Carmel, Inidana. 3 de agosto de 2014. Peter Frampton está sobre el escenario haciendo un show de grandes éxitos al uso. El recinto, el Palladium, está razonablemente poblado de gente. En las primeras filas, un fan tenía su móvil en el aire, grabando íntegramente el show del artista. A la entrada al recinto se advertía de que no estaba permitido tomar fotos ni vídeos en el Palladium, pero que el personal de Frampton iba a permitir la fotografía, siempre y cuando fuese sin flash y sin video implicado.

Carmel, Indiana. 3 de agosto de 2014. Peter Frampton está sobre el escenario haciendo un show de grandes éxitos al uso. El recinto, el Palladium, está razonablemente poblado de gente. En las primeras filas, un fan tenía su móvil en el aire, grabando íntegramente el show del artista. A la entrada al recinto se advertía de que no estaba permitido tomar fotos ni vídeos en el Palladium, pero que el personal de Frampton iba a permitir la fotografía, siempre y cuando fuese sin flash y sin video implicado.

El fan, obviamente ignorando la petición, se dedicó a grabar todo el show con su teléfono móvil. Ninguna de las señas y advertencias de la crew de Frampton fueron procesadas por el tipo, que siguió grabando. En un momento determinado, Peter Frampton se acercó al borde del escenario, cogió el teléfono de la mano del tipo, y lo lanzó lejos, muy lejos del escenario sin perder la compostura en ningún momento.

El público aplaudió incesantemente.

«Muchos artistas y miembros del público se sienten de la misma manera que yo» explicó posteriormente Frampton en su propio Facebook. «Simplemente lo que hice ha motivado un debate, lo cual es bueno. Mirad hacia arriba, no hacia abajo, por favor. Especialmente si estáis conduciendo».

En una entrevista posterior con USA Today, Frampton elaboró un poco más. «El problema no es lo que pasó esa noche, sino a lo que hemos llegado. Si un 1% de la gente que levanta un iPad o un smartphone en los conciertos luego ve los videos que graba, estaría muy sorprendido. No lo hacen.»

«Cuando yo hago un show, vienes a verme. Vienes a verme en directo, no a ver un video. Es algo que distrae mucho, no solo a mi, sino a todos los miembros del público».

«Le dejo a la gente tomar fotos durante las primeras tres canciones, igual que a los fotógrafos profesionales. Luego les pido amablemente si pueden guardar sus teléfonos, porque ya tienen suficientes instantáneas. Quiero comunicarme con el público. Recibo aplausos cada vez que pido eso. Cuando guardas tu teléfono, entonces puedes ver el concierto en 3D y en HD» insiste.

«¿Por qué tiró el movil en vez de simplemente quitarlo de sus manos y guardarlo?» le pregunta el periodista. «Porque quería dejar clara mi postura. Y es rock and roll. La vida es dura» responde Frampton.

Lo que véis no es la keynote de Apple presentando el iPhone. Es un concierto de Bon Jovi. Los de delante que están con el movil, son los que más pasta han pagado por estar ahí.

Lo que véis no es la keynote de Apple presentando el iPhone. Es un concierto de Bon Jovi. Los de delante que están con el movil, son los que más pasta han pagado por estar ahí.

El incidente de Frampton ha servido para lanzar el debate en Estados Unidos, al menos brevemente. Lo que si que es cierto es que desde hace varios años, la marea de teléfonos móviles en los conciertos es tan indignante como insoportable. Tan solo hay que ir a YouTube y visionar cualquier video de los que la gente sube a posteriori. Movidos, con mal sonido, con ángulos y resolución absurdos. Tener una cámara no te hace videógrafo, ni director de video-clips. Y si todo lo que pretendes es tener un recuerdo personal, trátalo como tal. Intenta no molestar.

Sin embargo, uno se encuentra auténticas mareas de teléfonos móviles en el aire en cualquier concierto. Tanto da el artista, el género, o el momento. Tanto da que sea el tema épico, el momento dulce o la parte cañera. Gente saltando con el móvil en las manos, incapaces de entender que allí no se va a ver nada que merezca la pena. Gente grabando shows enteros con el móvil, que posiblemente necesiten un quiromasajista al día siguiente. Gente tomando fotos absurdas, movidas y malas con ganas (la cámara de un smartphone no está preparada para las virguerías que son necesarias para sacar una buena foto de concierto). Gente que acumula recuerdos sinsentido, por el mero hecho de acumular. Porque tiene la oportunidad. No es muy diferente de quien va a un buffet libre y come todo lo que puede. Sencillamente porque puede. El secreto está, y siempre ha residido, en el equilibrio. O el resultado suele ser el vómito, físico o digital.

Durante la gira «The Wall», de Roger Waters, el público podía disfrutar de un espectáculo cuadrafónico, con proyecciones de la mayor calidad, mediante un mapping tan preciso como un cirujano sobre un muro de tropecientos por chorrocientos metros. Además, tocaba una banda compuesta por humanos. Para todo ello, la gente había pagado una media de 56 Euros. Sin embargo, conscientemente, un gran sector del público escogía tener una experiencia sensorial peor de lo que le ofrecía la entrada. Veían un concierto épico, único, que jamás podrían volver a ver, a través de diminutas pantallas de cinco o seis pulgadas, totalmente empeñados en preservar el recuerdo antes que disfrutar la experiencia en primer lugar.

Es curioso como el público, en general, no comprende como su actitud devalúa la experiencia para ellos y para quienes les rodean. Ya no solo por la propia molestia de que alguien obstruya tu campo de visión con sus brazos en alto y un teléfono. Incluso su propia ignorancia y egoísmo convierten la experiencia en algo menos apetecible, una vez se toma conciencia de ella. Como resultado, en los conciertos es fácil reconocer quien es un fan de verdad y quien está ahí para contárselo a los demás, a través de WhatsApp o las redes sociales. Forma parte de esa tendencia creciente a hacer que nuestro entorno sea conocedor de que tenemos una vida, que salimos de casa y que vamos a sitios interesantes. Pero estamos tan preocupados en documentarlo y hacerlo saber que la propia experiencia en si misma pierde todo el valor.

La última vez en que pude ver a AC/DC en el Estadio Olímpico de Barcelona era tal la cantidad de gente en el área que las antenas de telefonía móvil dijeron basta. 65.000 teléfonos intentando conectarse a la red en una montaña es algo que suele tener resultados fatídicos. Como resultado guardé mi teléfono en el bolsillo, sabiendo que no iba a poder usarlo en todo el show. Y durante las siguientes dos horas me dediqué a saltar, bailar y gritar con el puño en el aire. Acabé sudando, con las palmas de las manos doloridas. Capté cada detalle y lo tengo guardado de manera indeleble en mi retina y en mi memoria, el mejor disco duro que jamás podré poseer. Aquel concierto es, posiblemente, el que más he disfrutado en toda mi vida.

Si tan solo el resto de asistentes hubiesen tomado la misma actitud…

Un asistente graba a The Poodles en el reciente Ripollet Rock.

Un asistente graba a The Poodles en el reciente Ripollet Rock.

En el sector profesional, quienes nos dedicamos a la prensa y fotografía nos encontramos a menudo con que el poseedor de un teléfono móvil con cámara tiene los mismos o más privilegios que un profesional en un concierto. Generalmente, los fotógrafos tenemos acceso al espacio frontal del escenario durante tres canciones y podemos hacer fotos sin flash. Intentad tal proeza en un concierto de, pongamos, The Dillinger Escape Plan. O, sin ir más lejos, de Doro o Michael Monroe, que no paran quietos. Sin embargo, el público de un concierto puede tomar fotos durante todo el show, sin demasiado problema. Tanto con cámaras compactas como con sus teléfonos. Lo que habitualmente deriva en un montón de fotos movidas y un montón de flashes en la cara del músico, sin absolutamente ninguna utilidad para ninguno de los implicados.

Peor es cuando sucede lo que es ya inconcebible. Que se acredite en festivales y conciertos a supuestos profesionales que tan solo toman fotos con cámaras compactas, iPads o teléfonos móviles, lo cual denota la seriedad de su propuesta y el interés que ponen en ofrecer un buen resultado. En el foso del último Leyendas del Rock se podía ver a más de 30 fotógrafos, la mayoría amateurs, disparando sin cesar, levantando sus cámaras en el aire para molestia de los demás fotógrafos y sin respetar para nada la etiqueta habitual en estos casos. Y unos cuantos con su móvil, incapaces de darse cuenta del ridículo que están haciendo ante cualquier profesional.

Si los propios promotores y artistas no toman el interés suficiente en vetar este tipo de actitudes, poco podemos hacer los demás. Los artistas deberían educar a su público, como hizo Peter Frampton. Y los promotores deberían filtrar mejor a quien entregan pases de fotógrafo. Se dice que «toda la publicidad es buena», sea del tipo que sea. Yo creo que no toda la cobertura es buena ni válida. Ni todo documento gráfico merece la pena ser tomando. En la próxima ocasión, antes de sacar vuestros móviles del bolsillo, pensad si lo que vais a documentar merece la pena.