Aunque nos cueste aceptarlo, el rock progresivo dejó de ser transgresor hace mucho tiempo. El progresivo como género, nacido de un impulso que lo llevaba a alejarse de los convencionalismos, se ha quedado mayormente petrificado en los clichés que no fueron más que algunas de las muchas herramientas que aquellos pioneros utilizaron para alcanzar su propósito.

«Prog rock royalty» era el nombre de la gira de Neal Morse y The Flower Kings  que visitó nuestro país el año pasado, evento que aprovechamos para charlar en aquel momento con Portnoy, Morse y Stolt. Sin duda uno de los momentos más curiosos de la entrevista con Roine fue volver a hablar del polémico fuego cruzado que se entabló entre Steven Wilson y él hace ya unos años, y aunque esas tensiones parecen estar más que solucionadas, aquello que dijo SW de que «estas bandas son la muerte del rock progresivo» sigue estando muy presente en las mentes de los progsters todavía hoy día, y sigue siendo un tema de discusión recurrente.

Pese a que esto comenzó como una breve introducción a la reseña de «Kaleidoscope», el último trabajo de Transatlantic, he considerado que merece ser tratado como un artículo aparte, dado que me parece un asunto bastante interesante. De lo que os vengo a hablar es de una conclusión que ronda mi cabeza, que tampoco es que sea nueva, pero que me parece que a veces no está tan presente como debería: aunque nos cueste aceptarlo, el rock progresivo dejó de ser transgresor hace mucho tiempo. El progresivo como género, nacido de un impulso que lo llevaba a alejarse de los convencionalismos, se ha quedado mayormente petrificado en los clichés que no fueron más que algunas de las muchas herramientas que aquellos pioneros utilizaron para alcanzar su propósito. Compases de amalgama, canciones largas, uso de teclados, virtuosismo, estructuras complejas… maneras de intentar ser rompedor y de alejarse de lo estándar. Simplemente hemos cogido esas herramientas primarias y las hemos convertido en un estilo como tal, sin ir más allá: poco a poco se ha olvidado el concepto, el qué motivaba la música progresiva, y el género se ha reducido en un gran porcentaje a la forma, a unos procedimientos que, irónicamente, han sido estandarizados también para sentar las bases de un género propio, ya desprovisto en gran parte de los ideales iniciales y más centrado en la repetición de unos modelos relativamente fijos con la inclusión tan sólo de pequeños destellos de innovación.

Pero eso no quiere decir que la iniciativa primaria de este estilo haya muerto. Simplemente el espíritu progresivo, las ideas que motivaron este género, siguen adelante por otras vías. Han transmutado a otros estilos que mantienen parte de la filosofía pero pasan a denominarse de otra manera: el avant-garde, el experimental, incluso los géneros «post» tuvieron un importante componente rompedor lejos de protocolos musicales establecidos, y como estos ejemplos, muchos más. Mi conclusión con esto es que ya no acudimos al metal progresivo a buscar algo nuevo, algo distinto, aunque todavía pueda poseer un pequeño porcentaje. Cuando queremos algo así, vamos a buscar música experimental, música de vanguardia, o simplemente cualquier otro estilo que suene como algo nuevo para nosotros. Cuando vamos a ponernos a un grupo que de entrada está etiquetado como «rock progresivo» o «metal progresivo», sabemos con un nivel de certeza relativamente alto qué nos vamos a encontrar.

¿Pero por qué esto tiene que ser malo? Las cosas cambian, y menos mal que funciona así. Los que buscamos algo nuevo y distinto, algo que todavía pueda romper nuestros esquemas, tenemos una gran cantidad de material hoy día, el ejemplo más claro puede ser el colosal último trabajo de Swans, «The Seer», el que ciertamente a nadie se le ocurriría etiquetarlo de «rock progresivo». Otros ejemplos, viéndolo en perspectiva y alejándonos gradualmente en el tiempo, podrían ser obras como el salvaje «Nostril» (2010) de Igorrr, el magnífico «The Drift» (2006) de Scott Walker o el seminal «F♯a♯∞» (1997) de Godspeed You! Black Emperor. De este modo, la necesidad de tener ciertos géneros que engloben todo aquello innovador y quebrantamoldes queda cubierta, y con esto no quiero decir que ya no haya bandas calificadas como «prog» que se salgan de los esquemas, pero claramente no hay tantas como en otros estilos más modernos que se adaptan mejor a las necesidades del actual oyente ávido de texturas y sonidos nuevos.

No caigáis en el error de pensar que estoy diciendo que a lo que llamamos así hoy día habría que retirarle esa etiqueta, considero que hay que respetar el uso que se le da por la evolución natural que ha tenido el significado del término. Simplemente quería compartir esta reflexión, y es que creo firmemente que las últimas ondas de progresivo ya no son lo que creíamos que era progresivo. En algún punto del camino transformamos una mentalidad en un estilo y lo metimos en un tarro con formol. Lo seguiremos disfrutando como el que más, pero para los verdaderos amantes de los nuevos horizontes, desde hace mucho tiempo toca bucear en géneros con otra nomenclatura.