Presentamos con este curioso artículo a nuestro nuevo colaborador Federico Fernández Giordano, escritor de profesión, quién nos deleitará de tanto en cuanto con profundas reflexiones relacionadas con el mundillo metálico. Pasen y lean...

Está visto que el periodismo musical, o lo que algunas compañías multinacionales denominan más honestamente “de entretenimiento”, es un campo trillado y populoso al que cada día parecen sumarse catervas enteras de personas dispuestas a ofrecer su opinión, en parte gracias a este nuevo avance tecnológico que son los foros en Internet. No obstante, aún creo que una de las más edificantes formas de polemizar con nuestros semejantes se encuentra en las tertulias de borrachera, a ser posible en la oscuridad de un tugurio maloliente y con los hits del metal de toda la vida atronando nuestros oídos.

De una de esas tertulias les quiero hablar, una que tuvo la particularidad de producirme un acusado escozor escrotal durante varios días, y es que la conversación en cuestión fue de lo más crispante. Mi contertulio ostentaba la dudosa teoría de que practicar hoy en día un estilo musical tal como el Hard Rock y/o sus sucedáneos es una cosa sin sentido, como si dijéramos, “lloviese sobre mojado”, y, según este individuo, bien podría agarrarse toda la música hecha esta el año 2000, meterla en un contendedor blindado y lanzarlo luego a las profundidades del océano, para volver a empezar a partir de las actuales semitendencias de fusión y mestizaje, según él (oh, craso error) toda una novedad en esto de la música.

Sirva este fragmento a modo de introducción al tema que nos ocupa, que no es otro que el METAL. De un tiempo a esta parte, se deja ver entre sus filas, en especial entre las ramas del metal extremo, un cierto fundamentalismo radical que, en mi opinión, es equiparable a los demás fundamentalismos del mundo por compartir con éstos una serie de axiomas: la mirada puesta en el ombligo, la creencia en la tenencia de la Verdad, y la incapacidad para concebir esquemas pluralistas de la realidad.

Lo cual deja ver que en el mundo del METAL empieza a ser hora de aplicar el sano ejercicio de la autocrítica. Todo eso de ser los chicos malos de la clase está muy bien, y hasta es necesario un poco de gamberrismo de vez en cuando, pero todo tiene un límite, y a uno puede salirle inflamación crónica de los órganos genitales por escuchar demasiado a menudo desatinos como el anteriormente citado. Ciertamente, semejantes muestras de cerrazón son cuanto menos indigestas para alguien que ame y perciba la música con un mínimo de sensibilidad. Resultan igualmente sorprendentes las críticas hacia los géneros musicales clásicos como el Rock, y en no pocas ocasiones se podrá escuchar en boca de los llamados “metaleros” desalmadas cargas contra los estandartes de dicho género.

Tomaré como ejemplo el caso de los Beatles y Bob Dylan, blanco frecuente de las iras y hostigamientos de nuestros hermanos metaleros. Estos autores son acusados a menudo de “malos”, “simples” o “tontos”, opiniones que traslucen cierta oblicuidad y falta de apreciación, más aún si estos comentarios proceden de alguien que aspire a cierta calidad intelectual. Si bien su caso es diferente al del individuo citado arriba, al parecer incapaz de comprender la importancia estética e histórica de un estilo determinado, en el caso de los furibundos metaleros se trata de lo que, en primer lugar, podríamos llamar una inflamación del racionalismo mozartiano más rancio y obsoleto, que aún aspira a darse ínfulas de sublimidad y apoteosis; y en segundo, a una lectura errónea de la música basada en parámetros exclusivamente cuantitativos, sin tener en cuenta los rasgos cualitativos que son la esencia de lo humano (según esta lectura, la música de los Beatles debe ser inferior por el hecho de que la batería de Ringo Starr posee un número menor de golpes por minuto que la de, por ejemplo, Pete Sandoval…) Esta misma perspectiva, sintomática de una sensibilidad ofuscada, concluirá que la sencillez de un tema de Bob Dylan ha de contener un grado menor de valía por venir presentado en forma de acordes rasgueados con una guitarra y una voz desafinada… (y si nos ponemos en plan cuantitativo de verdad –o sea, a contar–, habría que ver quién “gana” en aportaciones originales e influencias positivas al corpus de la música en general). Con esto, la música se convierte (pervierte) en una sucia competición por ver quién es capaz de realizar fraseos más rápidos y composiciones más imbricadas, absurdamente obsesionadas por el tecnicismo y por un ideal de belleza trasnochado que, en última instancia, nadie dijo que tuvieran la última palabra en lo que a música se refiere. El cantante de blues Howlin’ Wolf, por apelar a otro ejemplo, no tenía necesidad ni obligación de hacer más complicadas sus composiciones, y su legado no es hoy menos importante por eso. El primitivismo analógico de las primeras grabaciones de Charlie Parker, Django Reinhardt, Black Sabbath o Possessed no desmerece su expresividad, habilidad e innovación técnica.

Lo cierto es que cada cierto tiempo surgen cracks de la música cuyo trabajo deja una gran impronta o sirve de punto de giro, y por más que me duela decirlo, el METAL se ha convertido demasiado en un círculo endogámico y excluido del resto de géneros musicales, por lo que veo muy difícil que sus aportaciones y recursos puedan ser trascendentes más allá de las fronteras que él mismo (el METAL) se autoimpone. Fronteras que por otra parte están marcadas por una serie de tropismos y fórmulas estándar que hacen aún más difícil ser un apóstata entre sus filas. Como todo movimiento que se erige contra una autocracia y sus axiomas, el METAL ha terminado estableciendo sus propios axiomas y convirtiéndose por tanto en una autocracia en sí misma.

Los efectos negativos de dicha endogamia o círculo cerrado se evidencian en el hecho de que el METAL no es un fenómeno generador (o lo es en muy corta medida) de otros fenómenos o repercusiones en el ámbito musical y cultural, sino solamente receptor (alimentado en ocasiones por actitudes e ideas tan acartonadas como una pretendida trascendencia mitológica o las fantasías románticas de caballería…). Es decir, que es un organismo más propenso a verse influido por fenómenos laterales como los avances tecnológicos, las tendencias estéticas y de pensamiento, etc, que a operar cambios efectivos sobre éstos.

Y es que una de las cualidades características de las personas es que tienden a clasificarlo todo por categorías, y por eso nos gusta incluirnos en tal o cual grupo identificativo, dando así al mundo un orden aparente, e incluso llegamos a creer que realmente el mundo está compartimentado en esas diferenciaciones formales del intelecto, pero ocurre que la realidad es más caleidoscópica que lineal, y el METAL, por si algunos aún no lo sabían, es sólo una forma más de las que componen el mundo. Y si bien parece adecuado el consejo de “racionalizar el heavy” (como dice un tal “exheavy con cabeza” en su comentario al artículo de Sergi Ramos, “Victimismo del heavy”, publicado en esta página), lo cierto es que en buena medida el heavy y sus sucedáneos metaleros nacieron precisamente como expresión de irracionalidad, o al menos de esa resabida “rebeldía sin causa” (muy poco mozartiana, hay que decirlo) que a tantos buenos jóvenes echaba a perder ya en los años 50, de manera que el proceso de racionalizarlo sería en buena medida también desnaturalizarlo.

Pero ¿a quién le importa hoy que algo se desnaturalice o deje de hacerlo? En verdad éste es un tema irrelevante, pues nada en la sociedad actual puede decirse que sea “natural” (tampoco el METAL), y por eso mismo quiero hacer desde aquí una llamada a la humildad (sí, quién iba a decirlo), para bajar de una vez los humos a ciertos personajes que se dan aires de grandeza con lo que, por usar una muletilla popular, “is only rock’n’roll”, y recordar que a menudo es necesario tomarse las cosas menos en serio. Frank Zappa, un creador que sabía de claroscuros y dominaba a la perfección el difícil arte de tomarse a broma esto de hacer cosas serias, dijo en una entrevista al Guitar Player:

Para mi gusto esos solos son ejemplares –se refiere a los de Johnny Guitar Watson, Guitar Slim y BB King— porque lo que se está tocando es honesto y, de forma musical, una extensión directa de la personalidad de los hombres que los tocaron. Si yo fuera crítico musical, tendría que decir que esos valores para mí significan más que la habilidad para interpretar frases limpias o nubes de notas-mosquito bien entrenadas” (modestia aparte, pues nadie ignora que Zappa entrenaba mejor que nadie sus dedos). Se puede decir más alto, pero no más claro.