Opeth: Pale Communion
Después de un álbum tan polémico y decisivo como «Heritage», la duda estaba en el aire de cara al undécimo álbum de estudio de Opeth: ¿Qué dirección iba a tomar «Pale Communion» para distinguirse de su precedente? La respuesta no es sencilla. Si bien este trabajo sigue las directrices principales que pudimos ver en el de 2010 y lo podemos considerar en cierto modo «continuista», hay muchos aspectos que lo diferencian de este. Muchos estaremos de acuerdo en que el mayor problema de «Heritage» era que mostraba muy buenas ideas que se perdían demasiado pronto: no llegaban a ser desarrolladas, no respiraban y no conectaban entre ellas. Algunos contestarán a este argumento diciendo que este tipo de composiciones son las que siempre han predominado en la carrera de los suecos, pero es innegable que nunca habían llegado al nivel de desconexión que presentaron en su penúltimo álbum. Habiendo dicho esto, quizá la gran baza de «Pale Communion» sea que, pese a tener picos menos claros que «Heritage», las canciones a niveles generales dejan mejor sabor de boca al estar algo mejor hiladas. Y digo algo porque sigue habiendo auténticas marañas como «Moon Above, Sun Below», siento este un tema que perfectamente podría haber sido incluido en el disco anterior.
Al mismo tiempo, siento que este es un disco que suena más a Opeth, pero que a la vez se aventura en algunos terrenos nuevos, lo cual es fantástico: conserva la esencia a melancolía y hojas caídas, pero con un punto de inquietud que lo hace muy interesante. Así lo demuestran canciones como la instrumental «Goblin» (fuertemente influenciada por Gentle Giant y la propia banda italiana a la que hace referencia el título del tema), con su humeante aroma a elegante banda sonora de una antigua película de espías, o una preciosa «River» que dejará boquiabierto a más de uno por su excepcional desarrollo: un inicio que podría recordar a los mismísimos Kansas lleva hacia psicodélicos solos, que a su vez conducen a riffs más potentes marca de la casa, y concluyen con un brillante crescendo. Como veis, es difícil no decantarse por ella como fulgurante estrella del álbum, pese a que le sigue a la zaga una «Voice of Treason» en la que la banda juega con una sección de cuerda para recordarnos inevitablemente a aquella legendaria «Kashmir» de Led Zeppelin. Los toques arabescos están por todos lados en este álbum, y hay que hacer especial mención a uno de los puntos fuertes de este trabajo: cómo acaban las canciones. Cielos santo, hacía mucho que Mikael y compañía no ponían punto y final a sus canciones de maneras tan espectaculares.
Un final controvertido es el de «Faith in Others», un enorme tema cargado de emotividad y dramatismo en el que la faceta más sinfónica de la banda brilla como nunca. Tras siete minutos de pura emoción, todo parece llevar hacia un apoteósico punto culminante que ponga el broche final al álbum… pero no. Poco a poco, la canción se diluye en su propia grandeza, y terminas con la sensación de que no era lo que esperabas pero que no puede haber queja alguna. Hablando de quejas, quizá os preguntéis por qué hemos comenzado hablando de la segunda mitad del disco, pero lo cierto es que es inevitable por el hecho de que los cuatro últimos temas juegan sus cartas muchos mejor que los cuatro primeros. Pero mucho cuidado con estos. «Eternal Rains Will Come» ofrece teclados celestiales y algunas de las líneas vocales más memorables de la historia reciente de la banda, y esto a su vez sirve de preludio para lo que nos vamos a encontrar. Por un lado, «Pale Communion» es, sin lugar a dudas, el disco de Opeth donde más presencia tienen los teclados. Y qué teclados. Joakim Svalberg ha demostrado con este trabajo haberse ganado un más que merecido importante peso en la banda, eclipsando a las guitarras en muchos, muchos puntos de este redondo. Por el otro, también nos encontramos con un Mikael Åkerfeldt totalmente desmelenado a nivel vocal, mostrando más registros que nunca y líneas absolutamente embelesadoras. Es un gran cantante y la evolución musical de la banda le está permitiendo deslumbrar cada vez más y más con unas dotes que muchos no imaginaban que tuviese.
En cuanto a la sección rítmica, es inevitable no tener un par de quejas al respecto a nivel de sonido. Por lo general, ambos han perdido en comparación con «Heritage»: Méndez sigue elaborando líneas de esas que son capaces de embarazar a cualquier hombre o mujer, pero se encuentra a un volumen demasiado bajo como para entregar su máximo potencial (sobretodo teniendo en cuenta que venimos de un álbum en el que este instrumento había salido extremadamente favorecido en la mezcla, estando muy arriba), y a la batería encontramos un Axenrot que, si bien sigue demostrando que es un animal todoterreno al que se le quedaba muy corto el metal extremo, cuenta con una producción al kit no tan convincente como la anterior (probablemente sólo haya mejorado el sonido del bombo, que en este trabajo es ampliamente superior). Hablando de ritmo, «Cusp of Eternity» es un tema que luce especialmente bien ese aspecto y que, en general, pese a quizá estar por debajo de «The Devil’s Orchard» como single, demuestra que esta banda también es capaz de trabajar con pocas ideas sencillas y explotarlas al máximo: un riff pegadizo, una gran melodía vocal y una base potente. Nada más. Pero qué bien sienta entre tanta locura. «Elysian Woes» puede recordar en cierto modo a «Damnation» igual que lo hizo «Marrow of the Earth» anteriormente, pero el punto folk oscuro la hace única. Y es que en general, así describiría «Pale Communion»: un disco único que conjuga el prog setentero con elementos puramente característicos de Opeth, de un modo mucho más lógico que «Heritage». Un álbum que está devolviendo a muchos el fervor por esta banda y que a la vez aleja a los más conservadores… Y por mí, que sigan en esta dirección.
Grupo:Opeth
Discográfica:Roadrunner Records
Puntuación:8
Canciones:
- Eternal Rains Will Come
- Cusp of Eternity
- Moon Above, Sun Below
- Elysian Woes
- Goblin
- River
- Voice of Treason
- Faith in Others
Votación de los lectores:5
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