Rod Smallwood es un tipo inteligente. Una de las máximas del mercado es saber encontrar el equilibrio entre oferta y demanda y Smallwood se centró en exactamente eso allá por 2004. Hasta aquel entonces Iron Maiden, de quienes llevaba siendo manager desde 1979, habían girado hasta la extenuación. Como si no hubiesen aprendido nada de aquel “World Slavery Tour” de 1984 que casi acaba con la voz de Bruce Dickinson, con la paciencia de Steve Harris y con las ganas de vivir del resto.

La segunda mitad de los años 90 fue nefasta para una banda que había pasado de los palacios de deportes, las plazas de toros y los grandes festivales a actuar en clubs, tanto en Europa como en Estados Unidos. Cuando la banda decidió hacer las paces con Bruce Dickinson en 1999 y recuperarle como cantante para una exitosa gira de reunión, la suerte de la doncella cambió.

Volvieron los grandes palacios de deportes, los macrofestivales como Rock In Rio y las giras larguísimas con hasta seis paradas en España. Parecía como si la banda quisiese recuperar el tiempo perdido y recuperar posiciones. Pero ninguno de los miembros de la banda se estaba haciendo más joven y esas giras maratonianas, a veces dos en un año, comenzaban a perder el sentido. “Menos es más” debió pensar Smallwood. Y un buen día hizo su famosa carta dirigiéndose a los fans del grupo y explicándoles que quizá, a partir de ese momento, no había giras tan largas. Que no pasaba nada. Pero que el grupo debía medir mejor sus esfuerzos.

Dicho y hecho.

Tras aquello vendría el difícil trabajo “A Matter of Life and Death” y una primera muestra de lo expuesto: una sola fecha en España. Llena hasta los bordes. Donde el Palau Sant Jordi de Barcelona había reunido a 11.000 personas en 2003, de golpe y porrazo acogía a 18.000. Un relanzamiento de la marca Iron Maiden, con el documental “Flight 666” y la prensa generada por el “Ed Force One” pilotado por Dickinson, sumado a un gran tour de grandes éxitos como “Somewhere Back in Time” hizo el resto. Los cachés para Iron Maiden subieron de manera correspondiente y el grupo se dedicó a explorar territorios distantes, países poco visitados y, en general, a convertir su presencia en cualquier sitio en un evento, no en una costumbre. Porque todos nos habíamos acostumbrado a ver a Iron Maiden, año si, año también. A veces dos o tres veces en un año.

Y de eventos va la cosa. Ya en 2018, dos promotores españoles especialmente temerarios decidieron construir un evento para Iron Maiden. El concierto más grande de heavy metal jamás visto en España, a celebrar en el recién inaugurado estadio Wanda Metropolitano de Madrid. En el sector se comentaba la locura que se estaba cometiendo. Iron Maiden cobrarían casi el triple de lo que era normal en un concierto único en España pero, si la apuesta salía bien, se recuperaría. No tengo la menor idea de si aquello salió bien o mal económicamente (y tampoco os lo explicaría) pero se generó el caldo de cultivo para hacer de Iron Maiden una banda de estadio en nuestro país.

Para aprovechar ese viento de cola y dentro de la misma gira de grandes éxitos (el “Legacy of the Beast Tour”), uno de aquellos dos promotores -en asociación con los gestores del macrofestival Primavera Sound en ésta ocasión- volvió a lanzar el órdago con una fecha exclusiva en el Estadi Olímpic de Barcelona en 2020. La máxima, nuevamente, la de construir un evento a lo grande, aun a riesgo de hipotecar una cantidad de dinero totalmente disparatada.

La pandemia pondría las cosas difíciles: dos años de continuos aplazamientos pudieron enviar a paseo un planteamiento tan arriesgado pero el hambre contenida por ver a Iron Maiden de nuevo (cuatro años de ausencia en lugar de dos) jugó a favor de la venta de entradas, salvando los muebles y haciendo de la cita en Barcelona todo un éxito, con más de 47.000 entradas vendidas en un Estadi Olímpic que solo se ve tan concurrido con un concierto de metal cuando Metallica actúan en el recinto – y aún así no alcanzan las cifras que ha alcanzado lo de Iron Maiden en ésta ocasión.

Si bien la gira de Iron Maiden era originalmente un tour ceñido a grandes clásicos como el de 2018, los ajustes de fechas que provocó la pandemia y la edición de un nuevo disco de estudio (“Senjutsu”, el año pasado) hicieron que la fórmula original tuviese que incorporar nuevos elementos, tanto escénicos como musicales . Maiden sabían que no podían alterar en exceso un setlist basado en los clásicos asi que encontraron una fórmula con la que se sentían cómodos: tres temas nuevos para abrir el concierto y, tras ellos, el aluvión de temas del fondo de catálogo. Todo el mundo contento y 47.000 personas aguantando el chaparrón de “Senjutsu” un ratito antes de pasar a lo que habían venido a ver: los temazos de siempre.

Lo que empañó razonablemente la experiencia fueron las más de dos horas de cola al sol que tuvieron que sufrir algunos asistentes bajo el sol. Si bien los accesos siempre son complicados en los grandes conciertos de estadio, una mejor previsión ante el aluvión que se vivió desde primera hora (con colas eternas que daban la vuelta al estadio) habría sido más que necesaria. Un sector del público se encontraba razonablemente enfadado al respecto.

Para engrandecer la velada, Iron Maiden contaron con dos teloneros de lujo como Airbourne y Within Temptation. Los primeros apropiados, los segundo no tanto, cuanto menos en el contexto de un gran estadio en una calurosa tarde de finales de julio. El hard rock cervecero de los australianos casa pero el metal sinfónico de los holandeses podía ser -y fue- anticlimático en ese contexto. (S.R.)

Mala suerte para Airbourne

El show de Airbourne estaba previsto para las 18:15h de la tarde, un horario casi inadecuado para un grupo de su estilo, pero Iron Maiden nunca tocan más tarde de las 21:00 y eso marca la agenda.  La gente estaba preparada para el rock and roll y los hermanos O’Keeffe, aunque el público aún escaseaba a esas horas, con una quinta parte de la pista llena y algunas gradas ya empezando a poblarse. Pero eso no fue inconveniente para que la banda hiciese gala a su habitual nivel de energía. Y no nos olvidemos: ya no son “la nueva banda”. Hace 16 años que Airbourne irrumpieron en la escena con su primer disco de estudio. Pero, de algún modo, mantienen intacta la testosterona y con “Ready To Rock” abrieron su actuación en Barcelona.

Airbourne (Foto: Sergi Ramos)

La comunión entre los australianos y el público es un seguro de vida en lo que al ambiente de un concierto se refiere, y mientras mucha gente seguía fuera del estadio en las interminables colas, el espectáculo se fue desarrollando con un claro elemento en contra: el sonido. Desde el primer acorde fue la nota negativa y, pese a que el hecho de llevar un buen rato según pasaban las canciones hacía que uno se acostumbrase, realmente el sonido no mejoraba. Es más, en el punto álgido del concierto, “Running Wild”, la guitarra de Joel sonaba acoplada absolutamente todo el tiempo hasta el punto de ser un pequeño incordio auditivo.

Airbourne (Foto: Sergi Ramos)

Mas allá de esa nota negativa y de una lluvia intermitente que amenazaba con descargar y que finalmente se contuvo, el show cumplió su función: animar a los presentes con los clásicos gags como el paseo entre el público en “Girls in Black” – con Joel rompiendose la lata de cerveza contra la cabeza como está mandado-, la sirena accionada por el otro hermano O’Keeffe, Ryan (batería), la siempre contundente “Breakin’ Outta Hell” o los cubatas de Jack Daniel’s volando hacia la masa en “Live It Up”. No hubo tiempo para más parafernalia teniendo en cuenta que el tiempo estaba limitado a una hora pero la banda recordó que nos visitará de nuevo en diciembre y probablemente será en mejores condiciones.

Airbourne (Foto: Sergi Ramos)

Within Temptation: fuera de sitio

Y si Airbourne tuvo el punto fuerte de saber conectar con la gente, a los siguientes les faltaría justo ese punto para que su bolo incrementase las ganas de caña en el Estadi Olímpic Lluìs Companys. Within Temptation sí que compartieron con sus predecesores sobre las tablas el nefasto sonido, que no facilitaba precisamente que se percibiese como un concierto de una banda de la talla que es la neerlandesa.

Within Temptation (Foto: Sergi Ramos)

De hecho, porque su caché y repercusión internacional es mayor, pero para un evento como este hubiese quedado mejor, a nivel musical que Within Temptation fueran quienes abriesen la velada. El metal sinfónico es menos buenrollero que el hard rock como el que practica Airbourne, eso es irrefutable, y si bien el espectáculo de luces apoyó la actuación de Within Temptation (al haber bajado la luz y con las nubes que rondaban el cielo de Barcelona -que dejaron caer un as cuantas gotas con Airbourne-), el ambiente estuvo más apagado en líneas generales.

Within Temptation (Foto: Sergi Ramos)

Además, la etapa más reciente de la formación en la que sacan singles para darles más protagonismo junto a la inclusión de más elementos electrónicos (con un sonido moderno, porque antes ya los incluían pero con un estilo más sinfónico) ha hecho que no todo el grueso de sus aficionados esté del todo contento con esta dirección del grupo, y si bien hay temas que consiguen enganchar un poco más, con los presentes en su concierto en Barcelona no fue lo que más se produjo.

Within Temptation (Foto: Sergi Ramos)

El carisma de Sharon fue lo que tiró de la banda de Países Bajos, cuyo setlist pasó un poco sin pena ni gloria con las excepciones de sus himnos más míticos: “Stand My Ground” y la final “Mother Earth” (que parte de la gente la conocía porque era la banda sonora de la serie “The Borgias”). Cabe reseñar también el fuerte aplauso que recibió Sharon Den Adel cuando salió con una bandera de Ucrania enorme y la gran aceptación de una de las canciones de su último ‘Resist’ (2019): “Supernova”, en la que sí consiguieron que los fans sacaran un poco esas ganas de pasarlo bien. Within Temptation hizo lo que sabe hacer y lo hizo bien, pero de nuevo el sonido y que, quizás, no era el mejor lugar para materializarlo por la actitud del público enturbió su espectáculo. (D.B.)

Iron Maiden: sin fallo posible

Después de una corta pero tensa espera – como es habitual- a las 20:53 sonaron los acordes de “Doctor Doctor” de UFO y el público supo instantáneamente que era el momento tan esperado. Tras cuatro largos años y mucha incertidumbre, Iron Maiden volvían a actuar en nuestro país.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

El inicio de concierto, con una pagoda (hinchable) como fondo vino marcado por los tres nuevos temas, algo que resultó ciertamente anticlimático pero valiente. “Senjutsu” fue pesada pero el público la levantó con su energía de principio de show. Para compensar la falta de efectismo o subidón, la banda opta por sacar a pasear a un Eddie samurai nada más comenzar el concierto, un climax habitualmente reservado para los bises. La aparición del gigantón de cartón piedra enardece al público a la par que lo desubica. Sin embargo, “Stratego” animó el cotarro con su ritmo galopante marca de la casa, demostrando que el tempo lo es todo. Finalmente “The Writing on the Wall”, con su estribillo coreable y su riff algo distante de lo habitual en Maiden, mantuvo el interés del público. Y hasta aquí la gira de “Senjutsu”: la pagoda se deshincha, una intro otorga un respiro a los técnicos y un telón catedralicio nos sitúa en lo que (creo) todos habíamos venido a ver: la gira de “Legacy of the Beast” tal y como estaba planteada.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Así pues, el grupo lanza la primera salva con “Revelations” y el Olímpic estalla. Evidentemente. El recuerdo al “Piece of Mind” de 1983, lejos de ser un clásico de primera fila, es uno de esos temas que suscitan una reacción maníaca del público. En la retina de todos está Dickinson, en el Long Beach Arena de Los Ángeles, en enero de 1985, levantando su guitarra para hacer que el público chille en los breaks del tema. Esa dinámica se ve repetida, amplificada y llevada al paroxismo en el contexto de un estadio repleto de fans hambrientos.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

El concierto prosigue con un aclamado “Blood Brothers”, único recuerdo al “Brave New World” del 2000, el disco que selló la reunión de Iron Maiden y Dickinson como algo más que un viaje nostálgico al pasado. “Sign of the Cross” nos recordó que pese a los ‘recuerdos de Vietnam’ que ofrece la época de Blaze Bayley y la consiguiente condena al ostracismo de Iron Maiden, las canciones eran objetivamente buenas. Con un display escénico de llamaradas, pirotecnia y demás, “Sign of the Cross” coge el relevo de “Rime of the Ancient Mariner” como tema-largo-con-crescendo-efectista dentro del set de la banda.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Volviendo nuevamente a los 80, Dickinson se enfunda su traje de miembro de Rammstein y se dedica a lanzar llamaradas al son de un “Flight of the Icarus” que suena a absoluta gloria. Si alguien tenía dudas de la capacidad vocal de Dickinson pasada la sesentena, no cabe espacio a disensión alguna. Dickinson está glorioso. Si bien al principio de la gira parecía necesitado de un poco de rodaje, el viejo air raid siren ha recuperado todas sus capacidades en cuanto ha hecho unos cuantos conciertos.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Con el estadio ya a sus pies, Iron Maiden tocaron dos de sus mayores canciones una tras otra. Primero “Fear of the Dark” -uno de esos clásicos de los que los heavies reniegan como “muy visto” pero que cuando suena en concierto todos corean- y luego un “Hallowed be thy name” que volvió a poner de manifiesto la soltura con la que Dickinson afronta un repertorio exigente como pocos.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Volviendo al clásico “The Number of the Beast”, la banda interpretaron el tema que da título a una de sus obras magnas, con el escenario inundado en llamaradas y el público ya totalmente entregado a los británicos. Con “Iron Maiden” pusieron cierre a la primera parte del show, incluyendo la aparición del clásico Eddie inflable tras la batería de Nicko McBrain. Dickinson ya con el pelo suelto, en modo 1984, nos recordaba a todos que “Iron Maiden Wants You…and you…and aaaall of you”. Éxtasis. Gritos. Abrazos. El ritual parecía completo. Podíamos dejar atrás dos años de absurdos para centrarnos en lo verdaderamente importante: el heavy metal.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Un descanso de tres minutos permite a la banda recuperar el resuello (no en vano requieren tres tanques de oxígeno en el escenario…por si acaso) antes de volver con un “The Trooper” que vuelve a encender a todo el estadio. Le sigue un coreado “The Clansman” -nuevo recuerdo a la época de Blaze Bayley y alguna de sus grandes composiciones- y, casi como broche de oro, un “Run to the Hills” en el que, aunque Bruce hubiese salido a ametrallar al público con una AK-45, le habrían jaleado. En ese punto, Iron Maiden ya no podía hacer absolutamente nada mal.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Un nuevo respiro y una familiar intro, “Churchill’s Speech”, vuelve a poner al público en estado de ebullición. Todos sabíamos que era el final del concierto, pero sonaba como un inicio. Estalló “Aces High”, apareció el avión hinchable en el escenario y todos nos volvimos locos, por última vez, en ésta maravillosa noche de julio.

Iron Maiden (Foto: Sergi Ramos)

Son Iron Maiden. No tienen que demostrarle nada a nadie. Y aún así salen a comerse un estadio como si fuese lo último que van a hacer en la vida. Respeto, es todo lo que debemos mostrar. Como ellos nos lo muestran a nosotros en cada concierto tras 47 años de carrera. (S.R.)

Texto: Sergi Ramos, Dani Bueno | Fotos: Sergi Ramos

Día:2022-07-29

Hora:18:13

Sala:Estadi Olímpic Lluís Companys

Ciudad:Barcelona

Teloneros:Within Temptation, Airbourne

Puntuación:9