Que Måneskin sean un revulsivo
Había un cierto viento a favor este año para que, por fin, en medio de la debacle mundial más inaudita de la historia reciente, el controvertido concurso de Eurovision lo ganase una banda de rock. Ya basta de baladas pomposas, de frenesí adolescente o de freaks centroeuropeos decididos a evidenciar lo poco en serio que se toman algunos países el certamen de Eurovision.
Fue un alivio ver que, en medio de tantas propuestas del estilo arriba mencionado, llegaran unos italianos con pinta de rock stars insoportables y se lo llevasen de calle con el televoto de un público que decidió que ya estaba bien de tonterías: un poco de rock duro es mano de santo para tiempos difíciles. Que se lo pregunten a los ’70 (Kiss nos salvaron del post-Vietnam), a los ’80 (el glam rock y el thrash hicieron más agradable la Guerra Fría, Reagan y el Thatcherismo), e incluso los ’00 (donde The Darkness nos entretuvieron mientras se buscaban armas de destrucción masiva en Irak).
Si algo no necesitábamos en el momento actual era una canción de europop trilladísima. No: necesitábamos a una banda de italianos chulos, con el típico cantante de rasgos físicos caricaturescos y un tema de rock que tiene más de Jane’s Addiction y Red Hot Chili Peppers que de cualquier otra banda. Måneskin vinieron a demostrar en Eurovision que hay cosas que perduran entre tantísima música de consumo y olvido rápido. Mientras Conchita Wurst y Salvador Sobral fueron casi inmediatamente olvidados tras su triunfal paso por el certamen, algo nos dice que Måneskin han venido para quedarse.
Ahora bien ¿de qué sirve que gane una banda de rock en Eurovision? Ahí tenemos el perfecto ejemplo de Lordi. Una banda que, si por algo se caracterizaba, era por ser la antítesis del producto eurovisivo. Tíos maquillados como monstruos, vestidos como gárgolas y un tema de hard rock ochentero con chorros de pirotecnia y coros grandilocuentes de fondo. ¿Cómo pudo ganar eso? Pues lo hizo, en efecto. Pero Lordi, que venían tocando para 200 personas en cualquier sala española, pasaron a estar en la cresta de la ola.
De su Rovaniemi natal pasaron a estar dando consejo a los concursantes de Operación Triunfo en una aparición especial en el programa. Y consiguieron llenar y agotar entradas en aquellas salas que antes se les resistían. Pero quince años después de aquello, Lordi tan solo consiguen seguir alimentando a los fieles. Con una carrera digna pero comercialmente estancada, el grupo de monstruos hardrockeros apenas ha logrado volver a acariciar un éxito como el de Eurovision.
Queda por ver si Måneskin, con un disco tan redondo como ‘Teatro d’Ira Vol. I’, consiguen sobreponerse a la maldición de quienes ganan el concurso de la canción europeo. Una maldición que es la de ser efímeros, sustituibles y fácilmente olvidables. Es lo que tienen los concursos -que la novedad de ser el ganador se evapora en cuanto llega el siguiente ganador-.
Cuanto menos aportaron actitud, una buena escenografía clásica rockera y un divertido enfoque a algo tan aburrido, previsible y a veces ridículo como es Eurovision en el año 2021. Y el detalle de andar metiéndose clenchas en plena sala de espera y ser captado en cámara es un bonito guiño a todas esas bandas ochenteras que se destruyeron el tabique para darnos grandes himnos atemporales llenos de decadencia. Quizá necesitamos justamente eso en los tiempos que corren.
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