Consideraciones morales aparte, celebremos cualquier futura actividad de AC/DC a partir de este momento como lo que es: un obsequio a quienes realmente sentimos algo con esta música.

Casi cada mañana o cada tarde, desde hace años, tengo marcada una rutina. Pantalones de deporte, camiseta fina, soporte para iPhone en el brazo y pulsar el boton “play”. Indudablemente, la primera canción que siempre me acompaña en el primer cuarto de hora de carrera es una larguísima versión de “Let There Be Rock” en directo. El clásico de AC/DC parido en 1977 es el epítome de lo que un tema de verdadero rock debe ser, de principio a fin. Rápido, constante, pegadizo, con trazas de blues añejo y Chuck Berry, enérgico y con suficiente espacio para hacer y deshacer según exija la situación. Generalmente, AC/DC han hecho de ese tema el tour de force de la banda al final de sus conciertos, con duraciones propias de una banda a la que le importa un carajo lo que se estile o deje de estilar en el mundo de la música. Ellos son AC/DC. Ellos poseen sus propias reglas, que no se aplican a ninguna otra banda. No sería posible.

Cuando paso el primer kilómetro, casi siempre el más duro, suele suceder siempre lo mismo. Tras los últimos versos del tema, Malcolm Young entra en un riff en A y se queda ahí, como una roca, durante cuatro, cinco, seis, siete, ocho minutos. Hasta que a su hermano Angus le da la gana, tras recorrerse toda la plataforma central del escenario, subir a bordo de una plataforma hidráulica, revolcarse por ella y volver corriendo con todo el estadio bañado en confetti. Y el verdadero poder de AC/DC está justo ahí. En ese riff en A. Es hipnótico, pero a la vez, es brutalmente enérgico. Podría recorrer cientos de kilómetros a lomos de ese único y simple riff de una nota. El poder de la muñeca derecha de Malcolm es así de abrumador.

A día de hoy, AC/DC tienen pocas cosas que demostrar como banda. Su último ejercicio, el disco y gira “Black Ice”, tuvo más de gratuito que de necesario. Ninguna de esas canciones pasará a los anales de la historia y en aquella gira no vimos nada que no se hubiera visto ya antes. Cuando AC/DC hacen algo, deberíamos tomarlo como un regalo. Un regalo a los que queremos volver a revivir la experiencia sobrecogedora que es un concierto de la banda, pero también un regalo a todos aquellos que han oído hablar de la majestuosidad de la banda y que, por ser muy jóvenes o por haber descubierto su magia de manera tardía, aun no habían podido vivir la experiencia. Si, es bien cierto que la banda se embolsa cientos de millones de dólares cada vez que hace una gira. Pero seamos realistas: se los embolsarían igual sin tener que salir de gira. Según cuenta el autor Jesse Fink en su libro “The Youngs: The Brothers who Built AC/DC”, la banda ganó más de 250 millones de dólares en el 2012…sin girar ni editar un nuevo disco de estudio. 

Precisamente por ese motivo, AC/DC podrían retirarse con la cabeza bien alta una vez se ha confirmado que su cerebro y motor, Malcolm, no está en condiciones de seguir siendo parte activa de la banda, independientemente de la dolencia concreta que le aqueja. No necesitan seguir, desde una perspectiva artística o económica. Posiblemente podrían comprar su propio continente y refugiarse en él en el peor de los casos, dada la obsesiva privacidad que guardan los miembros de la banda. El único motivo por el cual AC/DC podrían volver a girar sin uno de sus miembros clave es, sencilla y exclusivamente, por su propia necesidad emocional. Cuando llevas cuarenta años reventando estadios, el dinero pasa a ser muy poco importante. Hay otras consideraciones que van más allá del beneficio neto de las sociedades que controlan el imperio de AC/DC. Puede que al inicio de la gira “Black Ice” Angus fuese una sombra de lo que era, pero no hay más que ver el DVD de “Live at River Plate” o haber presenciado cualquiera de los conciertos que hicieron en verano de 2009 y 2010 especialmente para saber que algo les sigue hirviendo por dentro cada vez que suben a un escenario. 

Consideraciones morales aparte, celebremos cualquier futura actividad de AC/DC a partir de este momento como lo que es: un obsequio a quienes realmente sentimos algo con esta música.