Pagar 130€ por ver decenas de conciertos en un festival no es caro. A cambio, la inversión entraña unos riesgos. Por ejemplo, climatológicos.

Hace cosa de quince años, me encontraba en el backstage de la feria de muestras de Zaragoza. En el escenario principal estaba terminando de actuar Ted Nugent y aún faltaban los pesos pesados de la jornada: Twisted Sister y Deep Purple. Al día siguiente, actuarían Iron Maiden y muchos más. Según la secuencia de fotos que guardo en mi archivo, a las 20:42, Nugent aún estaba tocando en el escenario principal del festival Monsters of Rock 2008. Poco después, Twisted Sister realizaban una firma de autógrafos en un pabellón de la feria.

En medio de esa firma, hacia las 21:20h, comenzó a llover intensamente en el exterior y el público comenzó a refugiarse donde podía. No era una lluvia normal: era una violenta tormenta que había aparecido rápidamente, con apenas media hora de desarrollo. Acompañé a Twisted Sister a su camerino y los encerré con la premisa de que nadie podía acceder y me quedé en la puerta. El público comenzaba a invadir incluso el pabellón de producción y camerinos y la situación era muy tensa. Fuera, la tormenta estaba destrozando todo a su paso: barras tumbadas, vallas volando, carpas lanzadas a varios metros de su posición original. Incluso un asistente tuvo que ser hospitalizado tras ser impactado por una estructura.

Cuando salí fuera, el panorama era desolador. Caos absoluto. Por supuesto que el resto de conciertos del día no podían suceder: el escenario estaba anegado en agua y las condiciones del recinto no eran seguras como para seguir adelante. La gente, resignada, hizo noche en algunos casos en los pabellones anexos. Otros se fueron a casa. Al día siguiente se decidió que, por motivos varios, era mejor cancelar el resto del festival. Visto el aguacero que volvió a caer esa misma tarde, fue la decisión más inteligente.

Recuerdo el momento con claridad y recuerdo la sensación de pánico al ver como los elementos pasan a estar fuera de control y la integridad del público asistente puede llegar a peligrar. De lo demás se ocupan (no siempre) los seguros, pero nadie organiza un evento como ese para depender de un seguro, sino para que funcione adecuadamente y la gente salga contenta. Entiendo pues, la desolación que ha debido suponer para público y organización lo acontecido en Zamora este fin de semana.

Los problemas en Z! Live

La organización ha hecho lo que ha podido -que no es poco- y ha conseguido que el festival siga adelante al menos en su última y gloriosa jornada. Podrían haber cancelado, cobrar su seguro y seguramente les habría salido mucho mejor la jugada. Sería la opción más cómoda y económicamente más inteligente. Pero estuvieron al pie del cañón y, me consta, no se quisieron dar por vencidos.

Lo del Z! Live 2023 -como sucede con el Leyendas y otros festivales que viven todo en primera persona y no son obra de grandes fondos de inversión extranjeros- fue una lucha titánica por sacar adelante el evento en contra de todos los elementos. A veces, también, del propio público cuyo desánimo y frustración vertido en las redes hace un flaco favor.

Z! Live 2023 (Foto: Jesús Martínez)

No cabe duda de que la gente que paga 80, 100 o 120€ por un festival lo merece todo, pero quizá hemos de comenzar a dejar de pensar que estamos pagando un alto precio por un evento de tres días atendiendo a todos los grupos que en él se pueden ver y la logística que acompaña a su celebración. Ver a cualquiera de los artistas del festival en solitario ya cuesta casi 40€ o más. Si las cosas salen mal y no se trata de una actitud negligente o dolosa de la organización, hay que ser empáticos y entender que cuando uno va a un festival al aire libre se expone a intangibles que lo condicionan todo. A cambio, recibimos un montón de conciertos a precio de saldo, proporcionalmente hablando.

Aunque a todo el mundo le cuesta mucho ganar su dinero, seamos algo más empáticos con proyectos levantados con ilusión y esfuerzo como el Z! Live. Ha sido una edición muy difícil, peor si cabe que la del año pasado. Quizá los organizadores deberían replantear el recinto, las fechas o -incluso- el lugar geográfico. Cuando todo depende de la suerte, un festival puede implosionar fácilmente. Diga lo que diga la AEMET.