Raúl del Amo nos ofrece otra visión sobre el festival Costa de Fuego.
En Alemania: Wacken; en Bélgica: Graspop; en Francia: Hellfest; en Italia: Gods of Metal; en Inglaterra: Download Festival. Casi todas las grandes potencias europeas tienen su cita anual con el heavy metal de la mano de al menos un gran festival con un gran cartel poblado de bandas relevantes a nivel internacional. Pocos en España han pasado de la quinta edición, y año tras año hemos visto como interesantísimas propuestas como Metalway, Metalmanía, Rock Machina o Atarfe Vega Rock, aunque no al nivel de los citados más arriba, iban enterrándose uno a uno. La franquicia itinerante Sonisphere Festival no sacia la sed de un pueblo que, por arrojo, entrega y pasión por la música, merece su particular cita anual con el rock y el metal. La incipiente crisis que poco a poco va comiendo cada vez más terreno a la cultura (léase “Matar la Cultura” en esta misma web) no ayuda en absoluto a la producción de una apuesta tan arriesgada y tan a largo plazo como es la de establecer un grandísimo festival anual con más de 60 bandas por año y asistencias superiores a 50.000 personas. Proyectos así requieren tiempo, dinero y mucha fe. Con semejante telón de fondo, parecía complicado pensar que si la apuesta salía de algún bolsillo, este fuera español. Y efectivamente. Nacía el Costa de Fuego, con la producción de Maraworld y la experiencia a sus espaldas de celebrar el galardonado Festival Internacional de Benicassim desde 1995. ¿Intencionalidad? La de sumar la relación “España= Costa de Fuego” a las expuestas arriba.
Sobre la misma infraestructura que el FIB, un 80% del trabajo la organización lo tenía hecho. Un recinto y un acondicionamiento cuidado al detalle y pulido durante más de 20 años parecía el lugar perfecto para la celebración de cualquier tipo de evento. Las expectativas de la parroquia metalera eran altas al respecto, a la par que el nivel de exigencia adquirido en parte por las altas expectativas también creadas desde la organización. Todo un “hype” organizativo que a la postre, y en líneas generales, se traduciría en satisfacción. Hablando en términos generales creo estar en condiciones de afirmar que España jamás ha visto un festival de heavy metal con una organización tan cuidada como la que Maraworld volcó el pasado fin de semana en el Costa de Fuego. Vayamos por partes.
La acampada se divide en varias parcelas, cada una con su respectivo número identificativo. Mediante el control de acceso a la misma, desde la organización se controlaba el número de personas y tiendas que se encontraban alojados en cada una de ellas para, tan pronto una se llenara, trasladar a los campistas que vinieran a las demás. De esta forma se controlaba que en cada parcela acampara el número de personas justo para no convertir la estancia en un maremágnum de gente y tiendas. Se garantizaba así la buena distribución de los campistas por las distintas parcelas habilitadas, incluso con voluntarios que guiaban a cada persona a la zona aproximada en la que deberían afincar sus tiendas. Al detalle. Además, cada parcela tenía su propio techado hecho con malla de sombreo, algo absolutamente insólito en ningún festival que se haya hecho en este país nunca, la solución definitiva para combatir el terrible calor húmedo que habríamos de sufrir durante los dos días del festival, todo un lujo que todos agradecimos sobremanera. Sin embargo, frente a las parcelas del Costa de Fuego los asistentes pudieron ver, tras cortinas de malla de sombreo, lo que quedó de la zona de acampada del FIB: un auténtico caos de tiendas, toldos, botellas, envases, latas y desperdicios varios que aún no habían sido recogidos y que, a la finalización del Costa de Fuego, ni se parecían a lo que podía verse en nuestro camping. Menos gente en el CdF, sí pero… ¿no habría que ir ya desterrando el viejo mito del heavy guarro?
Otro punto importante a nivel organizativo es siempre el de los baños y las duchas, algo no excesivamente costoso de cuidar pero que, de no hacerse bien puede llegar a mermar mucho el disfrute de la estancia a los camperos. Los baños de la acampada eran los típicos de caseta azul, con limpieza diaria y repuestos de papel constantes. Nada lujoso pero servible, suficiente para atender a las necesidades fisiológicas de todo ser humano sin morir en el intento. Además de los baños porables azules, que también los había, en la zona de conciertos también había de obra. Algo menos cuidados pero también limpiados diariamente, normal teniendo en cuenta que la afluencia de gente dentro era muy superior a la de la acampada, que no llegó a llenarse en ningún momento. Las duchas sin embargo merecen mención aparte. Con festivales a mis espaldas como Wacken, Graspop o Metalcamp, amén de tantos otros, jamás había visto duchas mejor aclimatadas y más limpias. Sesenta duchas distribuidas en tres barras tipo playa con veinte individuales en cada una, además de los grifos para lavarse los pies, con sus correspondientes desagües de piedra. En parte por la limpieza constante, por la no acumulación de grandes masas de gente y por el ejemplar civismo de los asistentes que mantuvieron las duchas constantemente limpias, quitarse el sudor de encima o simplemente refrescarse en el Costa de Fuego se convirtió en todo un placer al alcance de pocos festivales internacionales.
Además de los servicios mínimos ya mencionados, la zona de acampada se completaba con un puesto de la Cruz Roja, consigna, carpa con barras y enchufes para cargar aparatos electrónicos, algunos puestos con camisetas, gafas, gorros etc y un puesto de información para cualquier duda que pudiera surgir acerca del recinto o el festival en general. Todo controlado al dedillo por los empleados de seguridad a la entrada de la acampada y por las numerosísimas parejas de vigilantes que controlaban cada rincón, puerta o esquina que hubiera en el festival. Todo un despliegue de seguridad sin precedentes que impidió ningún tipo de altercado o incidente que pudiera haber manchado el nombre del festival. Al respecto, mencionar acerca de la excesiva vigilancia y rigurosidad de los empleados de seguridad que patrullaban día y noche tanto recinto como acampada e impusieron medidas tan extremas como la prohibición de todo tipo de campingaz, hasta el punto de requisar aparatos o registrar a algunos camperos, algo que muchos vieron excesivo y agobiante. Normal, acostumbrados como estamos a la ausencia de seguridad alguna en zonas de acampada de festivales. De repente vemos pasar a la pareja de turno cada 15 minutos escudriñándonos de arriba abajo y nos causa molestia, pero lo cierto es que, atendiendo a los incidentes que se registraron en el FIB el fin de semana anterior y a los numerosos focos de incendio registrados en la Comunidad Valenciana en las últimas semanas, lo último que a Maraworld le interesaba era verse involucrada en un escándalo mediático producido por una negligencia, para lo cual impuso medidas de seguridad extremas que, como es lógico, no gustaron a todo el mundo. Algo que pudo haber sido mucho más escandaloso si, como hubiera sido comprensible, para evitar cualquier posibilidad de incendio se hubiera prohibido también fumar en la zona de acampada. No fue así y como dice el refrán, no se le pueden poner puertas al campo.
Al margen de la excesiva vigilancia por parte del personal de seguridad sobre todo en la zona de acampada, no todo fue positivo. Hay margen de mejora para el Costa de Fuego, y otro de los puntos a mejorar fue el del parking. Ubicado en un pedregal de arena en polvo roja, pequeño pero suficientemente grande para albergar a cuantos coches asistieron, no dejó un solo coche por cubrir por un manto marrón rojizo. Todo un negocio para los autolavados de Benicassim que sin embargo no supuso el único inconveniente. Su ubicación, en la parte alta del recinto, y la imposibilidad de acercarse en coche más al camping obligó a los campistas a llevar a cabo numerosos viajes parking-camping con sus tiendas, neveras y víveres a cuestas, algo que a muchos nos dejó ya el primer día agotados, malhumorados y sudados, un problema que no tuvieron los usuarios de motos de carretera de alta gama, que contaban con su particular parking situado justo en frente de la puerta de acceso a la zona de conciertos, un parking vallado, vigilado y babeado por muchos metalheads que salían de los conciertos y se daban de bruces con una improvisada exposición de motos de carretera alucinantes. Al menos, y a diferencia de otros festivales patrios, el camping estaba a escasos 5 minutos a pie de la zona de conciertos, cosa que posibilitó cuantos viajes fueron necesarios para comer o simplemente relajarse.
Tanto en el camping como en el recinto de conciertos reinó la cordialidad en todo momento. Los cerca de 12.000 asistentes diarios, venidos en su amplia mayoría de diversos puntos de España con algún “guiri” suelto, convivieron a la perfección en un ambiente de buen rollo y cordialidad que no se rompió en ningún momento. Solo el cartel del festival, criticado por muchos por las altas expectativas generadas y la inclusión a última hora de decenas de bandas nacionales, imposibilitó una mayor asistencia de gente, algo que con la confirmación de la segunda edición del festival en 2013 seguro se arregla. Sin embargo es todo un gustazo poder convivir en semejante ambiente y en una acampada en la que, cuales meros asistentes, pudimos ver disfrutando del festival acampados a gente de diversas bandas como Rise to Fall o los propios As Light Dies.
Los elementos del lema del festival, “Sea, Sun, Sound”, no contentaron a todo el mundo. El sol era innegable. Como ya se ha informado en las correspondientes crónicas por nuestro compañero Sergi Ramos, el sonido en los cuatro escenarios del recinto del conciertos fue insuperable pero, ¿y el mar? En la página web del festival se informaba a los asistentes de la proximidad de la playa en Benicassim con respecto al festival, accesible a pie en tan solo 15 minutos. Los empleados del festival desconocían de la habilitación de rutas rápidas habilitadas por la organización e instaban a los asistentes a tomar un camino que no daba con los cuerpos de nadie entre agua y sal en menos de 40 minutos a pie. Nada idílico como se intuye en el cartel, al más puro estilo Metalcamp (“Hell Over Paradise”). Existían autobuses, sí, pero este aspecto se tradujo en playas poco concurridas por la asistencia metalera que, en su defecto, optó por ahorrarse paseos y tirar de duchas y cervezas frías para combatir el calor. La única alternativa válida a este punto para disfrutar de los placeres del mar era tirar de coche.
Dentro del recinto de conciertos, pocos elementos había que no nos recordaran a cualquier festival internacional que se precie. Cuatro escenarios, con el principal llamado Costa de Fuego, uno más pequeño llamado Black Bikini, una carpa llamada Jack Daniel’s y un gran autobús con escenario arriba llamado Red Bull Stage (gentileza de la popular marca de bebidas energéticas y ya utilizado en la pasada edición del Sonisphere Festival), agilizaron mucho el desarrollo de los conciertos, que no comenzaron ningún día antes de las seis de la tarde. Sin embargo, las más de 50 bandas con los horarios del festival se tradujeron en, en muchos casos, hasta tres grupos tocando al mismo tiempo, algo que obligó a asistentes y prensa a dividirse de la forma que podíamos para atender a nuestras correspondientes obligaciones y, pese a nuestros esfuerzos, finalmente se ha materializado en texto o fotos de determinadas bandas ausentes en las crónicas ya publicadas. Pedimos nuevamente disculpas, es algo que suele ocurrir con mucha frecuencia en cualquier gran festival de Europa pero que podía haberse paliado no empezando los conciertos a las 12 de la mañana como ocurre en eventos como Wacken o Hellfest, no era necesario puesto que el número de bandas no se acercaba ni de lejos al de los citados festivales, pero sí por ejemplo habiendo comenzado a mediodía, para haberse logrado unos horarios menos frenéticos. Bien por un lado porque el público disponía de mucho tiempo durante el día para disfrutar de las distintas opciones de ocio que Benicassim ofrece, pero mal si ello se traduce en frenesí de conciertos y imposibilidad de ver a ciertas bandas pos solapamientos. Otro punto en el que la organización seguro que ya está trabajando de cara a la edición 2013.
Además de los cuatro escenarios, un sinfín de opciones de ocio podían verse en el interior de la zona de conciertos. Numerosísimos puestos de comida con mesas y bancos al más puro estilo Wacken, tiendas con artículos de todo tipo y hasta una gigantesca atracción al más puro estilo Terra Mítica amenizaban la transición de conciertos para los asistentes. Para evitar problemas de cobertura en teléfonos móviles, la organización aprovechó también la infraestructura del FIB con tres tráileres con sus respectivas antenas de repetición para que tanto cobertura como 3G funcionaran a pleno rendimiento, algo que lució por su ausencia en la pasada edición del Sonisphere Festival y que muchos fans denunciaron. Los precios en barra, al nivel de la mayoría de festivales españoles, aunque un poco más baratos. Por ejemplo un litro de cerveza costaban 3 tickets, o lo que es lo mismo, 7,5€. Hasta la zona de prensa era de auténtico lujo. Frecuentada en el FIB por altos magnates de la prensa generalista nacional, tenía todas las comodidades que un artista / periodista necesita para descansar o hacer bien su trabajo: un gran césped artificial sobre el que descansaban sofás, mesas, barras, sombrillas, puntos WIFI (también los había por otros lugares del recinto) y en definitiva, más comodidades de las que los que trabajamos en la información del rock y metal en España estamos acostumbrados.
Dos días de mucho sol, muy buen sonido y mar no tan cercano como esperábamos que en líneas generales dejó un gran sabor de boca entre los asistentes. Si ya desde la primera edición no se congregaron cerca de 40.000 asistentes fue, a ciencia cierta, porque el hype de bandas confirmadas no se correspondió finalmente con la realidad, con dos cabezas de cartel “ramplones” (todos sabemos que Guns N Roses, como así lo demostraron, no están actualmente a la altura del nombre que antaño se gestaron) y un cartel en general lleno de bandas con mucha calidad pero sin la fuerza de atracción de la mayoría de las que puebla otros festivales europeos. Faltó contundencia en cuanto a nombres, la cosa quedó algo floja, así lo hizo notar el público pero aún así se dieron cita cerca de 12.000 personas que disfrutaron sobremanera de la gran organización del evento, gente que estamos seguros estaría encantada de repetir siempre y cuando, y de eso no tenemos duda, el festival presente en 2013 un cartel más apetecible. Por el momento y como raíz de algo futuriblemente grande (se habla de un proyecto a más de cinco años) hay mimbres para convertir del Costa de Fuego todo un referente del heavy metal al nivel de Wacken, Graspop o Hellfest. Hay detalles por pulir, muy cierto, pero paso a paso se pueden mejorar las cosas. Ilusión, ideas y todo un ciclón de bandas y rumores para el Costa de Fuego: Año 2 ya se leen por la red. Mientras suene bien…
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