Whitesnake: Flesh & Blood

Cuando David Coverdale decide que va a hacer un nuevo disco de Whitesnake, la decisión parte del amor a la causa. Difícilmente va a cambiar el curso de la música contemporánea con letras como ‘vamos a pasar la noche juntos nena / tu y yo quemaremos la noche nena’ que, en tiempos actuales, suenan tremendamente anacrónicas.

Pero recordemos que el público de Whitesnake tiene de cuarenta años para arriba en su mayoría -aunque consigan atraer a nuevas generaciones- de modo que sería poco inteligente por su parte modificar su fórmula a estas alturas. Y qué diantres: una buena canción es una buena canción, aunque la cante un señor de casi setenta años con la camisa abierta que, si se llamase Pocholo y estuviese en una discoteca de Marbella nos parecería obsceno, pero que como es un consumado rock star desde los años ’70 merece un pase.

Probablemente Coverdale ni se plantea todo esto. Probablemente se mira al espejo y se chilla “here’s a song for ya” por las mañanas y se lía a componer. En ese sentido, toda la gracia de este nuevo disco de Whitesnake reside en la asociación ganadora que ha formado con Joel Hooekstra, otrora guitarrista de Night Ranger y por tanto gran conocedor del poder de una buena melodía. Coverdale mantiene así su patrón de guitarras físicamente agraciados con notorias habilidades compositivas que le permite poder apoyarse en su talento para lograr un resultado ajustado a derecho o, en este caso, a los parámetros generales de lo-que-debe-ser-un-disco-de-Whitesnake.

Versátil y talentoso, Hooekstra ha trabajado codo con codo con Coverdale del mismo modo que lo hacía hasta 2014 Doug Aldrich y antes de eso, el añorado Adrian Vandenberg. De ese dúo de genios salen canciones como la deliciosa balada acústica “After All” o el titánico riff de “Sands of Time”, con evidentes recuerdos a “Judgement Day” y, por extensión, al “Kashmir” de Led Zeppelin.

Riffs elocuentes y estribillos trabajados

Los temas rockeros son buenos, acertados y repletos de buenos estribillos. Desde el riff inicial de “Good To See You Again” hasta el cañero ritmo de “Shut Up & Kiss Me”, Whitesnake demuestran que en el año 2019 son tan vigentes para hacer Hard rock como en 1989. El año no está elegido de manera baladí: “Flesh & Blood” tiene más que ver con “Slip of the Tongue” que con el flash comercial de “1987” o la tierra de nadie de “Slide it in”. Es un disco con buenas canciones, buenos coros y una vocación comercial limitada: falta un temazo y eso se evidencia cuando el single ha sido la mencionada “Shut Up And Kiss Me”. Y si, es una gran canción, pero le falta ese extra que la debe hacer absolutamente memorable.

Probablemente Coverdale ni se plantea todo esto. Probablemente se sienta a grabar una selección de canciones que encajen bien con el legado de su banda y que le motive a volver a salir a la carretera con algo que ofrecer que no sea una orquesta de peludos tocando clásicos de décadas pasadas. Sin más.

Sin estridencias

Coverdale trabaja desde sus propias limitaciones y desde su realidad vocal actual, cantando canciones que pueden ser admitidas a trámite por su voz y apoyándose en un muy solvente grupo de vocalistas como son sus compañeros de banda en la mayoría de estribillos, salvo esa locomotora llamada Tommy Aldridge que bastante tiene con destrozar parches de la manera en que sigue haciéndolo.

La banda es el arma secreta del legendario vocalista. Con un Reb Beach que lleva más años junto a Coverdale que ningún otro músico con la excepción de Aldridge, Whitesnake tienen una base rítmica asegurada y solvente que queda redondeada por el ya veterano Michael Devin. Ellos son los artífices de esos serpenteantes grooves que se dan en ‘Flesh & Blood’ y que siguen siendo la razón de ser de la banda.

Sin lugar a dudas Whitesnake ya tienen su lugar en el panteón ganado. Seguir sacando discos es innecesario pero emocional y creativamente satisfactorio para el líder de la banda y eso es lo importante. “Flesh and Blood” es un disco hecho desde el corazón, carne y sangre para quienes desean un poco de música real en tiempos de vocoder y autotune como expresión artística.