Kiss se despide de Berlin ante 22.000 personas
Pese a las despedidas, reales o presuntas, cada concierto que Kiss (o cualquiera de sus congéneres en similar momento vital) nos ofrezcan es un regalo
La gira “End of the Road” tiene esa regustillo a última vuelta por el mundo más por toda la fanfarria previa que por el espectáculo en sí: no hay mucho en este show que sirva como despedida sino como recuerdo de que esta banda ha labrado uno de los cancioneros más atemporales del rock duro americano y un espectáculo escénico que todo el mundo copió después punto por punto. Desde Mötley Crue a WASP pasando por Justin Bieber o Michael Jackson. Redefinieron las reglas del juego en los 70 y el mundo de la música en directo tiene, de manera diferenciada, una era A.K. (antes de Kiss) y D.K. (después de Kiss).
La llegada a Europa del “End of the Road” está siendo un éxito. Donde reunían a 15.000 personas, ahora reúnen a 25.000. Lugares como el Konigsplatz de Munich estaban llenos hasta la bandera hace unos días con más fans que nunca. El efecto despedida siempre funciona y Kiss lo saben bien: ya se despidieron de los escenarios en el año 2000. Por eso, más allá de la sorna y el cachondeo con el tema de las despedidas es de recibo usar estas oportunidades para darnos el homenaje de ver a una de las bandas que cambiaron el mundo del rock. Pioneros absolutos que merecen el mayor de los respetos, aunque siempre haya lugar a la crítica y el análisis. Ambas cuestiones no tienen por qué estar reñidas.
El Waldbühne de Berlin es un anfiteatro gigantesco en medio del bosque con capacidad para 22.000 personas y, a falta de unos pocos cientos, aquello estaba casi agotado. Como recinto es espectacular: una visibilidad perfecta desde cualquier ángulo incluso desde la pista, ya que el escenario está situado a una altura muy decente incluso para gente no alemana que va a ver shows de Kiss a Alemania. Puede que el ambiente no fuese tan eléctrico como cabía esperar pero el envejecimiento progresivo de la banda y sus fans de toda la vida es un motivo de peso para que se masque la tensión justa durante el show.
Tengamos en cuenta que este show de dos horas y cuarto es el que Kiss hacían en 1977 en apenas 80 y pocos minuto (que es lo que duraba el mítico concierto de Houston que todo fan ha visto alguna vez). Los 55 minutos restantes son alargamientos de finales de canciones, espacios entre temas para coger fuerzas y un ritmo más cercano a las versiones de los discos que todo el mundo recuerda que al acelerado enfoque que la banda daba a sus directos en la época gloriosa. Porque solos hay los de siempre: batería, guitarra y bajo -y de duración similar. Eso no ha cambiado desde 1974.
Una gira con pocas novedades
La principal novedad de la gira actual de Kiss respecto a, por ejemplo, los shows que ofrecieron en España dentro de su tour raro e inesperado de 2018, es que el show va secuenciado en todo momento a través de los monitores in-ear que lleva la banda. Eso permite que los efectos y proyecciones vayan en sincronía con la banda y que la propia banda vaya en sincronía consigo misma.
Adicionalmente, Kiss vienen muy ensayados tras tres meses de gira por Estados Unidos mientras que en su anterior gira por España venían con un proceder más relajado en lo musical lo que provocó fallos o errores de bulto especialmente en el primer concierto de Rock Fest Barcelona. Por otra parte cabe decir que aquellos shows fueron épicos: Kiss iban cambiando el setlist a diario según les apetecía. Para una banda tan estática en ese sentido, era una novedad considerable.
La otra diferencia en esta gira son las pistas de apoyo que lleva la voz de Paul Stanley y que todos le pasamos por alto sin problema. Tiene casi 70 años, lleva 46 años cantando sobre un escenario y en el estudio. Su voz se quiebra incluso hablando entre tema y tema pero luego mejora en los puntos más complejos de las canciones clásicas.
Es evidente que hay ayuda pero no deja de ser algo que venía sucediendo hace mucho tiempo: el batería Eric Singer lleva apoyando la voz de Paul en muchas de sus canciones desde hace más de diez años, evidenciando que hay un problema que todos conocemos -su voz está rota tras toda una vida de dedicación a Kiss- pero que se intenta minimizar para que Kiss puedan seguir en marcha.
Compensándolo, Gene Simmons mantiene la voz en plena forma y Singer y el guitarra Tommy Thayer apoyan muy bien desde los coros. Es impepinable que muchos clásicos de Kiss que necesitan ser interpretados en una gira como ésta penden de la voz de Paul y no hay escapatoria: “Love Gun”, “I Was Made For Lovin’ You”, “Detroit Rock City”, “Lick it Up”, “Heaven’s on Fire” o “Crazy Crazy NIghts” son canciones difícilmente evitables en un show de la banda y no existe otra opción excepto que las cante Stanley.
Por otro lado, no procede sustituir canciones de status tan importante en el repertorio de Kiss por opciones como “Parasite”, “Goin’ Blind”, “Christine Sixteen” o “Nothin’ To Lose”, ya que son temas menores de su repertorio en comparación con las primeras espadas que Stanley presenta.
El show en sí no difiere mucho, salvo en el nuevo montaje escénico, del que venimos viendo en Europa en los últimos tours. Lo cual no es malo: es como ir a ver una representación de El Fantasma de la Ópera: todo sucede según el guión previsto, en el modo previsto, en el lugar previsto.
Aunque sería bienvenido que la banda se sacase de la manga temas ad-hoc como hace Springsteen en sus últimas giras, la realidad es que el conocimiento del catálogo de Kiss por parte del público que acude a sus conciertos es relativamente superficial: singles y temas clásicos de los 70 tocados hasta la extenuación.
El estudioso de Kiss, el fan acérrimo que sabe distinguir entre las distintas demos de “A World Without Heroes” o puntualizar las diferencias en la dicción de Paul Stanley entre 1977 y 2017, no es tan abundante. La mayoría de gente que acude a un concierto de Kiss quiere carnaza, una camiseta y ver pirotecnia junto a todos los tics habituales de cualquier concierto de la banda. No les des innovación. Kiss saben esto muy bien y no asumen riesgos en la fórmula.
Kiss a plena luz del día
Con un Waldbühne bien iluminado por el sol todavía, Kiss salieron a escena a las 20:15 exactas con la pompa habitual. La intro de “You Wanted the Best, You Got The Best”precedió a la caída del telón y la aparición del coloso del rock norteamericano ante nuestros ojos entre explosiones y llamaradas. Pero lo emocionante no fue eso: lo emocionante es ver desde un lateral del recinto como la banda sale a escena, sube a sus plataformas voladoras y estas les elevan hasta lo más alto del escenario para que les veamos descender espectacularmente cuando cae el telón.
Verles prepararse para el show tiene una cierta cualidad mística que, casi cincuenta años después, no pierde efectividad. Como en todos los shows de la gira, salen a escena con “Detroit Rock City” y “Shout it Out Loud”, un duo de probada eficacia para abrir los shows. Queda raro escuchar “Deuce” en tercera posición, porque sería una gran baza para los bises pero qué sabré yo.
Verles haciendo su coreografía al final del tema arranca un grito y los aplausos del público siempre, irremediablemente. Es un ritual, siempre respetado, siempre esperado y que te deja un pequeño escalofrío cuando Simmons levanta su pierna al aire, Stanley y Thayer se posicionan y comienzan a moverse al unísono. Y al final, como siempre, petardazo para que tiemblen los cimientos y a otra cosa mariposa.
El setlist tuvo amplia presencia de “Destroyer” y el primer disco, como siempre. Hubo espacio para cosas “actuales” como “Say Yeah” (2008) que comienza a estar bastante sobada y un “Psycho Circus” que nos llevo a esos tiempos en los que nos creíamos que los cuatro miembros originales de Kiss habían grabado un nuevo disco de estudio y todos habían tocado en él.
Por lo demás, el compendio de hits nos ofreció recuerdos al “Creatures of the Night” (“I Love it Loud” y “War Machine” que fue muy bien recibida en tierras alemanas, qué cosas), “Animalize” (“Heaven’s on Fire” sin grito inicial de Paul, obviamente), y “Lick it Up”, (del que solo sonó el tema título).
Justo lo que esperábamos
El show contó con todas las dinámicas escénicas habituales y cabe decir que el solo de Eric Singer en “100.000 Years” fue especialmente espectacular. Comenzó replicando el de Peter Criss en “Alive!” pero se fue rápidamente a su territorio a base de doble bombo y ritmos tribales para hacer colaborar al público.
Más medianero fue lo de Tommy Thayer en la coda de “Cold Gin”, donde apenas desmenuzaba unos acordes para poder lanzar los cohetes desde su guitarra. Ace Frehley sería todo lo que queráis, pero al menos ofrecía un solo estructurado sin depender exclusivamente de la pirotecnia. Faltó chicha y eso le hizo perder fuelle a esa parte del concierto, aunque rápidamente se recuperaría con el sangriento solo de bajo de Simmons y un contundente “God of Thunder”.
El imparable Paul Stanley se largó de paseo a bordo de su trapecio de siempre a un escenario en medio del recinto desde el que interpretó sus dos hits más clásicos, “Love Gun” (suerte de las grabaciones) e “I Was Made For Lovin’ You”, al final de la cual volvió volando de nuevo al escenario principal. Con “Black Diamond” se encargarían de cerrar el tramo principal del show entre explosiones y con la batería de Eric Singer bien arriba ayudada por la tijera hidráulica que la sustentaba.
En los bises, la banda recuperó “Beth” para que la cantase y ‘tocase’ al piano Eric Singer, en uno de los momentos más cheesy de toda la noche. Cuando Singer canta aquello de “‘cos me and the boys will be playing, all niiiight” los otros tres miembros de la banda aparecen y se colocan alrededor de su piano. El público, eso sí, reacciona con aplauso así que -nuevamente- qué sabré yo.
Por suerte, como siempre que están en Europa, la banda recupera el hit “Crazv Crazy Nights” -celebérrimo entre el público- y como no podía ser de otra manera cierran con un “Rock and Roll All Nite” que sirve para cubrir el Waldbuhne en confetti y el escenario en chispas, llamas y cohetes mientras Paul Stanley destruye la enésima guitarra de su carrera como si de un sacrificio ritual se tratase. A juzgar por las caras del público camino al metro de Pichelsberg, todo el mundo recibió aquello que había venido a buscar. Y ¿no es eso lo que queremos de Kiss?
Texto y fotos: Sergi Ramos
Día:2019-06-04
Hora:19:00
Sala:Waldbühne
Ciudad:Berlín
Puntuación:8
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