Solstafir: Ótta

A la hora de valorar el trabajo de una banda, uno de los factores más determinantes es el grado de personalidad propia que ofrezca el trabajo de ese conjunto: qué lo hace distinto, qué hace que cuando queramos escuchar música los elijamos a ellos y no a cualquiera de esos miles de proyectos que saturan el mercado. Cuando se habla de Sólstafir, se habla inequívocamente de una de las bandas que mejor han sabido forjar una imagen y sonido característicos, condicionados enorme y favorablemente por su país y cultura natal. ¿Qué otra banda asociaríamos con el concepto de «cowboys islandeses»? La evocación de los fríos desiertos de arena negra tan propios de su tierra es un sello de identidad, una marca inconfundible sobre la que edifican su propuesta, con una loable picardía a la hora de elaborar un sutil paralelismo entre este escenario y el oeste estadounidense (no sólo visualmente, que es el ejemplo más claro, sino también musicalmente a través de la incorporación de un instrumento como el banjo en el tema título de este álbum).

La música de Sólstafir siempre ha sido un fiel espejo del paisaje descrito: delicado en su belleza etérea, pero al mismo tiempo áspero y salvaje dadas sus condiciones de vida extremas. Si bien su anterior trabajo, «Svartir Sandar», se centraba mayoritariamente en ese segundo aspecto, «Ótta», quinto larga duración de los islandeses, es un álbum mucho más inspirado en el primero: los momentos más duros han sido reducidos (que no eliminados, sigue habiendo pasajes brillantes en esa vena) en pro de una mayor explotación de lo gélidamente tranquilo. Así pues, esta nueva entrega muestra claramente un paso adelante en la constante redefinición de su propuesta, demostrando que dentro de un marco musical tan bien definido como el suyo, hay espacio para hacer álbumes notablemente distintos entre ellos, con sus ventajas y sus inconvenientes. En este caso, «Ótta» probablemente supere a su predecesor en cuanto a ambientación y emotividad, pero palidece ante él si hablamos de gancho.

Como decíamos, el gran inconveniente de este trabajo es que tiene muy pocos momentos memorables, o por lo menos la mayoría de ellos no se presentan como tales hasta que se tiene muy interiorizado. Tras las primeras dos o tres escuchas, el oyente se ve en la situación de probablemente tan sólo recordar un pasaje de todo lo que ha desfilado por sus oídos: el lick de banjo de «Ótta». Evidentemente, se trata de un grower, pero de velocidad demasiado lenta. No negaremos el encanto que tienen los discos que crecen exponencialmente tras un primer contacto desconcertante, pero lo cierto es que tarda demasiado en arrancar: un mayor factor de inmediatez (no hace falta que sea excesivo) se echa mucho en falta durante la fase de descubrimiento.

Con todo, no caigáis en el error de pensar que este álbum no tiene buenas melodías: las tiene, pero por algún motivo tardan muchísimo más en hacer click que las que había en «Svartir Sandar» o «Köld». «Náttmál», tema que cierra el disco, nos presenta la vena más oscura y dramática de la banda, con uno de los versos más bellos que contiene este trabajo, mientras que el desarrollo (y sobretodo esas líneas de piano) de «Lágnætti» es simplemente magistral. Las voces siguen siendo uno de los puntos fuertes más a tener en cuenta de la banda: un pletórico Aðalbjörn vuelca toda su emoción y dramatismo en ello, consiguiendo unos resultados simplemente sobrecogedores, tanto en registros calmados, como por ejemplo «Miðaftann», como en momentos mucho más animados, del corte de «Miðdegi».

En definitiva, «Ótta» es un muy buen trabajo, loable por su papel en la evolución de la banda, y que brilla en sus particularidades, pero que debido a su principal punto débil no puede hacer competencia a «Svartir Sandar» como claro estandarte de la banda. Pese a todo, lo importante no es esto, sino que Sólstafir han demostrado que incluso teniendo un estilo máximamente personal en el que nadie más puede entrar, son capaces de darle algunas vueltas de tuerca a su propuesta para seguir sonando frescos.