La muerte de los festivales en España
El problema, como siempre en nuestro país, es que estamos más ocupados intentando demostrar quien la tiene más grande que en satisfacer realmente a nuestra pareja. Y eso, suele provocar la eventual ruptura. Los macrofestivales han fracasado como modelo por su incapacidad de adaptar las necesidades económicas a la realidad del género musical que estamos tratando. Es hora de evitar la quiebra total reformulando el modelo. Y habrá sitio para todos.
En España tenemos una tendencia habitual a olvidarnos del hambre que hemos pasado. Pasamos del Franquismo a los yuppies de los 80 en un abrir y cerrar de ojos, de la miseria al pijerío en cuatro días. Y esos cambios más o menos repentinos hacen que olvidemos lo que había antes y, en definitiva, que no valoremos lo que tenemos.
No hace tanto tiempo, en 1998 o 1999, la máxima expresión de lo que significaba un “gran festival” en nuestro país eran eventos como el Menorrock o el Barbarian Rock de Jerez. Donde lo más grande e internacional que nos visitaba era MOTORHEAD y MANOWAR, junto con algún emergente nombre europeo de entonces como STRATOVARIUS o HAMMERFALL. Fue el auge de festivales europeos como el Bang Your Head, el Sweden Rock y, principalmente, el Wacken Open Air lo que motivó el repentino interés de los promotores estatales por organizar eventos de dimensiones parecidas y carteles de ensueño que, hasta entonces, apenas habíamos podido más que imaginar. Fue entonces cuando llegó el deficitario Rock Machina de Moncofa, con bandas como RUNNING WILD, EDGUY o VIRGIN STEELE, que apenas nadie se había atrevido a traer por nuestras tierras hasta entonces. Tras tres ediciones dejó de celebrarse (con un agujero de más de veinte millones de las antiguas pesetas) y tomaron el relevo otros eventos que pasaron a gozar de un impulso internacional que hasta entonces no habían tenido. Donde el Lorca Rock tenía a bandas como CHILDREN OF BODOM como máxima expresión internacional en el año 2001, llegado el 2002 la cosa se multiplicó por mil y aparecieron en su cartel MANOWAR, SLAYER, GAMMARAY, DORO y muchos más, convirtiendo aquel festival en un referente inmediato, con más de 13.000 asistentes en aquella edición.
Fue justamente en el Wacken Open Air del 2002 donde se pudo ver a un promotor español dándose un paseo, y tomando nota. Al año siguiente, tendríamos en España el monumental METAL MANIA, una co-producción entre dos importantes empresas organizadoras que trajo a Villarrobledo a grandes como IRON MAIDEN, NIGHTWISH, SLAYER, IMMORTAL, SAXON, MOTORHEAD y muchos más a lo largo de tres días, con más de 20.000 personas por día. Al año siguiente, la reunión de JUDAS PRIEST propiciaria una segunda edición en Valencia, aunque con una asistencia inferior y un cartel de un solo día. Pero a partir de ahí, España dejó de estar en la lista de mercados terciarios para las agencias de contratación europeas y la aparición de nuevos festivales comenzó a ser casi una pandemia. Entre el año 2005 y 2012 convivieron en España el Lorca Rock, el Metalway (incluyendo una edición desdoblada en Gernika y Jerez), el Monsters of Rock, el Resurrection, el Costa de Fuego, el Azkena Rock, el Getafe Electric Weekend, el En Vivo, el Kobetasonik, el Bilbao BBK Live (que en un primer momento tuvo una programación heavy muy prominente),el Sonisphere, el hivernal Atarfe Vega Rock que derivaba del Piorno Rock e incluso festivales de programación esencialmente nacional como el Viña Rock o el Derrame Rock comenzaban a incorporar a bandas internacionales a sus carteles, ampliando aún más la oferta para el público. Otros como el desaparecido Mazarrock volvían reconvertidos en el Leyendas del Rock mientras que algunos veteranos como el FESTIMAD veían llegar sus últimas horas en medio de la saturación de grandes eventos nacidos en base al espectacular crecimiento económico español de la pasada década.
¿Y ahora qué?
El modelo del macrofestival, ha muerto. No solo por la omnipresente crisis económica, que también, sino por una saturación que ha hecho absolutamente inviable el planteamiento original. Ante la más que obvia guerra entre promotores (que llegó a las manos en cierta reunión de la APM años atrás) se une la lógica codicia de los agentes y mánagers internacionales, conocedores de que con ciertas maniobras pueden enfrentar fácilmente unos festivales con otros y motivar que una oferta de 400.000 Euros se convierta en una de un millón de euros. Y bien que hacen, pues es su trabajo conseguir maximizar los ingresos de sus clientes (las bandas, que son las que permiten esto hasta cierto punto). Pero en un país construido a golpe de pelotazo y ladrillo, era cuestión de tiempo que la economía se descalabrara y que ese modelo se rompiera.
En primer lugar, la cultura musical en España es la que es. Los cuarenta años de dictadura frenaron mucho del desarrollo cultural del país y no podemos hacer como que eso no ha sucedido. Por ello, la cantidad de público musicalmente erudito es muy inferior respecto a países como Alemania, Suecia o Francia. Y, sin hacer alarde de nada, el público que escucha estilos musicales como el rock duro o el heavy metal, es un público erudito. Conoce su escena, conoce sus bandas, investiga y desarrolla criterio. No es el tipo de público que consume música por inercia o porque ésta aparezca en medios de comunicación masivos o en campañas publicitarias influyentes. Por ello, la cantidad de público con capacidad para absorber el tipo de música que promueven todos esos festivales mencionados es finito. AC/DC, el caso más mainstream, puede llegar a movilizar a 250.000 personas con siete conciertos en España a lo largo de dos años, teniendo en cuenta que mucho público se repite de una cita a otra. 250.000 personas en un país de 47.000.000 de habitantes. No llega al 0,53% de la población. Si nos ponemos a hablar de MASTODON, MEGADETH, BLIND GUARDIAN, WHITESNAKE, DOWN, LAMB OF GOD, DREAM THEATER, KAMELOT, MINISTRY, SONATA ARCTICA o muchas de las otras bandas que actúan en los festivales de nuestro país, el porcentaje se vuelve incluso más ínfimo.
La comparativa con la escena de festivales europea es, por tanto, incompatible. La mayoría de público se queja de los recursos de los festivales como Hellfest o Wacken Open Air respecto a las citas españolas. Los carteles, en primer lugar, pero también las instalaciones, la diligencia anunciando bandas o el precio de las entradas, centran los aspectos en los que España está por debajo. Quizá es el momento de que, por una vez, dejemos de jugar a ser europeos en aspectos culturales. No lo somos. La escena no tiene ni el mismo potencial, ni la misma salud ni los mismos recursos, porque los que siguen este tipo de música es drásticamente inferior respecto a la mayoría de nuestros países vecinos.
Es por ello que pagar un millón de euros por un cabeza de cartel en España es un suicidio, porque obliga a recortar en instalaciones, en otras bandas y en otros muchos aspectos que pueden hacer de un festival algo grande y no algo mediocre. Por otra parte, tan solo los grupos grandes (esos que cobran cerca del millón o que incluso doblan esa cifra) son los que motivan que grandes cantidades de personas se movilicen para acudir a un evento. Pero ¿Se movilizarían todas esas personas para acudir a un evento donde dicho cabeza de cartel tocara sólo o con un par de teloneros en un estadio o gran recinto? Posiblemente si, y a un precio más razonable en muchos casos. Porque lo que está claro es que el gran evento, como formato, ha muerto en nuestro país. Festivales con presupuestos de dos o tres millones de euros no recuperan la inversión con asistencias de 25.000 o 30.000 personas en el mejor de los casos. Una vez se descuentan impuestos y sociedad de autores del precio de la entrada, lo que queda limpio se reduce en un 30% aproximadamente. Y en un contexto de economía en recesión absoluta, el consumo accesorio (barras, merchandise, etc) no vive su mejor momento.
¿Qué es el rock duro y el heavy metal en España? Un nicho. Un nicho como puede ser el jazz o el blues, lejos de lo que el pop, el indie o el hip-hop pueden movilizar. Y como nicho que es, debe tratarse comercialmente como tal. Hay que decir adiós a los festivales para 20.000 personas con IRON MAIDEN como cabezas de cartel. El futuro está en ir a por el público mediante la excelencia, en los carteles y en instalaciones.
Los festivales de aforos más reducidos (5.000 o 6.000 personas), con bandas de altura pero sin precios de contratación exagerados, son la única manera de mantener a flote esta modalidad de música en vivo en nuestro país. Carteles selectos, sin repetición excesiva de bandas de una edición a otra, yendo a buscar el delicatessen de cada género para surtir a un público que, en condiciones óptimas, puede pagar un precio de entrada alto con unos costes infraestructurales muy inferiores. Mientras tanto, IRON MAIDEN, METALLICA y los pocos que aún movilizan a decenas de miles con sólo decir “hola, buenos días” pueden realizar grandes conciertos en grandes recintos ellos solos, en condiciones muy distintas y con mucha menos complicación logística.
El problema, como siempre en nuestro país, es que estamos más ocupados intentando demostrar quien la tiene más grande que en satisfacer realmente a nuestra pareja. Y eso, suele provocar la eventual ruptura. Los macrofestivales han fracasado como modelo por su incapacidad de adaptar las necesidades económicas a la realidad del género musical que estamos tratando. Es hora de evitar la quiebra total reformulando el modelo. Y habrá sitio para todos.
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