¿Es justificable el playback en directo?
En producciones y giras escénicamente muy exigentes ya tenemos que tolerar samplers y pregrabados de pasajes instrumentales y corales imposibles de llevar al escenario debido a las limitaciones en infraestructura o, simplemente, porque ciertas pistas de estudio son inviables en directo (pero esto es otra cosa bien distinta al playback). ¡Como para encima tener que escuchar superposiciones de agudos y estribillos enteros sacados de los discos! ¡Ah, eso si que no! Que estén bien disimulados no es peor que se evidencien con faltas de sincronías en labios y audio. Bueno, esto último sería ya el "apaga y vámonos".
¿Se justifica el empleo del playback para mejorar la experiencia en directo de bandas veteranas?
Cuando nuestro director, Sergi Ramos, me propuso trabajar sobre un tema como éste para elaborar un artículo de opinión y esclarecer algunos puntos sobre la tendencia cuestionable de algunas estrellas del Rock que se sirven del playback para enmascarar la pérdida de habilidades vocales, estuve a punto de decirle “mira, sólo hay una respuesta a esa pregunta y es “NO” y no merece la pena someterlo a discusión porque nadie querría, en su sano juicio, ser estafado en un concierto” Pero como no me iba a aceptar la negativa, so riesgo de ofrecerme un tema aún más antipático, opté por callarme y enfrascarme en una profunda meditación al respecto.
Puede que haya algo que lo justifique: el empeño del frontman de turno por seguir manteniendo el ideal místico de todo fan rockero, que no es otro que ver a su ídolo perpetuarse con inalterable prestancia sobre un escenario. Sólo que esa excusa se me antoja demasiado fatua, en el fondo. Al fin y al cabo, las bandas de rock y de heavy metal responden a los mismos estímulos que el resto de artistas escénicos: mantener a flote su economía, seguir dando rienda a su expresión creativa y dilatar lo máximo posible sus carreras bajo la premisa de que mientras estén activos, seguirán existiendo. Saberte un mito tiene un algo de melodramático si aún no te has muerto. Y es que debe ser duro lidiar con el hecho de que te sigan adorando por algo que hiciste años atrás y ser incapaz de ofrecerlo ante tus miles de seguidores que siguen añorando aquellos buenos tiempos en que te desgañitabas con impecables y afinados agudos. Claro que la vida, en si misma, se concibe como un proceso de cambios y llegar a ciertas etapas de madurez y senectud nos obliga a todos a adaptarnos a éstas. Vale, entonces, tienes dos opciones: retirarte a tiempo y dejar que sea tu legado el que hable por ti o mantenerte a toda costa en el candelero, modulando la voz para que no se noten las caídas de tono y los gallitos propios de unas cuerdas vocales desgastadas. Ah, pero ¿Acaso no viene la tecnología a salvar el escollo y mediar, como solución mágica, entre la funesta jubilación y el ridículo más espantoso?
Aquí surgirán las voces furibundas de los fans: “Ya, pero el playback no es la respuesta” y yo les doy la razón. Atengámonos al hecho incontestable de que pagamos entradas de conciertos para ver a una banda actuar “en vivo” y el uso del playback por parte de un longevo cantante de reputación consolidada (pongamos por caso gente como David Coverdale, Rob Haldford u Ozzy Osbourne) sería un camelo indigno. Yo, personalmente, no creo que jamás se rebajaran a recurrir a éste por más que algunos piensen que serían la excepción que confirmara la regla. Salvando las distancias en cuanto a tesituras y estilos vocales, las voces de un Klaus Maine, de un Jon Anderson o de un Bob Catley – cito entre una docena más de candidatos – a penas han acusado el paso del tiempo así que no creo que se plantearan nunca recurrir a la simulación del playback en directos.
En producciones y giras escénicamente muy exigentes ya tenemos que tolerar samplers y pregrabados de pasajes instrumentales y corales imposibles de llevar al escenario debido a las limitaciones en infraestructura o, simplemente, porque ciertas pistas de estudio son inviables en directo (pero esto es otra cosa bien distinta al playback). ¡Como para encima tener que escuchar superposiciones de agudos y estribillos enteros sacados de los discos! ¡Ah, eso si que no! Que estén bien disimulados no es peor que se evidencien con faltas de sincronías en labios y audio. Bueno, esto último sería ya el «apaga y vámonos«.
El playback se reveló décadas atrás como una herramienta sumamente útil en contextos filmados, como las películas musicales, los videoclips y esos ya casi extintos programas de televisión de variedades en los que solían presentarse las bandas y solistas más comerciales. Detrás de éstos últimos estaba el interés puramente promocional y el control sobre factores externos como las carencias técnicas de los platós y la, a veces, calidad cuestionable de los propios artistas en directo. Llevarlo durante una actuación en vivo fue el recurso para que las divas del pop, abanderadas por Madonna, pudieran bailar a sus anchas sin que se apreciaran los jadeos y distorsiones en las emisiones vocales. El espectáculo coreográfico y la exigente actividad física de los/las cantantes en las magníficas puestas en escena de Riahanas, Lady Gagas y demás colosas de la música comercial pone en un serio aprieto la pericia de sus extraordinarias voces y es que es prácticamente imposible aguantar más de una hora de bailoteos sin sudar, sin chillar y sin desafinar. El playback está a la orden del día en las grandes producciones y son muy escasas las ocasiones en que no se echa mano de éste en fases concretas del espectáculo pop, cuando no en todo él. Tal vez se salven Beyonce y Shakira, pero si os digo la verdad…tampoco estoy muy segura. Y creo que tampoco les interesa demasiado a los lectores de este medio. Sin embargo, era menester aclararlo.
En el mundo del Rock, y por derivación en el del Heavy Metal, semejante artefacto técnico no debe tener cabida porque en la esencia misma de estas músicas subyacen serios principios y valores comunes con todos los grandes géneros manifiestamente exigentes a nivel vocal en directo (ópera, blues, soul y R&B, entre otros) y que son: autenticidad y honestidad. Una banda, su cantante y cualquiera de sus músicos están, no sólo, brindando sus creaciones al público sino su capacidad para poner éstas en directo con un nivel de ejecución que permita al espectador medir y calibrar su valía como artistas absolutos. Usar playback para enmascarar un deficiente estado de la voz es un modo de engaño que sólo se justifica para deleitar a sectores de la audiencia que ignoran el recurso de la triquiñuela. A quienes no les pasa desapercibido, en cambio, les crea una curiosa disonancia porque la decepción del artificio es igual de intensa que la triste evidencia del declive de su ídolo. Entonces ¿Qué es mejor para el fan? ¿Participar del truco y ser cómplices silenciosos de la tramoya del playback? ¿O asistir impertérritos a los estragos de una voz en decadencia? En ambos casos la respuesta será “de ninguna de las maneras”.
Entonces, descartado el playback como animal de compañía ¿Qué nos queda?
a) Dejar de ir a los conciertos para certificar la muerte artística de esas bandas veteranas en fase terminal (o de sus solistas) y conformarte con escucharlo en disco.
b) Seguir asistiendo a los conciertos para certificar la muerte artística de esas bandas veteranas en fase terminal y aceptar que los gallitos y las salidas de tono son un mal menor.
c) Seguir asistiendo a ….bla bla bla…en fase terminal para después despotricar sobre el mal estado de la banda o de su frontman.
Hay otros aspectos añadidos a la ejecución en directo, unos intrínsecos al cantante y otros externos a éste, que por si mismos servirán de atenuantes para que el público crítico responda de un modo ecuánime ante los desajustes y altibajos de una voz que acusa la pérdida de calidad.
Actitud, repertorio, clima, duración del espectáculo y contexto.
El Rock es actitud. Eso lo sabéis todos. Sin esa carga de desparpajo, energía, talante y procacidad, una banda como Mötley Crüe estarían ya fuera del circuito de conciertos desde hace algunos años. Nadie pone en tela de juicio a la banda en su conjunto. Son auténticos adalides de lo que se entiende por espectáculo y actitud. Individualmente, en cambio, dos de ellos están entrando en barrena. El sufrimiento real y físico de Mick Mars le exonera de cualquier crítica puntillosa: sigue siendo un excelente y consumado guitarrista pero la espondilitis anquilosante casi no le permite arrastrar dos pasos y su aspecto deteriorado y envejecido plantea serias dudas sobre su capacidad para aguantar un directo de hora y media. Vince Neil, sencillamente, carece de voz (ya os contaré cómo suena en el próximo Sweden Rock y si se hace valer de los playbacks que tanto denostamos sus fans). Tommy Lee es una culebra musculada y, al fin y al cabo, toca la batería así que no me preocupa. Como tampoco me preocupa la energía apabullante del líder, Nikki Sixx. Aún con la diezmada voz de Niels la actitud sobre el escenario de cada uno de los angelinos garantiza que habrá espectáculo, que no van a defraudar y que se despedirán con toda la metralla sonora de la que son capaces.
Elegir un repertorio acorde con las posibilidades y las dádivas vocales de sus más insignes representantes es tarea que KISS conoce de sobra. Paul Stanley arriesga vocalmente lo justo, incluso desafina y se ahoga pero eso forma parte ya del disfraz de chico-estrella del rock que con tanto acierto ha asumido hasta consolidarlo en sus propio pellejo. A Gene Simmons el tono más grave le beneficia frente a su compañero. Sin ser para nada un buen cantante ni un excelso bajista, eso parece dar ya igual: hablamos de la banda de rock más grande del planeta. Hagan lo que hagan facturan cientos de miles de dólares, venden miles de piezas de merchandising y renuevan discografía cada dos años, aunque jamás logren superar a sus clásicos. Si una banda está destinada a perdurar a pesar de playbacks, injertos, pelucas, dentaduras postizas, y ya veremos si algún efecto de escenario importado de la robótica y la cibernética, esos son, sin duda, los neoyorkinos. Es posible que KISS siga existiendo incluso cuando hayan muerto artísticamente sus legítimos y las futuras generaciones comprueben que a base de “impersonators” mantengan el producto rentando hasta el fin de la especie humana, cantando sus impepinables Detroit Rock City, I was made for loving you o Rock & Roll All Nite. Ellos son un ejemplo del futuro del Rock como espectáculo vitalicio (y eso sin contar con que Alice Cooper no les vaya a la zaga). Y si tienen que usar playback lo harán, no les quepa la menor duda. Otra cosa es cómo semejante culebrón lo vivan los fans radicales y nostálgicos de las Kiss Army mundiales.
Cuando Roger Waters aclimató los mayores escenarios de Europa y América para representar íntegramente el colosal The Wall de Pink Floyd se dijo hasta la saciedad que había hecho gran parte del show en playback. No ya él sólo, sino toda la banda que le acompañaba. De ser cierto, y creo que hay indicios suficientes de que ocurrió así en varios lugares de la gira, cabría preguntarse si los millones de dólares que se embolsó a lo largo y ancho del mundo no fueron en realidad uno de los mayores robos perpetrados en las narices de sus miles de seguidores que miraron, embelesados, cómo se construía, ladrillo a ladrillo, el muro de los disparates bélicos de la humanidad y se recreaba ese magistral portento de disco y película. ¿Se hizo por el bien de la integridad del original y para sublimar las sensaciones épicas de tamaño espectáculo? Tal vez esa es la única razón que valida, en un contexto como éste, el empleo de materiales pregrabados y playback. Aquí lo musical estaba supeditado a los escénico, y no al revés, y asegurar la perfección de semejante show de tres horas a los largo de más de dos años de tour mundial, en todos y cada uno de los emplazamientos, requería del soporte de toda la maquinaria técnica indispensable para lograrlo ¿Lo veis? El clima escénico, el contexto y la duración de un show ayudan a “disculpar”, en casos como éste, un recurso tan denostado en otras circunstancias. Así que, más que un robo, esta es mi opinión, aquello fue en verdad un auténtico regalo. Aún no he escuchado a nadie decir que se arrepintiera de acudir, aquella noche de marzo del 2011, al Palau Sant Jordi.
Los episodios puntuales, como infecciones de garganta e inflamaciones de cuerdas vocales, que deben afrontar los grandes vocalistas durante sus giras, y que afectan a su capacidad para cantar, conforman el núcleo de los playbacks recurrentes. Hay que salvar los shows y, tristemente, o se cancelan algunas localidades o se empañan desafinando y poniendo aún más en riesgo la ya de por si frágil condición vocal del frontman. Recuerdo haber asistido a un concierto de GammaRay en Estocolmo donde el pobre Kai Hansen, aquejado de bronquitis, se las vio y se las deseó para mantener a raya los espeluznantes agudos que salían de su faringe. Ya había suspendido el concierto en Malmö un par de días antes para descansar pero eso no mejoró demasiado el estado de su voz. No obstante, suplió calidad con reajustes en el setlist e hizo algo aún más sorprendente: cedió algunos temas a la prodigiosa voz de su compañero de gira, el versátil Fabio Lione de Rhapsody of Fire, y a un sustituto desconocido llamado Frank Beck. De haber empleado playback nos habríamos perdido unos memorables Future World, Empire of the Undead o Time for Deliverance en clave lírica del italiano. Y francamente, estuvo genial aquella experiencia.
Lo que le pasó a Steve Augeri en la gira de Journey del 2006 fue realmente triste. Una neumonía atípica se había cebado con su salud en 2003 y nunca llegó a recuperarse del todo, al no poder dejar la ingente cantidad de conciertos que tenía programados con la banda, así que no tuvo más alternativa que abandonar aquel tour, y por ende, poco después, fue despedido de Journey. Usar playback fue, en todo caso, una manera de salvar el culo a los directos pero ello tuvo una repercusión negativa en el prestigio de los americanos, por lo que no tardaron en recurrir a un suplente digno. Scott Soto duró poco y tuvo que ser un entonces desconocido cantante filipino, Pineda, quien finalmente se estableciera con el liderazgo de la voz de Journey. Hoy en día, Augeri ha conseguido remontar su carrera en otros proyectos y disipar toda sospecha sobre su falibilidad.
Parece que el tiempo lo sitúa todo en su sitio. Pero el tiempo – y el uso que se haga de éste – es implacable y destructivo cuando se trata de mantener un caudaloso registro vocal. Los expertos aseguran que para subsanarlo y atrasar los devastadores efectos de la degeneración de las cuerdas vocales se han de tomar medidas desde los inicios de la carrera musical, una disciplina metódica que jamás se debe obviar basada en la hidratación, descanso, protección, hábitos saludables, calentamiento y…técnica. Los cantantes de ópera lo saben bien: éstos jamás recurren a micrófonos para amplificar sus voces. Se bastan con sus técnicas respiratorias, uso del diafragma y de la amplificación natural de los recintos cuyas estudiadas acústicas permiten que las ondas sonoras viajen ordenadamente a todos los puntos del proscenio y auditorio. Los cantantes de Rock y Metal están sometidos a variables bien distintas – y que todos conocemos – pero eso no les exime de un cauteloso celo por sus condiciones vocales. Un ejemplo de un cantante de Rock extremadamente técnico y meticuloso es Glenn Hughes quien con sus 64 años, y a pesar de una etapa disoluta con las drogas, sigue manteniendo un prestigioso puesto que los sitúa entre los mejores del mundo. Nunca usaría el playback, antes más bien tomaría la sensata y más digna decisión de retirarse. Esperemos que aún pasen algunos años hasta entonces.
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