PELÍCULAS DE ROCK: “CONTROL” Joy Division (2007)
Joy Division es una de las bandas malditas por excelencia. Un grupo que surgió en Manchester a finales de los 70 y que consiguió dar la campanada pronto. Su trayectoria fue efímera, pero todo lo acaecido esos años, la personalidad de Ian Curtis y esa iconografía con el pulsar en uno de sus discos, les hizo icónicos. Su director, Anton Corbijn vivió esa época convulsa y estuvo trabajando con el grupo. Nadie mejor que él para intentar reproducir ese ambiente en los conciertos y esa estética de principios de los 80. La película va más allá de un biopic sobre la banda o su cantante, y hay también en ella relatos sobre la infidelidad, el desamor o el auge del estrellato rápido. La obra está basado en el libro de la viuda de Curtis, Deborah Curtis.
Los múltiples premios que cosechó el film no son para nada gratuitos. La fotografía del film y ese blanco y negro imperante te trasladan a ese mundo particular. El joven Ian no oculta su pasión por David Bowie y se refugia en la poesía, género en el que pronto destaca. La banda de unos amigos buscaba cantante, así que las cosas fueron rápidas. Joy Division empiezan a hacerse un nombre y hasta aparecen en televisión. Mánagers y discográficas se los disputan si bien pronto la inestabilidad de Ian empezará a lastrar la trayectoria del grupo. Padecía episodios de epilepsia, muchas veces en directo. Eso haría que su leyenda creciera, pero también su infierno personal. Los demonios le visitaron diariamente y su matrimonio hizo aguas cuando apareció en escena una periodista belga con la que Curtis tuvo un largo romance. Hay muchos momentos logrados como la firma del amo de la discográfica con su propia sangre o el ambiente de los conciertos. Los demonios interiores hicieron que Curtis decidiera poner fin a sus días, primero con una sobredosis y luego ahorcándose.
La interpretación de Sam Riley es excelsa. Impresionante cuando simula las convulsiones y cuando se mete en el papel introvertido de Curtis. Sus movimientos en los directos imitando el baile típico del líder son perfectos. Pero lo que más nos llega a impresionar es que no se usaron canciones grabadas del grupo; fueron los actores los que aprendieron a tocar. El realismo es total, pues no sólo actúan, también tocan. Para el recuerdo queda esa escena con un show decadente en el que Ian es incapaz de salir a tocar y tiene que ser sustituido por otro cantante. La reacción del público es de furia, pero su mánager lo ve como un gran logro para el grupo. Es impresionante seguir la trayectoria de la banda después de Joy Division. Los supervivientes continuaron en el negocio con New Order e incluso obtuvieron más éxito que con Joy Division. Más allá de que te guste el metal, el death o el thrash, Joy Division es una de las bandas que van más allá de los estilos y que necesitan de una escucha obligada para entender lo que fue el post-punk. Sus temas son atemporales, y su leyenda sigue viva.
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