Del teatro BARTS al Royal Albert Hall: una crónica reflexiva sobre el estado de la carrera de Steven Wilson
Cuando se publicó «Hand. Cannot. Erase.», allá por febrero de este año, tuve la sensación de que Steven Wilson estaba haciendo historia. Haciendo historia no sólo en el sentido de marcarse un hito personal, puesto que considero que el mencionado álbum es uno de los mejores de toda su carrera, sino en el sentido de haber colocado un punto de referencia en el mapa del rock progresivo en general. La majestuosa mezcla de emotividad y virtuosismo, cuidadosamente equilibrada, que este disco desprende tenía un aura de inmortalidad que hacía mucho tiempo que no percibía en un álbum (curiosamente me sentí sobrecogido al volver a sentirla apenas un mes después gracias a la salida del enorme To Pimp a Butterfly de Kendrick Lamar, pero eso es otra historia), y ciertamente el aroma a los ochenta que desprendía se me antojaba indudablemente fresco en un estilo que está más que harto de emular a los setenta.
Los elementos de electrónica, la abundante melancolía con regusto a post-punk (género con algunos referentes que son incluso citados explícitamente en el spoken word de Perfect Life) y los deliciosos ganchos y melodías pop, combinados con un prog rock que Wilson ya dominaba a la perfección, resultaron en un trabajo creado para sentar cátedra hacia una dirección en la que ya cuenta con camaradas a nivel estilístico, como Riverside con su exquisito Love, Fear and the Time Machine. En un género en el que estamos cansados de mirar a los setenta y emular las obras de aquella época (como hacía el formalmente excepcional pero poco original The Raven that Refused to Sing), esta brisa de modernidad y a la vez guiño a otras épocas más olvidadas en la música progresiva supone una auténtica revolución.
Para celebrar tan señalado pico creativo, Wilson decidió ofrecernos dos actuaciones consecutivas en el Royal Albert Hall, uno de los recintos de conciertos más famosos de todo el globo y ciertamente uno de esos escenarios que marcan la consolidación de un artista en el Olimpo musical. Dispuestos a ser testigos de ello, nos dirigimos a Londres ante la perspectiva de dos noches con repertorios distintos e invitados especiales, todo después de haber visto ya un concierto «al uso» de la gira de HCE en Barcelona apenas 10 días antes. Noche tras noche el show mejoró, y no sólo por motivos obvios como el contraste de recinto (pese a que debemos mencionar que el teatro BARTS sonó espectacular con el equipo de sonido de SW) sino por elementos que a primera vista podrían parecer nimios, como la organización del repertorio. Veámoslo.
Una de las mejores bazas de las que Wilson goza como músico en su proyecto en solitario es el hecho de poder moverse con más libertad a nivel estilístico entre un álbum y otro. Si bien es cierto que estos cuatro discos suenan a puro Wilson, abarcan un espectro musical bastante más amplio que el de la madre nodriza, por el mero hecho de no depender de más mentes creativas y de no tener que mantener esa «marca» inconfundible. Y no estoy diciendo que Porcupine Tree fuesen inmovilistas (lo cual sería una afirmación absurda), sino que simplemente en esta posición goza de una evidente mayor libertad. Esta libertad hace que la diferencia de sonido entre cada obra se esté acrecentando a cada álbum publicado, y convierte la tarea de confección de setlists en un auténtico juego de microcirugía. Las estéticas, atmósferas y colores de los últimos trabajos han acabado siendo tan distintas que, cuando Wilson decide hacer un set mezclándolos todos, el resultado es algo destartalado o, como mínimo, anda lejos de ser el óptimo.
El ejemplo más claro de esto fue el tipo de repertorio que nos ofreció en Barcelona, en el que intercaló temas como Lazarus o Index con su último álbum, disco que interpretó prácticamente en su integridad (salvo por Transience) pero con pausas entre los temas, no sólo entre el grueso del disco y los mencionados sino entre todos los cortes de la obra. Esto resultó en una experiencia algo confusa y poco estable ya que, como demostraría en la primera noche del Royal Albert Hall, la calidad emocional y conceptual del álbum hacen que sea perfecto para interpretarlo de cabo a rabo, enlazando los temas y respetando su estructura original. Del mismo modo, ese tipo de comunión estético-musical y creación de una atmósfera definida también se logró en su segunda noche del RAH, cuando decidió interpretar un pequeño set de 35 minutos basado en temas de Grace for Drowning e Insurgentes que sí encajaban perfectamente entre ellos.
Una vez mencionado ese arduo reto al que Wilson se enfrenta, con cada vez más dificultad por la variedad del material, como comisario artístico de su propia obra, hay que mencionar el otro gran punto del estado de su carrera con el que debemos ser críticos: la formación. Es probablemente un hecho ampliamente reconocido que los músicos que rodeaban a Wilson desde la publicación del emblemático Raven eran perfectos para él. Cualquiera que hubiese presenciado un concierto de aquella gira o que simplemente haya visto vídeos en YouTube de aquella época sabe de lo que hablo: una magia que ya comenzó a verse en la gira de Grace for Drowning (plasmado en el impecable DVD Get All You Deserve, por ejemplo) y que llegó a su zenit con la incorporación de Guthrie Govan al conjunto.
Hablamos de una banda capaz de dejarnos con la boca abierta tan sólo contemplando y sintiendo la emotiva química que había entre esos seis músicos, una banda que parecía caída de los cielos lista para llevar a los escenarios de una manera divina la música de Wilson. Pero de repente, cuando el mismo publica el gamechanger de su carrera en solitario, cuando más necesitábamos toda esa genialidad… ni Marco, ni Theo, ni Guthrie están ahí. Y todos nos quedamos con la sensación de que, pese a estar presenciando unos shows de brillante calidad, podría haber sido mucho mejor. Sabemos que es complicado, sabemos que Theo tiene obligaciones con ni más ni menos que David Gilmour, que Govan y Minneman están dedicados a su carrera con The Aristocrats… pero uno no puede hacer más que preguntarse si no se podría haber hecho de otra manera para volver a alinear los astros.
¿Son malos músicos Dave Kilminster y Craig Blundell? En absoluto. Lanzar semejante afirmación no sólo sería atrevido, sino estúpido e infundado. Ahora bien: ¿son los músicos adecuados para Wilson? No somos pocos los que pensamos que no, y no en el mismo grado para ambos. Mientras que Kilminster es un excelente guitarrista que ha demostrado su talento incontables veces junto a genios de la talla de Roger Waters o Keith Emerson y que hizo un buen trabajo pero simplemente no alcanzó el carisma y genialidad de su antecesor, el papel de Blundell en el conjunto sí ha sido bastante atropellado y poco acertado. No sabemos si su falta de adecuación e incesante necesidad de rellenar cada hueco disponible con fills resobados y poco interesantes viene dada por la presión de sustituir a alguien como Marco, pero definitivamente no hizo un gran trabajo con los temas de esta gira. Ahora que se conoce que va a permanecer en el conjunto como mínimo un año más, esperamos ver si con líneas de su propia creación cuaja mejor, pero hasta el momento está claro que se encuentra fuera de lugar.
Quien no tuvo sustituto, imaginamos que dada la dificultad de encontrar alguien del género poseyendo semejantes dotes con tal cantidad de instrumentos, fue Theo Travis, supliendo sus momentos de protagonismo con solos de teclado que simplemente salvaron la papeleta. No en balde uno de los mejores tramos de las tres noches fue cuando, durante la segunda noche en Londres, tuvimos a Travis sobre el escenario interpretando sus excelsas líneas junto al resto del conjunto, porque sencillamente, sin él no se entienden canciones como Sectarian o No Part of Me. Para máxima dosis de ilusionismo tuvimos una Drive Home en la que contamos no sólo con Theo sino también con Guthrie, rozando ese line-up dorado con una interpretación estelar de todo el conjunto y en especial del que probablemente sea uno de los mejores guitarristas de la actualidad. Este mismo clavó y dotó de máxima expresividad cada una de las notas de Home Invasion y Regret #9, curiosamente los únicos temas que escuchamos sin falta las tres noches además de Routine, uno de esos nuevos himnos que fue llevado a otro nivel con la esplendorosa Ninet Tayeb desgarrando su alma y pulmones en tan sentidos versos.
No sólo Ninet, Theo y Guthrie desfilaron por los escenarios del RAH para aportar sus respectivos ladrillos a la construcción de dos noches memorables, sino que también pudimos disfrutar de la magnífica voz de Mikael Åkerfeldt en la primera interpretación en directo de material de Storm Corrosion, una performance de la modelo y bailarina Carrie Grr (cuyo rostro preside la portada de Hand. Cannot. Erase.) a modo de introducción a la temática tratada en HCE, e incluso el insuperable groove de Gavin Harrison para cerrar la pletórica segunda noche en Londres. Tal y como dijo Wilson (e hilando con la reivindicación de contemporaneidad que comentábamos al principio del artículo), se trató de toda una celebración de los artistas de su generación, sin viejas glorias, ni más ni menos que un buen puñado de mentes creativas excepcionales que con únicas y brillantes aportaciones demostraron que se encuentran en un momento de gracia, y que pertenecen a una prole de primerísimo nivel.
Pero está claro que no sólo las colaboraciones fueron lo que dieron gran calidad a estas actuaciones, y quiero recalcar que pese a todo lo criticado fueron shows espectaculares, de primerísima fila, empezando por cómo Wilson se ha convertido en un frontman realmente carismático con los años y acabando por cómo su voz hoy día suena mejor que nunca. El material visual proyectado fue exquisito y en perfecta consonancia con la música interpretada, dándole un giro más al nivel emotivo del espectáculo, Nick Beggs volvió a demostrar que es un Dios todoterreno que clava lo que se le ponga delante, ya sea con el bajo, la voz, el teclado o el chapman stick, pudimos disfrutar de magníficos temas de Porcupine Tree que no pensábamos escuchar en vivo en mucho tiempo, como las emotivas Shesmovedon, Don’t Hate Me, How Is Your Life Today?, la inquietante Dark Matter o la aplastante Sleep Together, y también nos emocionamos con nuevos clásicos de no menor genialidad como The Watchmaker, Raider II o Happy Returns. Y es que al fin y al cabo, cuando alguien es un genio consigue dar enormes conciertos aún sin estar con la mejor banda posible. Brindamos por haber presenciado la celebración de un momento de gracia para la creatividad y figura de Steven Wilson, por unos conciertos que de algún modo parecían marcar el final de una era. Qué nos traerá en el futuro es una pregunta que muchos nos hacemos, en este caso con temor a que pronto flaquee y que estos eventos hayan marcado el fin de su edad dorada… pero lo cierto es que no hace falta responderla para saber que Wilson ya se tiene el cielo ganado.
Fotografía: Barcelona – Sergi Ramos / Londres – Camila Jurado / Portada y final – Miles Skarin
Día:2015-09-17
Sala:Teatro BARTS / Royal Albert Hall
Ciudad:Barcelona / Londres
Puntuación:9
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