Airbourne se vienen arriba en salas «más pequeñas» como en Barcelona
Airbourne tienen fama de dos cosas: de dar grandes conciertos y de sobreexplotar una fórmula que saben que les funciona. Toca preguntarse, ¿de verdad hay que matar a la gallina de los huevos de oro? ¿Si los shows siguen siendo enérgicos y locos, qué tienen exactamente de malo?
Un acontecimiento revelador sobre el concierto era el cambio de recinto que había habido, pasando del Sant Jordi Club a la sala Razzmataz en el primer intento del grupo australiano de asaltar ese nivel de convocatoria, lo que implicaría que el quinteto se encuentra en un momento diferente de su carrera.
Aun así, en Razzmataz no sólo no cabía ni un alfiler, sino que todos y cada uno de los asistentes eran colgados un viernes por la noche con ganas de fiesta. La sala estaba caliente sin que el grupo hubiera tenido que salir, cantando a todo pulmón canciones como «Run to the Hills» o «Ace of Spades». En aquel polvorín solo faltaba una cerilla, y Airbourne fueron como un racimo de Napalm.
Blues Pills, algo más que una promesa
Si hay un grupo que parece hacerse grande con cada oportunidad que se les da, este es Blues Pills. De entrada, el cuarteto reúne una atemporalidad inherente al rock más primigenio que encaja a las mil maravillas con Airbourne, pero además son capaces de sacar adelante sus espectáculos con un 50% de energía y otro 50% de carisma, procediendo de una forma que me recuerda mucho a como los australianos lograron alcanzar su trono en primer lugar.
Entre el público se notó que había ganas de Blues Pills, y no es para menos, ya que desde las primeras notas de “Proud Woman” pudo verse a una banda enérgica y confiada, que enseguida encaró “Low Road” para exprimir al máximo los algo más de 45 minutos de actuación que tenían para la noche. Al grupo se le vio cómodo sobre un escenario grande, sobre todo a la vocalista Elin Larsson que se metió al público en el bolsillo en cortes como “High Class Woman” o “Black Smoke”, derrochando un saber hacer más propio de bandas más veteranas.
En muchos sentidos, el reflejo que son Blues Pills para Airbourne es muy revelador. Recuerdo con nostalgia los días en los que Airbourne eran los niños en un patio lleno de viejas leyendas, esa salvia nueva destinada a llenar estadios algún día, y ver el entusiasmo que genera un grupo así, sobre todo entre los más jóvenes, no hace sino reforzar las esperanzas de que siempre habrá una banda lista para tomar el relevo a los titanes del presente.
Uno de los momentos álgidos de la noche vino de la mano de la cañera “Bye Bye Birdy”, en la que Elin se atrevió a bajarse a la pista a cantar entre el público, allanando el camino para las que serían las responsables de culminar su show, una “Little Sun” juguetona pero resultona y un “Devil Man” que fue reconocida por casi toda la sala, casi como si el grupo hubiera tocado la mismísima “Highway To Hell”.
Con permiso de los cabezas de cartel, Blues Pills dieron un espectáculo que muchos recordarán, y de esos que como headliner nunca quieres que den tus teloneros, pues dejan el listón muy alto. El que no conociera al grupo, muy probablemente ojeara Spotify para no perderles la pista, el que sí, ya sabía lo que había. De lo que no me cabe ninguna duda es que se generaron ganas de verlos en su hábitat; en una sala más pequeña y con tiempo de sobras para desgranar su propuesta con fruición.
Airbourne, jugando a lo seguro
Con Airbourne pasa un poco como con el bar de tapas de tu barrio, ese al que vas siempre con tus amigos cuando quieres pasar una tarde con ellos. Si vas y solo esperas unas buenas bravas y una cerveza fría, saldrás encantado. Si esperas que el camarero de pronto aparezca con una pieza gourmet que hará que tu paladar dance extasiado, probablemente te defraudarás. Si lo que quieres es pasar un buen rato, algo poco innovador pero triunfal ya te sirve.
Al final los australianos jamás han prometido otra cosa: ellos venden rock y entregan rock. Si alguien esperaba otra cosa, el mes que viene actúan Dream Theater, que tocan de todo aún a riesgo de parecer aburridos para muchos. Ya cuándo las luces se apagaron y el tema de Terminator sonó por la PA, la locura comenzó a fraguarse como el vapor de una olla a presión, solo para estallar con una “Ready To Rock” que lleva años funcionándoles de maravilla como la canción inaugural de la noche.
Un “Too Much, Too Young, Too Fast” más tranquilo, pero no menos intenso, sirvió para poner a toda la sala a cantar, equilibrándose bien con toda una joyita como “Firepower”, un corte que del excelente ‘Black Dog Barking’ que ha tenido poca vida en directo y que funcionó a la perfección, aún cuando no fuera tan reconocible como otras piezas que fueron cayendo a lo largo de la noche.
La auténtica locura comenzó con la queridísima “Girls in Black”, en la que Joel O’Keeffe se aupó a los hombros de un miembro de la seguridad para bajar a romperse una lata de cerveza en la cabeza. Aquí nos encontramos otra vez con la paradoja del bar de tapas con la que he empezado esta sección de la crónica. Pocas cosas capturan mejor el espíritu y la intensidad de un concierto de rock como que el frontman haga cosas así, pero cuando se hace lo mismo en cada show, uno no puede sino comenzar a arquear una ceja.
Para muchos Airbourne a estas alturas deberían estar actuando en un Palau Sant Jordi, a punto de culminar su ascenso hacia ser los nuevos AC DC, pero en cambio han tenido que cambiar el Sant Jordi Club por Razzmataz, una sala que ya debería quedárseles pequeña. Lo que saca adelante sus conciertos es su actitud y gamberradas así, pero para crecer hay que innovar. Si, hay un encanto especial en una sala abarrotada que huele a sudor y en el que la adrenalina se dispara, pero da poco espacio para crecer. ¿Cómo sería Airbourne con unas llamaradas sumadas a su actitud alocada? Ese es un escenario que, tristemente, parece que vivirá solo en mi imaginación.
Pero al final, si algo es bueno, ¿para que cambiarlo? ¿Para que lamentar lo que pudo ser en vez de disfrutar de lo que es? Cortes como un “Back in the Game” que sonó como un himno e incluso la reciente “Burnout the Nitro” son capaces de mantener la intensidad a unos niveles con los que muchas bandas no pueden ni soñar, y para aquellos que debutaran viendo a los australianos, mis quejas tienen un valor nulo, porque al final el concierto rodó con voluntad propia.
Sí que es cierto que, independientemente de las veces que hayas visto al grupo en directo, hay momentos en los que alargar indefinidamente una canción de tres acordes puede volverse algo cansino, siendo una costumbre que solo se sostiene por ir a rebufo de temas que funcionan en vivo, no porque el momento en sí mismo sea memorable.
Aun así, pasado el ecuador de la actuación, Airbourne sacó la artillería pesada con “Bottom Of The Well”, empalmando con la cañera “Breakin Outta Hell”, en la que los pogos en las primeras filas se intensificaron hasta niveles infernales.
No pudo faltar el homenaje a Lemmy de la mano de “It’s All for Rock n’Roll”, en el que la banda sacó un minibar para servir el cóctel que se ha bautizado con el nombre de la fallecida leyenda: el Jack Daniels con Coca Cola, protagonizando un momento que, nuevamente, ya se ha visto cientos de veces, aún cuando no deje de ser entrañable. La apoteósica “Stand Up For Rock And Roll” prendió fuego una última vez al público antes de tomarse un descanso para encarar la batería de bises, siendo de los pocos respiros que la banda dio en una noche que por lo demás fue muy intensa.
El primer tema de la traca final del concierto vino precedido por Ryan O’Keeffe regresando al escenario para hacer sonar una alarma antiaérea, señal inequívoca de que el grupo iba a encarar “Live It Up”, que pese a tener una estructura y una ejecución muy similar a “Stand Up For Rock And Roll”, demostró que funciona principalmente por la apabullante energía que el grupo derrocha en todos y cada uno de sus temas.
Por lo contrario, “Rock and Roll For Life” sí que cayó con algo más de frialdad, principalmente por encontrarse en un sándwich entre dos de los temas más reconocibles del grupo, y es que la última canción de la noche no podía ser otra que la queridísima “Running Wild”, que ya supuso un momento de locura absoluta para culminar un concierto en el que la banda no levantó el pie del acelerador en toda la noche, incluso cuando Joel sacó un inmenso foco con el que iluminó al extasiado público de Razzmartaz.
La paradoja que es Airbourne es un dilema que siempre me deja anonadado. Sus conciertos son excelentes, de eso no hay duda, ya sea en show propio, en un festival o abriendo para alguien. Pero sus trucos están ya muy trillados. Vistos una vez, vistas todas: no vas a recibir un gozo que no obtuvieras con tu primera vez. Pero claro, ¿qué pasa cuando esa experiencia es muy buena?
Las mieles del éxito parecen resistirse a los australianos, pero ellos tampoco han querido elevar su propuesta. En vez de apostar por una producción ambiciosa y cautivadora, tiran de las triquiñuelas que tan bien funcionan en recintos cerrados. A todos nos gustan los vídeos de AC/DC de los ’70, con Bon Scott al frente y a Angus Young sumiéndose entre el público, pero lo que conquista es ver a miles de personas saltando en River Plate, pero claro, para eso el grupo tuvo que tomar ciertos riesgos.
Los años van pasando y Airbourne parecen estar destinados a ser el eterno candidato, el perpetuo quiero y no puedo, porque en cierto momento de la carrera de un artista, llega un punto en el que dar buenos conciertos no es suficiente.
Texto: Marc Fernández | Fotos: Sergi Ramos
Promotor:Madness Live!
Sala:Razzmatazz
Ciudad:Barcelona
Teloneros:Blues Pills
Puntuación:8
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