No son Cáritas, son Extremoduro
Si de algo pueden estar orgullosos Extremoduro es de haberse convertido en uno de los grupos más comerciales de nuestro país pese a haber conseguido atraer a un público que, a menudo, los convirtió en signo de lo auténtico y anticomercial.
Me decía un músico recientemente que la imagen es siempre una estrategia comercial: incluso la ausencia de imagen. Ahí estaban aquellos pordioseros Nirvana o aquellas horribles ropas de Pearl Jam en 1992. Un halo de autenticidad callejera les hizo cercanos a una generación -o varias- que hicieron suyo el temario y los encumbraron como líderes de un movimiento.
La jugada maestra de Extremoduro anunciando su separación y pocos días después la gira de despedida en una concurrida rueda de prensa les acerca a los mejores y más legendarios gerifaltes del rock internacional: Aerosmith, Kiss, Scorpions, Mötley Crüe. Y oye, que no está mal: si alguien tiene derecho a los réditos de su propio trabajo, esos son los integrantes de Extremoduro -ni sus managers, ni sus promotores, ni sus discográficas, ni sus abogados, ni sus gestores-.
Pero hay que reconocer que el timing y la elección de recintos orientados a disminuir costes y compartir infraestructuras (en Barcelona coincide con la semana antes del festival Cruilla, en Santiago coincide con el montaje del O Son Do Camiño, etc) y administrar los ingresos derivados de la barra son una maravillosa estrategia económica de primer orden.
Quizá sería cuestión de dejar de atribuirle a Extremoduro la responsabilidad de un presunto mensaje socialmente contestatario o transgresivo y reconocerles por el poder lírico de sus composiciones y por la belleza de sus arreglos. Además de, evidentemente, por su visión y estrategia comercial.
Pocos artistas españoles actuales pueden conseguir el nivel de ventas de Extremoduro -con la excepción de Manuel Carrasco, David Bisbal, las giras de Sabina y Serrat, Alejandro Sanz, Fito o Malú-. Todos ellos nombres aupados por un incesante apoyo mediático que Extremoduro tan solo han saboreado cuando ya se habían convertido en fenómeno de grandes recintos.
Si una gran cantidad de personas ha decidido colmar enormes recintos durante varias noches en cada ciudad para celebrar la despedida de los escenarios de Robe, Iñaki y compañía es porque sus canciones han tocado emociones comunes. Todos sabemos que la despedida no será tal, pero con una banda de la volatilidad de Extremoduro y con un líder tan imprevisible como Robe, Extremoduro han conseguido instalar la sensación perpetua de que nunca sabes cuándo puede ser la última vez.
En este caso lo han verbalizado, dando más impulso a las ventas, pero ya en 2012 Extremoduro metían a 36.000 personas en el Forum de Barcelona -agotando los tickets de barra antes de que empezase siquiera el concierto-.
Como decía, dejemos de otorgarle a Roberto Iniesta Ojea, como administrador de la sociedad mercantil Producciones 16562 S.L., el peso de ser un tonto que regale su arte y las entradas a sus conciertos en pro de reforzar un mensaje que nunca fue ese. Extremoduro tienen todo el derecho a explotar el fruto de su trabajo, y si la técnica mercantilista de la gira de despedida funciona, no serán ellos quienes eviten usarla mientras asumimos que cualquier banda extranjera tiene todo el derecho a hacerlo.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.