Una noche de ensueño para los fans del hard rock y un recuerdo de que los tiempos, ahora, son muy distintos.

Una deuda pendiente: eso es lo que tenía Mötley Crüe con España desde hace mucho tiempo. O España con Mötley Crüe, probablemente. Lo cierto es que la banda de Nikki Sixx nunca había funcionado demasiado bien en nuestro país: cierto promotor madrileño casi se arruina en 2005 perdiendo una millonada. Tocaron en Madrid y Zaragoza y, entre los dos conciertos, la banda actuó por primera vez en suelo hispano para algo más de 8.000 personas con una producción mastodóntica propia de su gira de reunión, con circo incluído. Una subsiguiente cita en el festival Kobetasonik de 2009 tampoco fue la panacea y se recuerda como un concierto bastante mediocre de los Crüe.

Casi quince años después, la banda volvía a España en un nuevo tour global junto a Def Leppard que les ha llevado por los mayores estadios de Estados Unidos con un gran éxito bajo la marca “The Stadium Tour”. Crüe han capitalizado indudablemente la visibilidad que les ha dado la película de Netflix “The Dirt”, el acceso a la música de la banda a través de plataformas de streaming para la generación más joven -algo que ha crecido exponencialmente desde su última gira en 2015- y ese status de “banda de estadio” que se les presumía pero nunca se les había certificado en España.

Hay que decir que, una vez llegados al Auditorio Miguel Rios de Rivas, todo era como haber aterrizado en otra dimensión: un lugar con 20.000 fans del hard rock clásico no es algo que suela ver a menudo. Un estilo que no goza del reconocimiento mainstream, que vive ajeno a los grandes medios y que se basa en grupos que -vistos desde la perspectiva de 2023- se pueden considerar trasnochados. También el público: pelos crepados, ceñidos vestidos straight-out-of-1987 para algunas de las chicas y mucho metalpaquismo de provincias. De algún modo, todo lo que mola, visto desde la perspectiva de 2023, es discutible o criticable.

Mötley Crüe (Foto: Blas Herrero)

¿Ya han pasado 42 años?

Pero ahí estaban Mötley Crüe y Def Leppard ante 20.000 personas en un auditorio de Madrid 40 y tantos años después de su formación. Unos tras pasar adicciones, muertes (breves), alguno con un brazo de menos y otros con la voz más justita. ¿Donde estará Rosalía en 2060? ¿O The Weeknd? ¿Y Bad Bunny? ¿Y Aitana? Es más ¿alguien puede imaginar a cualquier artista actual sobreviviendo -en lo colectivo y en lo individual- más allá de 2030? Ellos lo han hecho. Y han salido reforzados, como mínimo en lo numérico, quizá menos en lo musical.

Lo mismo sucede con el público: lo del Sábado tuvo mucho de ritual de celebración, de “aún seguimos aquí tras todo este tiempo”. Algunos, ahora con hijos. Otros sin nadie. Pero todos ahí, cantando “S.O.S” y “Let’s Get Rocked”.

Tras cuatro años de desbarajuste post-pandémico, la gira que nunca llegaba, terminó llegando. Si bien el concierto se anunció en noviembre del año pasado, los primeros movimientos datan del año 2020. Y, seamos sinceros, el paso de los años no le otorga ningún beneficio a bandas como ellas. Pero salí de Rivas con la sensación de que aún les quedaba gasolina en el depósito, quizá más a unos Mötley Crüe rejuvenecidos y con ganas de demostrar cosas ahora con John 5 como guitarrista, que a unos Def Leppard que vi muy centrados en sacar a pasear los grandes éxitos y a hacer exactamente lo que todo el mundo espera. Nada de malo en ello: llevan haciéndolo décadas y no les ha ido nada mal.

Mötley Crüe (Foto: Blas Herrero)

Con unos escasos cinco minutos de retraso, Mötley Crüe tomaron el escenario con un sol tórrido que empezaba a desaparecer por el horizonte pero que seguía haciendo de las suyas. Lo hicieron con “Wild Side” y “Shout at the Devil”, casi como declaración de intenciones. Un doble golpe nada más empezar que puso al público en estado frenético, o todo lo frenético que se puede estar con 30 y tantos grados en un recinto inhóspito como el auditorio de Rivas.

Lo primero que queda claro viendo a la banda es, como decía, el hambre. He visto conciertos más deficitarios de los Crüe. Pese a su solvencia, se nota cuando la banda no está en su lugar idóneo. Pude verlos en su gira de despedida europea allá por 2015 y las sensaciones que venían del escenario eran distintas, aunque fuese imperceptible para el público que está allí para pasárselo bien. Sin embargo, anoche en Madrid salieron a por todas y hay algo de bello en que una banda que está de vuelta de todo, salga con ese ímpetu al escenario. Probablemente necesitaban quitarse a Mick Mars de encima para poder encarar el futuro, por mal que me parezca su ausencia de la banda. Tener vida y movimiento en el lado derecho del escenario ha cambiado las dinámicas escénicas de la banda.

Un repertorio equilibrado

El setlist fue un compendio de toda su carrera bien medido, con escasas referencias actuales -tan solo “Saints of Los Angeles” (tan reciente como que es de 2008, pero no es nada en términos rockeros) y “The Dirt”. Lo demás fue un festival de hard rock 1980’s. Es imposible no dejarse llevar por el recuerdo de tiempos mejores y más libres con “Too Fast For Love”, “Live Wire”, “Looks that Kill” o “Dr. Feelgood”. De eso iban los ’80: hedonismo, inocencia y un mundo que iba indudablemente a mejor, o eso creíamos.

Mötley Crüe (Foto: Blas Herrero)

El hedonismo tuvo su punto alto cuando apareció Tommy Lee, tan vilipendiado y tan amado por su entusiasmo adolescente a la tierna edad de sesenta años, y se plantó en el frontal del escenario pidiendo ver tetas. Se llevó unas cuantas y amenazó con enseñar su arma, aunque prácticamente ya todos la hemos visto. También se llevó un culo con pelos que levantó las risas del público.

El caso es que ver a Lee pidiendo ver tetas (“I want tetas!”) el mismo día en que la gente cuestionaba si Rammstein deberían desaparecer de la faz de la tierra por las acusaciones de abuso sexual que rondan sobre su vocalista Till Lindemann fue… curioso. La yuxtaposición de ambos enfoques no dejaba de ser paradójica: del sexo libre como muestra de libertad pese a la obvia cosificación de la mujer en el misógino rock de los ’80 a los juicios paralelos a un vocalista por hechos que están por demostrar y clarificar. Quizá es un tema generacional. O quizá si hubiese existido Twitter en 1987, Mötley Crüe habrían sido canceladísimos socialmente. No habrían sobrevivido cinco minutos en un entorno de redes sociales.

Lee, junto al resto de la banda, interpretó un sentido “Home Sweet Home” en el frontal del provocador del escenario, otro recuerdo a tiempos mejores y a esa sensación común de estar lejos de aquellos a quienes quieres. El tramo final del show lo encararon con un victorioso “Girls, Girls, Girls” que, de nuevo, chirriaba visto desde el prisma de 2023. Todo lo que se hizo en los ’80 chirría desde el puritanismo actual como lo hacía desde el puritanismo de los ’60.

La cuestión es que la gente se lo pasaba bien, las bailarinas coristas de la banda se sexualizaban imparablemente con movimientos lascivos y todo quedaba como lo que era: un cabaret con guitarras que no debería tener más lectura que esa.  Para acabar el show, dos bombas en forma de “Primal Scream” y un explosivo “Kickstart My Heart” que acabó el concierto pasadas las 22:30h.

Mötley Crüe (Foto: Sergi Ramos)

Def Leppard: Un bajón de intensidad

Ver a Def Leppard después del show de alta energía de Mötley Crüe fue un pequeño bajón. Si bien los himnos están ahí, era evidente que el público estaba mucho más implicado con Mötley que con Leppard. Algunos, no muchos, enfilaron el camino hacia la salida en el cambio entre bandas. En comparación con los Crüe y su enfoque “hiper”, Leppard quedaron como unos señores elegantes y experimentados que sacaron a pasear un repertorio imbatible de himnos del pop-metal ochentero.

Def Leppard (Foto: Blas Herrero)

Se iniciaron con una cuenta atrás y un “Take What you Want” de su nuevo disco, “Diamond Star Halos”. Pero el primer gran momento de la noche lo ofrecería “Let’s Get Rocked”. Para quien tenga 40 años ahora mismo, es difícil olvidar la omnipresencia de esa canción en Los 40 Principales allá por 1992 y 1993. Así es como se fabricaban los hits: bombardeándolos contínuamente. Y el público respondió de manera acorde.

Def Leppard (Foto: Blas Herrero)

Con la banda más reposada en lo escénico – sobrios y elegantes pero no faltos de energía, Def Leppard sonaron razonablemente bien, mejor que Crüe. También porque su música es mucho más limpia en general. Así pues, “Animal”, “Foolin’” y “Armaggedon It” nos fueron transportando de nuevo a tiempos pasados pese a un Joe Elliot que mide bien sus esfuerzos vocales y recibe mucha ayuda del resto de la banda y, probablemente, de pistas de apoyo en los coros. No es posible replicar aquellas harmonías cantadas con un globo de helio en 1987 sin morir en el intento en 2023.

Hubo el set acústico en el provocador, el momento dulce. Lo hicieron con “This Guitar”, otra de sus piezas nuevas, y un casi olvidado “When Love and Hate Collides” de aquel recopilatorio de 1995 llamado “Vault”. Pero fue la segunda mitad del concierto donde Leppard se batieron el cobre: un enérgico “Rocket”, “Bringin’ On The Heartbreak” y su épica del desamor, “Switch 625” con el solo del siempre afable Rick Allen, y un “Hysteria” que sonó a gloria.

Def Leppard (Foto: Blas Herrero)

Para el final quedaron los infaltables “Pour Some Sugar on Me”, “Rock of Ages” y un evitable “Photograph” que cerró la noche con el público muy satisfecho en líneas generales. Porque, no nos engañemos, los conciertos de grupos con cierta trayectoria, no siempre salen bien y uno puede salir peor de lo que ha entrado viendo la inevitable caída en desgracia de sus ídolos. No fue el caso en Rivas: fue una noche donde todo salió exactamente como se esperaba. Si acaso hay una pega, esa es que Crüe deberían haber cerrado la noche, invirtiendo los papeles con Leppard.

No sé cómo se tomaría la decisión de rotar el cartel (streams, ventas de discos, seguidores en redes sociales, posiblemente) pero en España fue un error no darle la vuelta. Quedó demostrado que pese a que Leppard fuesen más exitosos comercialmente, Crüe tienen más tirón. Eso sí: ambas bandas por separado, solas, meterían a 6.000 personas como máximo en un recinto.

El gran acierto de esta gira es el valor añadido: por una cantidad razonable de dinero puedes ver a dos leyendas sobre un mismo escenario y tacharlos de tu lista, especialmente quienes nunca habían podido ver a Mötley aún. Sin duda, una buena noche de hard rock clásico, de recuerdo a que cualquier tiempo pasado fue mejor o, como mínimo, menos complicado, y de hits atemporales que han jugado un papel tremendo en nuestras vidas.

Texto: Sergi Ramos | Fotos: Blas Herrero

Promotor:Live Nation

Día:2023-06-24

Sala:Auditorio Miguel Ríos

Ciudad:Rivas Vaciamadrid

Teloneros:Los Sex

Puntuación:8