Con la llegada de las festividades navideñas, los análisis de mercado nos traen de vuelta infinidad de datos sobre las tendencias actuales a la hora de regalar algo a nuestros seres queridos. Las perspectivas de cara a este final de 2014 siguen la línea que se podía esperar en cuanto a productos culturales: el libro electrónico se vuelve a presentar como producto estrella, siguiendo su imparable ascenso pese a que a menudo oigamos comentarios poco halagüeños que retratan esta nueva tecnología como el vil asesino de la industria editorial.

El principal problema de una visión como la mencionada no es difícil de identificar, puesto que los comentarios catastrofistas están a la orden del día: negarse a aceptar el progreso no va a detener la evolución de las tecnologías y las industrias, sino que va a causar un desajuste de mentalidad que dificulta todavía más una transición de por sí inevitable, del mismo modo que ha sucedido en el negocio musical y en decenas de otros sectores.

Los soportes de escritura han cambiado a lo largo de la historia de la humanidad, y es innegable que el papel poco puede hacer contra las ventajas de lo digital: la aplastante rentabilidad, movilidad y comodidad del libro electrónico está hecha a medida para una sociedad que necesita tenerlo todo comprimido y por el menor precio posible, por tal de hacer frente al constante bombardeo de estímulos que puede suponer el grueso de publicaciones literarias en pleno siglo XXI.

Dicho esto, cabe añadir que esta mejoría no sólo favorece al lector ávido, sino que también estimula en mayor grado a aquellos menos dados al negro sobre blanco: las ventajas anteriormente mencionadas (en especial el precio) facilitan el acceso a la cultura y contribuyen a ampliar el espectro de consumidores de literatura. Pese a que evidentemente el papel no esté condenado a desaparecer irremediablemente del negocio, lo lógico es que su rol quede relegado al puro coleccionismo o nostalgia frente al pragmatismo de otros formatos, del mismo modo que el vinilo toma la posición de objeto de culto frente a las escuchas mp3 en nuestro día a día.

Quizá las editoriales tal y como las conocemos hoy día hayan muerto, pero la adaptación al medio digital está generando nuevos modelos reinventados que parten de su misma base. Propuestas como los servicios de tarifa plana de libros, similares a los de streaming musical, abren un mundo de posibilidades y distintas formas de negocio, sin dejar de ejercer en esencia muchas de las tareas que cumplían sus predecesores. A rey muerto, rey puesto.