Roger Waters llena en Barcelona: mucho Pink Floyd y mucha bilis
El que fuese líder creativo de Pink Floyd, Roger Waters, vuelve a Barcelona con su "primera" gira de despedida. Un concierto impecable pero contenido.
Finalmente, Roger Waters, el alma creadora de Pink Floyd, llegó a España con la que se rumoreaba que sería su última gira. Un rumor que lleva cobrando vida desde que en 2018 nos visitase con la gira “Us & Them”, que fue un gran éxito en todo el mundo. Por entonces, una fuente interna del entorno de Roger me confesó “la siguiente gira es la última, pero de verdad”.
Así que su “This is Not a Drill Tour”, con el músico inglés bordeando los 80 años (los cumple este 2023) tiene pinta de ser una retirada en toda regla. Pero viendo el cariz político que está tomando el asunto (con diferentes organizaciones políticas pidiendo el boicot a sus conciertos o, directamente consiguiéndolo) quizá el bueno de Rog encuentra un motivo de peso para seguir erguido hasta que el cuerpo se lo permita.
Y es que, de algún modo, Waters siempre encuentra la manera de reividicarse en el clima político del momento -lo cual es una forma de arte en sí misma. Lo hizo cuando el muro de Berlín cayó y montó un fastuoso concierto en la Postdamer Platz televisado por todo el mundo. Lo hizo cuando volvió a girar por todo el mundo con “The Wall” entre 2010 y 2013, consiguiendo que el muro de las lamentaciones de su neurótico alter ego Pink se llenase de imágenes de alto contenido político que representaban el momento actual.
Ya habituado al impacto del audiovisual, Waters siguió explotando el poder de la imagen con su gira “Us & Them”, donde canciones como “Pigs” se convertían en una vitriólica critica a Donald Trump, caricaturizándolo de todas las maneras posibles para diversión del público (e ira de un sector del mismo en Estados Unidos, lo que le valió más de un misil en los medios y en las redes sociales).
Así pues, hablar de la actual gira de Waters y pasar por alto el continuo goteo de críticas por sus posicionamientos ante la guerra de Ucrania o sobre la situación de Israel y Palestina es misión imposible. Como decíamos, le ha costado un par de cancelaciones en Polonia y unas cuantas peticiones de boicot en Alemania. En la siempre polarizada España deberíamos enorgullecernos (?) de que nadie haya salido a la palestra buscando hacer ruido con las actuaciones de Waters. Todo un logro, en los tiempos que corren y con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina.
Así pues, cuando Waters inicia su concierto con un tierno mensaje que dice “si eres de esos que dice que le gusta Pink Floyd pero que no aguanta el politiqueo de Roger, puedes largarte al puto bar” uno sabe lo que tiene por delante.
Lo que no es tan esperado es que el concierto arranque con el himno por antonomasia de Pink Floyd, “Comfortably Numb”. Lo hace en una versión mayormente enlatada donde pasa absolutamente por alto los icónicos solos de David Gilmour y los sustituye por una corista y unos colchones de teclados que, si acaso, añaden más sal a la herida. No deja de ser valiente hacer estas relecturas de viejos clásicos cuando todo el mundo tan solo espera que repitas lo que han escuchado mil veces en disco, pero en éste caso, bordeó lo blasfemo.
El escenario, situado “in the round” y en forma de cruz está coronado por una potente pantalla que inicialmente bloquea la visibilidad de cada ángulo. Pero con la discreta llegada de Waters al escenario y el sonido del helicóptero de “The Happiest Days of Our Lives”, la pantalla se eleva unos pocos metros sobre el escenario, facilitando la visibilidad desde todos los ángulos. Evidentemente, Waters enlaza con “Another Brick in the Wall Part 2” y “Part 3” para delirio de un público que, si acaso, había quedado algo asustado ante la manera en que habia abierto el show.
Con el público ya situado -se hizo el habitual cuello de botella en los minutos previos al concierto- Waters se lanza a por “The Powers That Be” y “The Bravery of Being out of Range”, que pasa soberanamente desapercibida por un público que tolera la carrera en solitario de Waters en pro de poder escuchar temas de Pink Floyd.
“Gracias, buenas tardes” dice Waters para saludar al público. “Aquí estamos en Barcelona, fantástico” dice bebiéndose un agüita, que cambiaría por el Mezcal en los últimos compases de la noche. “Vamos a tocar una nueva canción que compuse durante el confinamiento. Se titula “The Bar” y vamos a tocar un par de fragmentos porque es muy larga (…). Es una canción en la que podemos comunicarnos y tomarnos algo porque esto es ‘un bar’.
Es una lugar en el que podemos comunicarnos sin miedo a que nos encierren o esas cosas que hace la gente cuando no quiere oír lo que quieres decir.” La puya, por un lado, y la jota con recado sociopolítico actual por otro. Puro Waters pasivoagresivo. “Este piano es la barra del bar y todo este recinto es el bar donde todos habitamos juntos” aclara.
Sin terminar de estallar
Tras el impasse de las novedades, escuchado con respeto y discreción por parte del público, llegó el momento de adentrarse en el cancionero de Pink Floyd. Lo hizo con dos selecciones de “Wish You Were Here”. Una largamente olvidada “Have a Cigar” que sonó a gloria seguida de una melancólica “Wish You Were Here” que generó una suerte de electricidad contenida que no llegó a explotar del todo. Lo cual fue una constante durante el concierto, cuanto menos, salvo en momentos contados.
Uno de esos momentos fue cuando se alcanzó el estribillo de “Shine on you Crazy Diamond”. Y, sin duda, el gran momento de la primera parte del show: un espectacular “Sheep” que supuso el momento álgido de comunión entre banda y público, aderezado por una oveja inflable que surcó el espacio aéreo del Palau Sant Jordi mientras la banda caminaba por el lisérgico tramo central del tema. El tramo final, con el veterano Dave Kilmister y el ya habitual Jonathan Wilson, atronando con el riff protometálico con el que la canción llega a su clímax, fue para enmarcar.
Waters y su banda se retiraron durante unos veinte minutos a los camerinos, como es costumbre para recargar pilas. La segunda mitad del set -probablemente por el peso del repertorio floydiano- fue mucho más consistente. El noqueo inicial de “In the Flesh” y la imaginería de “The Wall” nos llevó a todos a mejores tiempos. Waters, vestido de fascista y flanqueado por dos ayudantes, se paseó por el escenario enfundado en su clásica chaqueta de piel con el símbolo de los martillos, que también adornaba el techo del Palau, desde donde se desplegaron pancartas filofascistas con el mítico símbolo.
Dentro de esa breve suite de su obra magna, Waters encadenaría con un “Run Like Hell” que se había echado de menos en el anterior tour: ningún tema como éste para levantar a todo un recinto y ponerlo a hacer palmas -si acaso otra muestra de como un buen himno megalómano fascistoide puede arengar a una masa ávida de ser arengada. Waters, que siempre ha estado en los márgenes de lo políticamente correcto para suscitar una reacción y provocar debate y pensamiento, debe estar descojonándose -hablando mal y claro- de los tiempos que nos ha tocado vivir y de la estupidez colectiva en la que todos estamos sumidos.
Haría mención a ello en varios momentos: los tuits que adornaban las pantallas durante “Sheep” son una muestra de ello. En las nuevas “Deja Vu” y especialmente en la cáustica “Is This The Life We Really Want?”, el artista volvería a remover conciencias. Demostró que, a la hora de generar reacciones, no tiene muchos competidores. Abogó por los derechos palestinos, los derechos yemeníes, los derechos trans o los derechos reproductivos a través de textos que iban apareciendo en la pantalla, coronándolo con un “derechos humanos” que quiso dejar clara su posición sobre los conflictos actuales que asolan el mundo.
¿Muchos discursos? Waters puede hacer lo que quiera
Volvería a insistir sobre ello en los compases finales del concierto, cuando se dirigió al público en un discurso de varios minutos que entrelazó batallitas, comentarios repletos de sarcasmo británico y arengas por un mundo mejor. Centrándose en el actual conflicto bélico de Rusia y Ucrania dejó clara su posición: “la gente que está a favor dejaría de estar si su hijo fuese al campo de batalla”.
Prosiguió diciendo que “están muriendo soldados ucranianos y están muriendo soldados rusos, y esto podría acabar mañana mismo si los implicados quisiesen” aludiendo a la estupidez del conflicto y lo alto de su coste, antes de tocar “the final cut from the final cut”, o lo que es lo mismo, el último tema que jamás grabaron Waters, Nick Mason y David Gilmour como Pink Floyd, la olvidada “Two Suns in the Sunset”. Su formato de alegato antinuclear es tan vigente entonces como lo es ahora. De paso sea dicho, el concierto coincidió con el 40º aniversario de la publicación de aquel trabajo.
Por el camino, Waters -acompañado de una infinidad de comentarios políticos velados y no tan velados en las pantallas- hizo un repaso necesario por el clásico “Dark Side of the Moon” de la mano de “Money”, “Us and Them”, “Any Colour You Like”, “Brain Damage” y “Eclipse”, quizá para recordarnos el original antes de publicar su versión regrabada que nadie ha escuchado y tanta polvareda ha levantado ya. Las interpretó todas casi seguidas, sin darse tiempo a explicar historias ni hacer chascarrillos, conocedor de la importancia que esa secuencia de canciones tiene para el público.
Cerrando el concierto, Waters optó por un “The Bar” (reprise) adornado por otro largo discurso que provocó los silbidos del público en algunos momentos y, finalmente, un “Outside the Wall” emocionante que le sirvió para presentar a la banda y mostrar un extraño momento de candidez: la banda fue abandonando el escenario, caminando por un pasillo en un extremo del recinto hasta llegar a la zona de camerinos del Sant Jordi.
Allí, una cámara les siguió mientras se reunían a la entrada del camerino, sin dejar de tocar y Waters abogaba por una vuelta más al mítico tema. Parecía feliz, junto a su banda, serenando a su público. Es por ello que dudo soberanamente que ésta vaya a ser la última gira de Waters. Como él mismo dice es “su primera gira de despedida”, en tono irónico-sardónico. No diré que tiene cuerda para rato, pero si que la vida que le quede, la va a pasar sobre un escenario.
“Es que pagamos para verle cantar, no hablar” decía un asistente a la salida. No, cariño. Roger Waters podría quedarse en su casa viendo crecer la hierba y ganaría dinero con ello. Pagamos para ver a Waters, en persona, revisitando el cancionero de Pink Floyd una vez más porque Gilmour sigue deshojando la margarita de si gira o no gira mientras pasan los años. Diantres, hasta Nick Mason se ha montado una banda. Así que, ciertamente, pagamos por el privilegio de estar bajo el mismo techo que uno de los compositores más importantes de la música contemporánea durante poco menos de tres horas. Cualquier queja es absurda.
Texto y fotos: Sergi Ramos
Promotor:Live Nation
Día:2023-03-21
Hora:21:00
Sala:Palau Sant Jordi
Ciudad:Barcelona
Puntuación:8
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