bien no venga y parecía que «gracias» a aquel virus, cuando al fin abriéramos las puertas de nuestras casas, saldríamos a la calle estrenando una forma nueva de afrontar la vida. Empáticos, desinteresados, dadivosos y llenos de luz.

Las casas se llenaban de las risas de miembros de la familia que antes ni coincidían por los pasillos, las calles estaban vacías, pero los aplausos inundaban cada uno de nuestros balcones como agradecimiento a nuestra sanidad, muchos desempolvaban esa guitarra que llevaban años sin sacar del armario para regalar unos minutos de entretenimiento a los vecinos desde sus ventanas… ¡Qué fantasía! Y nunca mejor dicho.

21 de junio. Fin de estado de alarma y comienzo de lo que personalmente definí como «nueva anormalidad». Ahora os explico por qué. Todo lo que vais a leer es, por supuesto, dejando a un lado a toda esa gente que no tiene la música como pasión (ni dedicándose a ella ni disfrutando de ella como público).

Era bastante lógico que nada iba a cambiar mágicamente en el ser humano, y más si analizamos el historial de mierda que tenemos. Pero lo que no me esperaba era ver lo que os cuento a continuación y, en definitiva, el punto principal de estas palabras que os escribo.

Pasaban los días y parecía que la cosa comenzaba a despegar. Con muchas restricciones -lógicas por la situación-, poco a poco empezaba la gente a compartir en redes carteles de conciertos, nuevos lanzamientos… Sabíamos que, por ahora, el pensar en disfrutar de los conciertos como lo hacíamos antes era utópico, pero eso era ya un soplo de aire fresco.

Megara Leganés

Megara (Foto: Nocnar Tosnophal)

A la par, yo comenzaba a leer incrédula a la gente del propio sector musical plagando las redes de quejas sobre esta nueva manera de vivir los conciertos y, por supuesto, dejando claro que no iban a asistir a ningún concierto en el que tuvieran que estar sentados, con mascarilla… Alucinante. Melómanos autoproclamados. Gente que vive por y para la música, que llevaba desde marzo quejándose de que no tenía de donde sacar dinero. Absurdo, ¿verdad? Y más cuando a diario vemos que están cayendo salas de conciertos, artistas, familias cuyo principal sustento es el sector musical…

¡No es momento de restar! Es momento de que toda esa gente que formamos parte de una manera u otra de este sector nos unamos para que no se hunda. Si no lo hacemos nosotros ¿quién lo hará? La música no va a curar ninguna pandemia, pero solo espero que nunca nos falte porque, entonces y solo entonces, nos daremos cuenta de la falta que nos hacía. Cuidémosla (antes de que sea demasiado tarde).

Kenzy