Judas Priest: Defenders of the Faith – 30th Anniversary Edition

Buena oportunidad para rememorar un legado que a menudo queda oculto tras los discos más mediáticos. Ahora tan solo falta que hagan una reedición de "Turbo" e incluyan las míticas demos pop que grabaron en la época.

El mundo era un lugar muy distinto en 1984 pero escuchar una reedición como la que nos ocupa, una conmemoración del trigésimo aniversario de «Defenders of the Faith», ayuda a entender porqué la música aparecida en aquella época consigue resonar en la conciencia colectiva aún a día de hoy.

«Defenders of the Faith» nos recuerda en primer lugar que, por encima de la brutalidad y la actitud, esta el talento compositivo. Es difícil negar que el trinomio que formaban KK Downing / Rob Halford / Glenn Tipton a la hora de hacer canciones era imbatible. Con el género que ellos ayudaron a crear explotando en todo el mundo occidental, el núcleo duro de Judas Priest tenía la doble responsabilidad de hacerlo bien y de hacerlo mejor que sus competidores, que comenzaban a ser muchos y mucho más jóvenes y enérgicos. A fin de cuentas, en 1984, Judas Priest ya llevaban una carrera de 10 años en el mercado discográfico, mientras que otros congéneres como Iron Maiden o Def Leppard apenas llevaban cuatro años en el mercado y eran percibidos como parte de una «nueva ola» de algo que Priest había ayudado a definir muchos años antes con trabajos como «Sad Wings of Destiny» o «Sin after Sin». Judas Priest ya habían conquistado Europa, Reino Unido y Japón, pero tenían por delante un mercado que finalmente estaba eclosionando y que sería su ElDorado particular: Estados Unidos. «Defenders of the Faith» marca, sin duda, el momento en que Priest dieron el gran salto al otro lado del charco, del mismo modo que «Screaming for Vengeance» fue su confirmación en Europa.

Así pues, a finales de 1983 la banda se fue a Ibiza, como ya venía siendo tradición, para grabar en los Ibiza Sound. Antes de eso, habían visto el cambio de guardia en Estados Unidos con la celebración del inmenso US Festival y ciertamente el sonido de «Defenders» es mucho más americanizado que el de «Screaming for Vengeance». Judas sabían lo que hacían y, sino, ahí estan testamentos como «Some Heads are Gonna Roll» o «Love Bites», temas comerciales, pop-metal con cuero y tachuelas que se harían un hueco en las listas, aunque discreto. Mejor suerte corrió el disco en si, llegando al puesto 18 en Estados Unidos, solo uno por debajo de «Screaming for Vengeance». Aún así, fue disco de platino y la gira estadounidense fue un gran éxito, destacando especialmente su concierto del Long Beach Arena de mayo de 1984, donde tocaron ante 13.000 personas y fue emitido por ABC Radio para una audiencia de cinco millones de personas, como asegura Rob Halford en la grabación de aquel concierto. Grabación que, a lo largo de dos discos, sirve como contenido extra en esta edición del 30 Aniversario. Un concierto mítico, muy pirateado en su día, que ahora ve la luz con la mejor calidad disponible, del mismo modo que la reedición de «Screaming for Vengeance» incorporó el concierto del US Festival en DVD y varios temas del show de San Antonio 1982 en audio.

«Defenders of the Faith» es un disco que sufre de agravio comparativo. Tras «British Steel» y «Screaming…», «Defenders» es como masturbarte después de haber perdido la virginidad. Es un gran disco, pero no está a la altura de su predecesores. Claro que contiene himnos muy apreciados, como «Frewheel Burning» o «Jawbreaker» pero su impacto comercial jamás fue el de «Living After Midnight» o «Breaking the Law» y eso es algo impepinable. Así pues, «Defenders» marcó el inicio de un ligero declive para Judas Priest en terminos comerciales -siempre teniendo en cuenta lo que se estaba moviendo a su alrededor en la época. Con Iron Maiden editando «Powerslave» con escasos meses de diferencia, Van Halen editando «1984», Metallica editando «Ride The Lightning» y Accept editando «Balls to the Wall», por poner cuatro ejemplos rápidos, es lógico que «Defenders of the Faith» quede en relativa desventaja. Eso en lo musical, claro. Porque, como decíamos, el salto en los directos fue importante. Judas Priest se convirtieron en una banda de arenas definitivamente y si en Europa estuvieron escasos dos meses de gira, en Estados Unidos se pasaron cinco meses y medio atravesando el país de punta a punta antes de irse a Japón a terminar el tour definitivamente tras casi un año de shows.

El tour estuvo protagonizado por el Metallian, la criatura que adorna la portada del disco y que luce mejor que nunca en esta reedición. Aunque en Europa no pasó de un telón, en Estados Unidos cobró vida y Rob Halford descendía de su boca cada noche para iniciar el show. Una muestra más de como el grupo estaba teniendo que ponerse a la altura de sus competidores, especialmente unos Iron Maiden que estaban en estado de gracia y que tenían un show escénico mucho más pomposo que el de Priest por entonces.

En el directo de Long Beach la banda interpreta todos los temas del nuevo disco menos uno, el controvertido «Eat Me Alive» que tantos disgustos les costó con el infame PMRC americano, quien consideró el tema «no apto» y poco menos que una asquerosidad -lo cual tan solo ayudó a fomentar el enlace entre Priest y sus fans americanos, pues no hay nada como prohibir algo para que resulte más atractivo. Lo que llama la atención es cuan rudimentarios eran Priest en directo. Sin dejar de ser una banda bien ensayada, tenían un sonido mucho menos bombástico que el que consiguieron a partir de la entrada de Scott Travis y es especialmente audible en las partes de batería de Dave Holland, quien funciona muy bien en los medios tiempos pero queda insuficiente en los temas rápidos de la talla de «Frewheel Burning» o «Jawbreaker». En el lado opuesto se encuentra un Rob Halford en su mejor época, aunque acusando claros síntomas de cansancio en su voz en canciones como «The Sentinel» y mostrando cierta incomodidad para repetir los patrones de estudio en «Some Heads Are Gonna Roll». No obstante, es un fiel documento de la experiencia Priest de la época, aunque sigue siendo mucho más auténtico el pirata en video de Montreal 1984, ni que sea por la participación del público, que queda ciertamente muy discreta en estas pistas de audio.
Centrándonos en la versión de estudio del disco, que es el principal motivo de todo esto, no hay grandes diferencias respecto a remasterizaciones/reediciones previas. El sonido es algo más actual en cuanto a la compresión, pero los niveles de las pistas permanecen casi sin alterar y las alteraciones que hay – una voz más alta aquí o una guitarra más discreta allá- son casi imperceptibles salvo para el fan enfermizo.

Buena oportunidad para rememorar un legado que a menudo queda oculto tras los discos más mediáticos. Ahora tan solo falta que hagan una reedición de «Turbo» e incluyan las míticas demos pop que grabaron en la época.