Han soplado vientos salvajes
El Covid-19 ha sacudido a varias generaciones de un modo que no se veía en Occidente desde 1945, cuándo las distintas potencias europeas detuvieron el horror de la segunda guerra mundial y pusieron los cimientos de la sociedad tal y como la conocemos hoy en día. No voy a hacer una disertación sobre la pandemia o sobre su impacto sociológico, porqué internet está lleno de gente mucho más capaz para tal cometido, pero es muy sencillo olvidar lo impactante que esta crisis ha sido para toda la sociedad.
Si uno entra en Wikipedia se encuentra cosas como que la liga de futbol del 36 se paralizó por la guerra civil, o que en 1940 no hubo juegos olímpicos, y es algo que hasta hace poco nos parecía normal; un vestigio de una era ya obsoleta que muy poco o nada tenía que ver con nosotros. Hasta que, de golpe te encuentras con aquel cartel del Wacken que no se hizo, con el itinerario de la gira de reunión de Mötley Crüe que ya se ha aplazado dos veces, o con el silencio en redes de pequeños festivales y bandas que tal vez nunca se recuperen de esta debacle.
La presencia cada vez más común de los elementos que constituían la antigua normalidad, nos inunda de un optimismo que nos impide realizar el horror que esta crisis dejará tras de sí. Es ingenuo pensar que una edición para 2022, por muy exitosa que sea, pueda sacar de situaciones económicas complicadas a todas esas personas que se ganan la vida con este diminuto nicho de mercado al que llamamos heavy metal, y nos tocará a nosotros, los aficionados que tampoco hemos salido airosos de esta catástrofe, dar un paso al frente y apoyar lo que nos gusta de la forma más dolorosa: con nuestro bolsillo.
Piensa en la banda que más hayas escuchado el pasado mes, la que te acompañado en tus momentos más íntimos y que ha hilvanado el mapa de tus pensamientos. Ahora piensa qué has hecho en el último año y medio en el que no ha habido conciertos para que estos artistas puedan seguir manteniendo el estilo de vida que llevábamos antes. ¿Has comprado su merchandising? ¿Has comprado su último disco? Probablemente sepas que escuchándolo por Spotify solo conseguirás que pueda comprarse un café antes de entrar al ensayo, aunque solo si hay más de un millón de visitas.
Es muy sencillo pensar en una banda capaz de convocar a quinientas personas en cualquier punto de Europa como en una entidad cuasi divina; un ser maravilloso y fluctuante que no se rige por las mismas normas que nosotros, que no tiene hipotecas que pagar, riesgos económicos que asumir por nuestra diversión o que no ha de combinar su profesión habitual con la música, muy probablemente gastando días de vacaciones y renunciando a cuantiosas promociones.
Es muy sencillo olvidar todas estas cosas porqué para nosotros, los simples mortales que veneramos a estas criaturas sorprendentes, esas horas que se funden como segundos por la obra de su talento son toda la relación que tenemos con su mundo. En cuánto cruzamos el umbral del recinto, nos toca volver a nuestra realidad, que quizás por unos instantes es algo más gris y carente, pero que al final es nuestra. Los músicos de nuestra banda favorita vivirán en nuestra mente como los personajes del mejor de nuestros sueños.
Al final todos lo hemos pasado mal, y el empresario que ha tenido que cerrar su negocio no es muy distinto del grupo que no ha podido salir de gira, el mismo que un día decidió que el mundo tan peligroso que nos tocaba vivir de repente requería una vida más segura; una sin puños al aire, sudor, pirotecnias y miles de voces cantando al unísono.
Por supuesto, el impacto económico no es el único que toca lamentar, pero si que es el más grave. Al final del día todos podemos opinar, pero la decisión que siempre debe respetarse con una reverencia casi absoluta es la del que vive de esto, el que tendrá un saber auténtico y genuino de cuándo, cómo y porqué ocurren estas cosas. Luego estamos los que disfrutamos de esto, ya sea haciendo girar nuestro entretenimiento en el metal o incluso convirtiéndolo en un hobby que nos da tantas alegrías como sacrificios nos exige.
En este mundillo es muy fácil caer en la endogamia, y pasados los años cuesta recordar que ciertos comportamientos que consideramos normales, son en realidad costumbres de tribu urbana, pequeñas acciones que al final nos permiten hablar con cualquier desconocido solo por llevar cierta camiseta. No es normal que el 80% de tu entretenimiento se desmorone porqué no hay conciertos.
Piénsalo. Tu amiga de la uni con suerte irá a dos conciertos al año, y los documentara como el que visita las pirámides de Giza: con un millón de fotos, si, pero más como el turista que va un rato a un lugar curioso, pero que tampoco viviría ahí.
Al final los aficionados a esta música, los heavies de toda la vida, nos arropamos a un estilo de vida marginal, ni mejor ni peor, sencillamente diferente. Ya no eres un adolescente que debe construir su personalidad. Algunos dirán que eres inmaduro, aunque ya te hayas cortado el pelo y que realmente con tus amigos de la escena ya hables más de precios de alquileres o de buenos colegios que de la pajilla de Ellefson.
Y aun así seréis algo raros. El perpetuo aguanta cubatas que no soporta el reggeaton, el que se gasta una semana de vacaciones para ir a un festival de Alemania, Francia o Bélgica y el que no se conocerá la canción que todo el mundo pondrá en su stories durante un par de meses.
Esta pandemia nos ha golpeado más allá de esto también. De hecho, lo ha golpeado todo, y no ha dejado nada intacto a su paso. Durante los últimos meses has tenido que correr para llegar a casa a las 22, has tenido que volver a subir a casa porqué te has dejado la mascarilla y has esperado una transferencia del SEPE que nunca llegaba. Probablemente ojearas las noticias con impaciencia, siempre en busca del titular más deseado: “se levanta X medida”.
Pero lo cierto es que la normalidad no ha llegado de golpe, sino que se lo está tomando con calma. No ha habido un gran anuncio, y es que en vez de un Gran Hermano que aparece en la pantalla para devolvernos nuestras loadas libertades, estas han ido volviendo por descuido, sin que nadie aclarara qué podíamos hacer o no. ¿Seguro que ahora podemos salir de la provincia? ¿Puedo quitarme la mascarilla en espacios abiertos?
Este goteo de intrigas se traslada a la música, desde el célebre “¿me harán estar sentado en el concierto?” de junio, pasando a los anuncios de festivales que han empleado el regreso a la normalidad como su principal herramienta de marketing. ¿Por qué en el Estrujen Fest de Hamburgo hay cinco mil personas haciendo pogos pero yo he de ver a los Crisix en Bóveda sentado?
Un promotor valiente organizará un concierto con la esperanza de que las leyes no le corten las alas, unas leyes reaccionarias, todo sea dicho de paso, que en vez de planear con un mapa de ruta que prevé todos los resultados, responderá con premura y habitualmente poco acierto a cualquier amenaza pueda traer la pandemia.
En el fondo todos queremos que este verano podamos ver ni que sea un concierto punki de fiesta mayor. Deseamos saltar, chillar y notar como el de al lado va chocando intermitentemente con nosotros. Con algo de suerte el gobierno habrá dicho algo de menos de 1.000 personas o al guardia civil de la esquina no le apetecerá multar. Sigue habiendo temor y duda en el horizonte, pero algo nos dice que lo peor ha pasado.
They said there’s nothing can be done about the situation
They said there’s nothing you can do at all
To sit and wait around for something to occur
Did you know? Did you know?
Este verso, y unos cuántos más a lo largo de la canción “When the Wild Wind Blows” han sido los responsables del título de este artículo. A diferencia de en la misma, no esperamos a que una catástrofe repentina nos arrebate todo lo que nos es conocido y querido. De hecho, seríamos más como los protagonistas de su secuela postapocalíptica; los supervivientes que emergen de un refugio para enfrentarse a un viejo mundo tornado hostil e inhóspito.
Últimamente no han dejado de ocurrir cosas terribles, quizás hayamos vivido la experiencia social más traumática de los últimos años, pero parece que pronto todo habrá pasado. Ha sido un tiempo especialmente duro para la música, por lo que quizás toque esforzarnos un poco y pensar cómo los fans nos retroalimentamos con nuestros artistas favoritos. Toca recuperar nuestra normalidad, pero siendo solo un poco más pacientes, y lo más importante, saliendo todos un poco más sabios.
Pronto el metal volverá a ser lo que era antes, o puede que, si no olvidamos a los humanos que hay detrás, ellos no olvidarán los rincones en nuestros corazones que aún quedan por llenar. Puede que nunca vuelva a la normalidad, porqué la unión nacida de este sencillo gesto de empatía hará que haya un mañana incluso mejor que el ayer. Puede que, después de todo, podamos sacar algo bueno de esta pandemia. Han soplado vientos salvajes. Toca pasar página, pero nunca olvidar.
Marc Fernández
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