Basta de reseñas complacientes
La semana pasada, tras la publicación de mi reseña (especialmente negativa) de «Feathers & Flesh» de los suecos Avatar, leí en Facebook un comentario al respecto que me hizo pensar en cierto tema del que llevaba tiempo queriendo hablar. El comentario, con tono de indignación, se preguntaba qué necesidad había de realizar una reseña tan despreciativa, por qué me había tomado la «molestia» de escuchar a una banda que no me gustaba y si no podría haber realizado la crítica alguien que tuviese palabras más halagüeñas para el conjunto.
Para responder a estas cuestiones, en primer lugar os animo a que visitéis la sección de música en Metacritic, web que se dedica a compilar las reseñas de distintos tipos de productos culturales (películas, videojuegos y televisión además de álbumes musicales) y genera medias de las impresiones de los críticos en dichas obras. Basta con un rápido vistazo a la lista de últimos lanzamientos musicales para darse cuenta de que las reseñas negativas se han convertido en una rara avis en el periodismo musical. Siguiendo la intuitiva clasificación de las obras por etiquetas de colores, siendo estas el verde (de 61 a 100 puntos – positiva), el amarillo (41 a 60 – mixta) y el rojo (0 a 41 – negativa) dependiendo de la valoración general que la obra haya tenido, nos daremos cuenta rápidamente de que en cuanto a música, el verde es el color claramente predominante. Si miramos un poco más a fondo, no sólo veremos que de los últimos 200 álbumes reseñados sólo 10 no han recibido una calificación positiva, sino que entre 2013 y 2015 ni un solo disco se ganó la etiqueta roja (teniendo el dudoso honor de romper esa racha «Nine Track Mind» de Charlie Puth).
Como imaginaréis, el problema no es que toda la prensa se haya vuelto blanda de repente. Ojeando en la misma página las listas de películas, series y juegos (aún siendo en estos últimos el sistema de valoración ligeramente distinto), nos daremos cuenta de que en esos ámbitos las puntuaciones están repartidas de una manera mucho más razonable. Así pues, queda claro que el problema que nos atañe es exclusivo de la industria musical, pero todavía queda un cabo por atar. Porque tras lo mencionado, es más que probable que os hayáis fijado en que, por motivos evidentes, las valoraciones de Metacritic tan sólo incluyen reseñas de auténticos monstruos mediáticos como son el New York Times, AllMusic, Pitchfork o Rolling Stone. ¿Se trata entonces de un problema sólo de grandes medios? No. Con un simple paseo por las primeras webs especializadas de tamaño medio que se os vengan a la cabeza (incluida la nuestra hasta no hace demasiado, no nos creemos especiales) podréis ver que difícilmente las reseñas bajan de una puntuación de 6, o si preferís no utilizar números, raramente son negativas.
Pero vayamos a lo realmente importante, ¿a qué se debe semejante inocuidad y falta de crítica en el periodismo musical? La respuesta es muy sencilla: a cómo está estructurado el negocio. Por tal de que las discográficas sigan ofreciendo ventajas a los medios (pagos de publicidad, premieres, discos en avance, entrevistas exclusivas etc.) y de que las bandas sigan compartiendo las reseñas en sus perfiles, dirigiendo a sus fans a portales que de otro modo no visitarían, las reseñas han acabado convirtiéndose demasiado a menudo en un mero formalismo que podría ser sustituido por la propia nota de prensa de la banda. De hecho, os sorprendería saber qué porcentaje de muchas «reseñas» está basado o directamente copiado de ese tipo de documentos.
Aquí es donde resuenan las palabras del comentario que inició este artículo. «¿Y no podría haberlo reseñado otro de forma menos despectiva?» ¿Por qué? ¿Por qué hay que buscar necesariamente a alguien que le guste el disco? ¿Para evitar decir nada malo a toda costa? Entiendo que no tiene sentido hacer que alguien a quien no le agrada un género concreto reseñe algo del mismo, pero ¿algo que forma parte del espectro de aquello que puede valorar? Parece que, si bien a los medios no nos viene demasiado bien hacer este tipo de críticas, a los fans les gusta todavía menos y lo único que desean es un espejo mágico que les diga lo maravilloso que es su gusto y lo geniales que son sus discos favoritos.
Cuando reseño un álbum de forma negativa, no me estoy tomando ninguna molestia. Estoy mostrando mi opinión clara y sincera sobre un producto que otro sector de la industria (una discográfica) quiere que comente. Ni necesito pasar la patata caliente a otro redactor porque no me haya gustado, ni necesito maquillar mis palabras para ocultar mi desagrado, simplemente hago mi trabajo y doy mi valoración. Probablemente en el caso concreto del que hablaba al inicio de esta reflexión haya sido especialmente agresivo e hiriente, pero así era y es como lo veo y lo siento. Porque no pretendo que todo lo que llegue a mis oídos me guste, pero sí que todo lo que comente sea honesto.
Nota: Si queréis ahondar en el tema principal, os recomiendo encarecidamente leer el artículo publicado en Noisey «Is the album review dead?» , del periodista neoyorkino Dan Ozzi, en el cual no sólo se muestran algunos de los datos y conclusiones aquí mencionadas, sino que también se habla del presente, pasado y futuro del periodismo musical y de cómo han evolucionado sus formatos.
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