Witchcraft: Nucleus

Witchcraft son partícipes de esta nueva tendencia de revival de los setenta y, más específicamente, son herederos de Pentagram. Después de su obra magna Legends era difícil repetir la jugada, pero hay algo en ellos (y, presiento, siempre lo habrá) que les hace... distintos. Y aunque se trate de un álbum ligado a un estado emocional muy específico, cuando quieres que suene, suena justa como lo necesitas. Suena a actitud.

Los veteranos Witchcraft sorprenden en este Nucleus con una portada que, de buenas a primeras, y prejuzgando, no encaja con su interior. Y es fantástico. El interior, quiero decir. Y qué cojones, el exterior también. El exterior podría ser firmado por cualquier grupo postulando en la Pitchfork. El interior es puro retro doom, stoner, psicodelia delirante y orgásmica. Nacen en Pentagram, recuerdan a Black Sabbath, coexisten con Graveyard, preceden a The Vintage Caravan.

Des del disco pasado, Legend (2012), el primero que sacaron con Nuclear Blast, la alineación se ha mantenido estable, con Magnus Pelander fuera de las guitarras y responsabilizado sólo de la voz, lo que le ha dado a este trabajo la tranquilidad necesaria para volver a las raíces del primer “Witchcraft” (2004)

El primer tema, Mastroem, empieza a infectarte la oída con unos acordes de guitarra a los que no tardan en sumarse unas líneas de viento, en lo que sería la composición más folkie del álbum. Sin embargo, ya en este primer tema se descubre una de las habilidades de Witchcraft: convertir una aparente melodía inocente en una vorágine de indecencia hipnótica.

En Nucleus los temas son complejos y están conformados de varias etapas, progresiones, ambientes y, sobre todo, sentimientos. La canción homónima, un matrimonio de catorce minutos entre el blues y la psicodelia, también te mete en una atmósfera doom, de vuelta a los setenta más sucios. Es un atrapa-oídos delirante, delicado, deleznable.

Algo parecido ocurre con The obsessed, pero a medida que los ritmos van cambiando y los tonos se vuelven más extremos te das cuenta de que las dos canciones no se parecen en nada. Y es que esta es la clave de este álbum: todas las piezas te sumergen en el mismo universo, un universo nocturno, sucio, que se arrastra y repta, que en ocasiones se tortura y muestra la oscuridad del mundo (esa Breakdown con la que cierran el álbum, un magnífico tema introspectivo construido en base a ruidos de interferencias en el fondo de una composición repetitiva de tonos graves, una joya de la experimentación). Pero, a la vez, cada canción muestra su pequeña y peculiar parte del infierno. Tiene algo de mágico.

Destacan también la potentísima y visceral Exorcism of doubts, que casi parezca que quiera contarte una historia con todo lujo de detalles en su riff inicial, que escala agresivamente hasta convertirse en un laberinto, y To trancend bitterness, que esclata con la voz de Magnus, ruda y estridente a la vez, y combina el doom con ciertos elementos de prog.

Pero en “Nucleus” hay por todos los gustos, pues con The Outcast nos descubren ritmos bailables, casi disco, que se te enganchan como una garrapata y con los que no puedes evitar ver el mundo de una forma absorbente. Aunque el tema sea grande, debo decir que no acabo de ver de qué forma puede encajar en este álbum y, aún menos, de qué forma se enlaza con el magistral final de Theory of consequence, un final que te deja casi sin aire, boqueando por un chute de hard rock.

La verdad es que Witchcraft no presentan nada único – son partícipes de esta nueva tendencia de revival de los setenta y, más específicamente, son herederos de Pentagram. Después de su obra magna Legends era difícil repetir la jugada, pero hay algo en ellos (y, presiento, siempre lo habrá) que les hace… distintos. Y aunque se trate de un álbum ligado a un estado emocional muy específico, cuando quieres que suene, suena justa como lo necesitas. Suena a actitud.