Obsidian Kingdom: «la mejor manera de normalizar a las personas trans es no llamar la atención sobre ello»
Repugnantes pero bien leídos. No son GWAR, pero el concepto bien podría serlo. El auto-descubrimiento como proceso destructivo pero esperanzador. La carne es inicio y final. Resultado y causa. Una banda de Barcelona pone patas arriba el metal sin querer queriendo. Con lo complicado que es eso.
La trayectoria de los barceloneses Obsidian Kingdom es, cuanto menos, díscola. Para una banda que se encuentra en un sello de metal extremo como Season Of Mist y que empezó tocando metal extremo a cascoporro, la evolución de su música ha sido sorprendente. Hoy en día la banda se sitúa al borde de lo inclasificable, con tanto de Nine Inch Nails como de Ulver, con tanto de Cult of Luna como de Deftones. Aparentemente no hay nadie al volante estilístico de la banda, pero no os dejéis engañar: sí que lo hay -y tienen clarísimo que su caos es parte de su encanto-. Nunca sabes qué hay en un disco de Obsidian Kingdom. Es como un cuarto oscuro musical. Y cuidado por donde pisas. Pero siempre podrás agarrarte a algo más o menos familiar. Más o menos.
Hablando de cuartos oscuros, la carne y sus vicisitudes es el tema crucial del nuevo disco de la banda, un trabajo titulado ‘Meat Machine’ que vio la luz a finales del mes de septiembre en diversos formatos y con una imaginería absolutamente repugnante. Una maquina de carne que refleja las frustraciones de la vida -pensad en la idea tras ‘The Dark Side Of The Moon’ de Pink Floyd pero con olor a parrillada-. Y a sangre. Y a “miedo, asco y diversión”, según explica Edgar Merigó, alias Rider G Omega, el único miembro fundador del proyecto, acompañado del ya también veterano y siempre curioso baterista Ojete Mordaza II. Porque alguien que elige como nombre artístico cualquier combinación con la palabra “ojete” tiene que ser, a la postre, pintoresco. Tipos de mediana edad con una visión algo nihilista del mundo que les rodea y que lo canalizan en rebanadas de música de dudoso gusto como la que nos ocupa.
“El disco tiene verdad, mala hostia y frustración, pero también iluminación y entretenimiento. Es la consecuencia directa de habernos preguntado quiénes éramos y qué narices queríamos hacer con nuestras vidas.
Nuestro primer intento de respuesta fue tratar de definir nuestras identidades, como individuos y como banda; lo que nos llevó enseguida a la carne: a la que nos sostiene, a la que comemos, a la que nos follamos”, explica sin complejos el guitarrista y vocalista. “Nos pareció que nuestras elecciones en esas materias delimitaban quienes éramos, aunque nos equivocábamos: resulta que ni siquiera podemos elegir demasiado en la mayoría de esas cuestiones.
Y entonces empezaron a pasar cosas: algunos miembros se hicieron veganos; otros empezaron a boxear; otros dejaron de beber alcohol; otros transicionaron… Y la mayoría nos pasamos todo el proceso de composición discutiendo sobre quién tenía razón respecto de qué contar y cómo hacerlo. Fue un período agotador y muy estimulante. Pero el álbum no es un ejercicio de desnudez; no pretendemos explicarle nuestras vergüenzas al oyente tanto como invitarle a él a tomar el mismo camino de auto-descubrimiento. Una de las grandes ideas detrás del álbum es que para encontrar la propia identidad, uno debe empezar un gran viaje en el que descubrirá muchas cosas desagradables, y al final se encontrará con la tiranía de la carne; siempre la carne…”.
La banda no acaba de aterrizar en esto, tal y como se puede deducir por su discurso. Obsidian Kingdom comenzaron su trayectoria en el año 2005. Su primer trabajo fue el maxi-cd ‘Matter’ en 2007, seguido más adelante del EP ‘3:11’ en 2010 y un primer disco que nunca fue tal titulado ‘Fera’. En ese proceso la banda comenzó a sufrir distintos cambios de line-up hasta llegar a estabilizarse lo suficiente como para editar ‘Mantiis’, un trabajo que les situó a otro nivel. El disco, conceptual, causó sensación en el underground por lo experimental de la propuesta y la banda fichó en 2014 por Season Of Mist. Además de reeditar ‘Mantiis’, el grupo giró con grupos como Sólstafir por Europa y Reino Unido hasta que en 2015 se pusieron a preparar el profético ‘A Year With No Summer’. Un trabajo donde contaron con la experiencia del reverenciado productor Jaime Gomez Arellano, habitual de Paradise Lost y Ulver, entre otros.
La edición de ‘A Year With No Summer’ en 2016 les elevó a nuevas cotas de éxito, pese a que los cambios de formación siguieron siendo el talón de Aquiles de la banda. Con diferentes proyectos en el horizonte y siempre compaginándolo con sus otras ocupaciones profesionales, la banda finalmente llegó al estudio en 2019 para darle forma a lo que sería ‘Meat Machine’ con una formación en la que Rider G Omega y Ojete Mordaza II lideran el pelotón pero también cuenta con los ya muy asentados Om Rex Orale al bajo, Jade Riot Cul a los teclados y Eaten Roll I a la guitarra, posteriormente sustituida por Viral Vector Lips al poco de grabar el disco. Si cuando editaron ‘A Year With No Summer’, la Metal Hammer inglesa dijo que “han suavizado los bordes”, ‘Meat Machine’ los vuelve a hacer cortantes, afilados y, sin duda, peligrosos. Como el cuchillo de un carnicero.
Profetas pero no mucho
La primera toma de contacto con ‘Meat Machine’ fue en una céntrica coctelería de Barcelona con luces de prostíbulo y aires de resistencia -como casi todos los bares y locales en plena pandemia-. Juntar a lo más destacado de la prensa especializada en una listening session al uso -nada de Zoom, Skype ni enlaces- fue un concepto refrescante después de cinco meses de caos mundial. Ni que solo fuese por eso y por la atenta mirada de la banda desde el escenario, te apetecía sumergirte en la locura a ratos lisérgica, a ratos destructiva, a ratos desconcertante de ‘Meat Machine’. La escucha llegaba en pleno verano del año sin verano que involuntariamente profetizaron los barceloneses en su anterior disco. Un verano sin conciertos, festivales o, de hecho, normalidad. Ni nueva ni antigua.
“Nos gustaría tirarnos el pisto de que somos capaces de prever el futuro con nuestro arte, pero la verdad es que hemos sido los primeros sorprendidos al comprobar que, una vez más, la realidad siempre supera a la ficción”, valora la banda en conversación con Metal Hammer España.
“Cuando escribimos ‘A Year With No Summer’ tratamos de imaginar cómo sería una crisis global en la era de las tecnologías de la comunicación, pero tomando como referencia el año sin verano de 1816, que en aquel momento cumplía su bicentenario. Nos interesaban cuestiones muy maximalistas como la calidad cíclica de las tragedias humanas o los fenómenos como el Cisne Negro (el impacto masivo que puede tener en la política y la economía mundiales un suceso tan fortuito como la erupción de un volcán o la aparición espontánea de un virus); pero sobre todo de qué manera cualquiera de estas cuestiones podían afectar emocionalmente al ciudadano de a pie. En retrospectiva, creo que el álbum acertó en retratar cuestiones muy actuales como el aura de depresión generalizada, la inexplicable euforia pasajera ante un cambio épico, la sensación de impotencia que en ocasiones deviene en rabia contra la clase política, el incremento exponencial de las teorías de conspiraciones, o la nostalgia de pretéritas épocas doradas”, resume.
Aquel disco les dejó en un estado prácticamente apopléjico como banda, tanto que han tardado cuatro años de calendario en resurgir con nuevas composiciones. El desgaste les provocó tener que “renovar la plantilla” porque el ciclo fue “absolutamente devastador para la alineación”, en palabras de la propia banda.
“Hemos cambiado hasta tres miembros en los últimos cuatro años, por motivos que van desde las diferencias artísticas hasta la atrición de las giras, pasando por tensiones personales”, explican. “Evidentemente, sustituir artistas en una banda exigente como la nuestra no es nada fácil ni rápido.
Por otra parte, somos especialmente lentos escribiendo música, porque siempre buscamos la participación activa y el consenso de todos los miembros en todo lo que hacemos. Eso siempre ralentiza las cosas y nos provoca alguna que otra bronca cada semana, pero es muy enriquecedor y así es como funcionamos”, incide.
Y lo que no es menos: “En 2018 nuestro productor nos tumbó el disco entero una semana antes de entrar a estudio. ¡Tardamos un año entero en reescribirlo!”.
Jorge Mur ha sido parte integral del sonido de la banda desde el primer día. Pese a la experiencia con Jaime Gómez en el anterior disco, Obsidian Kingdom querían volver a recuperar el toque que tuvo el más hiriente ‘Mantiis’. Por eso quisieron que Mur “asumiese el mando” nuevamente, “tanto porque creímos que ya era el momento de dar el paso como por darle manga ancha con la experimentación”.
El motivo económico también pesó lo suyo. “Grabar un disco fuera de casa y con un productor de renombre sale bastante caro. Eso te obliga a ir por faena y rentabilizar al máximo las horas de estudio, impidiéndote perder el tiempo probando cosas y jugando con sonidos, que es justo lo que buscábamos en ‘Meat Machine’”, explican.
“Jorge siempre nos aporta perspectiva y una crítica sincera. A veces, cuando pasas mucho tiempo desarrollando una obra, acabas tan metido en ella que terminas por no distinguir el bien del mal. Es entonces cuando la visión no contaminada de un agente externo puede ayudarte a ver las cosas claras; con la ventaja de que Jorge nos conoce a fondo y comprende nuestro lenguaje, y por eso sabe por dónde y cómo apretar. Extraoficialmente, siempre ha sido un miembro más”.
Pese a todo, la banda tuvo en sus planes iniciales trabajar con Jaime Gómez nuevamente, ya que la experiencia de grabar con él fue “muy satisfactoria en lo personal y en lo musical.
Pero tenemos que confesar que, muy al principio, teníamos la intención de que ‘Meat Machine’ fuera un trabajo con un fuerte componente electrónico”, revelan. “Al final el disco ha tirado por donde le ha dado la gana, pero en el momento en que tomamos esa decisión, Jaime quedó descartado porque, aunque ha producido trabajos de todo tipo, indudablemente su especialidad es el rock. Sea como fuere, al final Jorge y Mr Ax han conseguido plasmar a la perfección el sonido con el que soñábamos para el álbum”.
Un disco de marcadas tendencias noventeras
El nuevo disco sitúa a la banda en un terreno más noventero por un lado y más extremo por otro. ¿Os estáis radicalizando, cual yihadistas del metal vanguardista?
No vamos a negar que, en cierto modo, ‘Meat Machine’ pueda ser una reacción violenta e inconsciente a todos esos comentarios acerca de que ‘A Year With No Summer’ es un disco gris y aburrido.
Pero el motivo real es que necesitábamos un sonido mucho más agresivo y volátil para transmitir las emociones e ideas que pretendemos retratar en nuestro último disco, que tienen mucho más que ver con los conflictos internos, la crueldad del mundo y las oscuras energías de la mente subconsciente.
No creo que vaya a suponer ninguna sorpresa, y no lo digo ya por ‘Mantiis’… Supongo que nadie habrá olvidado que empezamos haciendo black metal. En lo tocante a nosotros, siempre deberíais dormir con un ojo abierto. ¡Es una de las grandes bazas del grupo!
El aperturismo de algunos “estribillos” recuerda a NIN, a Marilyn Manson. ¿Han sido puntos de referencia en la composición?
Sí y no. Nuestros referentes son mucho más contemporáneos y ahora mismo estamos escuchando cosas más en la línea de Death Grips, Daughters, Author & Punisher, Cult of Luna o Ulver. Aunque es verdad que algunos de los estribillos de ‘Meat Machine’ remiten más a bandas como Deftones o Nirvana…
Supongo que no podemos negar que siempre tendremos en un pedestal la música que escuchábamos cuando éramos adolescentes. Es en el momento en el que empieza a consolidarse la identidad y, como el primer amor, todo lo que pasa en ese momento lo llevas encima para siempre. De forma inconsciente, toda la música de esa generación influye en absolutamente todo lo que hacemos.
Ahora bien, a día de hoy y para bien o para mal, cualquiera que intente mezclar rock duro con sintetizadores va a ser inevitablemente comparado con Trent Reznor. Y con razón. A nosotros nos honra, la verdad.
A menudo los ’90 son como la “década denostada” en medio de las eclosiones del hard rock ochentero de masas y el nu metal masivo de Linkin Park o Evanescence. ¿Se le hace poca justicia a lo que salió de aquella década tan extraña?
Entiendo que para los estándares metaleros de aquel momento supusiera un cataclismo pasar de los pechos neumáticos de Joey DeMaio y de la testosterona concentrada de Phil Anselmo a los amaneramientos de los alfeñiques de Seattle… Pero creo que es un debate que tiene más que ver con la representación de la masculinidad en el mundo del metal que intrínsecamente con el sonido de los noventa.
Pero para mí fue una época gloriosa para la música. Y no soy el primero ni el último en reivindicar que bandas como Alice In Chains y Soundgarden definieron el sonido del metal entonces y ahora, y que todavía suenan durísimas a día de hoy. Amén de grandes iconos del género como Rage Against The Machine o System Of A Down. O Tool. Los bichos raros de entonces son las vacas sagradas de hoy… Y no, no creo que no se les esté haciendo justicia. Estas bandas todavía llenan estadios, y son cabezas de cartel en muchos festivales de metal en todo el mundo.
¿Crees que las propias limitaciones del público del metal para comprender la música fuera de las etiquetas son el principal handicap para el desarrollo comercial de Obsidian Kingdom? A juzgar por las reacciones en redes sociales tras los adelantos de este disco…
Seguramente, pero oye, cada cuál que escuche lo que le venga en gana. Siempre habrá conservadores y tradicionalistas en todos los géneros, y está bien que los haya. Nosotros nos dirigimos a ese sector del metal con la mente más abierta, con curiosidad por probar cosas nuevas y que ya está habituado a consumir otros géneros musicales. Porque así es exactamente como somos nosotros, y afortunadamente existe un circuito para gente con tales gustos.
A pesar de todo, no nos engañemos: somos una banda de metal (o, a mucho estirar, de rock muy pasado de vueltas). En algún momento pusimos incluso esto en duda, pero lo llevamos en las venas. Solo hace falta escuchar ‘Meat Machine’.
¿Qué relación mantenéis con las redes en sí? ¿Dejáis que os afecten ciertos comentarios o las leéis con cierto filtro y distancia?
Somos muy activos en las redes, leemos absolutamente todo lo que se publica de nosotros y respondemos prácticamente a todos los comentarios y mensajes que nos hacen llegar los oyentes. No creemos que internet haya destruido el papel de las discográficas y la prensa en cuanto a definir el panorama musical imperante (aunque en su momento así se creyó), pero sí que ha tendido un puente importantísimo entre el artista y su audiencia.
En ese sentido, somos muy permeables a las críticas; lo que no quiere decir que necesariamente les hagamos caso. Siempre son una valiosa fuente de información respecto del impacto que está teniendo nuestra obra en el mundo. De hecho, con ‘Meat Machine’ estamos recibiendo por primera vez una buena cantidad de comentarios negativos y de crítica destructiva, cosa que raramente había pasado antes. Algo estaremos haciendo bien.
La carne que somos, la carne que nos domina
¿Cuál es la primera frustración que recordáis con respecto a la carne?
Creo que perder los dientes; porque de haber nacido no me acuerdo. Es esa sensación desagradable de que algo va horriblemente mal y que, de forma espontánea, la realidad de tu cuerpo está cambiado, abocándote a un mundo de terribles posibilidades… ¿Y si es permanente? ¿Me estoy muriendo? ¿Qué pensarán los demás de mí? Todo ello unido a la sensualidad de poder ir presionando el diente con la lengua, produciendo una sutil sensación de dolor y placer, a medida que te das cuenta de que estás avanzando, lenta y voluntariamente, hacia tu propia autodestrucción. Supongo que te acuerdas.
La carne y sus particularidades es algo que la banda entiende desde una perspectiva mucho más amplia que otras personas. Contáis con una mujer trans. ¿De qué modo enfocasteis el asunto? ¿Qué crees que esto aporta como experiencia vital e incluso lírica a Obsidian Kingdom?
Judit transicionó de lleno en el proceso de composición de ‘Meat Machine’, y creo que no es casual. Ella eligió hacernos partícipes de su proceso justamente como consecuencia de nuestra primera sesión de fotos promocional con la nueva formación.
Precisamente creo que esta idea de que nuestra representación del mundo contribuye directamente a moldearlo, es también uno de los grandes caballos de batalla del disco. La forma en la que elegimos presentarnos ante los demás revela cómo percibimos la realidad, y cómo nos gustaría que fuera. El poder de la imaginación sobre la materia.
Para nosotros ha supuesto un suceso mágico y una oportunidad fantástica para compartir su vivencia de primera mano. En mi caso, me alegro mucho de tenerla como amiga y agradezco la posibilidad de discutir con ella todas mis dudas sobre un tema tan complejo. Como banda, precisamente creemos que la mejor manera de contribuir a la normalización de las personas trans es no llamar específicamente la atención sobre ello. Judit era y es la teclista de Obsidian Kingdom, sin más.
“Rendirse es la única forma de vencer”. Es una de las frases asociadas a la descripción de “Meat Star”. ¿Qué paralelismo podéis trazar entre el declive de la sociedad occidental al que estamos asistiendo como garantía de nuestra pervivencia futura? Claro que también podemos hablar de los paralelismos con el mundo de la música y su modelo exponencial condenado al fracaso eventual.
Detrás de esa máxima se esconde otra, y es que nada nunca muere, solo se transforma. Aceptar esto implica dejar de padecer por el final de las cosas y sencillamente celebrar su transformación eterna. Rendirse implica dejar de resistirse al cambio, cuando este deviene inevitable.
El momento presente es un ejemplo claro de una situación de cambio inevitable; no en vano se está hablando de “nueva normalidad”… Independientemente de las ideas de cada uno respecto del cómo y el porqué de este ciclo, una cosa es indiscutible: la realidad está cambiando, de forma súbita y crítica. Y la única forma de disfrutar del nuevo amanecer es aceptar la muerte del ayer, y tratar de adaptarse al nuevo día. No será bonito, nunca lo es. Y al final, cuando nos hayamos acostumbrado, no habrá sido para tanto. Y respecto de la industria musical, ídem. Recuerdo un cataclismo similar cuando empezó la era del p2p en internet. Las discográficas y la prensa musical iban a desaparecer, e iba a comenzar una nueva utopía de música gratuita, directa desde el consumidor al oyente, sin intermediarios. Pero las discográficas se aliaron con los distribuidores digitales, y los periodistas se hicieron youtubers. Solo somos un montón de arquetipos cambiando de forma por toda la eternidad.
Edgar / Rider G Omega es arquitecto de profesión. ¿De qué modo influye esto en la manera de construir y arreglar las canciones de Obsidian Kingdom?
Pues es una pregunta muy interesante, y muy pertinente. La arquitectura y la música son ambas cuestiones de ritmo, proporción y textura. Y son lenguajes emocionantes. En mi caso, siempre encaro las composiciones, e incluso la gestión de la banda, como un gran proyecto en el que van a intervenir todo tipo de factores (humanos, técnicos, económicos, poéticos, etc.) y que, una vez terminado, va a tener un impacto sobre su usuario del que yo voy a ser solo una pequeña parte.
A nivel menos abstracto, quizá en este aspecto no sea casualidad que nuestros álbumes tiendan siempre a ser conceptuales, o que la banda flirtee a menudo con el rock progresivo, uno de los estilos más cerebrales y grandilocuentes. Al final la cabra tira al monte, supongo.
Lo inclasificable de la propuesta de Obsidian Kingdom ¿juega a favor o en contra de la banda?
Depende de a quién le preguntes; a nosotros nos gusta pensar que estamos desarrollando una trayectoria en la que la sorpresa y la imprevisibilidad son uno de los valores creativos de la banda, y que a la larga contribuirá a que se nos recuerde. No somos los primeros en hacerlo y hay mil ejemplos de otros pioneros en ser camaleónicos, desde David Bowie hasta Ulver.
Pero, si somos objetivos, creo que de momento ha jugado en contra. Todavía recibimos muchas reclamaciones por haber abandonado el sonido y la estética que teníamos en ‘Mantiis’, y con ‘A Year With No Summer’ descubrimos que parte de nuestro público es más conservador de lo que habíamos imaginado. Pero ése es el riesgo de caminar siempre por las lindes, y de no darle siempre a la gente lo que quiere. El tiempo dirá si jugamos bien nuestras cartas pero, con toda honestidad, tengo que reconocer que no sabemos hacerlo de ninguna otra manera.
El experimento de “The Phantom Carriage” fue novedoso y sorprendente. ¿Cómo surge que una institución como el CCCB le encargue a la banda un proyecto como ese?
Pues tengo que contradecirte, aún a riesgo de tirar piedras sobre nuestro propio tejado… No solo no fue novedoso que una banda de metal pusiera banda sonora en directo a una película de cine mudo (el festival holandés Roadburn lleva haciéndolo desde hace muchos años), sino que ya se había hecho exactamente con la misma película (KTL compusieron en 2008 su propia banda sonora para “La Carreta Fantasma”, después de recibir una invitación muy similar a la nuestra).
En todo caso, y con toda modestia, lo que sí fue es un éxito. Fue apasionante participar en un evento así y todo un hito en nuestra carrera, con toda la platea llena, en un lugar tan emblemático de Barcelona. Es una pena que solo fuera una noche… Pero también su magia.
El CCCB siempre abre sus ciclos de cine veraniego al aire libre con una banda sonora original en directo, y aquel año el tema era “magia, lisergia y ocultismo”; cuestiones que nos tocan muy de cerca. Afortunadamente además, la comisaria de la exposición en la que se inspiraba el ciclo era Mery Cuesta, la misma que ya había contado con nosotros para el ciclo conceptual “Metalúrgias”: una presentación museística de las nuevas tendencias dentro del metal, también en el CCCB. Ah, y se me olvidaba decir que todos pertenecemos a la misma sociedad secreta que sacrifica bebés a Lucifer para traer el Nuevo Orden Mundial.
Al hilo de esto, se oye a menudo a un público rockero quejoso de la falta de integración del rock duro en su contexto más clásico dentro de los circuitos de contratación pública y de las entidades culturales públicas en sí. ¿Cuál es el mayor hándicap del rock duro en 2020 para ser institucionalmente apto?
Supongo que el rock no encaja demasiado bien con las tendencias imperantes, ni estéticas ni políticas. En un mundo donde el ojo de marcas, medios e instituciones está puesto en la música urbana, las nuevas tecnologías de la comunicación y los debates sobre justicia social, me da la sensación de que el rock duro, y especialmente el más clásico, se percibe como un cliché desconectado de la realidad; un ejercicio de nostalgia que vivió sus años dorados hace ya veinte años. Y claro, eso no vende, no es “cool”.
De todas maneras y en mi opinión, el hecho de que el rock no resulte atractivo a nivel institucional no debería considerarse un hándicap, sino un logro: el rock tiene que ser, por definición, rebelde y políticamente incorrecto y, por lo tanto, anti-institucional. Lo que tenemos que preguntarnos de verdad es por qué el rock ya no provoca ni ofende a nadie… ¿No será que, precisamente por eso, ha perdido uno de sus principales atractivos y empieza a oler un poco naftalina?
¿Qué no haría jamás Obsidian Kingdom en un disco? ¿Cuál es el límite?
Resultar previsibles. Si algún día encontramos algún lenguaje que nos defina, tendrá que ser uno que se adapte a nuestros tránsitos y evoluciones, tanto a nivel individual como grupal. Nosotros no dejaremos de buscarlo.
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