“Esto no es ‘The Wall’”, decía indignado cierto compañero de correrías periodísticas al salir del Palau Sant Jordi tras el primer show en Barcelona de Roger Waters presentando su mítica obra de alienación, descenso al inframundo psicológico y crítica política y social de 1979. Y aunque he de darle la razón, lo hago con condiciones. El “The Wall” de 1980 era una obra que reflejaba el estado de un Waters de 36 años, que había perdido un padre en la II Segunda Guerra Mundial, que había sufrido la presión de una madre sobreprotectora, que había visto como su primer matrimonio se iba a la basura y que, pese a ser líder de una de las bandas de rock más importantes del momento con ventas millonarias y giras gigantescas, se encontraba en un estado anímico y psicológico absolutamente miserable. El Waters hundido, desesperado y tremendamente cínico de 1979 no es el Waters amable, gracioso y entrañable de 2011. Lo de aquel entonces era una expresión de su desespero. Lo de hoy es una celebración de la grandeza de una obra que, 32 años después, se mantiene vigente en el contexto actual. Sigue habiendo guerras, sigue habiendo alienación, sigue habiendo una gran distancia entre nuestros deseos y nuestras realidades. Y es cierto que la difícil combinación entre lo celebratorio y lo narrativo da lugar a conflictos (¿cómo puedes hacer air-guitar durante el solo de “Comfortably Numb”, Rog?), el resultado final es totalmente válido. Así que, señor Royuela, discrepo con usted. Y lo sabe. Porque si, esto no es “The Wall”. Pero es que nadie, excepto el Roger de 1979, podía interpretar “The Wall”. Ni el de 1992, ni el de 2002 podría interpretar la obra con la irrefrenable bilis de su pasado culpable.

No obstante, alegra ver que el tipo mantiene su carácter estricto bastante en forma.  En la mañana del último show en Barcelona, el 30 de marzo, me encontré en una situación de fan absoluto, cuando hablaba con el baterista de Roger en los últimos 25 años, Graham Broad, sobre los detalles de tocar semejante obra durante un desayuno en el Hotel Arts. Broad aseguraba que Waters había cambiado como la noche y el día desde que el entró en la banda. Su comportamiento y carácter en 1987 distaba mucho de su cercanía actual, demostrando aquello de que la edad ablanda a (casi) todo el mundo. No obstante, una visita a las pruebas de sonido ese día se vio abortada cuando el estricto Roger decidió que había que revisar algunas partes del show, lo que implica que no quiere a ni Dios sobre el escenario para no afectar a la concentración de la banda. Broad se disculpó y le entendí. Para Waters, nada puede comprometer la excelencia de su obra.

Tras haber visto el show en Chicago el pasado mes de septiembre, con la correspondiente crónica exclusiva que pudisteis leer en esta web, llegaba el momento de volver a disfrutar del muro de las frustraciones otra vez más. Así que, ni corto ni perezoso, con un pase confirmado horas antes del show, servidor cogió su moto y se plantó en Madrid en cuestión de seis horas para disfrutar del primer show de “The Wall” en la capital.

En un abarrotado Palacio de los Deportes, las camisetas con la insignia de los martillos cruzados, la cara del profesor, o la tipografía del disco, se sucedían incesantemente. Era bastante surrealista pensar en el status legendario de la gira de 1980 y 1981, cuando PINK FLOYD presentaron el disco en cuatro ciudades con varios shows en cada una, y pensar que en Madrid, tierra del chotis y el cocido, teníamos semejante espectáculo al alcance de la mano. Con las entradas agotadas, el ambiente era eléctrico.

Otra muestra del cambio de carácter de Roger fue el mensaje que emitió la PA justo antes del inicio del show. “Buenas noches y bienvenidos a ‘The Wall’” decía la voz en off. “Debéis saber que Roger no tiene problema con que hagáis fotos del show, pero por favor, hacedlas sin flash, ya que lo único que conseguiréis es una foto de un montón de ladrillos blancos y dañar las proyecciones que son una parte muy importante del show”. En 1980, recuerdo que la revista “Vibraciones” publicaba un extenso reportaje con fotografías “clandestinas” del show de Los Ángeles, una muestra de cómo han cambiado las cosas con el tiempo.

Tras el anuncio, los guardias de las fuerzas del martillo, aparecieron en el foso de fotógrafos armados con el muñeco de Pink mientras sonaba el infame “I’m Spartacus” de fondo. Cuando finalmente lanzan el muñeco al escenario, comienza a sonar la trompeta de Roger que da inicio al asunto. Y con una explosión de pirotécnia en el frontal del escenario, arranca “In the Flesh?”, con el publico estallando de júbilo. Waters aparece pocos segundos después, ante el rugido generalizado del personal. Primero se va al lateral derecho del escenario a saludar y luego al izquierdo. Una vez en el centro, su guardia le ayuda a ponerse el tres cuartos de piel con la insignia de los martillos y sus gafas de sol, mientras que Waters se acerca al micro para comenzar a dar vida al sufrido Pink en la obra más ambiciosa del rock de todos los tiempos.

“So you, thought you might like to go to the show” canta Roger y rápidamente te das cuenta de que no estás en un concierto, sino en un musical, que creo que es un matiz importante a tener en cuenta en éste espectáculo. Los guardias se elevan en el aire con las banderas bien altas y cuando te quieres dar cuenta, el viejo Roger está ordenando lo de “lights”, “action” y “aaaall of the sound effects” antes de que el escenario quede absolutamente tomado por la pirotécnica a un nivel que pocas bandas se pueden permitir. Y cuando crees que ya no da para más el espectáculo, una replica en miniatura de un Spitfire de la segunda guerra mundial vuela y se estampa contra algunos ladrillos del lado derecho del escenario entre llamas. Como inicio de concierto, este es imbatible. Al día siguiente, hablando con amigos que habían asistido de manera casual al show, sin ser grandes fans de PINK FLOYD o Roger Waters, me confesaron que no pudieron reprimir las lagrimas ante el ataque frontal que Waters efectúa en los primeros tres minutos del show.

Para contrastar, luego llega “The Thin Ice”, con ese toque de cinismo que caracteriza una buena parte de “The Wall”. Es ahí donde el vocalista Robin Wykoff se estrena en el show, cantando junto a Waters lo que David Gilmour cantaba en los viejos tiempos. Tanto en este tema como en el siguiente, “Another Brick In The Wall Part 1”, los fotógrafos debíamos retirarnos del foso, pues Waters se acerca al frontal del escenario y disfruta de este momento intimista con el público, antes de la llegada del hit básico. Los fotógrafos volvemos a situarnos en el foso mientras el sonido de un helicóptero atruena el recinto. Es un momento casi mágico y que difícilmente se puede explicar con palabras si no estás ahí. Y de un golpe, “The Happiest Days of Our Lives” está en nuestros morros, seguida de la mítica “Another Brick In the Wall Part II”. En este tema, unos veinte niños de una escuela madrileña suben al escenario para bailar mientras suenan los clásicos coros infantiles, aunque de manera bastante descoordinada, si tenemos en cuenta que en Chicago parecía que habían esperado toda su vida ese momento. Pero el efecto está logrado y la complicidad entre Waters y el público, niños mediante, es total.

Waters aprovecha y se dirige al público tras éste tema, explicando que en la siguiente canción va a cantar doblando su propia voz de 1980, extraída de una de las pistas de audio del concierto de Earls Court de 1980, cuyas imágenes se muestran en la pantalla circular y parte del muro. La preciosa “Mother” es coreada por una parte del público y, empeñado en conectar con las audiencias de cada país, el muro muestra un castellanísimo “No me jodas” después del verso “Mother, Should I Trust the Government?”. Es gracioso escuchar como Roger se refiere “al viejo y miserable Roger de hace 30 años” cuando describe al tipo que creó la obra que hoy se representa.

Tras “Mother” llega “Goodbye Blue Sky”, el último tema antes de que arranque la parte más paranoide de la obra, mientras los operarios construyen lenta pero constantemente el muro. El inquietante “Empty Spaces” nos regala la mítica escena de las flores, cuyas raíces se extienden por el muro lentamente hasta llegar a la pantalla circular, donde se agreden en un símil de lo que suponen las relaciones sentimentales y sexuales. “What Shall We Do Now?”, pese a no figurar en el disco original, se ha convertido en una parte necesaria en este tramo del directo, casi tanto como cualquier otro tema del álbum. Es más, una chica del público estaba indignadísima porque la banda no tocaba “When the Tigers Broke Free”, demostrando que “The Wall” va mucho más allá de lo que se publicó en el disco. La gente conoce las codas, los añadidos y los anexos de la historia que fueron apareciendo entre los directos y la película de Alan Parker.

La gamberra “Young Lust” nos muestra el lado más rockero del enorme David Kilminster, el protegido de Waters desde hace años y un guitarrista impresionante en toda regla, como demuestra cada noche en “Comfortably Numb”. Pero ese momento aún estaba por llegar y primero faltaba toda la escena del hotel, la groupie y el “oh, my god, what a fabulous room”. “One of My Turns” sonó especialmente vitriólica en Madrid antes de llegar a la desesperación y el agobio de “Don’t Leave Me Now”, con Roger sentado en las escaleras del escenario, en pleno estallido de culpa y arrepentimiento. Vuelve a estallar, no obstante, con “Another Brick in The Wall Part 3”, dejando claro que va camino del aislamiento total y absoluto, al que llega con “Goodbye Cruel World”. Cuando el haz de luz aparece a través del último hueco del muro, el público grita y vitorea. Saben que llega uno de los momentos clave del show. Waters asoma la cabeza, canta su breve despedida y los operarios colocan el último ladrillo. Adios mundo cruel, adiós primera parte de “The Wall”.

Tras el intermedio de 20 minutos, donde el muro nos muestra las caras y fichas de multitud de muertos en distintas guerras (incluida la Guerra Civil española), la voz en off indica que en cinco minutos el show comenzará de nuevo. Lo hace con “Hey You”, donde la banda permanece oculta tras el muro. La primera concesión llegaría con la aparición de Snowy White y Dave Kilminster en un hueco del muro en “Is There Anybody Out There?”, que de tan fría congela la sangre. Al final del tema, se desplegar rápidamente una réplica de una habitación de hotel al otro lado del muro, donde Roger se sienta en un sillón a ver la televisión y cantar el emocionante “Nobody Home”, muy celebrado por un público que aún no se creía lo que estaba viendo. La voz de Roger está enlatada en muchos momentos y eso es algo bastante obvio, pero si observamos “The Wall” como musical más que como concierto, podríamos dar esa licencia al viejo Roger. No hay más que escucharle hablar entre canciones o en la despedida: su voz de resquebraja y da muestras de poca consistencia. Enfrentarse cada noche a un show como éste sin ayuda tecnológica sería imposible para el tipo a estas alturas.

En otro de los momentos más emocionantes del show llega “Vera”, dedicada a la legendaria Vera Lynn que tanto cantó a los soldados de la Segunda Guerra Mundial,  y la bombástica “Bring The Boys Back Home”, donde las imágenes proyectadas en el muro dejan con un nudo en la garganta a todo el pabellón. Waters sabe remover conciencias a base de bien, eso es impepinable.

Lo de “Comfortably Numb” fue punto y a parte. Es, probablemente, el tema más querido de PINK FLOYD junto con “Money” y el propio “Another Brick In The Wall”. Desde el inicio de la gira, la interpretación ha mejorado mucho y ahora el solo de Kilminster en lo alto del muro hace justicia a la versión en directo que ejecutaba David Gilmour. Estructurado y melódico, pero con la dosis de alto voltaje necesaria para poner el corazón en un puño a todos los presentes. La sincronización de las proyecciones, las acciones de Waters (como cuando golpea el muro en el momento álgido del solo y este estalla en mil colores) y la música hacen de este concierto un auténtico asalto a los sentidos que es difícil de describir.

“The Show Must Go On”  e “In The Flesh”, con la aparición del cerdo inflable sobre las cabezas del público, dan inicio a la parte del rally fascista, seguidas por un marcial “Run Like Hell” que pone a todo el mundo a saltar y celebrar el tema. El propio Roger lo dice, vestido de fascista en pleno rally: “Enjoy Yourselves!”. Y la gente actúa como lo haría si Hitler les hubiera dicho “Matad judíos!”. Es la paradoja de “The Wall”. Lo que critica y la reacción que despierta en el público. Como Waters, harto de audiencias borregas, se imaginó a sí mismo como un fascista soltando una arenga y consiguió que el público lo disfrutara como si no hubiera ningún atisbo de mofa en el asunto. Brillante.

“Waiting For The Worms” lleva el show al paroxismo, especialmente cuando Roger coge el megáfono y hace su arenga a encender los hornos, limpiar la ciudad y demás. La frustrante “Stop” y el teatro de “The Trial” son los momentos culminantes de un show que termina, como todos ya sabemos, con la caída estruendosa del muro al grito de “TEAR DOWN THE WALL”. Un momento emocionante como pocos donde si no se te escapa una lágrima es que no vives en este mundo.

Cabe decir que en Madrid la banda tardo más de cinco minutos en volver al escenario para tocar “Outside The Wall” con las mandolinas y acordeones una vez cayó el muro, algo que no ha pasado en otros conciertos de la gira. Parece que Roger estaba esperando a que el público se liara con el cántico del “oeeeeoeoeoe”, porque hasta que no llegó, Waters no volvió a escena.

En Barcelona, las dos noches fueron incluso más eléctricas que en Madrid. David Kilminster no estaba al 100% de salud, pero su actuación sobre el escenario no se resintió en ningún momento. El primer show, que tenía las entradas agotadas hace más de medio año fue intachable, con una banda incluso más cercana que en Madrid y con una reacción del público mucho más calida que en la capital, donde por momentos aquello no parecía un concierto de rock y parecía un musical de la Gran Via. Pero Barcelona hizo justicia con “The Wall” y el público se lo pasó en grande ambas noches. La segunda fue musicalmente superior a la primera, y es que la banda había hecho algunos pequeños ajustes en distintos pasajes del show que garantizaban mejores y más equilibradas transiciones, así como una mejor sincronía entre gráficos y música. No en vano, todo el show va clavado sobre una claqueta para todos los miembros del grupo, que a su vez va sincronizada con las proyecciones. Según me contaba el baterista, el responsable de las proyecciones es quien puede acelerar o ralentizar el show para todos los músicos. Es más, hay un equipo de gente dedicado única y exclusivamente a que el show funcione desde la sincronía.

En la primera noche, la caída del muro fue total, con un bloque enorme cayendo hacia el público, sin llegar a pasar el límite de la valla, aunque parecía que iba a suceder. Los chicos de seguridad huían despavoridos! Pero no llegó la sangre al rio (la cantidad de reglas de seguridad y normas de prevención de riesgos de un show como “The Wall” debe ser agobiante) y todo quedó en otro buen momento de teatro rockero.

La segunda noche en Barcelona, el solo de “Comfortably Numb” fue el mejor que he visto hasta el momento, sin diferir mucho en lo músical. Pero la manera en que Kilminster vivía el solo desde lo más alto del muro era contagiosa. Incluso “Run Like Hell” sonó más poderosa que nunca. Influye mucho el ángulo desde el que estés viendo el show y, por raro que parezca, “The Wall” es un show que se ve mucho mejor desde pista que desde gradas. Las proyecciones te golpean con mucha más fuerza y la mezcla de sonido cuadrafónico tiene el efecto idóneo en esa situación.

En resumen, la aventura de “The Wall” en España ha sido una reafirmación de que las grandes obras y discos del rock son atemporales. Tan válido era “The Wall” en 1980 como en el 2011 y Waters lo ha tenido tan claro que por eso ha vuelto a hacer ésta gira. Pero hay un contrapunto triste cuando ves a Roger, con sus 67 años, canoso y con la voz rota. Esto se acaba, señores. No nos queda mucho tiempo para seguir disfrutando de estos espectáculos mastodónticos donde las canciones han significado algo muy grande en nuestras vidas. En el caso de Waters, ni siquiera el parecía tener muy claro ser capaz de enfrascarse en una gira como esta a su edad. Todos irán cayendo (como ya está sucediendo) así que, si tenéis oportunidad de ver cualquiera de los shows de “The Wall” en lo que queda de gira europea y británica, no lo dudéis ni un segundo. Es algo que solo se puede vivir una vez en la vida.

Texto y fotos: Sergi Ramos (sergi@themetalcircus.com)

Asistentes:10000

Día:15/03/2011

Sala:Palacio de los Deportes / Palau Sant Jordi

Ciudad:Madrid / Barcelona

Puntuación:10