Ya era hora de que el Barón aterrizase
La nota de prensa que publicó el domingo el legendario grupo español Barón Rojo ha sido recibida con poca sorpresa por parte de la hinchada rockera y, casi, con alivio.
En los últimos veinte años, he podido ver a Barón Rojo en directo infinidad de veces. Desde fiestas de barriadas semi marginales de Barcelona hasta grandes festivales teloneando a Iron Maiden. Desde salas pequeñas como Bóveda a grandes salas como Razzmatazz en plena reunión con sus míticos ex-miembros Sherpa y Hermes Calabria.
Indiscutiblemente, la sensación siempre ha sido la de una banda que está apagándose, que ha perdido las ganas y la intensidad en los directos – por no hablar de los discos de estudio. Barón Rojo han pasado de ser un orgullo nacional en los ’80 a ser el ejemplo de todo lo que está mal en el rock patrio cuarenta años después. Discos desganados (el atroz “Últimasmentes” o el innecesario “Tommybarón”), una banda que gira y gira sin sentido alguno, carencia total de cualquier idea de marketing o planificación y unos directos que estaban rozando la vergüenza ajena, salvo por la energía de un Armando de Castro que salvaba los muebles con cierta dignidad.
El ocaso de Barón Rojo viene siendo una constante desde que Sherpa y Hermes abandonaron la banda en 1989 por sus disputas históricas con los hermanos Carlos y Armando de Castro. Pero no han sido los únicos en abandonar la nave. Habría que hacer una encuesta entre todos los ex-miembros de la banda para conocer sus opiniones pero si uno se adentra en esa maravilla de documental que se realizó sobre su reunión y que responde al título de “Barón Rojo – La película” se puede hacer una idea sobre lo complicado que debe ser estar en una banda con dos tipos tan taciturnos y grises como los hermanos de Castro.
Nadie puede negar la espectacular influencia de Barón Rojo sobre varias generaciones de músicos de rock de nuestro país. Ellos fueron pioneros y, precisamente por ello, atendiendo a cierto sentido de la responsabilidad del que se sabe maestro, deberían haber cuidado el legado de su banda con mucho más mimo. La impresión que uno tiene desde fuera es que Barón Rojo era la fabrica donde los hermanos iban a apretar tornillos ocho horas al día, esperando como locos que llegase agosto para tener un mes de vacaciones. Difícilmente hubo nunca un sentimiento de grandeza u orgullo por parte de Barón Rojo.
“Me importa un bledo / todo el puto dinero / prefiero malvivir” cantaban en aquel hímnico “Cueste lo que Cueste” que grabaron para el recopilatorio del mismo nombre en 1999. Seguramente esa actitud les previno de mayores éxitos -no económicos, sino artísticos. Cuando la banda salió al escenario del festival Metalway de Zaragoza en Junio de 2009, en su primer concierto tras la ansiada reunión con Sherpa y Hermes, había más magia entre el público que sobre el escenario.
Ahí estaba, la banda más grande del rock duro del país, reunida tras veinte años con su formación original, con una pantalla que reproducía absurdos collages de imágenes pixeladísimos y sin mirarse los unos a los otros porque seguían sin aguantarse, haciendo un concierto de tres horas hasta que la policía dijo basta. Difícilmente fue como el primer concierto de la mítica gira de reunión de Kiss en el Tiger Stadium de Detroit.
Los meses venideros serían igual de ridículos: los promotores podían escoger entre el concierto de reunión de Baron Rojo por 30.000 euros o por el concierto de la formación “sin reunir” por 6.000. Ni el propio acontecimiento más álgido de la carrera de la banda en tiempos recientes estaba siendo tratado con respeto por ellos mismos. Todo acabó con un show de fin de gira en el Palacio de Vistalegre ante más de 6.000 personas y parecía que los hermanos De Castro no podían esperar a que todo acabase.
A la película me remito. Y que nadie se olvide de que, antes de eso, hubo una cacareada oferta millonaria sobre la mesa para reunirse a principios de los 2000 que los de Castro rechazaron para seguir tocando en tugurios. Es evidente que les “importa un bledo” todo el “puto dinero” pero más allá de la retribución, Barón Rojo deberían haber sido grandes y siempre se dispararon en el pie cuando tuvieron la posibilidad de serlo. No se vive toda la vida de haber actuado en Reading 1982 y haber cantado con Bruce Dickinson en el Marquee.
Que ahora anuncien que lo dejan en el año 2020, 40 años después de su formación, debería ser motivo de pena pero uno no puede dejar de pensar que solo así los hermanos de Castro podrán vivir en paz y quitarse el Barón de encima. Parece que lo llevan pidiendo a gritos desde hace mucho tiempo.
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