Pain Of Salvation: Falling Home

Los álbumes acústicos tienden a ser mirados mayoritariamente con cierto recelo. En demasiadas ocasiones hemos visto lanzamientos de este tipo que no han trascendido más allá de la simple anécdota… por no hablar de aquellas bandas que los publican simplemente por compromiso a lanzar cierta cantidad de álbumes con su discográfica o aquellas que elaboran refritos de auténtico mal gusto como ese «Dethroned & Uncrowned» de Katatonia en el que ni tan siquiera se re-grabaron las voces, sino que se utilizaron las mismas pistas que en el disco «normal». Así pues, ante el anuncio de que Pain of Salvation iban a dar su siguiente paso musical con un acústico como «Falling Home», muchos teníamos sentimientos encontrados. Por un lado, sabíamos que la banda tenía talento de sobra como para hacer adaptaciones al acústico de sus propias canciones a un gran nivel (recordad el fantástico «12:5» de 2004), y por otro no podíamos evitar sentir que tras tres años sin material nuevo, una publicación de este tipo no iba a ser suficiente como para saciar nuestro apetito.

De buen comienzo, la selección de temas para este disco era muy acertada. Por un lado, la banda ha decidido centrarse en el material de sus tres últimos discos, dejando así un repertorio muy lejano al de «12:5» y repitiendo tan sólo una canción («Chain Sling»), y por otro, también han optado por buscar un equilibrio entre lo predecible y el experimento: en «Falling Home» hay tanto canciones que tenían una adaptación más que clara y sencilla («1979» o «To the Shoreline», por ejemplo) como temas que nunca habríamos imaginado en este formato (siendo «Spitfall y «Stress» los casos más extremos). Evidentemente, los favoritos de servidor son estos últimos, puesto que es donde Pain of Salvation demuestran verdaderamente la enorme habilidad que tienen para reinventarse e incluso dar la vuelta completamente a sus propias canciones.

Todo el álbum suena extremadamente natural y fresco, fomentando una escucha amena y muy entretenida y generando una atmósfera calcada a la escenografía que llevaban en la gira correspondiente a estas adaptaciones: un hogareño salón de los años 60/70. Abriendo este trabajo tenemos una «Stress» pasada al swing, con pinceladas de blues y algún pasaje funkie, optando al premio a mejor adaptación del álbum… si no fuera por ese impresionante trabajo que han hecho al trasladar la legendaria «Holy Diver» de Dio a al jazz/reggae, marcando el pico más alto de este trabajo con tan brillante tarea. A lo largo de todo el álbum vemos cómo se les saca máximo partido a las voces, no sólo a un Daniel que está (para variar) pletórico en todos sus registros, sino también al resto de la banda haciendo unas armonías absolutamente exquisitas. Mención a parte también para el trabajo de Léo Margarit a la batería, quien demuestra una vez más que es un auténtico todoterreno musical capaz de clavar cualquier estilo con un groove y técnica más que envidiables.

«Linoleum» es un buen ejemplo de aquello de que una versión supere a la grabación original de un tema, y es que la sensualidad conferida por la guitarra acústica deja en la estacada a aquella agitada canción que encontrábamos en «Road Salt One». Las versiones procedentes de «Scarsick» también se llevan la palma, dado que al proceder de un álbum de sonido tan moderno y artificial, la transición a un formato muchísimo más desnudo e íntimo genera una sensación de extrañeza y mestizaje: el rapeo de «Spitfall» ha sido adaptado para sonar como los ángeles sobre una guitarra sin distorsión, y la djentera «Mrs. Modern Mother Mary» también gana muchos enteros con esta presentación… pese a que ambas quedan en la estacada de la mano de una «Flame to the Moth» aflamencada que es sencillamente magistral. Después de todo esto, cuando llegamos a ese último tema, el único que es completamente nuevo, ya ni siquiera le damos la importancia que podría haber tenido: el tema título está bien, pero queda totalmente eclipsado por ese esplendoroso ejercicio de redescubrimiento que ha hecho la banda en el resto de cortes. ¡Increíble!